Se dice en el campo de la medicina que los placebos son esos medicamentos que realmente no curan, pero engañan al paciente, creándole la ilusión de que están atacando al problema. Pues bien, algo parecido, pero en el ámbito ideológico, es lo que los creadores del denominado «Plan B para Europa» (y su extensa e […]
Se dice en el campo de la medicina que los placebos son esos medicamentos que realmente no curan, pero engañan al paciente, creándole la ilusión de que están atacando al problema. Pues bien, algo parecido, pero en el ámbito ideológico, es lo que los creadores del denominado «Plan B para Europa» (y su extensa e ilustre lista de firmantes) nos presentan. El promotor y fundador de la idea es el ex Ministro de Finanzas griego Yanis Varuofakis, pero a él se han venido uniendo grandes voces de la izquierda europea y mundial (Oskar Lafontaine, Costas Lapavitsas, Ken Loach, Noam Chomsky, Eric Toussaint…), y grandes nombres de la escena política española (Ada Colau, Miguel Urbán, Marina Albiol, José María González, Javier Couso, Lola Sánchez, Alberto Garzón, Nacho Álvarez, Beatriz Talegón, Manolo Monereo…). Por supuesto, vayan todos mis respetos y mi admiración ante tales personalidades, muchos de ellos auténticos referentes para quien escribe, pero que creo se equivocan en esta empresa. En el proyecto participan también numerosas ONG’s, y ya han registrado más de 13.000 firmas desde la publicación del Manifiesto.
Y es que bajo el noble objetivo de la democratización de las Instituciones europeas frente a la hegemonía de los poderes financieros, el abordaje de la problemática de la deuda y las posibles alternativas a las políticas de austeridad, creemos que se están olvidando de lo más importante: nada de ello es posible dentro del marco de la Unión Monetaria. Pero no solamente los problemas indicados, sino que tampoco tienen solución desde dentro del marco de las políticas europeas el problema de los refugiados, el rechazo a los Tratados de Libre Comercio (como el TTIP), o el famoso debate sobre la Europa Social, la Europa de los Pueblos o los Estados Socialistas de Europa. No hace falta ser un lince intelectual para concluir que en realidad el sueño europeo nunca existió (que sólo fue una unión de tipo comercial que ha degenerado con la explosión del capitalismo neoliberal globalizado), que tenemos un auge de las fuerzas fascistas en prácticamente todo el Viejo Continente, que nos están llevando hacia una Europa antidemocrática, excluyente, cruel, insolidaria, xenófoba e inhumana, pensada más como una fortaleza para el resto de pueblos que como un espacio de libre circulación de personas, o como un paraíso para los derechos humanos. No es necesario ser demasiado espabilado para entender que la fanática austeridad a la que nos someten desde la Troika es un claro atentado contra la democracia, contra los pueblos y contra los Derechos Humanos, y que la creciente desigualdad hacia la que tendemos no es sino el claro objetivo de estas Instituciones europeas, y de la élite que las dirigen.
Y frente a todo ello, ¿qué nos ofrece este Plan B? Pues parece que únicamente el ingenuo deseo de que las clases populares podamos revertir toda esta situación, y alcanzar plenos objetivos de democracia, fin de la austeridad y solidaridad y cooperación entre los pueblos. Me recuerda mucho a la tremenda ingenuidad con que los entonces dirigentes de Syriza pretendían negociar con las autoridades europeas, para intentar conseguir de ellos cierta «compresión» y cierta «empatía» con la situación de Grecia, y negociar nuevos objetivos, así como el abandono de ciertos planes que la Comisión les tenía reservados. Los dirigentes griegos subestimaron al enemigo (en realidad no entendieron siquiera que fueran su enemigo), y en vez de conseguir sus objetivos, se trajeron para su país un grotesco plan suicida, que supuso la absoluta claudicación de Grecia ante los intereses del gran capital. Desde entonces, las huelgas generales se han vuelto a suceder por toda Grecia, y el otrora líder Alexis Tsipras se ha convertido en uno de los alumnos más aventajados de la Canciller alemana y toda su tropa. Y es que cuando las bases para el enfoque de un problema no son realistas, sino únicamente idealistas, y cuando no se dispone de un auténtico plan de ataque contra el enemigo, así como de una solución integral que cubra todos los flancos posibles del problema, seguramente lo que ocurra sea que el problema se acucia, y la batalla se pierde.
