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Primeros dardos contra la mitificación de los cipayos de 2002 en Uruguay

Responsabilidad e historia

Fuentes: Rebelión

Casi al unísono. Todas las voces «dignas» de salir en la foto cantan un mismo verso. No hay yerros. El sentido común está a la espera de esa tonada y la hacen sonar sin descanso. Los periodistas levantan el centro y figuras políticas de todos los partidos con representación parlamentaria cabecean: Sí, lo de siempre, […]

Casi al unísono. Todas las voces «dignas» de salir en la foto cantan un mismo verso. No hay yerros. El sentido común está a la espera de esa tonada y la hacen sonar sin descanso. Los periodistas levantan el centro y figuras políticas de todos los partidos con representación parlamentaria cabecean: Sí, lo de siempre, la Suiza de América, el «largo paradigma donde estaba la razón», el país de primera. Su nuevo discurso: Uruguay-país responsable porque está gobernado por gente responsable. Algunos agregarán sin puntuación «a diferencia de los argentinos y la mayor parte de latino-américa». Que bien Uruguay. Que bien sus partidos políticos. Que bien sus sindicatos. Hoy vemos cuan sabias fueron las decisiones en 2002. Hoy estamos muy bien, porque tanto la izquierda como la derecha fueron responsables y pensaron en el país antes que en sus intereses particulares. Adolfo Garcé, adalid de la democracia liberal reza «no hubo guerrilla urbana ni sindicatos fuera de control, ni balas de goma ni garrotes. En todas partes predominó la responsabilidad». Orgullo nacional. Chorros de tinta, cientos de minutos por TV y radio. Nadie zafa del discurso. La crisis, pese a haber sido realmente terrible, nos encontró con gran madurez política para salir en paz y fortalecidos institucionalmente. Y así seguiríamos rato aburriendo con verborrea hueca y mentirosa a la que nos tienen acostumbrados los «periodistas serios» y los «contertulios».

El uso y abuso hasta el hartazgo del calificativo responsable o irresponsable en la actividad política es una constante del discurso dominante. Todos los intelectuales y cuadros políticos orgánicos de la democracia liberal lo utilizan de manera permanente como mecanismo moralizante y como método infalible de aislamiento del discurso de izquierda.

Ser responsable. Hacer lo que toca. Cumplir un deber cuando ya haces uso de tus derechos. El mensaje es estrictamente moral. No es tan importante profundizar porque alguien es catalogado como irresponsable. Lo importante es que quede claro que lo es y para eso sólo basta repetir, señalar, identificar, apuntar y disparar sistemáticamente. Lo importante es clasificar en buenos y malos. La puesta en escena es siempre una idealización de la democracia liberal como un sistema en el cual los derechos están garantizados, una sociedad donde el contrato social existe y por lo tanto la lealtad a las instituciones no se discute, aunque su funcionamiento concreto-real esté plagado de desatinos, injusticias, inequidades, de opulencias y miserias intolerables.

Nos resulta imprescindible desentrañar un poco de que hablan cuando hablan de responsabilidad.

¿Qué nos dicen cuando califican de responsables por ejemplo a los líderes del Frente Amplio debido a su accionar en 2002? Al parecer, lo que nos quieren decir es que «hicieron lo correcto por el bien de todos». Porque en lugar de desestabilizar el gobierno, lo apuntalaron. La responsabilidad en este caso entonces es ganada por omisión, por el «no hacer en contra». Fueron responsables porque no hicieron algo que pudieron haber hecho y que si hubieran hecho «hubiese sido bueno para ellos pero malo para todos». Fueron responsables porque en una crisis económico-financiera y social, no coadyuvaron a su expresión en una crisis político-institucional. En fin, que dijeron muchas cosas, pero no lo tiraron a Batlle.

El «10º aniversario» de la crisis del 2002 ha sido el ejemplo paradigmático: una explosión de responsabilidad nacional. Pero un mismo uso de la palabra responsabilidad puede escucharse frecuentemente para calificar al gobierno del FA cuando su política económica es aperturista, cuida la inversión extranjera, etc. También se usa para construir un Sanguinetti defensor de la democracia por su «lucha» en la transición post-dictadura. Se utiliza por último para calificar la propia central sindical cuando asume un papel de negociación, diálogo y conciliación. Tanto se califica, que para atajarse todos prevén mencionar que su accionar es responsable. De ahí nace la izquierda responsable, la transición responsable, etc.

