En Bruselas ya no se pueden poner muy finos en cuanto a la defensa de la libertad de expresión
Turquía forma parte de Europa, no solo por la esquina del continente que ocupa su territorio, la antigua Tracia, sino por siglos de historia común, aunque esta haya sido más bien conflictiva. Los turcos llevan mucho tiempo aspirando a entrar en la Unión Europea (UE) y, hasta hace pocos años, las negociaciones avanzaban. El gobierno del partido conservador islamista ANP, de Recep Tayyip Erdogan, se ganó el respeto dentro y fuera de su país por atacar el poder dominante de las Fuerzas Armadas, el actor clave en la historia moderna de Turquía y protagonistas de varios golpes de Estado.
También en la UE se reconocía que Erdogan estaba contribuyendo a modernizar el Estado al liberarlo del yugo de los militares. Sin embargo, los recelos, más bien culturales, de Alemania y Francia frenaban las aspiraciones de Ankara, y los turcos se sentían despechados.
Hoy la candidatura de Turquía sigue vigente pero las condiciones han cambiado radicalmente. El reciente acuerdo entre los 28 miembros de la UE y Ankara para devolver a todas las personas que cruzan el Mar Egeo en busca de refugio desde la costa turca hasta Grecia es abominable porque viola el derecho humano a pedir el asilo que se está negando a los sirios e iraquíes que huyen de la guerra en sus países.
Además, la comunidad europea se entrega a Erdogan, que controla de facto el flujo de refugiados hacia el norte del continente. El dirigente turco aprovecha su nueva posición de poder para lograr concesiones de Bruselas y de los socios europeos, no solo dinero, sino también un acelerón en las negociaciones para entrar en el club.
Erdogan ya no es el mismo que hace pocos años. En Turquía se vive una significativa deriva autoritaria. De primer ministro, ha pasado a ser presidente, aunque muchos se refieren a él ya simplemente como «el sultán». Tras cortarle las alas al Ejército, Erdogan se deshizo de los jueces y fiscales que se habían atrevido a investigar casos de corrupción en su entorno. Y ahora les toca el turno a los periodistas. Las presiones económicas y legales contra grupos editoriales incómodos han ido en aumento, y últimamente cualquier excusa sirve para intervenir la prensa, como acaba de ocurrir con la confiscación del diario opositor Zaman.
Quizás envalentonado por el acuerdo con la UE sobre los refugiados, Erdogan ahora incluso ataca a la prensa en el extranjero. Hace unos días, su gobierno citó al embajador alemán para protestar por un video satírico sobre el presidente turco en un canal de televisión pública de Alemania.
La ironía es que Turquía está forzando un avance en las negociaciones para entrar en la UE a la vez que se está alejando cada vez más de los valores que, en principio, se exigen para convertirse en miembro del club. Sin embargo, en Bruselas ya no se pueden poner muy finos en cuanto a la defensa de la libertad de expresión. Salvo quejas retóricas, la UE ha permitido el atropello contra la prensa en países miembros como Polonia y Hungría. Así es difícil dar lecciones al sultán.
Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/europa-en-manos-del-sultan-251638