«… allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados, son iguales…» Jorge Manrique La llegada de Pepe Mujica a la presidencia de la República tiene hoy gran impacto sobre la izquierda combativa uruguaya, y hay diversas actitudes. En estos días hemos leído varios materiales. Pero es en particular en el núcleo […]
«… allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados, son iguales…»
La llegada de Pepe Mujica a la presidencia de la República tiene hoy gran impacto sobre la izquierda combativa uruguaya, y hay diversas actitudes. En estos días hemos leído varios materiales. Pero es en particular en el núcleo de los viejos tupas que rechazan ese camino de colaboración de clases donde podemos notar que se habla desde el dolor de la traición.
UNA VENTA DE GARAJE
Desde muchas vertientes se señala que Mujica ha abandonado los ideales revolucionarios y está hoy al servicio de las clases dominantes. Todo esto nos hace acordar a lo que dijo una vez un protagonista de novelas policiales inglesas, el Dr. Fell: es como demostrar que hay alguien tratando de vender cerveza, basados en el hecho de que hay grandes anuncios de cerveza en todas las calles. Si insiste en fomentar el capitalismo, si anda a los abrazos con los capitalistas, si el programa que levanta es capitalista, pues pro-capitalista ha de ser.
Y cómo entender entonces el pasado guerrillero y revolucionario de Mujica y su presente de cabeza visible de un proyecto pro-capitalista de colaboración de clases y de contención y control del disenso social. Podemos decir que son cosas diferentes, y poco habremos avanzado con eso más allá de leer los anuncios de la cerveza. Pero como decía otro personaje de novela (esta vez de Sábato), el verdadero descubrimiento es el que explica al mismo tiempo la manzana que cae y la Luna que no cae.
La primera referencia es la traición: Mujica traicionó la causa revolucionaria. Esto es solo constatar un hecho pero no dar una explicación. Es bastante obvio también que el proyecto tupamaro en sí mismo fracasó. ¿Qué vinculación hay entre una cosa y la otra? ¿El proyecto fracasó porque fue traicionado, o fue traicionado porque fracasó?
Para algunos «politólogos» que se han ocupado del tema porque hoy hay algún mercado para eso, no hay nada que explicar. Donde hubo fuego hubo fuego y ya no hay más, porque cualquier proyecto revolucionario está destinado a fracasar. Es la explicación de la «ciencia normal» del paradigma burgués. Solo hay que constatar el hecho, y hasta sería políticamente incorrecto tratar de explicarlo porque estaríamos relativizando la idea de que ese viraje es algo «natural». Si en cambio suponemos que hay un proyecto revolucionario históricamente necesario y aún por realizar, tendremos que explicar debidamente este proceso de reconversión. Las ideas tan comunes y repetidas acerca del poder de cooptación del sistema, etc, son importantes, pero nos dejan un serio problema pendiente. Porque si es solamente eso y con eso alcanza, estaríamos demostrando que la revolución socialista es imposible. Si siempre nos van a cooptar los dirigentes, si siempre nos van a cagar, lo sensato sería renunciar a ser revolucionarios.
Y a su vez, explicar la historia por los actos individuales de traición o de falta de firmeza de principios, las «debilidades humanas» o el carácter, significa lisa y llanamente renunciar a un pensamiento histórico-social. La historia sería una suma casual de opciones éticas individuales.
El huevo es anterior a la gallina, de eso no hay dudas. El planteamiento paradójico de ese estilo es un falso planteo, una coartada muy tonta para evadir un problema. El ciclo de huevos y gallinas es un fenómeno natural que existe y por ende no tiene ningún misterio metafísico, su circularidad se explica por la evolución de las especies. Aristóteles no lo sabía pero nosotros sí: los animales ovíparos son muy anteriores a las aves, el huevo precede a la gallina en varios millones de años.
De la misma forma, la traición de Mujica, Huidobro, etc. es HIJA y no MADRE del fracaso del proyecto tupamaro. Este hecho es tan evidente como el anterior.
Por supuesto, el fracaso no explica todo el fenómeno de la reconversión, abre la puerta pero no hace que cada individuo la traspase. De la misma forma en que todos somos hijos de dos padres, también la vileza moral de los protagonistas ha engendrado cada traición individual. El hecho de que ese sea el camino tomado por la enorme mayoría de las «grandes figuras» actuales del movimiento tupamaro ya es otra cosa, pero habla más bien de los mecanismos de selección de esos dirigentes y NO LLEVA a la conclusión de que los tupamaros hayan sido casi todos unos canallas, porque a nivel de la militancia de base las relaciones numéricas entre una opción y otra se invierten completamente, incluyendo allí algunos casos de quienes fueron en otro momento dirigentes de ese movimiento pero a determinada altura debieron dejar de serlo. Lo que sí queda claro es que ha sido la organización política como tal (que es la que selecciona de una forma u otra sus dirigentes y los cambia o los confirma) la que optó por reconvertirse a partir del fracaso del proyecto revolucionario.
