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La delegada de Médicos Sin Fronteras en la Comunidad Valenciana, Mila Font, señala “catástrofes” humanitarias invisibilizadas en los medios

«Los médicos y los pacientes se consideran hoy objetivo legítimo de guerra»

Fuentes: Rebelión

Imágenes: Médicos Sin Fronteras

Unas 3.400 personas han contraído la enfermedad de la fiebre amarilla en Angola desde diciembre de 2015, y 356 han perdido la vida. Se trata del peor «brote» en las últimas tres décadas. En la República Democrática del Congo, se han registrado 75 fallecimientos en el mismo periodo, y puede que 1.300 personas se hayan contagiado del virus. La OMS anunció a primeros de junio, en una nota informativa reproducida por Europa Press, que las reservas mundiales de vacunas para la prevención de la fiebre amarilla se han tenido que «reabastecer» dos veces durante 2016. Cerca de 18 millones de vacunas, un «record» histórico, se han suministrado en Angola, Uganda y la República Democrática del Congo. Anualmente se producen en el mundo 130.000 casos de fiebre amarilla, que causan, según la OMS, unas 44.000 muertes en los países endémicos africanos. En estos países viven el 90% de las personas contagiadas. Además, la mortalidad de los casos graves no tratados puede alcanzar el 50%.

A finales del siglo XIX y principios del XX, la fiebre amarilla resultó devastadora en numerosos lugares del planeta. Hasta que los investigadores dieron con una vacuna notablemente eficaz, que no requiere la producción a gran escala pero es difícil de fabricar. A finales del siglo pasado, las campañas de vacunación dejaron de ser prioritarias para algunos gobiernos africanos, lo que abrió camino a nuevas epidemias (por ejemplo, Guinea en 2000). En los últimos años, «la fiebre amarilla se ha desarrollado en zonas boscosas o alrededor de puntos de agua», explica Michel Van Herp, epidemiólogo de Médicos Sin Fronteras (MSF). En Angola, sin embargo, esta fiebre hemorrágica aguda se ha desarrollado en la capital, Luanda, que se había librado de la enfermedad durante décadas. Tampoco existían los mosquitos portadores. «Todo comenzó con un número reducido de personas y mosquitos infectados», apunta Van Herp. Se dio la circunstancia de que la epidemia afectó a un mercado muy popular de Luanda, lo que facilitó la difusión del virus. Cuando las autoridades tuvieron conocimiento y pudieron dar una respuesta, había aumentado ya el número de personas e insectos afectados. La enfermedad se extendió a otras regiones, y por mediación de los viajeros, a países como China y Kenia; en una fase subsiguiente la fiebre amarilla alcanzó a la República Democrática del Congo. La delegada de Médicos Sin Fronteras en la Comunidad Valenciana, Murcia y Canarias, Mila Font, destaca que los equipos de esta ONG han vacunado a los vecinos (370.000) de la ciudad congolesa de Matadi, fronteriza con Angola. La tarea se realizó en apenas diez días.

Font es economista, empezó a colaborar con MSF en 1994 y desde 2011 es la delegada de esta organización en tres provincias españolas. Su primer destino como cooperante -en la gestión administrativa y de recursos- fue en Tanzania (1994), donde llegaban los ruandeses que escapaban al genocidio. Se trasladó después a Mozambique (1995-1996), Ruanda (1996-1997) y pasó una década en Somalia (1998-2008). En la entrevista señala algunos escenarios en los que trabaja la ONG y no encabezan los informativos de las televisiones. Por ejemplo, recuerda las 60.000 personas atrapadas en condiciones muy extremas cerca de la frontera noreste de Jordania con Siria. «Se tendría que reanudar de inmediato la asistencia humanitaria y facilitar protección internacional, pues huyen de una guerra». MSF realizó la denuncia el 30 de junio después de un ataque «suicida» contra un puesto militar -en el que murieron siete soldados y otros 14 resultaron heridos- cerca del campo de refugiados sirios de la zona de «Berm». Tras el atentado, dejaron de llegar los alimentos, la atención médica y el agua se suministró de manera muy limitada. La mitad de las personas que habitan este campo «informal» son niños.

¿Constituyen hoy los hospitales un objetivo de guerra? Mila Font se remite a las palabras de la presidenta internacional de MSF, Joanne Liu, ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado mayo. «En las guerras actuales los médicos y los pacientes se consideran objetivos legítimos». Se refería a las bombas sobre el hospital Al Quds de Alepo, que causaron la muerte de al menos 55 personas; entre otras, uno de los últimos pediatras que quedaban en la ciudad. Éste fue uno de los casi 300 ataques aéreos de los que fue objeto la ciudad siria en 10 días. En octubre de 2015 Estados Unidos perpetró un ataque al hospital de MSF en la ciudad afgana de Kunduz. Además de en Afganistán, en República Centroafricana, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Ucrania y Yemen, los hospitales son pasto de las bombas. «De manera casi rutinaria», acota Joanne Liu. «Son atacados, saqueados o incendiados; el personal médico se siente amenazado y los pacientes se esconden bajo las camas». La respuesta oficial califica las bombas como «errores», cuando no se silencian los hechos o se niegan. El 26 de octubre de 2015 las bombas de la coalición militar comandada por Arabia Saudí alcanzaron un hospital de MSF en Haydan (norte de Yemen). Quedaron sin un centro sanitario de referencia cerca de 200.000 personas. «Los trabajadores de la salud locales cargan con el peso de estos abusos».

