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Rusia: El amanecer de una nueva revolución

Fuentes: Kprf-news

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín

El comienzo del 2005 ha coincidido con el inicio de un cualitativamente nuevo periodo en la historia más reciente de Rusia. La entrada en vigor de la ley antipopular que sustituye las ventajas sociales de las capas más desfavorecidas de la población, por una compensación económica claramente insuficiente, prácticamente simbólica, ha servido para poner en marcha todo un mecanismo de protestas populares masivas. Una serie de analistas hablan en serio de la revolución que se avecina, a modo de la «revolución naranja» en Ucrania. Muchos de aquellos que desean sustituir el putrefacto régimen de Putin, ponen como ejemplo, precisamente los acontecimientos ocurridos en el país vecino, a finales del 2004. Al mismo tiempo, también abundan los análisis que definen la «revolución naranja» como un golpe de estado reaccionario y proamericano, dirigido contra los «intereses nacionales» de Rusia y su clase dirigente. Este complejo problema no pierde actualidad, por cuanto de lo acertado del análisis que de él se haga, dependerá en gran medida el éxito de las fuerzas progresistas, no solo en Rusia o Ucrania, sino en todo el territorio de la antigua URSS.

Empezaremos por intentar comprender que ha supuesto la denominada «revolución naranja» en Ucrania.

A finales del segundo mandato presidencial de Leonid Kuchma, ante la élite gobernante, claramente ligada a la élite mundial, estadounidense en primer lugar, se planteaba una difícil tarea: asegurar la continuidad del curso neoliberal en el terreno económico y la línea prooccidental en la política exterior del país. La dificultad de esta empresa estribaba en primer lugar en el hecho, de que el régimen gobernante había perdido completamente la popularidad entre la población, y en segundo en que a la élite ucraniana se le había encomendado radicalizar frontalmente la orientación prooccidental de su curso y finiquitar la liberación definitiva de los «rudimentos postsoviéticos».

Para la resolución exitosa de esta empresa, fueron puestos en marcha una combinación de diferentes mecanismos, entre los que la «revolución naranja» representaba su manifestación externa más visible.

Para hacer frente a las elecciones presidenciales, la élite gobernante , debía preparar dos candidatos salidos del propio gobierno: uno, supuesto candidato oficial, para el «público», que debía en realidad jugar el papel de «sparring», el chico al que partirle la cara, y otro, el auténtico, disfrazado de líder de la «oposición». El primer papel le tocó al entonces primer ministro, que había ocupado el cargo desde el 2002 y que representaba los intereses del capital industrial de las regiones del sureste del país. El segundo papel le tocaba a Yuschenko, que había sido primer ministro en el 2001, y representante de los intereses de la élite político-financiera mundial.

Hay base suficiente para presuponer que estas candidaturas destinadas a esa futura gran representación, fueron ya definidas en aquellos años. El poder perseguía colocar como candidato que personificase al «antiguo régimen», a la personalidad menos atractiva para el pueblo, un líder regional, con antecedentes judiciales y con reputación de «padrino mafioso» en la cuenca del Donbass. El premeditado burdo y tosco apoyo a Yanukovich por parte del poder- por cierto, tanto ucraniano, como ruso- que tuvo en el transcurso de la precampaña electoral, el efecto contrario al deseado, nos ofrece argumentos complementarios para convencernos en la certeza de esta suposición.

Yuschenko por su parte, utilizó un estilo de conducción de la lucha preelectoral completamente distinto, posicionándose como líder carismático, que albergaba bajo sus banderas naranjas, a todas las fuerzas progresistas y democráticas, contrapuestas a la conservación de lo «viejo» y lo «caduco» y encaminadas a la «renovación». Es un movimiento claramente ganador en la partida, especialmente cuando es el mismo poder el que secretamente apoya a su auténtico protegido.

