Distintas evidencias hacen pensar que en Europa se está transitando desde una etapa que se acaba de cerrar a otra que se abre con perfiles muy diferentes. Las características de la que se ha cerrado son muy nítidas, se trata de una etapa en la que la izquierda ha intentado a través de tres diferentes […]
Distintas evidencias hacen pensar que en Europa se está transitando desde una etapa que se acaba de cerrar a otra que se abre con perfiles muy diferentes. Las características de la que se ha cerrado son muy nítidas, se trata de una etapa en la que la izquierda ha intentado a través de tres diferentes modelos de acción y organización encauzar el malestar social y las movilizaciones populares y romper con la austeridad neoliberal descargada sobre las clases populares. Estos tres modelos han sido el enfrentamiento sindical (Francia), y el acceso al poder, en un caso a través de un modelo clásico de partido de izquierda (Grecia), y en otro caso siguiendo la estrategia populista de Laclau (España). La etapa se ha cerrado con el fracaso de los tres intentos, una doble derrota de las luchas sindicales (Francia), una claudicación ante la troika (Grecia), y la imposibilidad electoral de alcanzar el poder (España).
De la nueva etapa es difícil predecir cuáles serán sus características distintivas, de momento solo podemos apuntar las tendencias fuertes, que tendrán que confirmarse en los próximos meses. Estas tendencias se abren con la victoria del brexit, sostenida en posiciones xenófobas, y deben verificarse con dos importantes elecciones presidenciales dónde el populismo xenófobo de extrema derecha tiene posibilidades reales de alcanzar el poder, Austria y Francia. Si estas tendencias se confirman, la nueva etapa estaría caracterizada por un salto cualitativo en el avance de la extrema derecha en Europa.
El resultado electoral obtenido por Podemos en las elecciones al parlamento español en junio de 2016 fueron espectaculares en relación con el peso representativo obtenido históricamente por las organizaciones a la izquierda del PSOE, los 71 diputados de la amplia coalición que representa Unidos Podemos suponen, pues, un gran triunfo, pero también son la constatación de un límite al que, salvo circunstancias imprevisibles en estos momentos, no se ve posibilidades de superar. Ese límite obtenido en junio ya venía siendo anunciado en los resultados de elecciones anteriores, locales, autonómicas o generales, y no ha podido ser superado a pesar de los esfuerzos por ampliar las fuerzas políticas de la alianza electoral.
Esta situación puede tomarse como referencia para establecer el cierre de una etapa tanto a nivel de España como de Europa. En el caso español se trataría de una etapa que se inició con las primeras contestaciones al giro neoliberal del gobierno socialista de Zapatero, y continuaría con surgimiento posterior del 15-M y de Podemos más tarde. El resultado político ha sido la transformación del sistema representativo español que ha basculado desde un bipartidismo imperfecto a un multipartidismo que está dificultando la posibilidad de elegir un gobierno estable. Pero las expectativas que llegó a crear Podemos en su primer período de existencia sobre la capacidad de alcanzar el gobierno y llevar a cabo un programa ambicioso a favor de la clases populares se cerró con la constatación del límite que marcaron los resultados electorales del pasado junio. Unidos Podemos no solo quedó como una minoría fuerte, pero minoría a pesar de sus resultados, sino políticamente aislada. Su única posibilidad de participar en algún tipo de gobierno sería en posición subordinada al PSOE, y con otras fuerzas, que, necesariamente, reducirían drásticamente el alcance de su programa político y la harían corresponsable de políticas que no son las suyas.
En España se ha cerrado, pues, una etapa, pero también se pueden tomar estos resultados de Unidos Podemos como el cierre de otra etapa en Europa. El objetivo de este artículo es justamente ocuparse de analizar esta situación a nivel europeo.
Las consecuencias generadas por la crisis en Europa
Para nuestros objetivos analíticos podemos considerar la etapa europea que se acaba de cerrar como la segunda desde el inicio de la gran recesión en 2008. Pero antes de centrarnos en ella veamos cuales han sido los rasgos más definitorios en este tiempo globalmente.
