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Patrullando con impunidad por la Europa del Este

Fuentes: Balkaninsight.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Voluntarios patrullando la zona fronteriza búlgara con Turquía (Foto: BIRN)

Los cazadores de inmigrantes ansiosos de publicidad son un síntoma de problemas más graves en la Europa del Este.

El guardia fronterizo, que estaba fuera de servicio, era delgado y parecía cansado y visiblemente nervioso. Describió su día, casi cada día, en la frontera búlgara con Turquía de la forma siguiente:

«Turnos de doce horas, constantemente en movimiento. Si tienes que patrullar, puedes tener que cubrir 15, 20 kilómetros.»

«‘Ellos’ van cambiando de ruta continuamente. Les atrapamos y nos paramos; se mueven y nos movemos. Es el juego del ratón y el gato.»

‘Ellos’ son los emigrantes de Oriente Medio, Asia y África que se deslizan a diario a través de la frontera desde Turquía a Bulgaria y Grecia camino de Europa Occidental, un flujo que alcanzó su pico máximo en el verano de 2015, aunque prosigue actualmente, pulsando una vena de profunda intolerancia por todo el continente.

En Bulgaria, al igual que en Hungría, han aparecido grupos de vigilantes que publican fotos en Facebook de hombres tatuados en camiseta o uniforme militar vagando por los bosques fronterizos. En algunas ocasiones van armados.

Han conseguido titulares en Bulgaria y en el extranjero, obteniendo alternativamente el aplauso y la amonestación del gobierno búlgaro. En Hungría, han sido reclutados por un gobierno derechista que en septiembre del pasado año emitió un llamamiento oficial para que 3.000 «cazadores fronterizos» reforzaran a la policía y a los soldados en la frontera sur húngara con Serbia.

En Bulgaria, se ha desenmascarado a algunos como pequeños delincuentes, otros se han convertido en celebridades mediáticas menores. Pero nadie sabe con seguridad cuál es su eficacia, la cifra de sus integrantes y quién les financia, si es que hay alguien. Algunos grupos afirman tener decenas de miles en sus filas, pero en realidad apenas reúnen unas pocas docenas.

Un agente fronterizo, hablando con franqueza a condición de mantener el anonimato, mostraba pocas dudas:

«No hacen más que el idiota… pretendiendo ser héroes», dijo. «Dicen que capturaron a 30 hombres. Es posible que yo haya capturado a 3.000 y nadie ha hablado de mí. ¿Por qué es tan importante atrapar a 30? Probablemente sea la excitación… No lo sé. No tiene sentido.»

Ya sean unos pretenciosos hambrientos de publicidad o una grave amenaza para la seguridad y los derechos humanos, los observadores están de acuerdo en que los «cazadores de migrantes» son un síntoma de un conflicto más grave que afecta a Bulgaria, donde cada vez se disculpan más el discurso y los delitos de odio y «el otro» no es bienvenido.

Ivanka Ivanona, una experta jurista del Open Society Institute en Sofia, dijo «no estar segura de que en la frontera haya habido un ‘aumento de patrullas cívicas'».

Pero lo que está claro, dijo, es que la renuencia del Estado a actuar contra las existentes y el hecho de que además en algunos casos esté dispuesto a fomentarlas, está propiciando un clima de impunidad.

«Una de cada siete personas en Bulgaria ha escuchado comentarios de políticos y periodistas que dejan la impresión de que el delito contra ciertos grupos minoritarios no es algo tan reprobable como si se tratara de un delito contra alguien de la mayoría», dijo Ivanona a BIRN.

«Con esos sentimientos oficiales, está claro que la saturación del discurso público del odio llevará inevitablemente a cometer delitos de odio.»

Medalla

Los «cazadores de emigrantes» de Bulgaria entraron en escena a principios de 2016 con dos hombres: Dinko Valev y Petar Nizamov.

Valev, un comerciante de repuestos de autobús lleno de tatuajes, apareció en la televisión búlgara patrullando la frontera en una moto de cuatro ruedas; Nizamov publicó un video en Internet de la detención de tres emigrantes afganos con las manos atadas a la espalda.

