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¿Dónde estamos ahora?

Seis preguntas sobre Europa, las izquierdas y el pasado mañana

Fuentes: Ctxt

«Nos encontramos otra vez en los años treinta del siglo XX». «Mandan sólo los mercados y los tecnócratas de Bruselas». «Europa ha muerto». «Debemos recuperar la soberanía nacional». «El euro nos mata». Estas son algunas frases que se vienen escuchando, sobre todo tras el inicio de la crisis económica y aún más tras el Brexit, […]

«Nos encontramos otra vez en los años treinta del siglo XX». «Mandan sólo los mercados y los tecnócratas de Bruselas». «Europa ha muerto». «Debemos recuperar la soberanía nacional». «El euro nos mata». Estas son algunas frases que se vienen escuchando, sobre todo tras el inicio de la crisis económica y aún más tras el Brexit, desde posiciones políticas muy alejadas entre sí. Pero, ¿es realmente así? Personalmente, no lo tengo claro. Las afirmaciones contundentes son más bien eslóganes simplistas que convierten cuestiones complejas en fáciles respuestas. He intentado reflexionar sobre estas cuestiones que, al fin y al cabo, son algunos de los nudos gordianos que deben desembrollar las izquierdas transformadoras en la coyuntura actual si quieren convertirse en hegemónicas y cambiar realmente la sociedad. Y más que respuestas, me he dado cuenta de que tengo preguntas. Planteo así seis preguntas, que pueden leerse también como unas tesis, sin duda parciales, limitadas y enmendables.

1. ¿Vivimos un déjà vu?

Son cada vez más las voces que nos dicen que estamos vivienddo una coyuntura histórica parecida a la de los años treinta del siglo XX. En aquel entonces las consecuencias del crack financiero de 1929 se tradujeron en una crisis económica a escala global que declinó rápidamente en una crisis social, política y en algunos casos también institucional. El aumento de la polarización política y la debilidad de los sistemas democráticos liberales en un contexto de posguerra dio sus frutos. El auge de los fascismos y el posterior estallido de una nueva contienda mundial fueron probablemente los más visibles, pero también hubo otros que hoy día pasan más desapercibidos como fueron, por un lado, la paulatina afirmación de las tesis keynesianas en el marco de los sistemas capitalistas occidentales, empezando por los Estados Unidos de Roosevelt, y, por otro lado, las victorias de los Frentes Populares en España y en Francia. ¿Cuál es el escenario actual? Un mundo altamente globalizado dominado por el modelo neoliberal que se ha impuesto a partir de principios de los años noventa en todo el mundo, tras cerrarse a cal y canto el breve paréntesis de los «treinta gloriosos». El Novecientos, políticamente hablando, terminó antes del final del siglo, como reconoció el historiador británico Eric J. Hobsbawm, y el comunismo y el fascismo, como opciones políticas de masas, quedaron definitivamente enterrados. Nos encontramos en una crisis multinivel jamás vivida y en una compleja reconfiguración geopolítica de las que no es fácil reconocer sus corrientes subterráneas. Tras el falso consenso neoliberal de la posguerra fría ha aumentado la polarización política y las propuestas alternativas al «no hay alternativas» thatcheriano han empezado a tener más protagonismo. ¿Estamos pues otra vez en los años treinta del siglo pasado?

Personalmente creo que la historia no se repite, ni como tragedia ni como farsa, para enmendar una frase demasiado citada y decontextualizada de Karl Marx. Más allá de las analogías, más o menos forzadas, con el pasado, el presente es extremadamente incierto y, citando un documental sobre la vida de Joe Strummer, The Future is Unwritten, sobre todo en una época, como la actual, de cambios hiperacelerados.

2. ¿Quién manda aquí?