Económicamente la crisis llegó con un cierto retraso respecto a EEUU y se expresó inicialmente como una crisis de las deudas soberanas de los más débiles de los Estados miembros, y aunque afectó a todo el sistema económico el sector más impactado fue el financiero. Las medidas implementadas por los diferentes gobiernos, siguiendo los dictados de Bruselas y el banco central europeo, y bajo el liderazgo político de la Alemania de Angela Merkel, estuvieron orientadas a buscar una salida a la crisis haciendo recaer los sacrificios sobre las clases populares a través de un recorte de derechos y de retroceso de su participación en la renta nacional a través de políticas de austeridad que han terminando desembocando en una situación de estancamiento económico que contrasta con el mayor éxito de EE.UU. para conseguir salir de la crisis. Esta situación conoció momentos álgidos en el rescate económico de algunos grandes bancos o sistemas bancarios, en el rescate de algunos países, como ha sido el caso más dramático de Grecia, y en la intervención creciente y masiva del BCE para sostener la economía europea.
Inicialmente, el fuerte impacto de la crisis hizo perder posiciones al capitalismo europeo en el conjunto mundial frente a la resistencia a la crisis y crecimiento que conocían los BRICS gracias, sobre todo, al tirón económico de China. Pero en el último año la locomotora asiática comenzó a dar señales de agotamiento de su modelo económico y su ralentización hizo entrar en recesión a otros componentes de los nuevos países ascendentes como Brasil y Rusia. De manera que, frente al estancamiento europeo y el frenazo o recesión en otras economías emergentes, EE.UU. volvió a aparecer como la economía más dinámica en el capitalismo globalizado de la crisis.
Socialmente, la crisis tuvo efectos devastadores sobre la clase obrera y las clases populares en general. El ascenso de los niveles de desempleo fue muy importante en la primera etapa de la crisis, con casos espectaculares como los de Grecia y España – dónde se destruían del orden de 150.000 empleos mensuales – que ocho años después no han regresado a los niveles anteriores al inicio de la crisis. Esta situación fue acompañada de un recorte de salarios, derechos laborales y prestaciones sociales, que ha dado lugar a la consolidación de un amplio mercado de trabajo precarizado. Las respuestas a este ataque contra las clases populares conocieron diferentes niveles según la intensidad de la crisis en cada país y la tradición de organización y movilizaciones. Tres países destacaron especialmente en estas movilizaciones. En primer lugar Grecia donde tuvo lugar de manera continua, y hasta la victoria electoral de Syriza, un encadenamiento de huelgas generales acompañadas de movilizaciones. En segundo lugar Francia, cuyos sindicatos llevaron a cabo dos olas de movilizaciones sociales y huelgas, primero en 2010 contra la reforma de las pensiones de Sarkozy, y luego en 2016 contra la reforma laboral de de Valls-Hollande, ambas saldadas con sendas derrotas. En tercer lugar España, dónde las tres huelgas generales fueron reemplazadas por movilizaciones sectoriales y temáticas fecundadas por el impulso nacido del 15-M.
Políticamente los efectos se trasmitieron a diversos planos y de manera contradictoria. En primer lugar, el gran malestar social causado por la crisis originó en la primera etapa cambios continuos de los gobiernos, tanto liberal-conservadores como socialdemócratas.
En segundo lugar los efectos de la crisis impulsaron el crecimiento de los movimientos de extrema derecha que utilizaron dos grandes temas de movilización, el de la inmigración y el rechazo de la construcción europea a favor de un regreso al chauvinismo nacionalista. El liderazgo principal lo siguió detentando el FN francés, pero su crecimiento fue importante en otros muchos países. Pero también hubo, en menor medida, un impulso de las organizaciones de izquierda con nuevos formatos organizativos como los de Syriza o Podemos, destacando especialmente los casos de Grecia, España y Portugal. Sin embargo, en general, la izquierda no tuvo el protagonismo que podría esperarse de una crisis como la que asoló Europa.