El pistoletazo de salida para la revuelta naranja en la ya mundialmente famosa Maidane Nezalezhnosti, lo puso el anuncio oficial de los resultados electorales de la segunda vuelta. La correlación de votos, inducía claramente a pensar en una burda falsificación en beneficio del aparente candidato oficial. Mientras la información hábilmente ofrecida desde las diferentes regiones de Ucrania, sobre las «flagrantes violaciones» del derecho electoral, y sobre la cínica utilización el «recurso administrativo» en beneficio de Yanukovich, consiguieron caldear los ánimos del pueblo «engañado».

En esta etapa, entraron en acción las fuerzas de choque de la autodenominada «oposición», perfectamente pertrechadas con dinero de los EE.UU, y dominadoras de las técnicas americanas de control de masas, los cazabombarderos del movimiento «Pará», organizadores profesionales y directores de espectáculos de masas.

Es importante resaltar que los instigadores de la protesta no fueron «gente de la calle», sino organizadores profesionales, que tenían a su disposición enormes medios financieros y materiales. Las masas, incluidas las que expresaban una protesta sincera contra el poder, no jugaron más que el papel de figurantes, en este grandioso espectáculo, ajeno a sus intereses reales.

Lógicamente, no todos los que participaron en la protesta en Kiev lo hicieron por una recompensa económica. La gente de Yuschenko, a falta de una oposición real efectiva, se las ingenió para canalizar por donde a ellos les interesaba, toda esa energía de protesta de las masas, descontentos de la política antipopular y antidemocrática del gobierno, para apoyar la «nueva edición» de ese mismo poder.

Aunque cabe señalar, que de por si, la experiencia de la participación en actos masivos de protesta contra un régimen antipopular, aunque organizados por fuerzas ajenas a sus intereses, no deja de ser algo valioso para las masas. En un futuro más o menos lejano, nos puede ser muy útil, cuando la gente vuelva a salir a la Maidan, pero esta vez sin ser dirigida desde arriba, sino por iniciativa propia.

Pero volvamos al análisis del mecanismo de la «revolución naranja». ¿Por qué el poder, teniendo a su disposición todos los medios represivos posibles, no los disolvió, ni siquiera cuando comenzaron a hacer actos de sabotaje directo contra las instituciones gubernamentales? La respuesta es evidente: ese desarrollo de los acontecimientos era el que había sido planificado por el mismo poder, y los que estaban tras él.

El resto quedaba ya en manos de la «técnica»: y la decisión judicial, avalando la repetición de la segunda vuelta, debido al gran numero de irregularidades cometidas, que impedían determinar la verdadera voluntad popular; y la ilegal tercera vuelta, en la que Yuschenko, arropado por el «auge del movimiento revolucionario» logró una «victoria aplastante» sobre el defenestrado Yanukovich; y el consiguiente sobreseimiento de las denuncias de parte de Yanukovich, que coincidían punto por punto con las presentadas por Yuschenko, que sirvieron para anular los resultados de la segunda vuelta… De esta forma el poder organizó contra si mismo un «levantamiento» de opereta, consiguiendo la renovación de la élite gobernante sin variar un ápice el contenido de su política. El poder solo se deshizo de su anterior careta. Las personas cambiaron, pero el curso no solo no cambia, sino que se radicaliza aún más, volviéndose más descarado.

Los explotadores valiéndose de la ausencia de una oposición real, siempre van a aspirar a instaurar el orden social que más les beneficie y que más perjudique al pueblo llano. Está claro que el pueblo permanecerá siendo objeto de todo tipo de manipulación y explotación, mientras no aprenda por si mismo a controlar los procesos sociales, empezando desde abajo.

¿Pero como podemos utilizar la experiencia de la «revolución naranja» aplicada a Rusia? ¿Realmente vale la pena fijarse en ella?

Sobre este punto podemos encontrar posiciones diametralmente opuestas: los liberales se definen partidarios de repetir el ejemplo ucraniano en Rusia; los patriotas, temerosos de la proclamación de un régimen prooccidental, se declaran claramente en contra. Tanto unos como otros parten del postulado, de que sería Occidente el que intervendría directamente, para que se diese una «revolución naranja en Rusia. Esta «revelación» es algo que se da por supuesto y que no admite discusión, solo que unos declaran la necesidad de la repetición de los acontecimientos como en Ucrania, y los otros en contra.

