Un llamado a resistir globalmente los oligopolios transnacionales
En las certezas del programa del Frente Amplio uruguayo (FA), subrayadas en artículos previos, resuena la impronta de 15 años de transformación, desplegada como un mosaico sobre la vida social, económica y política. Me ceñiré ahora exclusivamente a las transformaciones en el campo de las tecnologías digitales y la matriz energética, un aspecto en el que el país pasó del grave atraso a alzar un sueño que pocos osaron imaginar: tejer un manto digital que abraza campos, ciudades y costas, alimentado por energías renovables. En este territorio, donde los ceibales se obstinan en florecer, la tecnología no fue concebida como privilegio, sino como derecho para el FA. Así nacieron el Plan Ceibal, el Ibirapitá y el WiFi público, iniciativas que, como raíces profundas, buscaron anclar la igualdad y la inclusión en el corazón de la sociedad. El punto de partida fue posible no solo por voluntad política, sino también gracias a la fundación ‘One Laptop per Child’, presidida por Nicholas Negroponte, que en 2006 desarrolló las maquinitas que revolucionaron las escuelas. El Plan Ceibal, esa audaz utopía que germinó en 2007, plantó en las manos de cada niño y docente de las escuelas públicas una ventana al mundo. Las pequeñas computadoras XO se erigieron como antorchas de conocimiento, iluminando hasta los rincones más olvidados del país. Rompieron el silencio de las aulas rurales y encendieron la chispa del aprendizaje colaborativo. No era solo tecnología; era la promesa de que ningún rincón, por remoto que fuera, quedaría excluido del concierto global. Recuerdo haber defendido estas ideas en contratapas dominicales del diario La República, cuando introduje términos como ceibalización y ceibalismo, anticipando incluso lo que luego sería el Plan Ibirapitá (v.g: “Ceibalizar también la vejez” 26/10/08).
El Ibirapitá, por su parte, susurró al oído de los mayores la promesa de un nuevo amanecer de aprendizajes. Con tablets primero y teléfonos inteligentes después, ofreció a los jubilados herramientas para reconectar con sus familias, gestionar su salud y redescubrir el mundo desde la palma de sus manos. Más que dispositivos, fueron semillas de dignidad y autonomía, sembradas en quienes a menudo se sienten olvidados. Donde los árboles de Artigas crecen cerca del agua, las raíces digitales encontraron también su terreno fértil. Mientras tanto, el WiFi público se expandió como un viento libre por plazas, parques y centros comunitarios, al tiempo que comenzaba a cavarse el complejo hormiguero de fibras ópticas por todo el ejido urbano del país. Montevideo y Canelones, entre otros departamentos, iluminaron sus espacios con conectividad gratuita, acercando internet a quienes más lo necesitan. No era solo un gesto técnico, sino un acto político: la ruptura paulatina de las cadenas de la desigualdad que a menudo encarcelan el acceso a la comunicación.
En este pequeño rincón del mundo, la penillanura ondulada es acariciada por los vientos del Atlántico. Allí, el sol se conjuga con la biomasa y los ríos, nutriendo un sistema de sostenibilidad. Uruguay se ha alzado como un faro de la transición energética. Con un modelo audaz, el país ha venido transformando su matriz eléctrica (fuente casi excluyente de energía doméstica, pública e industrial), alcanzando niveles altísimos y aún superables de generación renovable en condiciones climáticas normales.Inversiones de 8.000 millones de dólares colocaron al país entre los líderes globales, hermanándolo con Dinamarca e Irlanda en la danza de los vientos y la biomasa.
Sin ánimo de exhaustividad, en el corazón digital de Uruguay, tres instituciones sostienen las bases de un futuro inclusivo.La Agesic, creada en 2005, es la arquitecta del gobierno electrónico, construyendo puentes entre el Estado y su gente con identidades digitales seguras y plataformas que transparentan la gestión pública. La ANII, desde 2006, fomenta la innovación con proyectos científicos, becas y emprendimientos estratégicos. Y, obviamente, Antel, con su vasta red de fibra óptica, traza las líneas que conectan hasta el último rincón de la nación, convirtiendo a Uruguay en pionero de la inclusión digital.
La coalición multireaccionaria no pudo desandar este camino, salvo para aprovecharse de la enorme inversión del Estado, particularmente en Antel, cediendo a oligopolios comunicacionales buena parte de la infraestructura construida bajo el pretexto de abrir un juego competitivo que resultó desigual. ¿Alcanza lo logrado hasta aquí? En absoluto. Sin embargo, hay dos razones internas para suponer que el desarrollo continuará y una exógena. Entre las primeras está el programa del FA, con detallados propósitos y pasos concretos en estas áreas. Además, la próxima vicepresidenta, Carolina Cosse, ha sido piedra angular, tanto desde Antel como desde el Ministerio de Industria y la Intendencia de Montevideo.Cifro expectativas en que articule y acelere la reapropiación ciudadana de las tecnologías en sintonía con la descarbonización.