El entonces primer ministro de Bulgaria, Boyko Borisov, dio inicialmente la bienvenida a la «ayuda» de algunos grupos de vigilantes, y el jefe de la policía de fronteras presentó a uno de esos grupos entregando una medalla a Antonio Angelov por atrapar a un grupo de migrantes y entregárselos a la policía.

Pero cuando los grupos por los derechos humanos y los medios internacionales se abalanzaron sobre el video de Nizamov, Borisov se manifestó en contra de esas «formaciones paramilitares» por el daño que causaban en la reputación de Bulgaria. Sin embargo, Nizamov es la única persona que ha sido acusada hasta el momento -por la detención ilegal de los tres emigrantes-, mientras Valez fue investigado en noviembre de 2016 como sospechoso de incitación a la discriminación, la violencia y el odio por motivos de nacionalidad o etnia.

El abogado de Nizamov ha calificado de «fabricado» el caso en su contra. El mismo Nizamov dijo a BIRN que pensaba que estaban presionando al tribunal para que le mantuvieran detenido: «Estoy seguro de que había un orden de arriba», dijo. Valez ha negado también haber cometido un delito, diciendo en la Nova TV búlgara en noviembre que estaba dispuesto a ir a la cárcel «por Bulgaria».

Según una encuesta de opinión publicada en marzo de 2016, alrededor de la mitad de los búlgaros aprobaban que grupos de civiles detuvieran a emigrantes.

Petar Nizamov, autoproclamado «cazador de emigrantes», en su casa en la ciudad costera de Burgas (Foto: Aleksandrina Ginkova)

Para la Asociación Balcánica para la Excelencia Periodística, BIRN pasó un tiempo con miembros del Comité por el Rescate Nacional, integrado por un ala civil llamada Shipka y una «unidad militar» llamada Vasil Levski, nombres que recuerdan la lucha de Bulgaria para liberarse de casi 500 años de dominio turco otomano desde finales de siglo XIV. Las dos ramas están registradas por separado como organizaciones no gubernamentales.

El grupo alardea de un nivel de organización que ni Valev ni Nizamov pueden exhibir. Uno de sus fundadores, Vladimir Rusev, ha proclamado que su organización tiene 26.000 miembros.

En una entrevista con BIRN en el café de una azotea en su ciudad natal de Varna, en la costa búlgara del Mar Negro, Rusev dijo que financiaba la organización a través de un negocio que posee junto a su mujer, que se dedica a proporcionar seguridad a políticos y «superricos» en zonas bélicas. Sus miembros ponen también dinero para pagar el fuel y los suministros para las patrullas.

Hay dos compañías -Due Diligencia BG y Due Diligence International- que aparecen registradas a nombre de Rusev y de una mujer llamada Antonia Ivanona Stefanova en el registro comercial de Bulgaria.

Ambas están registradas en la misma dirección que las ONG Shipka y Vasil Levski, en el centro de la ciudad vieja de Varna. BIRN no pudo encontrar las páginas web de ninguna de las compañías. Rusev, de 57 años, dijo que había estado en el ejército con anterioridad pero se negó a hablar más de sus actividades comerciales.

Calvo y fornido, con un bigote cuidadosamente recortado, Rusev llegó a la entrevista en su SUV oscuro con ventanillas tintadas y fue saludado por otros clientes al entrar en el café.

El Comité para el Rescate Nacional tiene filiaciones con grupos y partidos políticos de extrema derecha en la Europa del Este, bajo la organización-paraguas Fortaleza Europa. En mayo de 2016, envió una delegación a la República Checa a invitación del partido de extrema derecha Usvit (Amanecer).

En junio, Edwin Wagensveld se unió a una patrulla de la antigua dirigente del partido alemán antimusulmán Pegida, Tatjana Festerling, y a su rama holandesa. Rusev negó estar recibiendo dinero de Rusia para provocar problemas en Bulgaria y, por extensión, en la Unión Europea.

«Están locos, porque somos voluntarios y lo hacemos todo gratis», dijo sobre los críticos del grupo. «Deberían dejarnos hacer nuestro trabajo para ayudar a que el Estado haga lo que no quiere hacer para salvar a la gente».