Lo claro es que nos dicen que se es responsable cuando una actitud o posicionamiento no cuestiona el statu quo. Se es responsable cuando se intenta quedar bien con todos: cuando se gana algo simbólico, sin que el otro sacrifique nada. Rara vez oiremos hablar de responsabilidad por emprender acciones políticas a nivel social o partidario que signifiquen un problema para el orden vigente. Cuando alguien es responsable, hipotéticamente todo el mundo queda contento, aunque sea ese sólo el maquillaje para que todo siga como está. Cuando un conflicto se expresa, no hay cabida para la responsabilidad. El supuesto es que la estructura social está bien, pero fallan los individuos en hacer lo que les toca.
Parte del calificativo de responsabilidad que mencionamos arriba es ganado por hacer en función del interés general y no del particular. Pero ¿por qué se parte de la base que una postura de mayor presión social hubiera sido una acción en función de beneficios particulares o privados? En esta concepción de responsabilidad no hay lugar para posiciones arriesgadas y desinteresadas. Es decir, que una acción comprometida con transformaciones de mayor profundidad es entendida como postura egoísta, que antepone lo privado ante lo público. Si el FA hubiese hecho lo que podría haber hecho, hubiese «ganado», pero todos hubiésemos perdido. Y en la Historia, esto es una afirmación terriblemente paralizante, especialmente diseñada para conservar. La historia hecha por hombres y mujeres, permite pensar que la expresión político-institucional de la crisis perfectamente podría haber dado lugar a formas superiores de organización social. Si algo era claramente público era el sufrimiento y la disposición a cambiar la realidad. Si algo era claramente privado era el temor a perder privilegios por parte de una clase. No es correcto afirmar que las acciones de lucha social antepusieran el interés particular respecto del colectivo. Las organizaciones que salieron a la calle, entre las que estaban los estudiantes, lo hicieron efectivamente por el interés mayoritario y de manera desinteresada. Cuando la partidocracia se envicia y entra en la maquinaria electoral por conservar el puesto interino de gestión del aparato del estado, no se enuncian gritos de irresponsabilidad, no se habla de anteponer lo particular ante lo público. Se habla del normal funcionamiento de la democracia. Pero cuando se lucha, cuando se arriesga, cuando se enfrentan las raíces de los problemas sociales… conocemos lo que dice el coro.

¿Qué nos dicen cuando nos dicen irresponsables? Cuando los políticos profesionales y los comentaristas del periodismo político-deportivo hablan de irresponsabilidad lo que nos dicen es que es malo para la mayoría actuar contra la «estabilidad del país». Es perjudicial emprender medidas de lucha que pongan en jaque «el normal funcionamiento de la nación», llámese el ejercicio pleno del poder del estado y el libre funcionamiento de los negocios. Nos dicen que ser irresponsable es impedir que el gobierno haga su trabajo: es decir «actúe en función de los intereses generales del país».

Se es irresponsable cuando se asume seriamente la organización para cambiar la estructura de poder existente, lo que lógicamente provoca una crisis. Pero ¿cómo hay crisis en una sociedad donde todos son responsables? Si todos hacen lo que tienen que hacer por el interés general ¿por qué hubo crisis? El asunto es que los discursos que resuenan suelen omitir mencionar que la idea de «interés general – país – nación» implica en lo concreto-real actuar en función de la correlación de poder de clases existente en un momento histórico. Y el gobierno no actúa entonces por el bien de todos, sino en el marco del dominio de una clase social que es la que conduce la economía. Si todos los partidos fueron responsables y aún así nos comimos una crisis que dejó la sociedad hecha pedazos ¿quién manda? Tal vez hace mucho que se renuncia a la Responsabilidad de conducir este pedacito de mundo…

La responsabilidad aburrida, sin-vergüenza, desguarnecida de todo sentimiento de gloria, a-histórica de la que nos hablan es aquella en la que el pueblo se somete al poder. Es una fórmula demasiado fácil de detectar, pero no por ello hay que dejar de hacer el esfuerzo de denunciarla. Cada vez que nos hablen de alguien responsable en política es interesante preguntarse: ¿Cuestiona su actitud o acción política las relaciones de poder existentes? ¿En algún punto su posición perjudica a los de arriba?

La responsabilidad entendida como acto de sometimiento cual bobo-alegre, es lo que resulta cansador e infantilizante del discurso de los liberales. Porque el sometimiento es justamente la antítesis de la responsabilidad. Un sujeto es responsable cuando actúa libremente (es decir cuando tiene poder de decir, de decidir, y de hacer) y es consciente de su interdependencia con todos los integrantes de la sociedad. Se es responsable y libre cuando nos hacemos cargo de lo que nos toca en una sociedad en la que efectivamente podemos participar de las decisiones sobre los asuntos que hacen a todos los planos de nuestra vida. Seremos responsables cuando seamos efectivamente capaces de conducir la sociedad en el plano económico, político y cultural. Seremos efectivamente libres y responsables cuando todos tengamos los mismos derechos y deberes, cuando nadie sea más que nadie.