Además del motor propio del FA, con su programa y ejército militante, éste no está solo en el impulso. Entre varias iniciativas, se ha constituido recientemente la “Coalición por la Soberanía Digital Democrática y Ecológica”, una articulación pluralista de académicos e intelectuales de diversas partes del mundo que se propone intervenir contra los oligopolios tecnológicos transnacionales.El primer eje articulador es el documento de diagnóstico y propuesta ‘Recuperar la soberanía digital’. Este texto, disponible también en español y portugués, puede encontrarse en [https://www.ucl.ac.uk/bartlett/public-purpose/publications/2024/dec/reclaiming-digital-sovereignty ]. Un quinteto de especialistas entusiastas de generación intermedia, Cecilia Rikap (University College London), Cédric Durand (University of Geneva), Edemilson Paraná (LUT University, Finland), Paolo Gerbaudo (Universidad Complutense de Madrid) y Paris Marx (Host of Tech Won’t Save Us), delinearon la columna vertebral de un texto que late con propuestas transformadoras. Luego, 49 coautores integrantes de la iniciativa, entre los que me cuento, produjeron de conjunto el manifiesto inaugural. En cualquier caso, mi insignificante contribución se redujo a un par de simples líneas. Al momento de enviar este texto a edición, se sumaron 8 apoyos institucionales y 40 adhesiones individuales de académicos e intelectuales. Si el derrotado candidato Delgado se escandalizaba en el debate presidencial por el término antimperialismo en el programa del FA, mucho más lo estará si leyera en el texto internacional no solo las propuestas de lucha que se formulan contra las formas actuales de sometimiento a los Estados, es decir actualmente antimperialistas, sino más aún por rescatarse otro término que conmoverá al veterinario: “internacionalismo”.
El lector puede acceder al texto aludido, al igual que al programa del FA para el período actual, en la web. No los resumiré, sino que intentaré realizar un cruce sintético elemental entre ambos, a fin de resaltar convergencias y estimular colaboraciones fructíferas, además de preparar futuros textos más detallados. Ambas propuestas trazan caminos hacia un futuro. En él, lo público y lo colectivo se erigen como pilares frente al poder violento y hegemonista de las corporaciones y el colapso ambiental. El llamado del programa del FA hacia una ‘segunda generación de transformación digital’ germina en la apropiación tecnológica, florece en la inclusión y se enraíza en una regulación ética y responsable, orientadas a empoderar a la ciudadanía frente a las nuevas dinámicas globales (pp. 81-83 y p. 30). Este esfuerzo resuena con las propuestas del manifiesto, que insisten en la creación de una nube pública y plataformas digitales democráticas para liberar a las sociedades de las cadenas invisibles que las atan al control corporativo.
La transición ecológica ocupa un lugar destacado en ambos textos. El programa del FA plantea una economía circular, la reducción de plásticos y la protección de ecosistemas como bases de un desarrollo consciente (pp. 22, 24 y 25).Este abrazo entre lo tecnológico y lo ambiental reafirma que innovación y sostenibilidad son los pilares gemelos que sostienen un porvenir viable. Ambos documentos ven la inteligencia artificial como una herramienta para mejorar la vida, no solo para la productividad. El programa del FA fomenta competencias STEM desde la educación inicial y regula éticamente la IA en sectores clave (pp. 82, 24-26). Por su parte, el manifiesto destaca la importancia de regular los algoritmos para garantizar transparencia y equidad.
La noción de soberanía, un hilo conductor en ambas propuestas, se alza como un acto de resistencia para romper las cadenas que atan a los Estados a la lógica de la dependencia global. Para el programa del FA, la soberanía se manifiesta en la gestión autónoma de recursos estratégicos como el agua, la energía y las telecomunicaciones (pp. 6, 9 y 30), mientras que el manifiesto amplía este concepto hacia la creación de redes internacionales orientadas hacia la solidaridad y la cooperación entre Estados. Estas visiones coinciden en que la soberanía no es un repliegue aislado, sino un acto de resistencia frente a las cadenas de la dependencia global que excede los confines de un Estado-Nación.En la cultura digital, el programa del FA enfatiza el empoderamiento ciudadano ante los desafíos éticos y sociales de las nuevas tecnologías. Mediante iniciativas como ANTEL TV o la regulación de plataformas de streaming, se busca garantizar el acceso equitativo y la promoción de contenidos nacionales (pp. 63 y 83). Este esfuerzo encuentra un paralelo en el manifiesto, que enfatiza la urgencia de desmantelar los monopolios culturales y tecnológicos que sofocan la diversidad como un yugo, estrangulando el pensamiento crítico ciudadano. El programa del FA también destaca la relevancia de una planificación estratégica a largo plazo para transformar la matriz productiva mediante tecnologías avanzadas y una recalificación laboral que fomente la justicia social (pp. 29 y 45-46). Estas ideas convergen con el llamado del manifiesto a priorizar desarrollos tecnológicos soberanos y públicos, subrayando que la transformación digital debe ser el arado que cultive la equidad y el bienestar colectivo, y no un fin en sí misma. Ambas propuestas, aunque con distintos enfoques, delinean caminos hacia un horizonte donde la tecnología y la sostenibilidad convergen, transformando las infraestructuras digitales en bienes comunes y poniendo a las personas en el centro de las decisiones.
Luego de un año de contribución semanal en este espacio, me permito ahora una pausa, buscando refugio en la calidez de la amistad y el abrazo de los afectos. El próximo año retomaré la escritura, tal vez profundizando en estas inquietudes articuladas con colegas del mundo sobre tecnología y sostenibilidad.
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires).
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