Para el caso que nos ocupa, por tanto, muchas personas de la izquierda transformadora pensamos que no es posible abordar el problema desde la ambigüedad, desde las terceras vías, desde las declaraciones de intenciones, desde el tímido reformismo, desde la supina ingenuidad, o desde el cobarde conservadurismo. El problema de esta Unión Monetaria sólo tiene una solución, y es su abandono, su salida, su destrucción. Dice un magnífico proverbio que «Hay cosas que no se arreglan si no se desarreglan del todo«, y aquí estamos ante un caso de libro, que cuadra perfectamente con dicha solución. Ya deberíamos tener superado el enfoque inocente de que hay que conseguir las mayorías necesarias para tumbar los Tratados y las políticas de esta Unión Europea, porque ello nunca se conseguirá, ya que los mimbres de estos acuerdos y de esta organización política y económica de Europa están fabricados para no poder ser revertidos (por no recordar que sería prácticamente impensable obtener en los foros europeos una implacable mayoría de izquierdas que siquiera deseara cambiar dichos fundamentos de actuación). El problema no se soluciona con buenas dosis de voluntad, ni por mucho que concienciemos a los auditorios de la necesidad de deconstruir los fundamentos de esta Unión Monetaria. Simplemente, lo que hay que hacer es abandonarla.
Sólo el abandono de la misma, con todas sus consecuencias negativas (que las tiene, nunca lo hemos ocultado, y con las dificultades que posee) nos abrirá las puertas del futuro, de un futuro de recuperación de nuestra soberanía, y desde ella, del despliegue de políticas que puedan poco a poco abandonar los dogmas neoliberales, y conseguir el desmantelamiento del poder financiero, la auditoría de la deuda pública, la reversión de las políticas de austeridad, el abordaje de auténticos programas de rescate ciudadano, la garantía del respeto hacia todos los Derechos Humanos, el reconocimiento como sujetos de derecho a los pueblos y a la naturaleza, la potenciación de la economía real, la nacionalización de los grandes sectores productivos, y la consecución de una serie de principios democráticos que rijan nuestra vida social y política. Todos ellos son objetivos y principios absolutamente incompatibles desde las estructuras de esta Unión Monetaria, y por ello, todos los esfuerzos que dediquemos en ello serán energías malgastadas, que bien pudieran ser enfocadas hacia soluciones valientes e integrales. Desde el seno de la Unión no podremos hacer frente a políticas de solidaridad y de cooperación, ni emprender políticas exteriores enfrentadas al imperialismo y al colonialismo, ni conseguir rebajar los niveles escandalosos de desigualdad social, ni practicar un reparto justo, decente y equitativo del trabajo, ni conseguir una justa y progresiva redistribución de la riqueza. No nos engañemos.
Desde dentro del corsé de las Instituciones europeas nunca será posible un cambio revolucionario en el modelo productivo, ni la consecución de una renta básica universal, ni unas políticas económicas decrecentistas, que son las necesarias para conseguir objetivos sostenibles y respetuosos con la vida y con el planeta. Como indican desde un contramanifiesto algunos otros pensadores de la izquierda, tales como Ramón Franquesa, Pedro Montes, Joan Tafalla o Diosdado Toledano («Un Plan B para no ir a ninguna parte«): «Toda reacción para combatir la Unión Europea actual es bienvenida, pero es muy penoso que tantas firmas ilustres junten su nombre para producir un manifiesto tan pobre, confuso, desorientado e inútil«. Estamos, como en otras ocasiones, y con todo el respeto hacia los padres de la criatura, ante un nuevo intento de ilusionar con vanas y falsas expectativas a una población ya demasiado engañada, demasiado explotada y demasiado confusa, ya que otra cosa no podemos esperar de un supuesto plan en el que la ambigüedad, la falta de rigor y la insuficiente concreción de las propuestas y medidas son sus señas de identidad. En realidad, es la ausencia de plan lo que se plasma en el manifiesto y el contenido de las reuniones especificadas. La declaración de nobles objetivos, con los que todos estamos de acuerdo, no hace válida a cualquier iniciativa que se precie de ser firme y valiente, y que represente realmente una solución al panorama actual. Ha llegado la hora en que, superando los sesudos análisis y los empíricos diagnósticos, emprendamos el camino de la rebelión de los pueblos de Europa ante la tiranía de sus Instituciones.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.