Como en el tránsito vital nos hacemos más responsables cuando somos cada vez más capaces de resolver nuestros asuntos, en el tránsito histórico, somos más responsables cuando nos disponemos a hacernos cargo de lo que es nuestro: el poder de decidir sobre todos los asuntos públicos.

Y mientras tanto tenemos que seguir viendo el coqueteo indiscriminado con Batlle, Bensión, Alfie, Atchugarry… como si hubieran sido los grandes mártires de la crisis. No sólo es vergonzoso, sino increíble que toleremos que año tras año construyan un mito de heroísmo en torno a estas figuras, cuando jamás vivieron ni vivirán en la piel ninguna crisis. Porque en última instancia las crisis se resumen a una mayoría que sufre materialmente (falta de empleo, incapacidad de cubrir las necesidad de abrigo, alimentación, vivienda, servicios), sicológica y afectivamente (falta de expectativas, desmotivación, desmembración familiar vía afectos que se exilian o están sumidos en el desánimo y ausencia de esperanza) y una minoría que la pasa bien (tanto como siempre, a veces más y aprovecha las instancias de crisis para especular, ajustar los negocios y reorientarlos: no son pocos los ciudadanos responsables que hacen guita y engordan su capital a costa del sufrimiento ajeno en las crisis).

Estos personajes y todos los políticos que hoy apuntalan este mito del Uruguay responsable a 10 años de 2002 con el objetivo de consolidar la legitimidad de la democracia liberal uruguaya, no viven las crisis. No debe extrañarnos que mientras en 2002 nos pedían que miráramos a Europa y a EEUU como modelo a imitar, para así legitimar las intentonas permanentes de profundizar el modelo de apertura y privatización, hoy en Europa, la prensa habla de los ejemplos de los países del Sur. El objetivo es siempre el mismo: desviar el foco de tensión de la estructura del sistema y ponerlo en las gestiones y administraciones de los gobiernos de turno. No debe extrañarnos que los partidos institucionales de izquierda (por ejemplo el PSOE español o el PASOK griego) tiendan a «comportamientos responsables» en la actualidad, es decir: estrictamente apegados a los límites del orden vigente. Y es porque no sufren las crisis en ninguna de sus facetas: la pasan bien y señalarán como irresponsables a los que hoy se organizan y movilizan masivamente en Grecia y España (los que sí sufren material, psicológica y afectivamente la crisis). Y esto es así de sencillo: los que la pasan bien, continuarán parándose en el pedestal a hablar de la nación, mientras otros están enterrados en la mierda. Esos cobardes, le pedirán paciencia al pobrerío mientras organizan algún almuerzo de negocios.

Que institucionalmente el comportamiento de la izquierda en 2002 fue responsable nadie tiene dudas. Pero en términos históricos al parecer el comportamiento de la izquierda en 2002 fue la primera muestra de irresponsabilidad, es decir, de renuncia a hacerse cargo cada vez más de la edificación social. Y este comentario no es al vuelo, ni parido sin dolor, sin proceso, sin luto. Lo cierto es que la responsabilidad institucional respetuosa del statu quo en plena crisis económica, social y política, cuando el sistema en su conjunto estaba absolutamente deslegitimado, fue la primera muestra del comportamiento que vendría después de ganadas las elecciones: legitimación permanente de la democracia liberal, desestímulo al crecimiento de la responsabilidad popular en la conducción política, retiro de toda intención de democratización económica y abandono de la batalla ideológico-cultural.

No hay dudas de que es tarea de la hora gritar bien alto la noción de Responsabilidad para los militantes populares: la responsabilidad para nosotros pasa por estar a la altura del momento histórico en que vivimos, con los pies en la realidad y siendo capaces de recrear las alternativas de organización social que permitan sentar las bases de una sociedad de iguales. Sin prisa pero sin pausa, sin dogmatismos, pero sin renuncias, con gran creatividad, pero sin infantilidad. No hay atajos en este camino, ser Responsable para nosotros es generar las condiciones para quebrar las relaciones de poder de clase existentes y conducir un proceso de re-edificación nacional en todos los planos de la vida, para que ésta sea el centro de la organización de la sociedad.

Ramón Gutiérrez es integrante del Colectivo Minga, la Asociación Barrial de Consumo y la Revista de agronomía social Suma Sarnagaña.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.