La sumatoria de insatisfacciones que coexisten con conquistas parciales pero reconocibles en los países latinoamericanos del giro progresista parece ir incrementándose conforme avanzan las experiencias históricas nacionales, cada una de las cuales resulta singular, produciendo un conjunto heterogéneo. No debería sorprender que los escepticismos provengan mayoritariamente de alas izquierdas de los movimientos o partidos responsables […]
La sumatoria de insatisfacciones que coexisten con conquistas parciales pero reconocibles en los países latinoamericanos del giro progresista parece ir incrementándose conforme avanzan las experiencias históricas nacionales, cada una de las cuales resulta singular, produciendo un conjunto heterogéneo. No debería sorprender que los escepticismos provengan mayoritariamente de alas izquierdas de los movimientos o partidos responsables de tal viraje progresista. No son las únicas -aunque sí las que cargan con el potencial para resolver los motivos de algunos de sus disgustos- ya que el propio carácter «progresista» ha repelido en alguna medida, según los casos, a las que llamaría «izquierdas orgánicas» u «ortodoxias revolucionarias». Aquellas para las que sólo su propio programa (por lo demás omnicomprensivo y autosuficiente, aunque siempre telegráfico) y sus formas organizativas (recurrentemente el fetiche del partido-secta) colmarían los anhelos y la realización práctica de la emancipación social. Cuando la vertiente ideológica principal en la que abrevan es el trotskismo, sobresale el argumento subjetivista de la «traición», el que pasa a incorporarse como ornamento central de sus sacristías de las que salen posteriormente hacia el altar, ataviados de imaginaria pureza a celebrar ritos, mucho más intimistas y catárticos que evangelizadores.
Aún en la disparidad de experiencias nacionales y sujetos políticos involucrados (incluyendo a las «ortodoxias revolucionarias») es posible encontrar dos denominadores comunes en las críticas. Por un lado la de una mayor radicalidad en las transformaciones estructurales, casi excluyentemente asociadas a la esfera económico-social y por otro, paradójicamente, el carácter conservador o silente, en la esfera política. Si tomáramos por ejemplo expresiones y textos públicos de diversos dirigentes e intelectuales del Frente Amplio uruguayo (FA) en la última semana, encontraremos síntomas dispersos y divergentes, aunque desordenadamente reveladores, de algunos de los malestares que señalo.
Por ejemplo, el analista uruguayo Eduardo Gudynas, en un artículo del excelente portal ecuatoriano alainet.org, expone la creciente divergencia entre izquierdas y progresismos en cuanto a políticas de integración. Aquella búsqueda originaria de independencia frente a la globalización y las regulaciones institucionales como las de la OMC, las considera hoy aquietadas en la práctica de la que deduce una declinación de las izquierdas y la necesidad de su reforzamiento. Lo que queda velado es el «cómo» para superarlo.
Una columna de opinión de Gabriel Delacoste en el periódico «La Diaria» señala críticamente, no sin cierta resignación, la persistencia del liderazgo de los tres referentes más importantes del FA, Vázquez, Mujica y Astori y la postergación resultante de la necesaria renovación generacional y de realineamientos sectoriales, una vez que a estos líderes históricos les avancen aún más las agujas del reloj. Pero la solución parecería ser en este caso la paciencia.
En el semanario «Voces», un artículo de Juan Grompone pasa revista a una gran variedad de disidencias respecto a acciones o medidas del gobierno frentista reivindicando la disidencia como motor. Hasta el propio presidente Mujica sostuvo en una reunión de la CEPAL que estamos ante un peligroso descreimiento de las masas en la política, además de otras críticas interesantes sobre la situación mundial y la anarquía política y económica, aunque sin sugerir siquiera, luego de ellas, iniciativas concretas de reversión. Este diario publicó los resultados estadísticos confirmatorios del vergonzoso reinado patriarcal en la política mundial y en la uruguaya en particular donde la presencia femenina en el parlamento y el ejecutivo no superan el 14%. Antes Ugo Codevilla planteó la imposibilidad de una alternativa reformista, o de un «capitalismo bueno», ya que inevitablemente deriva en su versión salvaje, criticando a la vez a la «nueva izquierda» por soslayar este aspecto y enfatizar luchas democráticas o de derechos al interior del modo de producción.
En el semanario Brecha, la precandidata presidencial Constanza Moreira, refiriéndose a la polémica educativa, señala por ejemplo la exclusión de los estudiantes (particularmente secundarios) en la resolución de los problemas que los afectan.
