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República Dominicana

Reforma policial ficticia y masacre real

Fuentes: Rebelión

Es responsabilidad social y profesional decirle al mundo que, en la madrugada del 14 de diciembre del año 2022, seis personas fueron muertas en un barrio de Santo Domingo por agentes de la Policía Nacional.

¿Intercambio de disparos? Testigos dicen que no, pero la Policía, que coloca esa etiqueta a cualquier ejecución, no dejaría de hacerlo para explicar una masacre.

Hay que presentar junto a esta información la crónica sobre la muerte, aproximadamente veinticuatro horas antes, de un comerciante, quien fue acribillado en su casa, también por miembros de la Policía Nacional que supuestamente se equivocaron de lugar o de objetivo.

Y es deber de conciencia añadir que, si en los medios de comunicación controlados por el gran capital estos hechos no son presentados como escándalos de gran magnitud, es porque la clase dominante tiene el Estado que ha construido y, en consecuencia, la Policía que aplica la política dictada desde los organismos de dirección de ese Estado.

Si eran delincuentes los jóvenes abatidos en Los Alcarrizos (dos eran agentes de la Policía), eso no cambia la calificación de masacre a lo que ocurrió en Los Alcarrizos.

Se está defendiendo la propiedad privada mediante el exterminio de jóvenes pobres, y esa política la aplica en forma directa la Policía Nacional, como organismo de ese Estado, que representa a la clase dominante y no a las mayorías.

Conocida en el seno de las instituciones la existencia en Los Alcarrizos (provincia Santo Domingo) de un punto de expendio de drogas y la participación en él de varios jóvenes, no fue realizada una labor de inteligencia para desmontar el establecimiento y aplicar las leyes contra los delincuentes, sino que un grupo de agentes armados mataron a seis personas cuyos vínculos con cualquier persona o con cualquier instancia de la sociedad ya es muy difícil investigar a fondo.

En el caso del comerciante abatido en su residencia, las versiones podrían variar con el paso de los días, pero fue abatido cuando intentaba indagar por qué penetraban en su casa varios agentes policiales. ¿Intercambio de disparos? La Policía y sus voceros (con y sin uniforme) ofrecen cualquier versión.

Todo esto ocurre cuando bien pagados seudoanalistas se refieren a los avances de una reforma policial en curso bajo la supervisión de organismos yanquis, colombianos, israelíes y de factura similar y con la coordinación de un gobierno que llena planillas para complacer al poder imperialista, aunque en términos reales sus buenas calificaciones las obtiene por su entreguismo y sumisión.

La masacre contra los pobres y la podredumbre en los organismos de fuerza del Estado son una marca de la sociedad de clases, con matices y manifestaciones distintos en cada realidad nacional, pero con la misma definición.

En Estados Unidos, el uso de la fuerza y la discriminación en la aplicación de las leyes contra negros, latinos y otras minorías se manifiesta en la brutalidad policial y en las estadísticas sobre ejecuciones. Es bien conocida la política racista y antipopular del régimen de Israel, y lo es también el caso de los civiles a quienes las fuerzas colombianas visten de guerrilleros después de asesinarlos (los falsos positivos) … En la escuela así dirigida estudian los reformadores dominicanos… Y es obvio que son alumnos bien aprovechados.

No es de extrañar, pues, que los nombres que han añadido los gobiernos del autoritarismo con elecciones a la lista de jefes policiales (ahora se llaman directores, pero el problema no es semántico) tengan la misma connotación que los que colocó Rafael Leonidas Trujillo cuando, también con asesoría yanqui, decidió crear como guarida de canallas la Policía Nacional.

Mencionar a Félix Hermida, Ludovino Fernández, Virgilio García Trujillo y otros similares en la primera mitad del siglo XX, y citar nombres como Pedro de Jesús Candelier, Rafael Guillermo Guzmán Fermín y Ney Aldrin Bautista entre los jefes policiales del presente siglo, es dar un gran salto en el tiempo, pero sin dejar de referirse a la misma política de exterminio y al mismo desfile de gruesas fortunas multiplicadas por la podredumbre.

Cuando el presidente Luis Abinader hable de reforma policial, enrostrarle su condición de demagogo es solo el inicio de la respuesta adecuada…

La manipulación de los medios de la oligarquía y de los millonarios seudoanalistas que tienen espacio en ellos no alcanza para ocultar la realidad. El dinero obtenido defendiendo este sistema político huele a sangre… Y el hedor se percibe cada vez con mayor fuerza.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.