En tercer lugar, la crisis económica tensionó la construcción de la Unión Europea, que perdió su mito de irreversible. La primera gran crisis tuvo lugar con la negociación del tercer rescate de Grecia, la resistencia inicial del gobierno de Syriza a aceptar las duras condiciones de la troika hizo aparecer la amenaza de expulsión del país heleno, pero la claudicación final del gobierno de Tsipras evitó que este expediente se concretara. La segunda gran crisis sí terminó en el abandono de uno de sus principales miembros, el Reino Unido, tras la celebración de un referéndum sobre su permanencia en la UE, se trataba de mayor éxito de los movimientos euroescépticos, dominados por las tendencias populistas xenófobas de extrema derecha. Entre medias, el episodio de la llegada masiva de refugiados, sobretodo provenientes de la guerra de Siria, actuó como un elemento tensionador suplementario en la UE con el rechazo de varios de sus Estados miembros a acoger cuotas de refugiados y el levantamientode muros en sus fronteras.
La brecha abierta con la victoria del brexit y el ascenso continuado del populismo de extrema derecha en varios países europeos hacen suponer que las tensiones sobre la existencia de la UE continuarán en el futuro.
En cuarto lugar, la crisis también tuvo efectos impactantes sobre la estabilidad territorial de algunos Estados europeos con la intensificación de tendencias independentistas latentes en algunos de sus territorios, como fueron el caso de Escocia donde, a pesar de la derrota del independentismo en un referéndum, puede volver a replantear su demanda tras el brexit; o el caso de Cataluña, cuyo bloqueo desde el gobierno del PP de una consulta similar a la escocesa está llevando a las fuerzas soberanistas a plantear un proceso independentista unilateral.
Segunda etapa de la crisis europea: intento fallido de la izquierda de revertir el austericidio neoliberal
Para los efectos que se pretenden en este artículo queremos centrar el análisis de esta segunda etapa en lo que consideramos una de las características políticas más definitorias de la misma, el intento fracasado por parte de la izquierda de conseguir llegar al gobierno en alguno de los países de la UE y romper con el dominio de las políticas neoliberales y las medidas austericidas contra las clases populares. Este hecho ha marcado toda esta etapa y su fracaso abre el escenario de una nueva etapa que se abre con perspectivas muy diferentes, incluso prácticamente opuestas.
La izquierda ha encontrado posibilidades más o menos importantes de alcanzar el gobierno solamente en aquellos países donde previamente se había producido una importante movilización social contra las políticas de austeridad. Así, por ejemplo, allí dónde estas movilizaciones estuvieron ausentes, aunque previamente existiese una alternativa de izquierda con ciertas posibilidades el resultado final ha sido un lento retroceso, como ha ocurrido con el caso de Die Linke en Alemania. Los cuatro países que vamos a tomar en cuenta para el análisis son Grecia, Francia, España y Portugal. En ellos se produjeron, con importantes diferencias, las movilizaciones sociales más intensas contra las consecuencias de la crisis. La tradición de la izquierda, su implantación y su reacción a las nuevas condiciones también fueron diferentes y, en consecuencia nos encontramos con resultados finales también distintos.
Como hemos señalado las movilizaciones más intensas correspondieron a Grecia, seguida por Francia, España y Portugal. Sus tradiciones políticas de izquierda también diferían. Grecia y Portugal contaban con importantes partidos comunistas muy ortodoxos que dificultaban el entendimiento con otras fuerzas de la izquierda. En España y Francia, por el contrario, los partidos comunistas se encontraban comprometidos desde hace tiempo con alianzas políticas más amplias como era el caso de Izquierda Unida y el Front de Gauche. También había diferencias en sus relaciones con la socialdemocracia; en la presencia o no de fuerzas de extrema derecha importantes, fuertes sobretodo en Francia, menos en Grecia y prácticamente inexistentes en España o Portugal; o en los retos de movimientos populistas que les disputasen sus bases electorales, claramente visible en España con Podemos, pero también en otro país como Italia, en el que el M5E de Beppe Grillo desplazó a Refundación Comunista, previamente debilitada por sus errores.