El grupo escribió al jefe de la policía de fronteras Angelov el 25 de julio de 2016, ofreciendo sus servicios para parar la «invasión», pero Rusev dijo que no habían recibido respuesta. Un portavoz de la policía de fronteras dijo que cualquier tipo de colaboración de ese tipo tendría que estar regulada por ley, es decir, por el gobierno.

«Más bien para efecto público»

BIRN preguntó a la Alta Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, si creía que los cazadores de emigrantes eran más activos en los medios sociales que en la frontera.

Daniel Stefanov, portavoz del ACNUR en Bulgaria, contestó: «En general, persiguen más el efecto público».

«Esto está sirviendo para propagar la xenofobia e incitar a la violencia», dijo. «Y seguro que es especialmente peligroso si las autoridades no reaccionan. En este sentido, no hay una gran diferencia entre si es propaganda o se trata de acciones reales, porque ambas cosas están dañando a la sociedad».

Incluso un miembro del Comité para el Rescate Nacional de Rusev concedió que las actividades del grupo sobre el terreno están teniendo poco efecto en los flujos reales de los migrantes, y que perseguían más conocer el terreno y enviar un mensaje a los migrantes y a quienes les ayudan.

«De hecho, no estamos reduciendo significativamente la oleada de refugiados, el efecto es de alrededor de cero», dijo Maria Gerina, que coordina las actividades sociales del grupo.

Pero, al igual que Stefanov, el experto búlgaro en seguridad Yordan Bozhilov, presidente del Sofia Secufity Forum y analista de la Academia de Ciencias búlgara, advirtió de la influencia de esos grupos de vigilancia y de su retórica en la sociedad búlgara.

«Hemos sido testigos de un radicalismo islámico pero hay también un radicalismo antiislámico que en absoluto es menos peligroso», dijo.

La investigación dirigida por el Open Society Institute entre 2014 y 2016, publicada en Bulgaria en julio del pasado año, mostraba un aumento en la cifra de búlgaros que se han visto expuestos al discurso del odio y un aumento en la aprobación de su uso, aunque la mayoría de la población continúa desaprobándolo.

«Lo que resulta preocupante es la aprobación pública del discurso del odio y el nacionalismo extremo contra dos grupos sociales: ‘romaníes y extranjeros'», dijo Ivanova, experta en derecho del Instituto.

«Por qué sucede esto es la pregunta del millón de dólares y nuestra investigación no puede dar una respuesta categórica.»

Ivanova dijo que a nivel personal veía dos factores: en primer lugar, la ausencia de reacción por parte de las autoridades, que, según dijo, no investigaban «de forma sistemática» los crímenes del odio y el discurso del odio, y, en segundo lugar, el cultivo del «miedo y los prejuicios» por parte de los medios búlgaros.

«Un proporción importante del pueblo, casi la tercera parte en 2016, no sabe que el discurso del odio… y el crimen del odio están penalizados. La proporción es aún mayor entre la gente con escasa educación. Y la tendencia es negativa: en 2014, sólo uno de cada cinco no sabía que estos actos son delitos.»

Otro estudio, dirigido conjuntamente por las ONG Media Democracy y el Centre for Political Modernisation, publicado en Bulgaria en marzo de 2016, exponía un aumento en el discurso del odio en los medios búlgaros, sobre todo dirigido contra la minoría romaní, los refugiados y migrantes.

A partir de las declaraciones, artículos y contenido de su página web y de los relatos de los medios sociales, el grupo de derechos del Comité de Helsinki búlgaro presentó una solicitud ante la fiscalía del Estado en mayo para que los grupos Shipka de Rusev y de Vasil Levski perdieran su estatuto de organizaciones no gubernamentales. El 9 de enero, la fiscalía rechazó la petición, según manifestó a BIRN un portavoz de la misma.