En muchos casos, la crítica se resume en el pragmatismo o la realpolitik que se presenta además como intencional en los líderes, sin que las medidas de reversión se expliciten, más allá de la voluntad. Personalmente no creo que se pueda dejar de ser pragmático si se pretende transformar la realidad. La mayor o menor radicalidad de los cambios dependerá mucho más de la correlación de fuerzas de las que se parta y de cómo se logre acumular en dirección a ellos y de la creatividad y lucidez para concebirlos y ejecutarlos, previo a todo lo cual es indispensable pergeñarlos con precisión.
Este listado de problemas extraídos de la prensa no es exhaustivo. Sólo pretende ser inductivamente ejemplificativo, para poder formularme seguidamente algunas hipótesis que no serán muy novedosas para aquellos lectores más fieles, ya que algunas fueron señaladas de manera dispersa en artículos pasados, mientras en este serán puntualizadas de corrido, aunque su fundamentación probablemente deberá esperar trabajos futuros. El grado de problematicidad práctica será muy desigual según los países, experiencias históricas y sujetos sociales y políticos involucrados, pero no por ello excluiría ejemplo alguno de estas conjeturas que tampoco resultarán lo suficientemente exhaustivas.
1) La emancipación social reconoce una gran variedad de indicadores que no se reducen a la economía, aunque en modo alguno la excluyen. Prefiero concebirla como una progresiva conquista de condiciones materiales y concretas de vida que van desde las más diversas libertades y derechos, las capacidades de goces, la liberación de prejuicios e ignorancias entre muchas otras, que no requieren necesariamente para su obtención paulatina, de la espera de una revolución de las relaciones de propiedad y producción, aunque sea el propósito último. No concibo revolucionario que no sea a la vez reformista.
2) La sucesión o secuencia de la revolución social hacia la posterior y eventual revolución política es absolutamente mítica y subsidiaria de la nefasta y simplista reducción del concepto de base y superestructura en que la manualesca soviética pretendió convertir al complejo pensamiento marxista. Revolucionar el Estado burgués es, además de factible, un potencial facilitador o acelerador de las posibilidades de revolución social.
3) Los progresismos e izquierdas latinoamericanas son diferentes de las actuales socialdemocracias y socialcristianismos europeos o del genéricamente llamado social-liberalismo, quienes están totalmente integrados y asimilados no sólo a la plena vigencia y conservación de la acumulación de capital, sino además a la democracia liberal-fiduciaria, que ratifica y profundiza la pasividad ciudadana a la que apelan con técnicas electorales de seducción de imagen, como cualquier partido burgués.
4) Están sometidos, sin embargo, a procesos degenerativos y corruptores que a diferencia de los europeos anteriormente citados no son totalmente irreversibles, particularmente si se toma conciencia de ellos y se atacan no sólo los aspectos programáticos y de gestión, sino también de organización en todos los niveles, desde el estado, las organizaciones civiles y las partidarias.
5) La variedad de riesgos a los que están sometidos internamente es sumamente amplia. Van desde la burocratización a la corrupción, del caudillismo y paternalismo personalista a la separación entre dirigentes y dirigidos. Desde el patriarcalismo a la eternización en los cargos directivos y de representación. Desde la constitución de oligarquías partidarias a la desmovilización y la ausencia de participación de los afectados en las decisiones que los afectan. Desde la vinculación de intereses personales, materiales y simbólicos de los dirigentes con los intereses colectivos hasta la concentración del mensaje, entre otros.
6) Los peligros aludidos en la hipótesis precedente, no sólo amenazan a los «progresismos» o «reformismos» o exclusivamente a los partidos o movimientos que hayan conquistado el poder político, sino en diversa proporción a todo el arco político. Las izquierdas que se autoconciban indemnes, estarán más expuestas aún a ser presas de las deformaciones escuetamente enunciadas.
Confrontar estos riesgos y tendencias requiere mucho más que cambios en la cultura política o predisposición y voluntad de los actores participantes: necesita nuevos dispositivos de poder colectivo. Un nuevo corpus normativo que involucre desde las constituciones nacionales hasta los estatutos de los organismos estatales, partidos, sindicatos, organizaciones civiles y cualquier instancia en la que se concentre el poder. Requiere, en suma, contratendencias o contrapesos mediante una batería de institutos precisos.
Aunque disguste al presidente Mujica, habrá que experimentar para ello, sin partir desde la nada, sino del estado burgués, tan poco estimulante para el protagonismo, salvo el de aquellos que lo gestionan.
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