La apocalíptica estrategia puesta en marcha por el Daesch y especialmente en lo referente a uno de los mayores aliados de los yihadistas y por añadidura el país occidental a la cabeza de la incitante guerra sicológica contra el presidente sirio Bachar Al Assad, su enemigo común, parecería deber poner un freno al frenesí anti […]
La apocalíptica estrategia puesta en marcha por el Daesch y especialmente en lo referente a uno de los mayores aliados de los yihadistas y por añadidura el país occidental a la cabeza de la incitante guerra sicológica contra el presidente sirio Bachar Al Assad, su enemigo común, parecería deber poner un freno al frenesí anti sirio de la clase político-mediática francesa, salvo que puede precipitar a Francia en una mortífera zarabanda y relegarla en el ranking de las potencias.
Si en parte ha liberado a Francia de una incómoda y deshonrosa alianza en relación a sus valores y a su historia, este terrible tributo de sangre -las matanzas de Charlie Hebdo del 5 de enero de 2015 y la del Bataclán del 13 de noviembre último- ha puesto de relieve, por contragolpe, la deriva patológica y al mismo tiempo la persistencia de los presupuestos ideológicos post coloniales del poder decisorio francés en su doble versión neogaullista: Nicolás Sarkozy y Alain Juppé, quienes comenzaron las guerras de Libia y de Siria y los socialo-atlantistas Francois Hollande y Laurent Fabius entusiastas apoyos de los yihadistas y amplificadores de sus nauseabundas teorías.
Si el baño de sangre del que el territorio francés ha sido teatro en 2015 ha despertado empatía internacional con relación a Francia, no ha ocultado sin embargo la responsabilidad -directa y pesada- de la «Patria de los Derechos del Hombre» tanto en la gangrena yihadista de Medio oriente como en la destrucción de estados con estructuras republicanas, en beneficio del sindicato petro-monárquico más oscuro y represivo del planeta.
Comparar no es razonar
Ciertamente Bachar Al Assad y Muamar Kadafi están clasificados como dictadores del mismo tipo que Mobutu (Zaire), el asesino de Patrice Lumumba, Hissène Habré (Tchad), el carcelero François Claustre, Blaise Compaoré el asesino de Thomas Sankara. El rey Hassan II de Marruecos, asesino de Mehdi Ben Barka. Pero contrariamente a lo que sucede con los grandes amigos de Francia que han decapitado con gran entusiasmo a las figuras clave del tercer mundo que luchan por su independencia y su dignidad, el sirio no provee ni yembe ni valises (con dinero) a la fracción venal de la clase político-mediática.
He ahí uno de los motivos de la furia antisiria. El otro es que la última recalcitrante entrega árabe al imperio israelo-usamericano se ve y se vive como el pivote de la reacción al eje atlantista. Dos pecados mortales para la filo-sionista clase política francesa, atrapada por el pensamiento neoconservador usamericano.
Francia, tanto en Libia como en Siria, ha cometido crímenes contra la inteligencia. Ha pagado reiteradamente el precio con la sangre de sus ciudadanos a lo largo del 2015. Con la absoluta impunidad de sus dirigentes.
Si la primera responsabilidad, sin la menor objeción posible, les incumbe a los neoconservadores usamericanos, bajo el mando del trío de siniestra memoria George Bush jr, Dick Cheney y Donald Rumsfeld y sus aliados wahabitas representados por el príncipe Bandar ben Sultan, orquestador y jefe del destructivo caos de este «desorden constructivo«, la segunda responsabilidad le cabe al poder social-gaullista en su nueva versión neoconservadora y atlantista.
No solamente en Libia y en Siria, sino también por su mortal silencio sobre Yemen, su privilegiada alianza con el reino saudí, el incubador absoluto del yihadismo errático y degenerativo y de su apéndice en Qatar, la Meca de la cofradía de los Hermanos Musulmanes, matriz de todas las organizaciones radicales yihadistas desde Al Quaida hasta Al Nusra. Y por último y aunque con no menor responsabilidad está Turquía, el volante regulador de los yihadistas en el plano militar y proveedor al mismo tiempo de los flujos migratorios hacia la Unión europea a causa de la sistémica crisis de su economía.
La cumbre del G20 realizada en Antalya que reunió el 14 de noviembre pasado, al día siguiente de la matanza del Bataclán, a las 20 potencias económicas mundiales con la presencia del turco Recep Tayeb Erdogan, del saudí Salmane y de Laurent Fabius -el hombre que debió haberse ocupado de frenar los impulsos de jugador de casino de su hijo en lugar de proferir monstruosidades del tipo «Jabhat Al Nusra está haciendo un buen trabajo en Siria«, se ve retrospectivamente como una trágica farsa. De sabor amargo.
Tanto en Charlie Hebdo como en Bataclán, como lo fue antes, el 26 de junio de 2015, en Isere en oportunidad de la decapitación de un patrón, el poder de decisión francés en su versión sarko-hollandesa paga el precio de su perversión y de su demagogia, de la muerte de sus élites intelectuales, especialmente de sus universitarios islamófilos y del servilismo de su clase político mediática.
Que un presidente confíe la conducción de su política exterior al más célebre roncador de la diplomacia internacional contemporánea da una idea de la magnitud de la erosión de la deontología del mando.
Que un socialista sea el mejor aliado del turco, masacrador de kurdos y antes de armenios y de asirios, de los wahabitas, los mayores corruptores de la vida política árabe y de los grandes destructores de medio oriente, obliga a pensar en el significado del socialismo del siglo XXI. Un hecho que en gran parte explica la desafección política de la juventud parisina segada por la metralla yihadista.
René Naba, es un escritor y periodista, ex responsable del Monde arabo-musulman en el sector diplomático de AFP. Posteriormente asesor del director general de RMC Medio Oriente y responsable de la información y miembro del Instituto Escandinavo de los Derechos Humanos y de la Asociación de amigos euro-árabes.
Publicado en francés par Madaniya Paris, 18 de noviembre 2015.
Traducido del francés para El Correo de la diaspora latinoamericaine por Susana Merino.