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Sarkozy lava la cara a los suburbios sin acabar con el apartheid urbano

Fuentes: Ojalá/SanchoPanzaLab

La banlieue popular de París se ha convertido en un objetivo estratégico para el Gobierno conservador francés

La noticia se propagó como un reguero de pólvora el domingo por las radios y las televisiones francesas. Un furgón de Policía había sido atacado en una banlieue (barriada) conflictiva de la región de París , nada más y nada menos que con un «arma de guerra» .

Poco importó que el «arma de guerra» no fuera más que una metralleta o un AK-47. Nada que ver con el bazooka que a punto estuvo de cargarse a un comisario en Beziers en 2001. Tampoco importó nada que no hubiera ni un solo herido.

Menos peso tuvo aún que el caso tuviera que ver con una banal historia de peleas entre traficantes y no con ninguna «violencia urbana», eufemismo con el que se refieren aquí las autoridades a las frecuentes insurrecciones republicanas de los jóvenes frente a los excesos de la Policía.

Después de este bulo mediático lanzado por el director del Departamento de Seguridad, Jean-François Herdhuin, la ministra de Interior, Michèle Alliot-Marie, remachó: «hay una degradación en las ciudades dormitorio: amenazas, agresiones que impiden que la gente viva normalmente», dijo, y prometió cárcel para «quienes pudren la vida en esos barrios».

Generalizaciones así reflejan el combate político brutal que tiene lugar hoy en La Courneuve y su barrio más populoso, la Cité des 4.000, al norte de París, al que Nicolas Sarkozy ha convertido en test. Un barrio que se ha convertido en un objetivo estratégico de la derecha desde que, en 2005, Sarkozy prometiera que iba a «limpiar a fondo» la barriada.

Su alcalde, el comunista Gilles Poux, acaba de presentar una denuncia contra el Estado ante la Alta Autoridad de Lucha contra las Discriminaciones, por «discriminación» contra los ciudadanos de la Cité des 4000. Y es que los habitantes de esta simpática periferia obrera siguen siendo discriminados en el empleo y en el trato que reciben de la Policía.

La Cité des 4000 de hoy nada tiene que ver con la sucia y maltratada ciudad dormitorio que era a primeros de los 2000. Aunque quedan algunos inmuebles degradados, un tranvía pasa ahora por ella. Las hermosas aceras anchas y agradables rodean el inmenso conjunto de 4.000 viviendas sociales. El edificio que acogerá los Archivos diplomáticos del Quai dOrsay está a punto de ser inaugurado. Una escuela y un centro deportivo flamantes equipan el barrio.

El año cero de la revuelta

«Todo esto lo están renovando a toda pastilla desde 2006», dice Maïssa, de 17 años, vestida con el pantalón de jogging que, en estos barrios, es el uniforme de las chicas para evitar que, en primavera, uno de sus numerosos amigos les levante la falda.

Chasquea la lengua y, después de mirar con extrañeza la bicicleta de su interlocutor, retoma provocadora: «2006. Si usted es periodista como dice, esa fecha debería decirle algo. 2006 eso quiere decir 2005+1…».

2006. La muchacha se aleja atraída por los gritos de la tradición rapera «ho-po-pop» y «yo- yo-yo…» de sus amigos, poco interesados por la prensa ni la televisión.

2005 fue el año cero de la banlieue francesa. La insurrección generalizada de las barriadas obligó al Gobierno a tomarse en serio el asunto del apartheid urbano y empezar a renovar estos barrios a marchas forzadas.

El problema ahora es que su valor ha aumentado y, según datos de la asociación Derecho a la Vivienda, se están destruyendo bloques enteros de vivienda social para sustituirlas por pisos de estatus más elevado. Así, se está expulsando a familias enteras hacia barrios más alejados de París.

Lo que no cambia es la actitud de la Policía. Este corresponsal lo comprobó al cruzarse con cuatro de los 300 agentes con metralletas desplegados este fin de semana en la Cité.

Un policía rubicundo bajó del coche con cara cansada y pelo engominado. «¿Qué coño haces ahí? ¡Lárgate a toda hostia!». No estuvo lejos del célebre «Lárgate gilipollas» de su jefe, Nicolas Sarkozy, en 2008.

Le comento el incidente a Djamel, padre de familia que trabaja de noche. «¡Ah, si yo te contara! Mírame, voy al trabajo», dice. «Pero los que hacen la tele, o la Policía, siempre que me ven a esta hora, me miran y piensan que soy un vago. Eso se llama discriminación», asegura.

www.sanchopanza.net

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.