Pero ¿se hace realmente tan evidente la aspiración de Occidente, y en primer lugar de los EE.UU., de apoyar el procedimiento de derrocamiento del régimen de Putin, bajo consignas generales de democratización?

¿No podría resultar, que siendo prisioneros de los estereotipos, trasladásemos las particularidades de Ucrania, a un completamente diferente, suelo ruso?

El régimen de Putin le es extremadamente útil a la élite mundial: ha sido precisamente Putin el que ha acelerado la liquidación de lo que quedaba del sistema soviético de protección social. Fue precisamente Putin el que dio el visto bueno a que se desplegasen bases militares estadounidenses en el territorio de las antiguas repúblicas soviéticas. La Rusia de Putin, que entrega gratuitamente a los EE.UU sus riquezas naturales, invirtiendo el beneficio proveniente de la venta del petróleo, en títulos del tesoro americanos, que pueden perder su liquidez en un abrir y cerrar de ojos.

Por eso me aventuraré a formular una suposición a primera vista paradójica e inesperada: Occidente no está para nada interesado en una revolución en Rusia que transcurra bajo lemas generales democráticos, y dirigida contra la dictadura de Putin. Por eso Occidente apoyará en todo lo posible las medidas de fuerza del régimen para acabar con la posible «oposición naranja» en Rusia, al tiempo que le reprochará de palabra la actuación de Putin al respecto.

Lógicamente, si la dictadura burocrática, por causas ajenas a Occidente, acaba con el tiempo siendo totalmente inaceptable para el pueblo ruso, Occidente hará todo lo posible para colocar en lugar de Putin a algún personaje, que represente las «transformaciones democráticas», pero en el momento actual, no está interesado en el debilitamiento del poder de Putin.

Pensemos, que la élite mundial, tiene con Rusia un tipo de exigencias cualitativamente distintas, de las que pueda pedir de Ucrania o Georgia.

Rusia se ha convertido en el principal «donante» de materias primas para los países ricos, especialmente de EE.UU. en el espacio postsoviético. Los estados «periféricos» cumplen la función de campo de operaciones geopolítico para controlar a Rusia. Claro que no dejan de ser explotados, pero su principal cometido se circunscribe a lo dicho.

Los estados como los países del Báltico, Ucrania y Georgia, que consumen más de lo que producen, se han convertido de hecho en parásitos de Rusia, gracias a la que financian unos regímenes políticos, con ayuda de los que la élite mundial ejerce su control sobre Rusia. De los pueblos de esos países, a diferencia del pueblo ruso, Occidente no exige que le entreguen sus riquezas naturales, por eso se pueden permitir una cierta imitación de las tradiciones democráticas, con toda su fraseología y palabrería liberal. Pero para un «estado donante», un régimen dictatorial antidemocrático, que mantenga en sometimiento completo a su población y garantice la salida de las materias primas de forma ininterrumpida, es lo más conveniente para el cumplimiento óptimo de su cometido.

Un ejemplo palpable lo podemos ver en otros estados de la antigua URSS, convertidos en suministradores de materias primas para Occidente, y donde encontramos regímenes burocráticos, oligárquicos y reaccionarios: Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán y Azerbaiyán.

Pero Occidente no se conforma con que Rusia le sirva sus riquezas materiales, necesita la eliminación definitiva de los elementos de una infraestructura económica de superpotencia, que todavía quedan de la era soviética, así como garantías de estabilidad política. El cumplimiento de todas estas contradictorias exigencias a un mismo tiempo, solo se hace posible con la premisa de una nueva vuelta de tuerca por parte del poder con respecto al pueblo explotado. Hay demasiado en juego. No es difícil imaginarse lo que pasaría si Rusia escapase del control de Occidente y de sus marionetas del Kremlin, siendo como es todavía capaz de mantener un potencial capaz de asegurar su propio desarrollo y ofrecer ayuda a los países explotados del «tercer mundo».

