19 de julio de 1979. Luego de una corta ofensiva final desatada en mayo – y de una década de guerra de guerrillas- el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrota a la dictadura de la familia Somoza atornillada en el poder desde hacía casi medio siglo. Habían pasado 20 años desde la anterior victoria guerrillera del 1ro de julio de 1959 en Cuba. América Latina, atormentada por dictaduras y represión, despertaba a un nuevo sueño de la revolución posible
CONTINENTE MALTRATADO
Corrían años trágicos en Latinoamérica. Golpes y régimenes militares en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia… Dictaduras familiares genocidas en Paraguay, Nicaragua, Haití…
La doctrina de la Seguridad Nacional, concebida en Washington e implementada a la criolla, se imponía en buena parte de la geografía continental, con varios objetivos. Entre ellos, frenar el auge del movimiento social de fines de los sesenta ; » castigar » a gobiernos y procesos populares, como los protagonizados por Salvador Allende (1970-1973) en Chile o Héctor Cámpora en Argentina (1973) y, sobre todo, asentar las bases de la aplicación de la variante neo-liberal como modelo económico hegemónico.
Adicionalmente, buscaba descabezar las organizaciones político-militares que a fines de los sesenta y comienzos de los años setenta vivían un auge sin precedentes en la historia latinoamericana. Tupamaros en Uruguay; Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo en Argentina; el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile;el MLN boliviano ; FARC y ELN en Colombia…por citar sólo algunos nombres.
LA VALIDEZ DEL METODO
En el marco de un continente complejo y reprimido, la victoria sandinista de julio del 79 vino acompañada de simbologías y mensajes políticos significativos.
En primer lugar, comprobaba la validez y viabilidad de la lucha armada, como medio posible para aspirar al poder en circunstancias donde los espacios democráticos eran estrangulados o inexistentes.
Ratificaba, además, la corrección de una política amplia de frente nacional a dos niveles diferentes. En lo interno, el FSLN, en tanto organización polifacética -más que partido leninista- integraba en su seno tres tendencias discímiles que iban de la guerra prolongada rural a la visión insurreccional urbana, pasando por el sector obrerista-proletario. Las tres se unificaron finalmente pocos meses antes de la victoria de julio del 79, luego de un primer intento de insurrección fallida.
En lo externo, el sandinismo apostó a fortalecer una coalición nacional, pluriclasista, con el objetivo de aislar a la dictadura somocista. Todos, menos Anastasio Somoza y su círculo más cercano, fueron llamados a participar en esta alianza. El primer Gobierno de Reconstrucción nacido de la victoria de julio así lo expresaba. Aunque con hegemonía sandinista incluía también a Violeta de Chamorro – quien luego, en el 90, vencería al FSLN en las elecciones- y a Alfonso Robelo, representante del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), es decir, la burguesía antisomocista.
UN PROGRAMA POTABLE Y TENTADOR
Si lucha armada y frente nacional definían la génesis del sandinismo en el poder, la originalidad de sus postulados políticos terminaron de hacer de la revolución un » modelo referencial » potencial para el resto de países del continente (y del denominado Tercer Mundo).
EL FSLN apostó a cuatro enunciados básicos. El pluralismo político y sindical (en 1984 se convocaron a las primeras elecciones generales luego del triunfo insurreccional). La economía mixta que integró la coexistencia de la propiedad privada con la estatal sin excluir la combinación de ambas. El no-alineamiento internacional, fortaleciendo el movimiento de los No-Alineados. Y la activa participación popular directa, incluyendo a los cristianos socialmente comprometidos que habían jugado un papel muy activo en la lucha por la liberación.
Sin definiciones » socialistas «, aunque con conceptos socializantes, este modelo de gestión revolucionaria atrajo significativamente la atención de los más diversos protagonistas latinoamericanos. Desde los gobiernos » democráticos » en ese momento existentes -México, Perú, Panamá, Venezuela etc-; hasta los grupos restantes de las guerrillas sudamericanas en dispersión que se autoconvocaron solidariamente en Nicaragua.
La estrategia norteamericana de su doctrina reactualizada del Gran Garrote se vio, entonces, seriamente confrontada por los principios simples, didácticos, originales y novedosos del sandinismo. Que amenazaban convertirse en una tentación real para un continente harto de intervenciones y dictados de Washington.
Fue, sin duda, esa originalidad programática la que más preocupó a la administración norteamericana -con Ronald Reagan a la cabeza- . Y lo que motivó a partir de 1983 la guerra contrarrevolucionaria que, a la postre, con sus secuelas de 17 mil millones de dólares en pérdidas – el costo de 50 años de exportaciones Nicaragua en ese momento- y más de 50 mil víctimas, desgastó al sandinismo y lo condujo a la derrota electoral once años después del triunfo.
UNA DERROTA DE TODOS
Las derrota electoral puso a prueba, una vez más, al Frente Sandinista.
La originalidad de la experiencia nicaragüense llevó a que esta segunda revolución armada triunfante del continente perdiera el poder a través de comicios democráticos que ella misma había instaurado.
Y que respetó a rajatablas , aunque con dolor, devolviendo el poder.
Pagó en las urnas un doble precio. El costo de la presión producto de la guerra militar norteamericana. El pueblo votó » con una pistola en la cabeza», como bien se dijo en ese momento. Votar por el sandinismo hubiera representado la continuidad de una guerra que ya nadie soportaba.
El precio de los propios errores en la gestión del nuevo poder. Estos, de muy diverso tipo, fueron desde lo conceptual hasta lo práctico. Uno esencial: el tipo de reforma agraria impuesta en un primer momento de arriba hacia abajo sin tener en cuenta la idiosincracia del campesinado nicaragüense y sus expectativas en torno a la revolución y el sandinismo. Otro error posterior, no menos trascendente: el abuso de los bienes del Estado (la *piñata*) en la transición después de la derrota.
A pesar de todo, para el resto del continente, para los movimientos sociales y las organizaciones populares, sandinismo rima todavía hoy con cambio, con patriotismo y entrega, con soberanía nacional y guerra desigual entre David y Goliat. Concuerda con ideales y utopía, con resistencia y consignas elocuentes: » el amanecer dejó de ser una tentación «; » entre cristianismo y revolución no hay contradicción «; » la solidaridad es la ternura entre los pueblos «… Una experiencia única, la » Nicaragua tan violentamente dulce» de la que hablaba Julio Cortázar.