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De cómo los de arriba son elegidos por los de abajo, el sutil caso de Uruguay

«Sabemos cómo hacerlo y podemos volver a hacerlo»

Fuentes: Rebelión

Durante casi todo el siglo XX, como en muchos otros países latinoamericanos, los presidentes en Uruguay se elegían por mayoría simple. Es decir, los presidentes como Julio María Sanguinetti y tantos otros solían llegar al poder con un tercio de los votos. Cuando en los años 90 la izquierda se perfilaba a ganar por primer […]

Durante casi todo el siglo XX, como en muchos otros países latinoamericanos, los presidentes en Uruguay se elegían por mayoría simple. Es decir, los presidentes como Julio María Sanguinetti y tantos otros solían llegar al poder con un tercio de los votos.

Cuando en los años 90 la izquierda se perfilaba a ganar por primer vez las elecciones con el mismo sistema, se lo cambió a tiempo.

Veamos un antecedente crucial que ya duerme en el olvido pero que muchos en ese país recordarán. En 1992 un referéndum popular (promovido por ciudadanos sin poder político) anuló la ley de privatización de la empresa pública más exitosa del país, la de telecomunicaciones ANTEL, por un histórico 73 por ciento de votos. El revés fue una bofetada popular a la mayoría de los legisladores conservadores de los dos partidos tradicionales. El partido Colorado, devenido progresista en las décadas más prósperas del país a principios del siglo XX y de derecha oligárquica en los decadentes años 60, ahora se sumaba al partido conservador, el partido Nacional, a la ola neoliberal que promovió el FMI en los años 90 y que terminara en una catástrofe económica y social que marcó por décadas a los países latinoamericanos desde México hasta Argentina.

Cuatro años más tarde, en 1996, no por referéndum sino por un acuerdo político, se aprobó una reforma constitucional que establecía la obligación de un balotaje en caso de que ningún partido obtuviese la mayoría absoluta, lo que garantizaba que los dos partidos tradicionales, que por más de un siglo habían derramado sangre y odios mutuos, pudiesen sumar votos contra el cambio.

En las elecciones siguientes de 1999, el opositor de izquierda, Tabaré Vázquez, obtuvo casi el 40 por ciento de los votos y el conservador y neoliberal, Jorge Batlle, el 32 por ciento. En un régimen tradicional, el presidente hubiese sido el primero, pero esta vez no. En el balotaje, el candidato del partido Colorado (irónicamente llamado «rosado» por sus adversarios, en referencia a la mezcla de Blancos y Colorados) fue elegido presidente. El candidato opositor de la izquierda, Tabaré Vázquez, tuvo que ganar por más del 50 por ciento de los votos en la primera vuelta, en 2004 (y después de la mayor crisis económica de la historia moderna del país) para convertirse en presidente.

Gracias a la reforma constitucional de 1996, los mismos de siempre (el hijo y nieto de presidentes, Jorge Batlle, después de otro hijo de presidente, Luis Lacalle Herrera) pudo ser presidente una vez más en 1999. La OEA, guardián de la democracia, que no se escandalizaba por las dictaduras militares que asesinaban en masa ni pedía elecciones donde ni siquiera las había, mucho menos iba a decir una palabra sobre la repentina reforma constitucional para «perpetuarse en el poder» que, hay que reconocerlo, fue total y absolutamente legal. Porque, como decía Jorge Pacheco Areco, un ex presidente militarista del partido Colorado cuando se postuló sin éxito a presidente luego de la dictadura: «Nosotros sabemos cómo hacerlo y podemos volver a hacerlo».

Cuando el partido progresista gana las elecciones de 2004, obtiene mayoría parlamentaria pero no le resulta suficiente para aprobar una reforma constitucional (la que requiere ⅗ de los votos) para ampliar el derecho al voto por correo a los ciudadanas residentes en otros países, como existe en muchos otros países. Tanto la derecha como la izquierda sabían que la mayoría de los emigrados eran potenciales votantes progresistas, es decir, del Frente Amplio. Luego de dos años de discusiones, el proyecto de ley no fue aprobado. Años más tarde, en 2009, un grupo de ciudadanos impulsó una reforma constitucional para incluir a los ciudadanos que residían en el exterior. Al fin y al cabo, si nuestros parientes, hijos y nietos de europeos podían votar en las elecciones de países que nunca habían visto, ¿por qué no podían aquellos uruguayos de nacimiento hacer lo mismo desde el extranjero por el país al que seguían perteneciendo por derecho?

Mezclado con las elecciones del 2009 en donde el candidato progresista José Mujica fue elegido, el plebiscito no alcanzó la mayoría y el proyecto de ley fue olvidado.

Ahora, el mismo candidato conservador que fuese derrotado en las elecciones de 2014, Luis Lacalle Pou (hijo y nieto de presidentes) y la misma derecha en Uruguay gana las elecciones con una diferencia de 30.000 votos y se convierte en el próximo presidente del país más exitoso en términos económicos y sociales de América Latina en los últimos quince años, después de Bolivia, un país más pobre en términos relativos y con una histórica violencia racista y social difícil de equiparar. (La alternancia en el poder es parte del juego democrático liberal. Mi querido padre hubiese estado feliz con este resultado y yo respeto a sus votantes. El problema es cuando se hacen alianzas con militaristas que se creen dueños del honor de las sociedades y de los países por fuerza del garrote que pagan sus víctimas con sus impuestos; cuando se obtiene el apoyo de nazis; cuando se insiste en modelos neoliberales que han fracasado mil veces y cuando se repite una narrativa conspirativa inventada en Washington hace décadas atrás para ocultar las conspiraciones de hecho).

Ahora, la derecha tradicional ha recuperado la presidencia después de quince años, por un margen de 30.000 votos. Gracias a otra de sus magistrales estrategias, la abrumadora mayoría del diez por ciento de los uruguayos que vivimos en el extranjero, es decir, más de 350.000 que no pudimos votar, como no podría, si viviera, el mismo prócer del país, José Artigas, del que tanto se llenan la boca quienes menos lo conocen.

¿Se entiende ahora por qué, de repente, en 1996 se volvieron defensores del sistema de balotaje y lo aprobaron a tiempo, primero, y luego en 2006 votaron en contra del voto consular?

Si hay algo que no se les puede reprochar es incoherencia histórica. La derecha conservadora y neoliberal siempre sabe cómo hacerlo. De otra forma no se entendería cómo, en todas partes del mundo, la opción por los de arriba es apoyada por al menos la mitad de los de abajo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.