Primero ocurre ese fracaso, que debe a su vez ser explicado, pero eso es otro tema. Ante el fracaso, la conducción del movimiento tupamaro decide cambiarse de bando, al ver que esos mecanismos de cooptación del sistema les abrían un camino posible y provechoso para algunos. Eso implicaba el precio de algunas cabezas, lo pagaron. E implicaba también deshacerse de las viejas prendas guerrilleras para vestir ahora otro traje. Hicieron una venta de garaje. Dejaron algún cuadro del álbum familiar para colgar en la pared porque eso hace tiempo que está permitido, y además hasta sirve.
Esto nos habla de las debilidades congénitas del proyecto revolucionario tupamaro en términos político-ideológicos, que hicieron que este proceso fuese no solo posible (que siempre lo es en alguna medida) sino bastante sencillo. Por algo la gran mayoría de la dirección visible del MLN a la salida de la dictadura pasó sin muchas dificultades por esas Horcas Claudinas del capitalismo y salió por el otro lado como Houdini, vivita y coleando, a recibir los aplausos por el acto de magia.
El fracaso del proyecto revolucionario original crea un contexto de base, y en ese contexto las características personales éticas e ideológicas explican cada deserción individual; el espacio que el sistema de dominación les abre y la necesidad de éste de contar con un dispositivo de control social adecuado a la coyuntura explica la posibilidad que tuvo el movimiento tupamaro de desertar colectiva y orgánicamente de la lucha revolucionaria (y no solo deserciones individuales); pero el que la vocación revolucionaria fuese derrotada por la deserción como proyecto político predominante es algo que debe explicarse por las características propias del movimiento tupamaro en términos de lo que hemos llamado debilidades congénitas.
No hoy es para nada nuestra intención venir a cobrar facturas a los compañeros tupamaros por esto, porque NO TENEMOS NINGÚN LUGAR desde donde cobrar esas facturas. Y no solo nosotros, NADIE lo tiene.
TRAICIÓN, DERROTA, FRACASO Y MUERTE
Hablamos más de fracaso que de derrota, porque la derrota es un hecho inherente a la lucha, siempre sufriremos derrotas, y siempre tendremos que plantear recuperarnos de ellas. La derrota es una circunstancia, el fracaso es más que eso, implica la imposibilidad de recuperarse de las derrotas. El movimiento tupamaro fue derrotado y se recuperó, pero al precio de largar el lastre revolucionario; dio voluntariamente por liquidado ese proyecto para reciclarse en un otro proyecto, socialdemócrata de tono populista, funcional al sistema como mecanismo de sublimación y control del disenso social. Lo que fracasó es su condición de movimiento revolucionario en tanto tal, y para conservar su existencia política, y hasta exitosa, sacrificó su naturaleza revolucionaria.
Pero para entender este fracaso debemos levantar un poco la mirada. TODA la izquierda revolucionaria uruguaya fracasó, no fracasó «el proyecto revolucionario tupamaro», fracasó el proyecto revolucionario del Uruguay de los ’60 en tanto tal, y también todas las variantes desde los ’60 hasta acá, sean sucesoras de aquellas o sean más o menos nuevas. El grado de reconversión procapitalista de la cúpula tupamara es un indicador de ese fracaso, que no se reduce a ese fenómeno de superficie. Cuando decimos que nadie tiene un lugar desde donde cobrar esas facturas a nadie, queremos decir que todos los subproyectos son igualmente fracasados, y en ese sentido «nadie es más que nadie». Eso es lo que da la dimensión la derrota política de una clase y no solamente la sumatoria de varios fracasos de proyectos revolucionarios a nivel político. Y para comprender la derrota de una clase (aquí sí derrota y no fracaso porque la clase como tal tiene otro horizonte histórico) debemos analizar muchos aspectos diversos: cambios en la estructura social y morfología de la clase, cultura e ideología de la clase, formas organizativas, experiencias, metodologías, etc, para ver cuales elementos fallaron.