Constituido como república independiente en julio de 2011, Sudán del Sur es el país más joven del mundo. Naciones Unidas advierte de la «catástrofe alimentaria» que actualmente se vive en el país. La escasez de vituallas amenaza en los próximos meses a 4,8 millones de personas, y a ello se suma otro hecho estremecedor: más de 100.000 desplazados cruzaron la frontera en los dos últimos meses. «Sudán del Sur está fuera del radar, allí no llega la indignación de los ciudadanos europeos», apunta Mila Font. Una ciudad de cerca de 150.000 habitantes, Malakal, fue arrasada en 2014; se convirtió en una fantasmagoría. Explica la delegada de MSF que la población huyó o se refugió en el campo de protección para civiles de Naciones Unidas de Malakal. ¿Un lugar seguro? «Allí deberían salvarse vidas, pero mueren niños a causa de la desnutrición, la malaria o la tuberculosis». El 17 de febrero de 2016 estalló la violencia dentro del campo de protección de la ONU, entre personas desplazadas de diferentes etnias. Un informe de MSF apunta que en el combate -que terminó con una cifra de muertos que oscila entre 25 y 65, además de 108 heridos- «se vieron envueltas fuerzas militares externas». Cerca de 30.000 desplazados internos se convirtieron nuevamente en desplazados. Según Mila Font, la ONU «falló» en la protección de los civiles del campo. Además, su «rígida estructura» en el lugar de los hechos impidió una rápida actuación de las organizaciones humanitarias. Cuatro meses después del ataque, «las condiciones de vida de los internos continúan siendo igual de pésimas».

Millones de personas en África Occidental y Central, por ejemplo en países como República Democrática del Congo, Guinea o República Centroafricana, se ven actualmente excluidas de la respuesta mundial contra el VIH-SIDA. Los especialistas de Médicos Sin Fronteras, destaca Mila Font, han comparado la situación actual de estos países con la de Sudáfrica en 1999, antes que se hubiera extendido el acceso a los medicamentos antirretrovirales. Los enfermos llegaban a los hospitales al borde de la muerte. La cobertura antirretroviral para afrontar el VIH-SIDA en el centro y occidente africano es de las más bajas del mundo: tres de cada cuatro personas no tienen acceso al tratamiento. La estadística no deja lugar a las ambigüedades. Los 25 países integrados en el área principal de afección (oeste y centro del continente africano) suponen el 6% de la población mundial, pero representan el 17,9% de las personas con VIH-SIDA. La tendencia no tiene visos de cambio: concentran una de cada cinco nuevas afecciones y el 45% de todos los niños que nacen con el virus. La delegada de MSF en la Comunidad Valenciana destaca que en el hospital para pacientes de VIH-SIDA que la ONG apoya en Kinshasa, uno de cada cuatro enfermos llega en tal estado que resulta imposible salvarle la vida. Se agregan otras causas estructurales. La fragilidad de los canales de suministro provoca desabastecimientos. Pese a que muchos de los antirretrovirales resulten gratuitos, los pacientes han de pagar tarifas por una consulta, pruebas de VIH, recetas o exámenes de laboratorio. De facto, y debido a los precios inasumibles, los enfermos son frecuentemente excluidos de la atención sanitaria.

Níger es otro país que tampoco concentra habitualmente las primeras planas. El ataque del grupo Estado Islámico de la Provincia de África Occidental, conocido como Boko Haram, contra los militares en Bosso (región de Diffa) a primeros de junio causó -además de las víctimas militares- decenas de miles de nuevos desplazados sin asistencia (cerca de 40.000, según fuentes oficiales). Muchos de los refugiados ya habían llegado a la zona huyendo de acometidas anteriores. El último atentado de Boko Haram es uno de los numerosos episodios de violencia que se viven en el sureste de Níger, donde las temperaturas pueden alcanzar los 45ºC. Antes de que se perpetrara, la región de Diffa ya acogía a unas 240.000 personas desplazadas. La ayuda humanitaria llega con dificultades. Las ONG que colaboran en la zona distinguen tres grandes asentamientos en los que se instalan los desplazados: la aldea de Kintchandi, Garin Wanzam y Diffa, capital de la región con un asentamiento en el que viven más de 7.000 personas. La principal necesidad es el agua, señalan fuentes de MSF, que trabaja en la zona desde diciembre de 2014. Uno de los motivos de preocupación es la proximidad de la estación de lluvias, que podría favorecer las aguas estancadas en condiciones insalubres y, en consecuencia, incrementar los casos de malaria.

Otro «agujero negro» de la información internacional es la «catastrófica situación humanitaria» que se vive en el campo de refugiados de la ciudad de Bama (estado de Borno), en el noreste de Nigeria. Emplazado en un complejo hospitalario, el campo acoge a al menos 24.000 personas desplazadas, de las que 15.000 son niños (4.500, menores de cinco años). Allí se registra una media de seis muertes diarias, sobre todo por diarrea y desnutrición. Mila Font destaca la «emergencia sanitaria» que se vive en Bama. Los médicos de MSF pudieron entrar a la ciudad durante unas horas el pasado 21 de junio. En un rápido chequeo encontraron a 16 menores con desnutrición severa, que se hallaban en riesgo de muerte inmediata. Un diagnóstico rápido sobre el estado de 800 niños concluyó que el 19% padecía desnutrición en grado severo. Además, los médicos contaron 1.233 tumbas aledañas al campo de desplazados, cavadas en el último año. Unas 480 corresponden a menores. En Yobe, un estado fronterizo con Borno, golpea con saña Boko Haram y asimismo responden los militares. En las afueras de Kukarita se ubica uno de los campos de desplazados, que acoge a una parte de las 195.000 personas que han huido de la violencia. Otros han intentado establecerse en las comunidades locales.

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