En la primavera de 1956 dos de los pensadores más reconocidos de la llamada Escuela de Frankfurt, de tendencia marxista, Theodor Adorno y Max Horkheimer, se reunieron con el objetivo de producir una versión contemporánea de El Manifiesto Comunista, tarea que quedó finalmente inconclusa. En el marco de un intercambio con el que aspiraban a […]
En la primavera de 1956 dos de los pensadores más reconocidos de la llamada Escuela de Frankfurt, de tendencia marxista, Theodor Adorno y Max Horkheimer, se reunieron con el objetivo de producir una versión contemporánea de El Manifiesto Comunista, tarea que quedó finalmente inconclusa. En el marco de un intercambio con el que aspiraban a definir inicialmente las líneas teóricas y los sentidos prácticos del proyecto, ambos abordaron informalmente el problema de la dialéctica entre lo ideal y lo real.
Decía Adorno que se hacía cada vez más evidente que vivimos en un sistema, como el capitalista, que nos lleva, como humanidad, hacia nuestra destrucción. Percibía que sistémicamente se había llegado a una clausura, es decir, un callejón sin salida bajo el cual el capitalismo sólo podría seguir adelante a partir de un control creciente, en efecto totalitario, sobre sus ciudadanos. Incidental a ese control sería la proletarización de facto de todos y la transformación de la sociedad toda en fábrica ampliada.
Sin embargo, puntualizó Adorno que dicha irracionalidad desataría nuevas fuerzas objetivamente negadoras de lo existente. Las contradicciones se harán insalvables por lo obvias. Pero, si se produce la profundización de la barbarie o el cambio hacia un mundo y una vida mejor, dependerá en nuestra capacidad política para potenciar el ideal de lo común que anida al interior de nuestras circunstancias. Y al respecto insistía el filósofo marxista alemán que no existen ideales en abstracto, sino que «el ideal siempre está en el próximo paso».
Ahora bien, ¿cómo definimos lo que es ideal? Horkheimer advirtió contra la tentación de medirlo todo conforme a la idea que tenemos acerca de cómo deben ser las cosas, ya que podríamos vernos políticamente inmovilizados ante una realidad que no se deja representar completamente en la idea de la utopía. «La realidad debe ser medida a partir de criterios cuya capacidad de realización pueda hallarse en un sinnúmero de desarrollos ya existentes y concretos de la realidad histórica»(Theodor Adorno & Max Horkheimer, Towards a New Manifesto, Verso, New York, 2011).
El paso estratégico del CELAC
La reflexión anterior me vino a la mente a raíz de una pregunta que en días pasados me hizo un compañero profesor acerca del balance de la primera Cumbre el 3 de diciembre pasado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Caracas, la cual ya se había constituida en México en febrero de 2010. ¿Qué se podía esperar? Su duda tenía que ver, en esencia, con la compleja pluralidad de sentidos políticos y económicos allí representados entre sus 33 países miembros, con una población total de 550 millones de habitantes y con una extensión territorial de sobre 20 millones de kilómetros cuadrados. Posee en conjunto un caudal inmenso de materias primas, fuentes energéticas y recursos humanos como para potenciar una era de progreso social en equidad entre sus habitantes.
¿Serán capaces de forjar unidos, aún desde la pluralidad, un futuro común e independiente desde realidades e intereses propios? ¿Podrán superar tanto las desconfianzas y contradicciones así como las asimetrías que existen entre ellos? Los gobiernos de Chile, México y Colombia han sido notorios hasta ahora por mirar hacia el Norte en busca de estratégicas alianzas militares y económicas. Mientras, los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Nicaragua y Cuba han puesto en marcha procesos de cambio dirigidos a potenciar la liberación continental de la hegemonía imperial estadounidense.
Si bien el CELAC constituye el resultado de una iniciativa del actual mandatario venezolano Hugo Chávez y el pasado presidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva, abonado por los esfuerzos organizativos iniciales del expresidente argentino Néstor Kirchner, fallecido en octubre del 2010, no deja de llamar la atención que la presidencia pro tempore del nuevo organismo está en manos del mandatario chileno, de tendencia derechista, Sebastián Pineda. Ello se debe a que Chile será anfitrión de su próxima cumbre a celebrarse en el 2012 . También se decidió así para evidenciar la voluntad incluyente del nuevo organismo. Eso sí, estará compartiendo la dirección ejecutiva con los mandatarios Hugo Chávez y Raúl Castro, de la Venezuela bolivariana y la Cuba socialista, respectivamente. La tercera cumbre está señalada ya para La Habana.