Esto no significa que la revolución socialista sea un proyecto irrealizable en Uruguay ni mucho menos, pero sí significa que la forma concreta en que quisimos llevarla adelante no funcionó. La revolución será posible si los revolucionarios comenzamos por aceptar nuestros errores. De otra forma sin duda ocurrirá igual en cierto momento, pero será sin nosotros, sin las corrientes de la izquierda uruguaya de pretensión revolucionaria tal como las hemos conocido, que habrán pasado a ser piezas de museo.
Por supuesto, a mí, que vengo de una minúscula vertiente desaparecida de la izquierda doctrinaria, me resulta más fácil hablar en estos términos, más fácil que a otros compañeros que vienen de la izquierda guevarista, o de la izquierda obrerista, que son corrientes que tuvieron un florecimiento mayor. Pero el hecho de que la reconversión de la cúpula tupamara haya tenido por efecto tanto la expulsión de la disidencia tupamara como la marginación de todas las otras corrientes revolucionarias uruguayas de la escena política, sea cual fuese su origen histórico e ideológico, nos indica que estamos aquí frente a un mismo fenómeno, a una raíz común. Para confirmar esto que decimos veamos que algún elemento desprendido de la izquierda obrerista originada en el anarquismo también forma parte hoy del proceso de reconversión, acompañando en forma satelital a la reconversión tupamara que es el eje central del proceso, y que cuenta también con otros satelitos.
Y aquí hay un primer elemento rescatable en todo esto. El fracaso, como la muerte, es un gran igualador. La muerte «democrático-burguesa» del proyecto revolucionario es democrática porque llega por igual a todos. Durante largo tiempo, corresponde decirlo, los que venimos de ríos pequeños y arroyos que se secaron rápidamente hemos vivido el ninguneo permanente por parte de los compañeros del río tupamaro, el más caudaloso por lejos de nuestra geografía. Hoy la sequía ha terminado por dejarnos a todos igualmente yertos, y como dijimos, ahora sí que nadie es más que nadie. Y por eso mismo es que no tiene sentido para nosotros venir a cobrar cuentas que ya nadie puede pagar y que ningún provecho tampoco nadie puede sacar ni cobrándolas, y además porque para eso hay otro cobrador más perro. Lo que si corresponde es que desde esa igualdad de todos ante el fracaso, empecemos el camino de la autocrítica pendiente y necesaria.
Aún ante la muerte hay quien podría imaginarse una especie de «budismo revolucionario» en las expectativas de reencarnar en una nueva vida política. Me parece entender que esas expectativas, para gran parte de nuestras corrientes revolucionarias políticamente muertas -o casi- estarían en un proyecto simple de reproducción lineal en el futuro de la vida pasada, en el futuro en que el pueblo se desengañe de la ilusión reformista. Aunque he aprendido a tener respeto por las ideas religiosas o místicas, mi condición materialista y racionalista debe hacer un gran esfuerzo para traducir los conceptos de esas ideas a nuestro código. Por eso creo entender que para los budistas, el concepto de reencarnación no es un automático «morí, reencarné, hola de nuevo». Ellos manejan un concepto de algo que llaman «karma» y que yo logro traducir al racionalismo en algo así como «responsabilidad por la vida vivida», y también un estado de transición entre vida y vida, una meditación que me suena como esa penitencia en la «sillita de pensar» de las maestras. A ninguno de nosotros nos vendría mal una sillita de pensar, antes de ponernos a reencarnar.
Lo primero que se me ocurre al oír eso de «cuando el pueblo se desengañe de la ilusión reformista», es que esa ilusión se produce porque el pueblo, o un sector de él, comenzó por desengañarse de la ilusión revolucionaria que una vez tuvo. Esa es en último análisis la razón por la cual viene hoy un tupa a sentarse en el sillón de un gobierno capitalista. Y si ese desengaño pudo ocurrir es porque en esa ilusión revolucionaria había un cierto contenido de engaño que no resistió la crítica de la realidad. Ese es el «karma» que tenemos que pagar, y ese es el cobrador perro que no perdona a nadie.
La venta de garaje de prendas guerrilleras en desuso en el puestito del presidente electo y su tropa tiene además otro impacto de mercado: la oferta del stock sobrante tira abajo el precio de esas prendas. Competir con eso va a ser un problema, y además la liquidación es de la moda pasada.
Por eso creo que el tiempo de un tupa en el sillón presidencial también es tiempo de que la revolución empiece por casa. Antes de salir a la feria pensemos primero qué producto le vamos a ofrecer al barrio, porque hay algunos que ya no los compra nadie.
FUENTES:
http://www.elortiba.org/
http://www.taringa.net/posts/
http://www.laopinionpopular.
http://elmuertoquehabla.
http://lapostauruguay.
http://www.surda.se/
http://es.groups.yahoo.com/
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