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Venezuela, primera víctima del Corolario Trump

Fuentes: Rebelión

« Es el tiburón que va buscando
Es el tiburón que nunca duerme
Es el tiburón que va asechando
Es el tiburón de mala suerte

Palo pa que aprenda que aquí si hay honor
Pa que vea que en el Caribe no se duerme el camarón
Si lo ven que viene : palo al tiburón »

Rubén Blades – Tiburón

América Latina no es el “patio trasero”: es el terreno donde el imperialismo mide su fuerza restante.

En momentos en los que parece que Estados Unidos afianza el cerco contra Venezuela y podría lanzar una intervención directa en cualquier momento, conviene recordar que la nueva escalada contra el país latinoamericano no es un exabrupto propio de la inestabilidad de Trump, ni una reacción coyuntural. Es una decisión estratégica. En un contexto de declive de su hegemonía global, Estados Unidos prioriza el control del hemisferio occidental. Venezuela aparece, en ese marco, como un objetivo central.

No por la naturaleza de su régimen político ni por supuestas consideraciones morales, sino por razones estrictamente imperiales: Venezuela no se subordina plenamente, sostiene a Cuba y mantiene vínculos estratégicos con Rusia y China. Posee, además, vastos recursos que el imperialismo pretende controlar directamente, como ha quedado claro con la publicación del documento de Estrategia 2025.

Eso basta para convertirla en blanco de una ofensiva abierta.

El anuncio de un bloqueo total de los flujos petroleros y las demandas abiertamente expoliatorias formuladas por Trump confirman esta orientación. Lejos de haber abandonado el cambio de régimen, el imperialismo lo reafirma: la estrategia seguida contra el pueblo venezolano es la asfixia, sin escatimar esfuerzos para provocar la salida de Maduro y el establecimiento de un gobierno adicto.

Venezuela en la estrategia hemisférica de Estados Unidos

La escalada contra Venezuela debe leerse como una aplicación coherente del Corolario Trump a la Doctrina Monroe. Incapaz de sostener una hegemonía indiscutida a escala global, Estados Unidos busca asegurar el hemisferio occidental como espacio de repliegue, recomposición y disciplinamiento.

Venezuela ocupa un lugar central no por su régimen interno, sino por su valor estratégico. Preserva márgenes de autonomía, articula alianzas no occidentales y sigue siendo un nodo relevante del equilibrio regional.

La ofensiva no se explica por un supuesto “déficit democrático” ni por acusaciones instrumentales de narcotráfico. El problema venezolano es otro: la negativa a subordinarse plenamente a la voluntad imperial.

A ello se suma su papel estructural en el eje Caracas–La Habana. Venezuela continúa siendo el principal sostén energético de Cuba, el desafío más persistente a la hegemonía estadounidense en el Caribe. Golpear a Venezuela implica debilitar indirectamente a Cuba, sin asumir los costos de una confrontación directa.

El factor decisivo es geoestratégico. El acercamiento a Rusia y China vulnera un principio básico de la estrategia hemisférica estadounidense: ninguna potencia extrahemisférica debe consolidar anclajes duraderos en América Latina. Venezuela no es un problema ideológico. Es un problema de poder.

El cambio de régimen por otros medios

Aunque Washington afirma haber abandonado la política clásica de “cambio de régimen”, la práctica demuestra lo contrario. La escalada actual apunta a forzar una recomposición del poder político favorable a Estados Unidos, desplazando los costos del desenlace mientras se mantiene intacta la coerción.

El anuncio de un bloqueo total de los petroleros sancionados que entran o salen de Venezuela no es una sanción más. Es una medida de asfixia estructural, dirigida al núcleo de la economía venezolana. Su objetivo es agravar deliberadamente la crisis fiscal y social y reducir al mínimo el margen de maniobra del Estado.

Las demandas de “devolución” de petróleo, activos e incluso tierras carecen de sustento jurídico. Cumplen una función política clara: naturalizar una relación de tutela y expoliación abierta, sin el velo del multilateralismo ni del derecho internacional.

La apuesta no es una intervención militar directa ni un golpe clásico, sino la producción de una “salida interna” inducida. Pero el carácter interno de esa salida es una ficción. El bloqueo, las sanciones y la amenaza permanente estructuran el campo político venezolano, condicionan las correlaciones de fuerza y delimitan de antemano las opciones posibles.

Debilidad imperial y riesgo estratégico

Esta escalada revela menos la fortaleza de Estados Unidos que su crisis de hegemonía. Incapaz de integrar, recurre a la coerción; incapaz de convencer, apuesta a la asfixia.

El imperialismo tiende a confundir crisis con colapso, fragilidad con rendición. Sin embargo, si el intento de subvertir al gobierno venezolano fracasara, el costo sería elevado. Estados Unidos no solo no lograría disciplinar a Venezuela: perdería aún más terreno en su intento por estabilizar el sistema hegemónico hemisférico.

Lejos de restaurar autoridad, un nuevo fracaso profundizaría la percepción de los límites estructurales del poder imperial. En ese sentido, la ofensiva contra Venezuela es también una apuesta peligrosa: puede terminar demostrando que el imperialismo ya no es capaz de imponer orden ni siquiera en el espacio que considera vital para su propia supervivencia estratégica.

Epílogo. Tareas para los revolucionarios

La escalada imperial contra Venezuela no interpela solo al gobierno venezolano. Interpela, ante todo, a las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas. No como espectadores, sino como actores políticos en un momento de recomposición conflictiva del sistema hegemónico.

La primera tarea es la solidaridad antiimperialista incondicional frente a la agresión. Defender a Venezuela del bloqueo, las sanciones y las amenazas no implica adhesión política al gobierno de Maduro ni suspensión de la crítica. Implica comprender que, en una relación imperial, no hay simetría posible: quien agrede es el imperialismo, quien resiste es un país sometido a coerción.

La segunda tarea es desenmascarar el discurso legitimador del acoso imperial. Ni la “defensa de la democracia”, ni la “lucha contra el narcotráfico” explican lo que está en juego. Nombrar el conflicto como lo que es —una ofensiva imperial por control geopolítico y recursos— es ya una forma de combate político.

La tercera tarea es reconstruir un internacionalismo concreto, especialmente en América Latina y el Caribe. La ofensiva contra Venezuela no es un caso aislado: es un mensaje disciplinador dirigido al conjunto del continente. Responder exige articular solidaridades, coordinar luchas y romper el aislamiento que el imperialismo busca imponer.

Finalmente, los revolucionarios deben inscribir esta coyuntura en una perspectiva estratégica más amplia. La crisis de hegemonía del imperialismo no es progresiva por sí misma, pero abre grietas. Aprovecharlas exige claridad política, independencia de clase y rechazo tanto al alineamiento imperial como a la adaptación pasiva al orden existente.

La ofensiva contra Venezuela es una prueba. Para el imperialismo, de hasta dónde llega aún su capacidad de imponer orden. Para los revolucionarios, de si somos capaces de convertir la resistencia antiimperialista en un punto de apoyo para una estrategia emancipadora.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.