Por eso Occidente esta plenamente interesado en que el gobierno ruso mantenga firme las riendas sobre su pueblo. El régimen en la etapa actual no está en condiciones de conservar el orden explotador sin recurrir a la dictadura. De este modo, la lucha contra la dictadura objetivamente se convierte en lucha contra la injusticia social.

Rusia , por sus condicionantes geográficos y demográficos, en modo alguno se puede convertir en un estado parásito, integrante del «dorado club de los mil millones» (N de T. en referencia a los 1000 millones de habitantes que viven en los países capitalistas desarrollados).

Ante Rusia caben solo dos alternativas: o continuar siendo un estado donante para Occidente, o sacudirse el dictatorial régimen de marionetas y convertirse de nuevo el centro de la formación de un espacio socio-económico mundial alternativo, pero en un nivel cualitativamente nuevo, con respecto al pasado. La libertad, democracia y los «derechos humanos» no cabrán como objeto para los parásitos. Y cuanto antes comprendan esto los liberales rusos convencidos, y dejen de ser idealistas, será mejor para ellos, y para todo el pueblo.

La liberación de Rusia de la dictadura burocrático oligárquica y reaccionaria no se concibe sin la resolución previa de las gravísimas contradicciones socio-económicas y sin la liberación del yugo del dictado económico de la élite mundial. Con toda seguridad podemos asegurar que occidente en ningún caso esta dispuesto a ayudar al pueblo ruso a liberarse de la actual dictadura. Por consiguiente el pueblo debe contar únicamente con sus propias fuerzas. En esto hay algo claramente positivo: si el pueblo consigue democratizar el sistema político, será mérito exclusivamente suyo, y los frutos de la revolución antiburocrática, los recogerá únicamente el pueblo ruso, y no los hábiles titiriteros que manejaron a los pueblos de Ucrania y Georgia.

Rusia pese a todo, continúa conservando los presupuestos imprescindibles para esta empresa. Lo fundamental es sentar la base organizativa necesaria, que involucre a todo el tejido social, para preparar la futura revolución.

Si analizamos detalladamente la creatividad del pueblo en el transcurso de la actual campaña de protestas, que abarca hoy todas las regiones del país, podemos con satisfacción concluir, que ha iniciado la formación de embriones de un sistema político-social cualitativamente nuevo. La nueva página en la historia de la lucha contra el régimen antipopular la abrieron los habitantes de una pequeña ciudad satélite de Moscú, Solniechnogorsk, el 9 de enero de 2005. Allí se celebró la primera acción de protesta, que simbólicamente servía como homenaje a los cien años que se cumplen del domingo sangriento, inicio de la primera revolución rusa de 1905. El acto que comenzó como un mitin más, derivó en el corte de la carretera de Leningrado. Pero el resultado más importante de las acciones de protesta , fue la creación de un órgano principalmente nuevo: el «Comité de salvación». Este órgano permanente, representa los intereses de los habitantes ante la delegación del gobierno, le presenta las exigencias populares y controla su cumplimiento, movilizando nuevamente a la gente cuando sea necesario, para demostrar la seriedad de sus pretensiones. El gobierno se ha visto obligado a reconocer este órgano y rendirle cuentas en una serie de cuestiones.

Después de Solniechnogorsk, las acciones de protesta, sin precedentes en los años de gobierno de Putin, se han ido sucediendo por todo el país, desde Kaliningrado hasta Sajalin. Y en el transcurso de estas movilizaciones se han ido estableciendo, como en Solniechnogorsk, nuevos órganos de coordinación de las protestas, en una serie de regiones de Rusia.

¿Qué nos espera en adelante? ¿Aplastará el gobierno la primera oleada de protestas populares, o se verá obligado el gobierno a detener el timón de las reformas antisociales en los pagos comunitarios de la vivienda, en la educación, en el sistema sanitario?

Lo más probable es que se incline por el recurso de la fuerza, pues no está en condiciones de poner en práctica otro programa socio-económico.

Sin la capacidad ni el deseo de asegurar el crecimiento real de la economía en base al desarrollo de la producción y la introducción de nuevas tecnología, se ve obligado a arrancar al pueblo lo último que le quedaba de la época soviética. Por lo tanto debemos esperar una ola represiva por parte del régimen.