Vladimir Rusev, uno de los fundadores del Comité de Rescate Nacional, que vigila a los emigrantes en la frontera entre Bulgaria y Turquía. (Foto: Aleksandrina Ginkova)

Radoslav Stoyanov, del Comité de Helsinki búlgaro, dijo que el primer ministro Borisov, que dimitió en noviembre del pasado año cuando perdió las elecciones presidenciales el candidato apoyado por el gobierno, había «legitimado públicamente» esas organizaciones.

En su inacción, dijo, las autoridades y los partidos políticos «ayudan con su pasividad a los poderes que impulsan a la sociedad a rechazar y oprimir a las comunidades marginadas. Este acuerdo silencioso, en mi opinión, es la razón de que esos sentimientos se desarrollen y crezcan en esta sociedad».

BIRN preguntó a una portavoz del gobierno si este tenía una posición oficial respecto a los vigilantes.

«No, no la tiene», contestó. «¿Qué espera que haga? ¿Cómo imagina esa posición oficial?»

«La posición expresada por representantes del gobierno en diferentes ocasiones… es que el Estado tiene vías para defender la frontera que están definidas en la constitución y en la ley.»

Puede decirse que los vigilantes han tomado nota de lo ocurrido con la policía búlgara, que ha sido acusada por los grupos de derechos humanos de maltrato extendido a los migrantes.

En agosto del pasado año, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Husein, expresó su preocupación por las prácticas de empujar a los migrantes de vuelta a las fronteras y por «las persistentes denuncias de malos tratos y robos por parte de agentes de la ley en la frontera». Los ataques contra migrantes y refugiados raramente se castigan.

«Es especialmente preocupante ver a importantes e influyentes personalidades públicas manifestando que apoyan a grupos ilegales de vigilantes armados que se han dedicado a cazar descaradamente a inmigrantes a lo largo de la frontera entre Bulgaria y Turquía», dijo Zeid.

Por su parte, BIRN escribió al portavoz del gobierno y al ministerio del interior pidiendo una respuesta a las críticas a la posición de las autoridades respecto a los vigilantes, a las acusaciones de que están tolerando el discurso del odio y a las alegaciones de brutalidad policial, pero no recibió respuesta.

Ejército privado

Alrededor de 1,3 millones de seres que huían de la guerra, la pobreza y la represión llegaron a las costas meridionales de la UE el pasado año, la mayoría de ellos cruzando el mar desde Turquía a Grecia en barco y en bote, dirigiéndose hacia el Norte, por Macedonia, Serbia, Hungría y más allá camino de Alemania y de otros países más prósperos del bloque.

La UE ha tratado de cerrar desde entonces la denominada ruta de los Balcanes, pero los emigrantes continúan llegando, aunque en cifras menores. Sólo una pequeña fracción del total de 2015 -30.000- pasaron a través de Bulgaria. Más de 18.000 habían sido detenidos en Bulgaria a finales de noviembre del pasado año.

Los centros para emigrantes búlgaros estaban llenos el pasado año. El 10 de noviembre, había 7.039 migrantes alojados en campos con capacidad para 6.390, aunque las cifras disminuyeron ligeramente en enero. La mayoría desea continuar, pero para los que no lo consiguen, la integración no es fácil. «Bulgaria no tiene aún un programa de integración», dijo Stefanov, del ACNUR. «Por tanto, hasta el momento el proceso está estancado y no está claro cuándo y cómo va a continuar».

A finales de noviembre del pasado año, la policía disparó con cañones de agua a cientos de migrantes que se amotinaron en el mayor centro de acogida de refugiados, en Harmanli, al sureste de Bulgaria.

Una migración sin precedentes y la tensión ejercida sobre los recursos estatales ha envalentonado a los grupos y partidos de extrema derecha en la Europa central y oriental, incluso en países como Eslovaquia, donde han llegado muy pocos emigrantes.

En Hungría, un país de tránsito importante, el alcalde nacionalista del pueblo fronterizo de Asotthalom, Laszlo Toroczkai, estableció en 2015 sus propias patrullas y publicó un video de estilo cinematográfico en Facebook y YouTube -con patrulleros en vehículos de alta velocidad y a caballo- para advertir a los migrantes que no intentaran cruzar desde Serbia hacia Hungría.

