Traducción para Rebelión por María Enguix
El conflicto en Tailandia no es un juego de simples filiaciones políticas: es una lucha de clases creciente entre los pobres y las viejas élites del país
Quienes hayan visto la violencia de esta semana en las calles de Bangkok, seguramente pensarán que el caos actual es sólo cosa de camisas de colores diferentes y de partidarios de diferentes partidos políticos, apenas distinguibles entre sí. No es el caso.
Lo que llevamos viendo en Tailandia desde finales de 2005 es una lucha de clases creciente entre los pobres y las viejas élites. Desde luego no es una lucha de clases en sentido estricto. Como en el pasado hubo un vacío en la izquierda, los políticos millonarios y populistas como Thaksin Shinawatra han logrado liderar a los pobres.
Los pobres, urbanos y rurales, que forman la mayoría del electorado, son los «camisas rojas». Exigen su derecho a tener un gobierno elegido democráticamente. Comenzaron como partidarios pasivos del gobierno de Thaksin, el Thai Rak Thai, pero luego formaron un nuevo movimiento ciudadano llamado Democracia Real.
Para ellos, la democracia real significa el final de la dictadura de la junta militar y palaciega, aceptada desde hace tiempo calladamente y que ha permitido a los generales, los consejeros áulicos del consejo privado y las élites conservadoras actuar al margen de la Constitución. Desde 2006, estas élites han atentado descaradamente contra los resultados electorales gracias a un golpe militar, el uso de los tribunales para disolver el partido de Thaksin en dos ocasiones y el respaldo a la violencia callejera de los «camisas amarillas» monárquicos.
El partido Demócrata actual está en el gobierno gracias al ejército. Muchos miembros del movimiento de los camisas rojas apoyan a Thaksin, y por buenas razones: su gobierno despuntó por varias políticas modernas en beneficio de los pobres, como la creación del primer sistema sanitario universal de Tailandia.
No obstante, los «camisas rojas» no son simples títeres de Thaksin; están organizados en grupos comunitarios y muchos de ellos muestran su frustración por la falta de liderazgo progresista de Thaksin, en particular por su insistencia en la «lealtad» a la corona.
El movimiento republicano está creciendo. Muchos izquierdistas tailandeses, como es mi caso, no apoyan a Thaksin. Denunciamos sus violaciones de los derechos humanos, pero estamos con el movimiento ciudadano por la democracia real.
Los «camisas amarillas» son conservadores monárquicos, algunos con tendencias fascistas. Sus guardias llevan y usan armas de fuego. Apoyaron el golpe de Estado de 2006, destrozaron el palacio del gobierno y bloquearon los aeropuertos internacionales el año pasado. Estaban respaldados por el ejército. Por eso los soldados nunca disparan contra ellos. Por eso el primer ministro tailandés actual educado en Oxford nunca ha hecho nada por castigarlos. A fin de cuentas, nombró a algunos de ellos ministros de Estado.
Los «camisas amarillas» pretenden menoscabar el derecho de voto del electorado para proteger a las élites conservadoras y los «viejos y malos usos» para gobernar Tailandia. Proponen un «nuevo orden» dictatorial, que permita al pueblo votar, pero no que parlamentarios y cargos públicos se presenten en su mayoría a las elecciones. Reciben el apoyo de los medios de comunicación tailandeses convencionales, de la mayor parte de los profesores de clase media e incluso de dirigentes de oenegés.
Para comprender y juzgar los violentos sucesos que sacuden Tailandia, es preciso tener un conocimiento y una perspectiva de la historia del país. La perspectiva es necesaria para poder distinguir entre atentar contra la propiedad y herir o matar a la gente.
El conocimiento histórico ayuda a explicar por qué los ciudadanos conocidos como «camisas rojas» expresan ahora su furia. Han tenido que soportar el azote militar, la privación reiterada de sus derechos democráticos, continuos actos de violencia e insultos por parte de los medios de comunicación convencionales
Es mucho lo que está en juego. Todo compromiso está expuesto a la inestabilidad. Las viejas élites quizá piensen negociar con Thaksin para impedir que los camisas rojas se vuelvan completamente republicanos. Pero, pase lo que pase, la sociedad tailandesa no puede volver a los tiempos pasados. Los «camisas rojas» representan a millones de tailandeses hastiados de las intervenciones militares y monárquicas en la vida política. Como mínimo desearán una monarquía constitucional no política.
Giles Ji Ungpakorn es profesor y escritor tailandés que viajó en febrero al Reino Unido tras ser acusado de lesa majestad en virtud del código penal, que prohíbe este tipo de críticas.
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Fuente: http://www.guardian.co.uk/