Será tarea de los pueblos, en el camino de una América Latina unida e independiente, custodiar la tumba de lo que antes enterraron.
“Hemos traído una pala porque aquí en Mar de Plata está la tumba del ALCA”
Hugo Chávez Frías, 4 de noviembre de 2005.
La Cumbre de la Américas y la simultánea Cumbre de los Pueblos de Mar del Plata en el año 2005 marcaron un punto de inflexión significativo en la historia reciente de la región no sólo por el NO al Área de Libre Comercio de las Américas, gestada por el republicano George Bush y anunciada por la administración del demócrata Bill Clinton en 1994 en Miami, sino también y sobre todo por el complejo entramado de fuerzas sociales que comenzarían a entretejer otra América Latina desde los escombros del derrumbe neoliberal.
Este hecho político transcendió la negativa a un acuerdo de apertura indiscriminada de las economías latinoamericanas y caribeñas. El “No al ALCA” abrió las puertas a un proyecto de integración regional entre países en desarrollo que buscó fortalecer la propia autonomía y la defensa de la soberanía nacional y plurinacional, pero apoyado y traccionado por un contexto de convulsión y sobre todo de ascenso de la lucha de los movimientos sociales contra las privaciones y exclusiones neoliberales.
El regionalismo latinoamericano osciló desde entonces en la tensión entre dos grandes tendencias, arraigadas históricamente, por un lado la que busca una integración panamericanista con Estados Unidos a la cabeza y se apoya en las instituciones del Norte Global, y por el otro la que se puede caracterizar como latinoamericanista y que tiene como horizonte la construcción de una institucionalidad supranacional menos subordinada a los intereses hegemónicos y buscando la cooperación Sur- Sur.
El quiebre histórico que significó un proyecto común de integración autónoma, en la primera década del siglo XXI, cobra aun mayor relevancia al compararlo con la estrategia anterior de sumisión a los intereses de EEUU adoptada en la región desde los años 90 y la implementación del neoliberalismo. Carlos Escudé (1992) llamaría a ésto el “realismo de los Estados débiles” o “realismo periférico”, asumiendo que los Estados que no imponen reglas del juego en el sistema internacional sufren costos altos cuando confrontan con las grandes potencias por lo que su política exterior debe ser de plegamiento y evitar la confrontación.
La adscripción explícita al libre comercio y al regionalismo abierto, materializada en instituciones supranacionales como el MERCOSUR, fue puesta en debate paulatinamente en las sucesivas Cumbres de Presidentes de Sudamérica, en la Conferencia Sudamericana de Naciones realizada en Cuzco en 2004, y sobre todo por la presencia en la escena regional de nuevos referentes y líderes como Hugo Chávez Frías en Venezuela, Néstor Kirchner en Argentina, Luis Inázio Lula Da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Emergen en Suramérica nuevas discusiones al interior del pensamiento integracionista con la intensión de fortalecer el bloque de países, limitando la capacidad de injerencia estadounidense en el proceso de toma de decisiones y en la desregulación comercial. Se intenta generar una plataforma para articular el MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y Chile, junto a Guyana y Surinam y se reflota el pensamiento latinoamericanista en las discusiones sobre la integración.
En primer lugar, en el año 2004 a partir de un acuerdo entre Venezuela y Cuba, nace la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), una de las propuestas de integración más radicales de la historia regional, un espacio de integración para los países de América Latina y el Caribe, que pone énfasis en la solidaridad, la complementariedad, la justicia y la cooperación. El ALBA es una alianza política, económica y social en defensa de la independencia, la autodeterminación y la identidad de los pueblos que la integran. Paralelamente los movimientos sociales han generado de forma autónoma la Articulación de Movimientos Sociales hacia el ALBA.
Posteriormente, en la II Cumbre de Presidentes en Bolivia en el año 2006 en la que se redacta la Declaración de Cochabamba, se acordó un plan estratégico común para la región suramericana y en el 2007 en Venezuela se le dio el nombre de Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR).
