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Trinidad-Tobago: ¿fin de las «cumbres»?

Fuentes: La Jornada

  El día en que los astronautas Neil Armstrong y Edwin Aldrin caminaron sobre la superficie lunar recibieron 73 mensajes enviados por distintas personalidades del mundo. Eric Williams (1911-81) escribió: La mayor y más cara esperanza para la humanidad es no perder el mundo mientras ganamos la luna (21 de julio de 1969). Williams era […]

 

El día en que los astronautas Neil Armstrong y Edwin Aldrin caminaron sobre la superficie lunar recibieron 73 mensajes enviados por distintas personalidades del mundo. Eric Williams (1911-81) escribió: La mayor y más cara esperanza para la humanidad es no perder el mundo mientras ganamos la luna (21 de julio de 1969).

Williams era el primer ministro de Trinidad-Tobago, líder de la independencia nacional (1962) y autor de Capitalismo y esclavitud (1944), estudio pionero acerca de un tema que la modernidad occidental subestima, sistemáticamente: el papel jugado por Gran Bretaña y Europa en la esclavitud y la trata de esclavos negros en el Caribe, motores de la revolución industrial.

Capitalismo y esclavitud. En vísperas de la cumbre de presidentes en Trinidad-Tobago, no estaría mal que los anfitriones distribuyesen el libro de Williams entre los invitados. Difícil: la versión en inglés y la única en español están agotadas (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975).

Aunque pensándolo bien, no es descabellada la posición de Washington en estos aquelarres quinquenales que le permiten auscultar el nivel de zalamería y de servilismo político sin más de los gobiernos latinoamericanos. Es claro que soplan nuevos vientos. Pero si Cuba estuviese allí, el imperio se vería obligado a oír que, para nuestros pueblos, la esclavitud es inherente al capitalismo.

Enajenadas con el fin de la historia, el libre comercio, la globalización y otros cuentos, las cumbres tuvieron su génesis a finales del decenio de 1980, con el llamado Consenso de Washington y el clímax neoliberal de las democracias viables dependientes del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

La primera reunión tuvo lugar en Miami, capital de la corrupción, el terrorismo y el crimen organizado (1994). Entonces, el presidente William Clinton impulsó el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Y la segunda, sesionó en un país de políticos agradecidos con Pinochet y adalides de la democracia moderna que forjó la sociedad más desigual del continente (Santiago, 1998).

El triunfalismo del gran capital empezó a cambiar de semblante en el lustro final del siglo pasado, cuando un par de acontecimientos rayaron la cancha de las tiranías financieras, cimbrando el escenario internacional: la irrupción del zapatismo insurgente el día en que México ingresó al Tratado de Libre Comercio por la puerta de la cocina (Chiapas, 1994) y el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela (1998).

El criollaje blanquito y maquillado de blanco lanzó gritos de histeria: ¡ahí vienen los indios!, ¡ahí el populismo radical! Reacios a entender la realidad, los ingenieros del consenso persistieron en su autismo social. Y en tanto, pobladas enardecidas daban cuenta de un florido ramillete de gobernantes entreguistas, serviles y corruptos.

Los tecnócratas se sacaron de la manga desafíos que debían sonar bien a fin de que los negocios marchasen mejor: preservación y fortalecimiento de la democracia, justicia y derechos humanos, erradicación de la pobreza y la discriminación, desarrollo incluyente y sostenible, igualdad de género, seguridad, crecimiento con equidad, trabajo decente para entender la pobreza, alianza para la educación… ¡que no imaginaron!

Y en comedida sintonía con la época impulsaron cumbres de los pueblos indígenas «… para abordar los desafíos políticos desde su propia perspectiva» (sic). La Organización de Estados Americanos (OEA), el Departamento de Estado y Felipe González (oidor del rey de todas las Españas) quedaron a cargo de las nuevas encomiendas.

En la cumbre de Quebec (2001), los sabios pusieron las barbas en remojo. Washington les dictó un brulote llamado Carta democrática, que sirvió a la OEA para alentar la aventura golpista contra el gobierno de Chávez (2002), y luego justificar el derrocamiento de Jean Bertrand Aristide, presidente constitucional de Haití (2004).

Toda cumbre tiene algo de desmesura. En la de Monterrey, dado su carácter de extraordinaria (2002), México invitó a Cuba. Pero un canciller diseñado a medida, so pretexto del inminente arribo de George W. Bush, consiguió que el presidente Vicente Fox aconsejase a Fidel Castro, vía telefónica: comes y te vas. Finalmente, en Mar del Plata (2005), las cumbres recibieron el tiro de gracia: no al ALCA.

El único punto real, existente y soterrado de las cumbres (en favor, neutral o en contra) ha sido el bloqueo criminal de Cuba, país que desde 1959 defiende su soberanía, junto con la dignidad y capacidad de vergüenza de los pueblos americanos. Incluyendo, naturalmente, las del propio pueblo de Estados Unidos.