
Ha arrancado una nueva Cumbre del Clima, y ya son 27. ¿Optimismo? ¿Una nueva oportunidad para alcanzar compromisos que nos pongan en buena dirección para hacer frente al cambio climático? O, ¿desazón absoluta? ¿Tiramos la toalla del todo? Más bien, la exigencia de presionar para que este espacio sea un marco donde —al menos— poder garantizar derechos humanos, justicia climática y un mínimo de acción y compromiso.