Las fuertes movilizaciones y huelgas griegas desembocaron en un ensayo exitoso de unidad de fuerzas de izquierda – con la excepción del partido comunista – en torno a Syriza, que se convirtió en el único caso en que consiguió llegar al gobierno como fuerza mayoritaria después de marginar a la socialdemocracia a posiciones irrelevantes. En los otros tres países, por el contrario y con diferentes resultados, ninguna de las fuerzas de izquierda logró desplazar a la socialdemocracia. En Francia, y a pesar de las fuertes movilizaciones sindicales, el Front de Gauche se mantuvo como una fuerza minoritaria sin capacidad siquiera de condicionar las políticas del gobierno de Hollande, viendo, además, como seguía creciendo el Frente Nacional utilizando parte del malestar social generado por la crisis. En Portugal, el PCP y el Bloco de Esquerda se convirtieron, al menos, en apoyos necesarios para el actual gobierno socialista, condicionando ligeramente las políticas de éste. Finalmente, en España un movimiento populista de izquierda, Podemos, fue capaz de encauzar políticamente el malestar social y desplazó a la marginalidad a Izquierda Unida, pero tampoco fue capaz, por el momento, ni de alcanzar el gobierno ni de superar al PSOE.
Syriza representó, por tanto, durante un breve período, la esperanza de la izquierda europea por alcanzar una victoria contra las fuerzas neoliberales europeas que abriese el camino a los avances de otras fuerzas de izquierda en el viejo continente. Pero la dimensión de sus retos, su aislamiento político en la UE, el fuerte desequilibrio de fuerzas enfrentadas, y una dirección política no adecuada para enfrentar ese desafío terminó en una derrota estrepitosa que condicionó en lo inmediato las posibilidades de la otra fuerza con posibilidades de alcanzar el gobierno, Podemos, y a largo plazo bloqueó las posibilidades de avance de la izquierda en Europa, que quedó sumida en un nuevo período de confusión y desmoralización.
Como señalábamos al principio, una etapa que se inició en el otoño de 2010 con importantes expectativas de avance para la izquierda, dando cauce político al intenso malestar social existente, se cerró con la claudicación de Syriza, y el fracaso de Podemos de superar al PSOE y ser alternativa de gobierno, con unas derrotas importantes de la izquierda que perdía la iniciativa política para un largo período durante el cual tendrá que reflexionar y establecer nuevos objetivos y estrategias.
Tercera etapa de la crisis europea: la amenaza del populismo xenófobo de extrema derecha
Una nueva etapa política se abría en Europa a mediados de 2016 cuando coincidieron en el tiempo el resultado de dos consultas en las urnas, los resultados de las segundas elecciones en España en seis meses que confirmaron la situación minoritaria de Podemos, y la victoria del brexit en el referéndum británico. La importancia de este último no radicaba solamente en suponer la primera deserción de un miembro de la UE, que rompía, así, con el mito de la irreversibilidad de la construcción europea, sino en representar la primera gran victoria del movimiento euroescéptico liderado por fuerzas populistas xenófobas. A pesar de que una parte de la izquierda inglesa también apoyaba el brexit bajo la consigna del leftxit, en realidad todo el rédito fue cobrado por las fuerzas populistas xenófobas de extrema derecha.
La derecha populista y xenófoba viene manteniendo un crecimiento ininterrumpido desde hace años en la mayor parte de Europa. Sus dos grandes bazas propagandísticas han venido siendo un rechazo a la UE en nombre de un regreso a posiciones nacionalistas y el discurso anti-inmigración que ha sido reforzado tanto por los atentados yihadistas llevados a cabo en diversos países europeos como la crisis de los refugiados derivada de las guerras civiles al otro lado del Mediterráneo, especialmente en Siria y Libia.
El fenómeno no es nuevo y ya lo analizamos con ocasión de los resultados en las elecciones europeas en 2014 dónde se apuntaba que «los resultados generales pueden englobarse dentro de las siguientes tendencias: Permanece el dominio de los conservadores y socialdemócratas aunque con correctivos para los cuatro principales grupos de europarlamentarios, los conservadores pierden 64 escaños (212), los socialistas 10 (186), los liberales 13 (70), y los verdes 2 (55). Por el contrario crecen los grupos que representan un voto de protesta contra la actual UE, tanto por la izquierda como por la extrema derecha, la izquierda gana 8 parlamentarios (43), los ultraderechistas del grupo europeo de la Libertad y la Democracia ganan 5 (36) sin contar con dos grandes vencedores en Francia y Gran Bretaña que no pertenece a este grupo, así, el Frente Nacional ha pasado de 6 a 24 escaños y el UKIP que pasa de 13 a 23.
