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Suecia y la «democracia postabolicionista».

Fuentes: Rebelión

El partido neofascista «suecodemócrata» (SD) es a pesar de su retórica populista, en última instancia, un partido procapitalista. Por eso tiene derecho a gritar «¡plagio!» al leer un reporte del partido Moderado (derecha, en el gobierno) que demanda una mayor criminalización de los inmigrantes y solicitantes de asilo. El que uno de los firmantes de […]

El partido neofascista «suecodemócrata» (SD) es a pesar de su retórica populista, en última instancia, un partido procapitalista. Por eso tiene derecho a gritar «¡plagio!» al leer un reporte del partido Moderado (derecha, en el gobierno) que demanda una mayor criminalización de los inmigrantes y solicitantes de asilo. El que uno de los firmantes de las propuestas del partido Moderado sea el ministro de migración Tobias Billström debería hacernos reflexionar a todos y todas sobre el estado actual del país.

La movida política de los moderados, que fué publicada por el Dagens Nyheter el 17 de febrero tiene – casi – de todo como en botica: retiro de la ciudadanía, reglas más estrictas para la expulsión de extranjeros que cometan delitos o se les haya denegado la solicitud de asilo, eliminación del derecho de los refugiados a escoger el lugar de residencia, obligación de saber el idioma, «contratos iniciales» para los recién llegados al país que les impone obligaciones adicionales a las del resto de los habitantes, exigencia de tener un trabajo en una sociedad con desempleo estructural, etcétera. Todas las propuestas de los moderados tienen por objetivo la criminalización y la cercenación de los derechos, tanto de los refugiados como de los inmigrantes en general.

Antirracistas como W. E. B. Dubois y Angela Y. Davis nos recuerdan que la criminalización de los negros en los EE.UU. fué una de las estrategias seguidas para mantener la institución de la esclavitud luego de su formal «abolición». La misma estragegia tiene lugar en la Europa y en la Suecia de hoy en día. En las democracias postabolicionistas todos tenemos, formalmente, los mismos derechos. Sin embargo, una serie de disposiciones hacen que esos derechos no valgan lo mismo para distintos grupos humanos. En estas democracias, la cárcel se convierte en el sustituto de la plantación.

Los centros de detención y los de retención de inmigrantes son cárceles, los suburbios y los lugares en los que el estado pretende obligar a vivir a los solicitantes de asilo también son cárceles. Las democracias postabolicionistas meten a la gente en la gran cárcel que significa el tener menos derechos que el resto de la sociedad. Esta clase de democracia implica que ciertos grupos aceptan restricciones cada vez mayores de los derechos ciudadanos a sabiendas de que esas restricciones, en primer lugar no les tocan a ellos mismos, sino a «los otros».

Aquellos para los que no valen los derechos plenos se convierten en clientes de un enorme complejo carcelario-industrial que va desde la cárcel de alta seguridad de Kumla hasta el centro de retención de sin papeles en Kållered, desde los hogares de internamiento para jóvenes con problemas en todo el país hasta cada escuela de los suburbios, desde sueldos al negro hasta trabajos sin sindicatos, desde las cámaras de vigilancia de los centros comerciales hasta la xenofobia de los antimotines. Los solicitantes de asilo que son expulsados del país son vigilados por las filiales de la empresa sueca de seguridad Securitas en países como Irak, Perú o Colombia.

Todo esto pasa a pesar de que la inmigración hacia Suecia y hacia Europa es el fenómeno social que ha respondido por lo poco de crecimiento capitalista que ha habido en la región en las últimas décadas. Las democracias postabolicionistas de occidente viven en gran medida de la explotación de la fuerza de trabajo migrante, como lo muestran los informes de la OECD a través de los años. En la propuesta de los Moderados, los extranjeros sólo son bienvenidos en su condición de fuerza de trabajo desprovista de derechos. Nadie ilustra mejor este hecho que el primer ministro moderado Fredrik Reinfeldt, con su ama de casa yugoslava a la que pagaba un sueldo de 3,25 euros la hora.

Los moderados y los suecodemócratas comparte la misma ideología de racismo cultural. En el programa del partido suecodemócrata se puede leer: «Es cierto que las fronteras entre las culturas pueden ser a veces definidas y a veces borrosas, pero aún en este caso es válido aquello que es válido para el ser humano: somos más o menos iguales». El pronunciamiento del partido Moderado publicado por Dagens Nyheter dice: «Para Suecia (…) la inmigración a menudo implica el encuentro con una cultura tradicional muy distinta a la nuestra. Pero hasta en Suecia hay valores colectivos claramente definidos». Esta es la «ley sueca» que tanto moderados como suecodemócratas quieren que rija en el país.

Los moderados, a pesar de su retórica «liberal» son, en última instancia, un partido fascista. La fundación ideológica del partido Moderado lleva el nombre de su ex-presidente Jarl Hjalmarson, que en sus días de miembro de la Unión Nacional Juvenil Sueca, en los inicios del siglo XX, y desde la redacción y del periódico La Nueva Suecia, escribía que el pensamiento conservador (derechista) debería «desgastar la ideología democrática y reemplazarla por sus propios conceptos positivos». El mentor de Hjalmarsson, Adrían Molin, se ufanaba en 1934 de haber diseñado en su juventud el primer programa «nazi o fascista», nada más ni nada menos que «15 años antes que Hitler y Mussolini». En tiempos de crisis y en tiempos de conquista, prestando las palabras de Marx, el capital se presenta «chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies».

La movida política de los Moderados es, más que un intento de quitarle votos a los suecodemócratas, un intento de encubrir su propia bancarrota ideológica y apostar al colapso moral final de la sociedad o, con otras palabras, de escribir con letras claras un contrato racial basado en la discriminación y la criminalización de los grupos no-arios de la sociedad. La gran falla de ese contrato es que, en tiempos de una crisis estructural del capitalismo como la actual, no tiene ningún futuro que ofrecer, ni siquiera a amplios sectores que creen en su mensaje. El gran reto para los socialistas es el de poner al desnudo el discurso de la derecha y al mismo tiempo establecer aliazas para crear un movimiento lo suficientemente amplio y poderoso como para hacerle frente a la barbarie.