Sin dudas, este acontecimiento político es el de mayor envergadura durante el año en curso, a pesar de que fue generalmente descalificado o ignorado por los medios estadounidenses y europeos. Lamentablemente, están acostumbrados a verse a sí mismos como los únicos protagonistas de la historia, siendo los pueblos del Sur meros actores subalternos de poca monta destinados, les guste o no, a seguirle los pasos o someterse a sus designios. Peor aún, subestiman el hecho de que parece que los gobiernos latinoamericanos y caribeños empiezan a valorar que tienen más en común entre ellos que con un imperio que generalmente sólo ha sabido conquistarle, reprimirle, explotarle e ignorarle en sus aspiraciones e intereses nacionales y regionales, así sean de izquierda, centro o derecha; hispanoparlantes, lusoparlantes, angloparlantes, francoparlantes, quichuaparlantes o aimaraparlantes; blancos, criollos, mestizos, indígenas, mulatos o negros.
El futuro está en el Sur
Desde que Simón Bolívar, en el Congreso Anfictiónico celebrado en 1826 en Panamá, sentenció que sólo a partir de la unión de nuestros pueblos es que podemos forjarnos un mejor futuro, Washington ha hecho lo indecible por desestabilizarnos y dividirnos. Desde el centro imperial se erigió la Organización de Estados Americanos (OEA), a modo de Ministerio de Colonias como denunció ese otro heroico libertador, el Che Guevara. Pero, tal vez más importante aún es que mientras la Unión Europea vuela en cantos a manos del francés Nicolás Sarkozy, la alemana Angela Merkel y el británico David Camerón, y se le deja de mirar como referente de futuro, la CELAC se erige en un importante e influyente centro de poder en el actual contexto internacional.
Mientras las economías del Norte se estancan y anuncian su entrada definitiva a una década de exclusiones y penurias para la inmensa mayoría de sus sociedades, víctimas de la avaricia monumental y desestabilizadora de sus elites económicas y políticas actuales, la región latinoamericana y caribeña ha sostenido tasas positivas de crecimiento. Según la CEPAL, como región la América Latina y el Caribe mantiene, aún dentro de las presiones de la presente crisis económica internacional, una tasa general positiva de crecimiento, la cual debe rondar este año alrededor de un 4.7 por ciento. Sobre todo, según destaca dicho organismo de la ONU, el crecimiento actual se debe al impulso de la demanda interna y la inclusión social.
Pero lo más importante es que mientras en Estados Unidos y en Europa la desigualdad social se profundiza escandalosamente y la masa de los pobres aumenta dramáticamente, por su parte en la América nuestra mejora la distribución de la riqueza y se registran reducciones significativas en la pobreza, según reportan reconocidos organismos internacionales. El futuro está definitivamente en otra parte: en el Sur.
Según el presidente uruguayo, el exguerrilero tupamaro José Mujica, el nacimiento del CELAC si bien no nos lleva aún a «tocar el cielo», si constituye «un paso hacia la segunda independencia» de la América nuestra. Los dramáticos cambios acaecidos en el mundo durante los últimos años, han hecho que la unión surja como una necesidad histórica.
«En estas condiciones, la necesidad de juntarnos nos viene impuesta por la naturaleza de los hechos», señaló Mújica. De ahí que insistió: «El único camino es juntarse y esto no es una lucha por una utopía». Por ello el proceso de integración debe ser incluyente, «no se debe cometer el error del dogmatismo», puntualizó.
Se trata de la unidad en la diversidad para afirmar la identidad o, mejor aún, las identidades múltiples de Nuestra América. A partir de ello el CELAC se plantea unos objetivos estratégicamente trascendentales que irán marcando pasos subsiguientes de desconexión e independencia frente a los tradicionales bloques imperiales que han pretendido siempre conculcar la voluntad soberana de sus pueblos.
En aras de evitar las políticas erradas seguidas por Estados Unidos y Europa ante la crisis económica global y proteger sus economías y sociedades de sus nefastos efectos, el nuevo bloque de poder mundial erigido se propone, entre otras cosas, promover el desarrollo sustentable con inclusión social, incluyendo proyectos productivos de las comunidades; combatir activamente la pobreza; fortalecer y privilegiar la cooperación económica regional; crear un sistema financiero propio; repatriar las reservas monetarias de los estados miembros. La presidente de Brasil, Dilma Rousseff , llamó a establecer ya el Banco del Sur, propuesta original lanzada por Chávez, para que sea depositario de los fondos regionales.
De especial valor resulta el objetivo de impulsar «la participación activa de la sociedad civil, especialmente las organizaciones y movimientos sociales» para que el proceso de integración regional sea a su vez uno de inclusión social. No se puede perder de vista que más allá de los estados miembros, el agenciamiento de los diversos procesos de cambio progresistas que se han dado a través de la región han sido fundamentalmente motorizado por ese amplio movimiento de movimientos. Éste constituye en el fondo el principal promotor de una reestructuración también en las estructuras de mando político hacia una democracia participativa o directa.
