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El ocaso de la década

Fuentes: Rebelión

Si el siglo XXI comenzó el 1 de enero del año 2000, entonces al concluir el 2019 estaremos viviendo el ocaso de la segunda década del nuevo siglo y daremos paso a la tercera. Un buen motivo para una mirada de conjunto. En el 2010 Cuba socialista alentaba victoriosa la integración latinoamericana y surgía la […]

Si el siglo XXI comenzó el 1 de enero del año 2000, entonces al concluir el 2019 estaremos viviendo el ocaso de la segunda década del nuevo siglo y daremos paso a la tercera. Un buen motivo para una mirada de conjunto.

En el 2010 Cuba socialista alentaba victoriosa la integración latinoamericana y surgía la CELAC. Estaba ya afirmado el Proceso Bolivariano de Venezuela y Hugo Chávez vivía todavía con fuerza y entusiasmo. Brasil y Argentina, los gigantes de nuestro continente, transitaban un periodo de bonanza conducidos por la firme mano de Lula y Dilma y los Kichnner. En Uruguay se abría paso el Frente Amplio y en Chile los «Momios» comenzaban a sentir miedo ante el proceso de acumulación de fuerzas promovido por los segmentos progresistas, que sin embargo, aún no cuajaba de modo suficiente. En Ecuador, Rafael Correa señalaba el paso: Evo Morales gobernaba Bolivia; los Sandinistas consolidaban su influencia en Nicaragua; y en El Salvador el Farabundo Martí se aprestaba a tomar en sus manos los resortes del Poder.

En suma, América Latina lucía un rostro nuevo, mientras que Washington miraba el Medio Oriente en procura de confirmar allí su dominio. El Presidente Obama persistía en la política de guerra, consustancial a los Estados Unidos, pero la enfilaba hacia otros escenarios. Para la Casa Blanca, salvo Cuba y Venezuela, América no constituía un peligro.

En diez años, cambiaron las cosas. En USA, desde mediados de la década pasada, cobró mayor fuerza el Team Party, una facción ultraderechista y aún fascista del Partido Republicano que bajo el liderazgo de Donald Trump, se haría con el poder en 2016 ganando unas elecciones francamente fraudulentas y cambiaría el rumbo de los Estados Unidos, que retornarían sin tapujos a los años de James Monroe proclamando la tesis aquella de «América para los americanos» (del norte, claro). Sofocleto había dicho socarronamente: «Panamericanismo: Pan para ellos y americanismo para nosotros»

A la sombra de esa torva influencia asomaron en nuestra región caudillos siniestros: Uribe en Colombia, Piñera en Chile, Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina. Pero trastabillaron también las fuerzas progresistas, que perdieron paso en diversos países. El Imperio se encargó del resto. Mediante golpes de Estado cambió la correlación de fuerzas, derribando a Manuel Zelaya en Honduras y a Fernando Lugo en Paraguay.

Tomando el gusto al juego, luego neutralizó a Lula y urdió una maniobra golpista contra Dilma, presionó a la administración Santos en Colombia hasta esterilizar los acuerdos de paz entre el Estado y las FARC, compró descaradamente al Presidente Moreno en la Patria de Olmedo y finalmente dio un avieso golpe de Estado en Bolivia derribando a Evo

Alguien podría suponer que esta nómina de países y mandatarios trata de hechos episódicos y de personas. Pero no es así. Es la lucha de clases que se muestra en nuestro continente con más vigor que nunca y que enfrenta a las fuerzas progresistas y avanzadas de la sociedad con el tradicional dominio del imperio. Los pueblos se alzan combatiendo por la dignidad y la justicia en tanto que las fuerzas del gran capital buscan perpetuar un régimen de dominación que se aviene a sus intereses de clase.

El Perú no es, por cierto ajeno a esta confrontación. En nuestro suelo el Gobierno norteamericano se dio maña para mantener a sucesivas administraciones bajo su influencia. Gracias al «modelo» neoliberal impuesto desde los años de Fujimori, y contando con la injerencia abierta del Fondo Monetario y el Banco Mundial, el gran capital se parapetó tras sucesivos regímenes de fines del siglo pasado hasta las dos décadas del presente.

De Fujimori hasta hoy -pasando por Toledo, García, Humala, Kuczynski y aun Vizcarra- cada quien hizo lo suyo para asegurar la hegemonía yanqui. La imposición de un «ajuste» perverso, el arrasamiento de los derechos laborales de los trabajadores, una sistemática ofensiva contra el pueblo y la restricción de las libertades públicas, fueron casi una constante en una circunstancia en la que en el telón de fondo yacía un solo mandato: mantener impoluta la Constitución del 93, manto sagrado destinado a proteger a los opresores.

Hoy, en el ocaso de la década que concluye, Nuestra América -la de Martí y Mariátegui- sangra profusamente por sus heridas abiertas. Pueblos hermanos y heroicos -Chile, Bolivia y Colombia- sufren los embates del fascismo. Para ellos plena solidaridad.

Un hecho curioso ocurrió hace muy poco en el Sector 2 Grupo 7 de Villa El Salvador. Un venezolano, Orlando (29) trató de apuñalar a su esposa Jeliane (25). Esta, viéndose atacada, corrió y gritó por su vida. Acudió la policía y la salvó ¿Saben quién fue el oficial que salvó a la venezolana de la ira de su compatriota? Fue el capitán Hugo Chávez, de la Policía Nacional. ¿Casualidad, o augurio?

Entretanto podemos que decir que gracias a los pueblos, este «modelo» neoliberal, que nació en tierras de nuestro continente, morirá también en ellas luego de 50 años de opresión y agobio. Cuando ocurra, que descanse en paz.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.