Para obligar al gobierno a tener presente al pueblo, para aumentar la efectividad, no ya de las presentes, sino de las futuras acciones de protesta, en la etapa actual, se hace extremadamente imprescindible construir una red alternativa de coordinación de la vida social en forma de «Comités de salvación» como hicieron en Solniechnogorsk. Estos comités están destinados a convertirse en el centro de la cristalización de un sistema alternativo de dirección de la sociedad, que al fortalecerse con el tiempo, y desarrollándose hasta el nivel de organización requerido, pase a estar en condiciones de organizar la completa y definitiva sustitución del régimen político.

Ante los «comités de salvación» nacidos al calor de las protestas a comienzos del 2005, se abre un futuro lleno de expectativas y pleno de trabajo para organizar a la población en una red social alternativa y de masas.

Si dentro de este empuje revolucionario no se consigue sustituir el anterior régimen, al menos será imprescindible preparar a conciencia los recursos organizativos necesarios para futuras acciones más multitudinarias. Pero hasta que llegue el momento de sustituir el poder, pueden ser muy útiles para el pueblo. Solo es necesario organizar correctamente a la población, movilizando a la parte más activa de la misma para la resolución de problemas concretos. Esto supondría la creación de órganos territoriales de autogestión social, la realización de programas económicos socialmente orientados, la organización de una red de seguimiento para el cumplimiento de sus responsabilidades, por parte de los cargos dirigentes, y muchas cosas más. Y en caso de que sean violados nuestros derechos; organización inmediata de actos de protesta. En una palabra, si no conseguimos por ahora mandar al actual gobierno al basurero de la historia, al menos le podremos indicar de forma clara cual es la suerte que le espera, aprender a hablar con ellos en un idioma distinto , al que veníamos empleando.

Esta claro que las revoluciones no se hacen por encargo. Para que puedan ser llevadas a cabo es imprescindible que se impliquen en el proceso de transformación cualitativo de la sociedad, las amplias masas populares. La tarea de la vanguardia política del pueblo trabajador consiste en utilizar sus conocimientos, su experiencia de lucha política, sus hábitos profesionales en este proceso social creador. Para ello será necesario el concurso de todos los grupos de edades: y de los jubilados, iniciadores de las primeras acciones de protesta, y de los estudiantes, que todavía tienen que salir a la calle para defender sus derechos. La experiencia vital de la gente mayor en la sociedad de la justicia social y los hábitos profesionales de la juventud actual- aunque sea en la aplicación de las nuevas tecnologías- inevitablemente confluirán en el transcurso de la construcción de las bases de la nueva sociedad. Será una constructiva colaboración real de diferentes generaciones, para las que es igual de inadmisible el actual régimen.

Basta con que comencemos a trabajar en esta dirección, para que una gran cantidad de ciudadanos se marque un objetivo en la vida y comience a ver una salida real de este callejón.

Los «fuertes del mundo entero» lo son en la mediad en que los explotados están dispersos intentando hacerse por su cuenta con alguna migaja del banquete. Pero cuando la gente de abajo comprenda que pueden hacer grandes cosas juntos, aunando esfuerzos, uniéndose en torno a un objetivo común, entonces habrá cambiado la conciencia social y la estructura social. Será una nueva sociedad, altamente organizada, de autogestión popular.

Las fuerzas productivas y la conciencia social ya han alcanzado el nivel de desarrollo necesario, para que todo esto sea no solamente posible, sino vitalmente imprescindible.

Autoorganización popular, autogestión popular, autodefensa popular.

Si no podemos derrocar este régimen ni a través de la lucha de élites gobernantes, ni a través del levantamiento armado del proletariado- aunque solo sea porque la distribución en clases de la sociedad ha variado notablemente desde 1917- se hace imprescindible buscar una tercera vía, consistente en implicar al pueblo en la construcción de un sistema social alternativo ¿Lo podemos llamar «sociedad civil»? si, pero para nada en el sentido en que lo utilizan los sociólogos burgueses. La sociedad civil burguesa, es una sociedad de pequeño burgueses, pancistas que se oponen ante todo a la intromisión del estado en su vida privada. Es una sociedad en lo fundamental completamente leal con el orden existente y con el poder, sirviendo en la base como puntal de apoyo del régimen explotador.