Efectivamente, continúa la preocupante tendencia, expresada en las elecciones europeas de 2009 y en otras de tipo nacional en estos últimos cinco años, de implantación y crecimiento de partidos xenófobos y ultraderechistas por toda Europa hasta alcanzar cerca de un 25%, englobando tanto a países especialmente golpeados por la crisis y las medidas de austeridad, como Grecia donde Amanecer Dorado se sitúa en tercera posición con un 9,4% de votos y Laos con el 2,8%, como a países que han sorteado la crisis con menos problemas como en Dinamarca y Austria donde han obtenido un 25% de los votos. Pero sin duda ha sido la victoria obtenida por el Frente Nacional en Francia el dato que más repercusión ha tenido al situarse como el primer partido más votado, convirtiéndose, de esta manera, en la referencia de toda la extrema derecha en Europa. Este ascenso de las posiciones xenófobas y ultraderechistas tendrá consecuencias seguramente en tres aspectos, primero, servirá de aliciente al crecimiento de estos partidos en toda Europa, segundo, arrastrará hacia posiciones más derechistas a los partidos conservadores para intentar recuperar electorado o evitar mayores pérdidas y, tercero, repercutirá en las decisiones del parlamento europeo. Mucho es de temer que las posiciones xenófobas y ultranacionalistas continúen creciendo en Europa tras este resultado.»ii
A través del UKIP, el populismo xenófobo de extrema derecha se cobró una primera pieza importante dentro de Europa al conseguir sacar a Gran Bretaña de la UE y poner en crisis la construcción de ésta. Pero esto no significaba alcanzar el poder. Fuerzas políticas xenófobas, ultranacionalistas y de extrema derecha gobiernan ya algunos países de la UE, pero son periféricos, como es el caso de Hungría con el gobierno de Viktor Orbán (especialmente a partir de su victoria en 2010 y las presiones de otro partido más de extrema derecha como Jobbik), o de Polonia con un gobierno populista ultranacionalista de derechas. Igualmente otras fuerzas xenófobas de extrema derecha han sido apoyos indispensables de algunos gobiernos o incluso han llegado a participar en ellos. Pero en la nueva etapa de la crisis europea que situamos a partir del brexit esta tendencia va a ser puesta a prueba en dos elecciones presidenciales en los próximos meses en las que la extrema derecha tiene posibilidades de alcanzar el poder.
El primer caso es Austria. La fortaleza de la extrema derecha en ese país centroeuropeo no es nueva, el FPÖ se fundó en 1956 y en 1989 su carismático líder Haider llegó a ser presidente de la región de Carintia. Su ascenso electoral continuado le permitió participar en el gobierno austriaco coaligado con los democristianos, situación que le llevó a contradicciones y pérdida coyuntural de peso electoral, que volvería a recuperar posteriormente. En abril de 2016, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el FPÖ se situó en primer lugar con el 35,3% de los votos, lo que hizo necesario una segunda vuelta en mayo. En ella, el resto de los partidos apoyaron a un candidato ecologista para evitar la victoria del FPÖ, la victoria del primero fue por la mínima, 50,3% frente al 49,7%, y Austria, y Europa, respiraron aliviadas, aunque preocupada por el peso alcanzado por la extrema derecha. Pero el FPÖ impugnó las elecciones por irregularidades y el Tribunal Constitucional le dio la razón, ordenando repetir las elecciones el próximo dos de octubre en las que el FPÖ cuenta con dos nuevas bazas a su favor, el haberse reconocido irregularidades en el recuento de votos en la última elección y el triunfo del brexit en Gran Bretaña. Las posibilidades de que su candidato alcance la presidencia austriaca son muy altas.
El segundo caso, y de consecuencias mucho más trascendentes, es el de Francia. Las elecciones presidenciales se celebrarán en abril de 2017. Dado el desgaste sufrido por el actual presidente socialista Hollande todo hace predecir que en la segunda ronda, a celebrar en mayo, el duelo se decidirá nuevamente, como en 2002, entre un candidato conservador, Sarkozy, y la líder del FN Marie Le Pen, quién aparece actualmente como la favorita en la primera vuelta.