En ese sentido, son dos los nuevos balances de poder que hay que refundar: el externo y el interno. El fortalecimiento del «todo» tiene que servir también para apuntalar y potenciar «las partes». Como emergente bloque mundial de poder no puede dejar de expresar esa pluralidad de poderes, sobre todo los que integran el soberano popular, que anida en su seno. Allí radicará, en última instancia, su mayor fuerza.
También, en tiempos en que Washington y Bruselas pretenden dictar unilateralmente por doquier excepciones en cuanto a la aplicación del Derecho Internacional a sus actos de agresión y de guerra, el CELAC ha afirmado el pleno respeto a éste y a los principios de la autodeterminación, la igualdad soberana de los estados y pueblos, la no intervención en los asuntos internos y el respeto a la integridad territorial de cada país, la prohibición del uso y la amenaza del uso de la fuerza en la solución de conflictos. Se comprometió igualmente con la constitución de sociedades democráticas bajo las cuales prevalezca la más absoluta garantía de los derechos humanos. Se pronunció, entre otras cosas, contra el criminal bloqueo de Estados Unidos de hace medio siglo contra el siempre heroico pueblo de Cuba.
Puerto Rico sigue siendo el gran ausente
Sigue habiendo, sin embargo, un gran ausente en este prometedor y estratégico proceso integrador: la nación latinoamericana y caribeña de Puerto Rico. Bien lo dijo el mandatario nicaragüense, Daniel Ortega en su mensaje ante el plenario del CELAC: «Hoy estamos presentes 33 naciones caribeñas y latinoamericanas, falta una nación. Como lo dije en Trinidad-Tobago…Cuba y Puerto Rico eran los grandes ausentes. Aquí Cuba está presente…, estamos 33 pero falta Puerto Rico. Estoy seguro que más temprano que tarde Puerto Rico se incorporará a esta comunidad de estados latinoamericanos y caribeños».
Fue el único jefe de Estado presente que advirtió, con una expresión de solidaridad ejemplar, dicha ausencia. La Cumbre aprobó una resolución pidiendo el fin de la ocupación colonial británica sobre las Islas Malvinas, pero fue incapaz de hacer lo mismo con el caso más sonado de colonialismo en Nuestra América: el de Puerto Rico, para quien el Comité Especial de Descolonización, con la ratificación abrumadora de la Asamblea General de las Naciones Unidas, ha reivindicado un sinnúmero de veces el derecho de su pueblo a la autodeterminación e independencia, conforme a la legalidad internacional vigente, sobre todo la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General.
La debilidad política relativa que registra coyunturalmente su movimiento independentista, parece haberle quitado sentido de urgencia a algunos sobre lo que ha constituido un reclamo continental unánime desde el mismo Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Bolívar. El Partido Revolucionario Cubano, presidido por José Martí, y más luego la Revolución cubana, supieron recoger militantemente la bandera solidaria bolivariana.
Al respecto recuerdo cuando desde La Habana se proclamó en 1975 lo que se conoció como la Doctrina Dorticós, en referencia al entonces presidente cubano Osvaldo Dorticós, quien la enunció en representación del gobierno y el pueblo de Cuba: Puerto Rico constituye parte integral de Latinoamérica y el Caribe y cualquier intento por anexarla a Estados Unidos constituirá una violación a la autodeterminación e integridad territorial de Nuestra América toda.
Conjuntamente con dicha proclama, el máximo líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, le manifestó a un grupo de periodistas su determinación a apoyar la independencia de la Isla antillana hermana mientras quede un solo puertorriqueño luchando por ese ideal patrio. Luego de irse los periodistas y en presencia de un pequeño grupo de personas, entre las cuales me hallaba, Fidel añadió que seguiría apoyando la independencia de Puerto Rico aún en el caso de que no quedará un solo independentista en la Isla. Su solidaridad era total -¡patria o muerte!- y no sujeta a presiones o conveniencias políticas o diplomáticas del momento, al igual que la del líder sandinista Daniel Ortega.
Claro está, me parece harto improbable que llegue ese momento en que el pueblo puertorriqueño le dé totalmente la espalda a la necesidad materialmente perentoria de forjar su soberanía plena. No hay alienación colonial que pueda aplastar ese histórico y combativo reclamo de un sector significativo de nuestro pueblo ni que pueda ignorar por mucho más tiempo que ante la evidente decadencia del imperio de turno que le ocupa y los avances significativos que se viven a través de Nuestra América, el futuro de sus aspiraciones colectivas e individuales de progreso y bienestar está definitivamente al Sur.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».
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