En Hungría se han legalizado ese tipo de patrullas con turnos de 24 horas y días libres. Al igual que los vigilantes de Bulgaria, los patrulleros húngaros son profundamente antiislámicos, critican la «debilidad» de los dirigentes de Europa Occidental y abundan en teorías de la conspiración acerca de los grandes planes de los musulmanes para conquistar la «Europa cristiana».

Integrantes de una patrulla fronteriza húngara organizada por un alcalde local en la frontera con Serbia, en el pico de la crisis de migrantes en 2015. (Foto: Aleksandrina Ginkova)

«Esta cuestión migratoria está organizada por ciertos grupos de interés», dijo el patrullero Nagy Sandor cuando BIRN se unió a una patrulla en la frontera serbio-húngara. «Ahora es gente del Oriente Medio, mañana empezará la avalancha africana y será el fin de todos nosotros».

Mark Kekesi, un activista húngaro del grupo de derechos civiles Migszol, que defiende los derechos de solicitantes de asilo y refugiados, dijo que las patrullas equivalían al «ejército privado propio de Toroczkai».

«Nos estamos alejando de los límites de una sociedad civilizada», dijo.

En septiembre del pasado año, la policía húngara publicó una convocatoria para 3.000 «cazadores de frontera», diciendo que iban a darles seis meses de entrenamiento y a equiparles como a cualquier otro agente de la policía con munición real, espray de pimienta, bastones y esposas.

El ministerio del interior de Bulgaria ha intentado ya conseguir que la gente que vive en las regiones fronterizas le preste un apoyo informal alertando a la policía en caso de detectar la presencia de un migrante.

Bozhilov, el experto búlgaro en seguridad, dijo que la ley permitía que el gobierno hiciera algo similar en Hungría organizando patrullas de voluntarios. Añadió que esto podría ayudar a «canalizar» la frustración y agresión de los grupos de vigilancia.

Una portavoz del ministerio del interior declaró a BIRN: «Nuestra postura con la gente local es que aceptamos que cooperen avisándonos (de los emigrantes que entren en Bulgaria). Las acciones que puedan tomarse a nivel oficial en esos casos son jurisdicción de la policía de fronteras».

Reclutamiento

En mayo del pasado año, Rusev, del Comité de Rescate Nacional se dirigió a un evento de divulgación en la segunda ciudad de Bulgaria, Plovdiv, compartiendo el espacio del llamativo Hotel Maritsa con tres otros líderes de milicias que iban vestidos con uniforme militar. Sólo unas cuantas docenas de personas, en su mayoría hombres, habían acudido a verles.

El hotel toma su nombre del río que corre al este de las montañas Rila de Bulgaria, abrazando brevemente la frontera del país con Grecia antes de forjarse un camino entre Grecia y Turquía camino hacia el mar Egeo.

El río es sólo uno de los obstáculos que muchos emigrantes enfrentan en su camino a Europa Occidental.

Después de dos horas, la audiencia se marchó y uno de los hombres con uniforme militar pagó 180 lev búlgaros (90 euros) en efectivo por el uso de la sala de conferencias.

Momchil Krumov, de 26 años, uno de los que estaban entre la audiencia salió afuera en medio de fuertes ráfagas de viento. Tenía pensado alistarse.

«Con este oleada inmensa de refugiados y como el Estado no puede cuidar de sí mismo, llega un momento en que la población ya no tiene garantías ni seguridad alguna en que el Estado la defenderá como debiera», dijo a BIRN posteriormente por teléfono tras haberse incorporado al grupo.

«Para bien o para mal, supongo que para bien, la población empieza a organizarse. Es un proceso natural.»

Aleksandrina Ginkova escribe sobre temas internacionales para la página web de noticias búlgara Dnevnik.bg. Este artículo se elaboró gracias a la Balkan Fellowship for Journalistic Excellence, con el apoyo de ERSTE Foundation y Open Society Foundations, en cooperación con la Balkan Investigative Reporting Network.

Fuente: http://www.balkaninsight.com/en/article/patrolling-with-impunity-in-eastern-europe-01-24-2017

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.