Nuevamente al electorado de izquierdas y socialdemócrata se les planteará la misma dura opción que en 2002 cuando la elección entre Chirac, acusado de casos de corrupción, y Jean Marie Le Pen hizo aparecer consignas del tipo, Vota a un delincuente, no a un fascista. Opción que se les plantea también a los seguidores de Sanders en EE.UU. para evitar la victoria de Trump, o en Perú recientemente para evitar la victoria de Keiko Fujimori.
En 2002, finalmente, Chirac obtuvo una victoria arrolladora sobre Le Pen, 82% frente al 18%, hoy no está tan claro cuál sería el resultado, especialmente si, tras el brexit, se produce una victoria en Austria.
Podrían darse tres escenarios, el más pesimista sería el de una doble victoria presidencial de la extrema derecha que impulsase el crecimiento de este tipo de formaciones en toda Europa, especialmente allí dónde ya gozan de una presencia importante, creando una situación política muy grave en Europa. Un escenario intermedio es que, a pesar de sus victorias electorales, las instituciones de la democracia liberal consiguiesen desactivar los proyectos de la extrema derecha, como en la segunda etapa que se ha cerrado el establishment europeo desactivó los de la izquierda, y que las contradicciones de la extrema derecha en el poder la llevasen a un retroceso, como le ocurrió al FPÖ en Austria. Finalmente, podría ocurrir que fracasase en ambas elecciones presidenciales y, aún persistiendo el peligro del populismo xenófobo de extrema derecha en Europa, quedaría desactivado en esta etapa, que tendría otras características imposibles de predecir en estos momentos.
Conclusiones
Los tres fracasos de la izquierda en Europa que hemos analizado han cerrado una etapa que dejan en un lugar muy secundario a la izquierda del viejo continente en su capacidad de influir en los desarrollos sociales y políticos del futuro inmediato. Una situación que se añade a la tendencia general en otras partes del mundo donde tenía un cierto peso, como América Latina, dónde se vive igualmente una etapa de reflujo con el avance de la derecha en esa región tal como lo han demostrado los cuatro últimos casos de Venezuela, Argentina, Perú y Brasil.
Pero a diferencia de lo que ocurre en América Latina, el peligro en Europa no es el regreso al poder de derechas neoliberales porque en el viejo continente nunca lo han abandonado, siendo el caso de Syriza un caso excepcional y breve, pues aunque continua en el poder lo hace gestionando el programa de la troika. El peligro en Europa lo representa el avance del populismo xenófobo de extrema derecha que puede caracterizar la nueva etapa que se ha abierto en junio pasado. Y aunque finalmente fracasen en alcanzar el poder, de lo que no cabe duda es que están contaminando a fondo a los partidos liberal-conservadores con sus propuestas y soluciones.
No es el caso dramático de los años 30 del siglo pasado cuando el ascenso del fascismo llevó a la política de frentes populares a la izquierda, pero hoy sin teorizar ni discutir un tipo de estrategia similar, sin embargo algo parecido se está llevando a la práctica en muchas partes del mundo. Hemos mencionado el caso de Francia en 2002 y posiblemente en 2017; el de Austria; el de Perú; el de Estados Unidos, dónde Sanders apoya a Hillary Clinton para frenar a Trump; el de Gran Bretaña, dónde Corbyn apoyó su mantenimiento en la UE frente a los xenófobos del brexit; el de Argentina, dónde una parte de la izquierda se inclinaba por apoyar a Scioli para frenar a Macri. No se trata de una estrategia decidida a nivel internacional, sino de comportamientos nacionales pragmáticos que coinciden y que expresan la situación de debilidad de la izquierda ante el empuje de fuerzas populistas de derecha o extrema derecha. Solo es posible saber si se trata de estrategias erróneas o acertadas, en todo caso, impuestas por las circunstancias, si se analiza objetivamente la correlación de fuerzas y las tendencias, desde un punto de vista amplio temporal y geográficamente.
Notas
i Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
ii Jesús Sánchez Rodríguez, Elecciones europeas, continuismos y temblores de tierra, http://miradacrtica.blogspot.com/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.