En la región andina, con amplias poblaciones indígenas, Perú es el único país donde las y los excluidos/lapidados por el sistema neoliberal no logran aún transitar de las «resistencias sociales» locales hacia propuestas políticas para disputar el poder político a la boyante élite neoliberal. Mientras Ecuador y Bolivia (que corrieron la misma suerte que aquél […]
En la región andina, con amplias poblaciones indígenas, Perú es el único país donde las y los excluidos/lapidados por el sistema neoliberal no logran aún transitar de las «resistencias sociales» locales hacia propuestas políticas para disputar el poder político a la boyante élite neoliberal. Mientras Ecuador y Bolivia (que corrieron la misma suerte que aquél en la tribulación neoliberal del Consenso de Washington), sí lograron emprender o ensayar rutas de emancipación postneoliberal con dignidad.
¿Por qué las y los excluidos de Ecuador y Bolivia, indígenas o no, lograron disputar el poder político a las oligarquías neoliberales, y los peruanos no logran convertir su mayoría demográfica de empobrecidos en mayoría política? ¿Por qué la ciudadanía peruana soporta casi estoico la pesadilla neoliberal, mientras en países vecinos emprenden procesos de emancipación política y cultural sin precedentes?
Ante estas u otras interrogantes similares, las respuestas peruanas son casi siempre las mismas: «La represión antisubversiva sufrida durante el conflicto armado interno, y la posterior desarticulación social emprendida por el sistema neoliberal hegemónico son causas de la derrota sociopolítica peruana». Según esta explicación, la primera instaló un miedo casi atávico en el imaginario peruano, y la segunda, generó un «desgano social» generalizado. Esto explicaría la ausencia de «liderazgos» y de estructuras organizativas de alcance nacional que articulen a las dispersas resistencia «comunitarias» actuales.
La Doctrina de Seguridad y el Consenso de Washington lapidó sin piedad a todos los países latinoamericanos. Bolivia sufrió el sanguinario Plan Cóndor aplicado por las dictaduras militares, y el sistema neoliberal legalizó la desarticulación y criminalización de las luchas sociales (sólo en el 2003 el Ejército masacró a más de cien personas movilizadas en las calles). Casi similar suerte corrió Ecuador. Mas sin embargo, estos pueblos desde las calles expulsaron a gobiernos neoliberales, y derrotaron en las urnas (una y otra vez) a las hidra oligarquías viejas.
A diferencia de Perú, en Bolivia y en Ecuador, las y los excluidos/empobrecidos (indígenas o no) incluso durante la «larga noche neoliberal» se atrevieron a imaginar/debatir sobre el país que deseaban construir. Lo hacían fuera del corsé de las universidades. Desde espacios y territorios inéditos (excluidos por su condición racial). Simultáneamente, actores de los movimientos sociales e indígenas «reconstruían» el corpus mítico, teórico y ético de la «voluntad colectiva creciente» y fragmentada que «desestabilizaba» a la dictadura neoliberal en ambos países.
No fueron «líderes» (preexistentes) u estructuras organizativas previas que aglutinaron/emprendieron las luchas emancipatorias en estos países. Fueron agendas y demandas populares compartidas las que unieron las fragmentarias luchas/resistencias sectoriales. Estas agendas fortalecieron a los núcleos de los sujetos constituyentes, y de allí emergieron circunstancialmente Evo Morales y Rafael Correa.
Volviendo a la explicación del «desánimo peruano»: es mentira que a la actual juventud peruana lo inmovilice el «miedo instalado por la guerra antisubversiva». Los jóvenes menores de 25 años desconocen el conflicto armado peruano. Es falso que sea el neoliberalismo quien impida la articulación social peruana. Los patronos impiden la sindicalización de sus trabajadores, pero todos los trabajadores informales-desempleados y agricultores suman mucho más que los «dependientes de las empresas». Los nefastos impactos del sistema neoliberal, lejos de intimidar o inmovilizar, activan el búmeran de las resistencias.
Lo que ocurre en el Perú no es más que una burda materialización de la hegemonía (cultural y espiritual) neoliberal sobre la «peruanidad». Este sistema «espectacular» logró, gracias a sus medios de reproducción ideológica, borrar las fronteras entre izquierda y derecha. La gran mayoría de «intelectuales», profesionales, obreros o agricultores fueron convertidos (bajo su consentimiento) en consumidores teledirigidos según sus capacidades de endeudamiento, sin importar si los dueños de los centros comerciales fuesen o no criminales socioambientales.
La hegemonía neoliberal anuló la capacidad de un pensamiento crítico (históricamente acumulado) en el Perú. Las universidades son verdaderas corporaciones de emporios de profesionales neoliberales adiestrados para competir, mas no para cooperar, mucho menos para repensar el Perú. Así, en este país andino, vivero de actores reflexivos de otros tiempos, se confunde la ciencia/conocimiento con la papirofilia (amor a los títulos/cartones).
Uno de los mayores retos para el nacimiento del nuevo sujeto político contra hegemónico en el Perú es recuperar el sentido de «nostridad» y «sobriedad» apabullada por el estridente individualismo consumista y la extravagante superficialidad. Simultáneamente se debe pensar y actuar social y políticamente más allá de lo «permitido».
Mientras peruanas/os continúen obstinados por las ilusiones que les envían desde Washington o desde Santiago de Chile, y se nieguen a conocer los procesos sociopolíticos y culturales de Bolivia y Ecuador, este país andino terminará siendo el hangar suramericano de las porta tropas norteamericanas, que ya van aterrizando.
El proceso de la fecundación del nuevo sujeto sociopolítico colectivo no lo hacen ni «líderes/as», ni instituciones políticas, ni ONGs, ni estructuras organizativas limeñocéntricas únicamente. Es y debe ser la tarea urgente de todos los pueblos y sectores que aún no han renunciado a la fe en sí mismos y el deseo de legar un Perú habitable/digno para las siguientes generaciones.
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