Condición imprescindible para la victoria de las fuerzas progresistas en las condiciones de un desarrollado sistema social con predominio de la población urbana, es la presencia de una sociedad civil de nuevo tipo. Una sociedad de ciudadanos políticamente activos, unidos en una red multifuncional, opuesta al régimen existente, y en la que predomine una tradición cultural distinta de la oficial. En este sistema cada participante asume voluntariamente la realización de los objetivos marcados y el control de los procesos sociales. Solo un sistema así puede servir de apoyo de las fuerzas políticas progresistas en la nueva etapa de desarrollo social, solo un sistema así puede hacer frente a la bien engrasada maquinaria de la explotación y vencerla.

La teoría de la sociedad civil activa la desarrollo el destacado científico marxista italiano Antonio Gramsci en la primera mitad del s.XX. Pero nunca fue utilizada por completo ni por la izquierda occidental, tendente bien al trotskismo, bien al apoyo del experimento soviético, lo que explicaría seguramente el motivo de sus constantes derrotas. Tampoco fue Gramsci popular en la URSS. Al parecer sus trabajos para el «país del socialismo victorioso» no eran actuales. Pero tenemos todo el derecho a suponer que es precisamente en la Rusia de comienzos el siglo XXI donde puedan ser llevadas a la práctica sus concepciones teóricas. En Rusia nuevamente, como a comienzos del siglo pasado, se dan los presupuestos necesarios, para convertirla en la vanguardia del movimiento revolucionario mundial que muestre a los pueblos el nuevo camino hacia un futuro luminoso. Quisiera pensar, que esto no quedará en palabrería grandilocuente.

Volviendo al análisis de los recientes acontecimientos en Ucrania, cabe señalar, que este método para la transformación social es diametralmente opuesto al que fue orquestado por los directores de la «revolución naranja». Solo una revolución en la que la iniciativa le pertenezca por completo al pueblo, podrá ser denominada como tal.

La nueva revolución, sin duda debe contener un componente democrático. Es perfectamente posible que por analogía con Ucrania, los lemas democráticos, donde se inste a renegar del régimen despreciable incluso para muchos liberales, tengan, por así decir un color naranja. La diferencia principal consistirá en que las fuerzas que expulsen al corrupta burocracia del poder, no estará dirigida por los explotadores internacionales, sino por las fuerzas populares rusas, que aspiran a decidir en esta revolución las tareas más candentes en el plano socio-económico, bajo lemas «rojos». De este modo , la nueva revolución en Rusia, siendo en su base «roja», en el momento de apartar del poder al régimen dictatorial, contará con su componente «naranja» además del rojo.

El régimen ya no va a poder seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Es posible que consiga aupar a un nuevo protegido, delfín sucesor, a un nuevo «gran jefe» de la oligarquía burocrática (Hay movimientos que indicarían que están preparando para asumir el puesto, al actual gobernador de la región de Krasnodarsk, Alexander Tkachiov.) Pero en realidad no es demasiado importante la persona concreta que designen. Lo importante es la propia estructura del sistema. De momento el poder se sirve de las viejas reservas de estabilidad. Pero ya comienza a hacerse evidente que con la aparición de una nueva generación de fuerzas políticas, no sujetas a manipulación, por parte de los politecnólogos del Kremlin, la defensa del burocrático sistema estatal de elitismo comienza a dar problemas. Nuevas fuerzas van a jugar sin seguir las reglas del régimen y sin estar bajo su control.