Este “nuevo regionalismo estratégico” (Maribel Aponte García, 2015) es otro capítulo en la geopolítica de la integración latinoamericana con la posibilidad de desarrollar políticas soberanas desde planes estratégicos supranacionales. Pero esta evidente modificación en las relaciones de fuerza regionales, sumada a una mayor presencia de China en la región, llevaron al gobierno demócrata de Barack Obama a retomar las iniciativas integracionistas y de libre comercio regional impulsando el Acuerdo Transpacífico y convertiéndolo en el pacto de libre comercio más ambicioso del mundo con el objetivo de devolver a Estados Unidos el liderazgo de las reglas del juego de la economía global y el protagonismo regional debilitado desde el fracaso del ALCA.
Las presiones de EEUU para disolver los intentos de integración autónoma de América del Sur comenzaron a materializarse a partir de la presidencia de Mauricio Macri en la Argentina y del gobierno golpista de Michel Temer en Brasil.
Brasil y Argentina comienzan a abogar por un MERCOSUR más flexible y por una revisión de la política de integración latinoamericana precedente expresando su deseo de aunar criterios con la Alianza para el Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú) y confrontando abiertamente con el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. Argentina, en un gesto de un cambio de protagonismo en los foros internacionales, fue sede de la Cumbre Ministerial de la OMC en 2017 y del G20 en 2018 desestimando los vínculos y relaciones Sur –Sur. En este sentido, el compromiso de Argentina y Brasil con los mega acuerdos del Pacífico (Acuerdo de Comercio Transpacífico) y del Atlántico (Acuerdo de Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversiones y Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional), marcan un nuevo rumbo en las relaciones comerciales y reafirman un intento de construir una reinserción al sistema internacional subordinada a los grandes poderes, una reedición del “Realismo Periférico”. Sin embargo fueron gestos fallidos, entre otras cosas por el triunfo del republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales de EEUU del 2016, la implementación de políticas proteccionistas, y el abandono norteamericano de los tratados transpacífico y transatlántico .
¿Cuál será el rumbo de la integración regional ante un nuevo gobierno demócrata en EEUU?
El gobierno de Donald Trump ha desarrollado políticas de profunda hostilidad con los pueblos latinoamericanos exacerbando la violencia y el nacionalismo estadounidense. Sin embargo, el triunfo del demócrata Joe Biden no es más promisorio para la región, probablemente busque retomar el control sobre América Latina y la agenda de política exterior abandonada por Trump. Es decir recuperar el Acuerdo de Asociación Transpacífico y las negociaciones por el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión, un ALCA recargado.
EEUU es una potencia en declive y, como planteó Paul Kennedy, las potencias en declive se arman y se repliegan al escenario regional.
Biden es el candidato del establishment estadounidense, ligado a las fuerzas globalistas de las redes financieras globales de Londres y Wall Street. Seguramente el contexto y las fuerzas en pugna dentro de EEUU lo lleven a intentar fortalecer instituciones multilaterales del Norte Global y a intentar restablecer las reglas de juego frente al ascenso de China.
Un triunfo demócrata abre un escenario de mayor multilateralismo en el sistema internacional, pero puede también profundizar la vulnerabilidad de América Latina si no se logran recomponer las instituciones autónomas y se profundiza la fragmentación política regional. Los liberales gobiernan siempre con la mirada puesta en su patio trasero, garantizando la expansión de sus transnacionales y agentes financieros, lo que dificulta la posibilidad de una política regional soberana.
Será tarea de los pueblos, en el camino de una América Latina unida e independiente, custodiar la tumba de lo que antes enterraron.
Bibliografía:
– Aponte García Maribel; (2015); “La Teorización del Nuevo Regionalismo Estratégico en el ALBA- TCP” en Aponte García y Amézquita (coord.), El ALBA-TCP: origen y fruto del nuevo regionalismo latinoamericano y caribeño. 1a ed. CLACSO, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
– Escudé, Carlos; (1992); “Realismo periférico: Bases teóricas para una nueva política exterior argentina” Planeta, Buenos Aires.
– Kennedy Paul; (2004); “Auge y caída de las grandes potencias” Editorial Debolsillo, Barcelona.
Álvaro Álvarez. Doctor en Geografía por la Universidad Nacional de La Plata, Máster en Ciencias Sociales y Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA). Miembro del Centro de Investigaciones Geográficas (CIG) de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNCPBA y miembro del Instituto de Geografía Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y de la UNCPBA.