En el pueblo mismo, no solo en su vanguardia política, ha crecido también una nueva generación poco dada a inclinarse ante el estado, como sucede, aunque a nivel del subconsciente, con la gente de edad avanzada. Las nuevas tecnologías de la comunicación, que hacen imposible la censura, que forman nuevos canales de comunicación, facilitando la búsqueda de correligionarios, y permitiendo la dirección efectiva de los procesos sociales, se hacen un hueco importante en la vida de la gente, sobre todo de los jóvenes y de los socialmente activos, que definen el vector de desarrollo de la sociedad.

En las condiciones de la sociedad de la información, en la etapa actual de desarrollo de la conciencia social, la democracia, introducida en su momento precipitadamente y en su versión más desvirtuada por el régimen explotador, comienza por fin a ser una necesidad acuciante.

No en vano el régimen antipopular se empeña en vaciarla de contenido sustituyéndola por el dictado directo. Significa, que la negación de la dictadura en la etapa actual, supone la negación de la explotación y de la injusticia social. El pueblo, en general, ya ha madurado para la participación en una democracia real y ya no necesita la protección paternalista por parte del aparato del estado (y mucho menos del actual). De este modo, una de las principales tareas de la nueva revolución es la liquidación de la dictadura, de la autocracia, del poder ilimitado de un solo hombre.

La principal pregunta es saber cuando se producirá la revolución. Lo lógico es pensar que se dará, cuando este preparada la base organizativa imprescindible para su realización.

Aunque es evidente el rechazo al actual sistema, todavía no se han sentado las bases de un sistema social que anteponerle. Para esto, lo normal es que hagan falta unos cuantos años más.

Pero en realidad, una auténtica revolución no «naranja» no es posible hacerla surgir artificialmente, como tampoco es posible predecirla con anticipación. Muy pocos podían pensar la víspera de año nuevo , que comenzaríamos el año con protestas masivas populares contra el régimen. No podemos no alegrarnos al constatar que la paciencia popular tiene sus límites. Parece que cuanto más nos alejamos de la época soviética, las trasformaciones sociales del régimen se convierten en más irreversibles, y más se degrada la sociedad. Pero ¿qué debemos entender por irreversibilidad en lo relativo al contexto actual? La imposibilidad de regresar al pasado soviético . ¿Vale la pena regresar? ¿Puede que el pueblo este en lo cierto cuando niega su confianza a las fuerzas políticas a las que asocia con el pasado? Claro que está agradecido en el apoyo que recibe en su lucha por los derechos sociales. Pero hay algo que debe quedar claro: no se puede entrar dos veces en el mismo río.

Los políticos, incluidos los progresistas, no se deben considerar más listos que el pueblo, y que ellos mejor que el pueblo saben los que les conviene. La sociedad no permanece inmóvil. Y los avances cualitativos que ha experimentado en los últimos decenios, tiene su reflejo objetivo, dentro del marco objetivo del proceso de desarrollo social. Y nosotros, como representantes de la vanguardia política de la sociedad, tampoco debemos quedarnos parados y seguir mirando atrás. Nuestra tarea, es construir una sociedad, que repita la realización de los principios fundamentales de justicia social, que caracterizaron la sociedad soviética desde 1917 a 1991, pero elevándolos a un más alto nivel de desarrollo.

En 1991 muchos pensaron que «el sol de libertad» (N de la T. en referencia a la letra del himno soviético) se había ocultado para siempre y no volvería a parecer. Muchos entonces intentaron a toda costa alcanzar ese sol, salvándose de la tiniebla que se cernía. Pero no resultó. No podía resultar por causas objetivas. Pero hete aquí, que tras una larga y tortuosa espera, entre la hasta no hace mucho espesa tiniebla nocturna, parece vislumbrarse en el horizonte, la todavía débil, pero largamente ansiada luz de un lejano amanecer. Y los primeros en ver esa luz, la luz del «sol de libertad» han sido los habitantes de una pequeña ciudad de las afueras de Moscú, con el simbólico nombre de Solniechnogorsk (N de la T. montaña soleada) en la no menos simbólica fecha del 9 de enero del 2005.

El amanecer de la nueva revolución, de la revolución rusa del siglo XXI, lenta, pero firmemente comienza a iluminar, y ya no habrá modo de apagarlo.