Es una pregunta que nos hacemos cada vez más a menudo, en todos los ámbitos: los locales, los regionales, los nacionales, los globales, sobre todo en el contexto europeo. ¿Son sólo los mercados los que mandan? ¿El mercado se ha fortalecido tras la crisis de 2008? Si es así, ¿cuánto y cómo? ¿Son los bancos los que mandan? ¿Cuáles? ¿Qué papel juegan los poderes políticos en la coyuntura actual? ¿Los Estados nacionales mandan en algo? ¿En la Unión Europea cómo han cambiado en la última década las relaciones entre la Comisión y el Consejo? ¿Ha habido, como muchos afirman, una deriva intragubernamental de la UE? Y esto, ¿refuerza o no los gobiernos de los Estados miembros?

Más allá de las declaraciones políticas críticas con la «tecnocracia» de Bruselas, falta aún un análisis atento y certero de quién manda ahora y de cómo se están transformando las relaciones de poder en los ámbitos micro y macro.

3. ¿Nos encontramos en un interregno?

En una cita que está muy de moda, en sus reflexiones escritas en las cárceles fascistas, Antonio Gramsci afirmaba que «la crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más diversos». ¿Es esta la situación que estamos viviendo, tanto en los contextos nacionales como en los marcos supranacionales? La victoria de Trump, el Brexit, la creación de un producto como Macron en Francia, la crisis del bipartidismo en España, sólo por mencionar algunos ejemplos, nos dirían que no estamos muy equivocados si pensamos encontrarnos en un interregno.

A este respecto, y hablando más en concreto de Europa, el filósofo francés Étienne Balibar prefiere hablar de «la incertidumbre de un momento destituyente que aún no ha liberado los elementos de un momento constituyente». Balibar apunta que es evidente que existe una ingobernabilidad local y una ingobernabilidad global debida a la incapacidad de cristalizarse en las instituciones europeas de una legitimidad democrática y, al mismo tiempo, a la incapacidad por parte de la gobernanza posdemocrática de afirmar una revolución desde arriba. Concluye Balibar que «la Europa altermundialista es el factor determinante y el desbloqueo democrático es el objetivo políticamente decisivo, pero el rechazo activo del populismo nacionalista y la invención de un discurso popular que no se contenta con la oposición a la arrogancia tecnocrática y la defensa de los privilegios existentes son las condiciones subjetivas de tal desbloqueo». ¿Es esta efectivamente la alternativa en la cual nos encontramos? Y si es así, ¿qué es lo que debemos hacer?

4. ¿Europa ha muerto?

No pocas personas, también en la izquierda, han convertido sin ambages esta pregunta en una afirmación. Es cierto que, tras los entusiasmos de principios del milenio, Europa -entendida, evidentemente, como proyecto de construcción europea- vive una fase de aguda crisis. Sin embargo, entre una aguda crisis y la muerte hay un trecho. En 1918 Oswald Spengler escribió un libro que se titulaba La decadencia de Occidente. Ha pasado un siglo ya y, aunque es cierto que Occidente, entendido en gran medida por Spengler con la sola Europa, ha perdido en el contexto mundial el protagonismo que jugaba hasta la Primera Guerra Mundial, no nos han entregado aún al certificado de muerte. ¿Cuánto puede durar, pues, la crisis de la Unión Europea? El desenlace, dando por bueno además que el proyecto europeo no consiga, sobre estas mismas bases, revitalizarse, puede durar décadas.

Hay otro dato que es sintomático, más allá de los wishful thinking de algunos. Aunque es cierto que la participación en las elecciones europeas ha sido y sigue siendo extremadamente baja (alrededor de un 40% en el conjunto de los 28 países), lo que está pasando es que, aparte de algunas excepciones, el abstencionismo crece más rápidamente en las elecciones de los diferentes Estados europeos. Fíjense en la participación de las legislativas francesas y en las municipales italianas de junio, donde la abstención, en la segunda vuelta, ha llegado al 58 y el 54%, respectivamente. ¿Es, pues, el alto abstencionismo en las europeas un dato que nos muestra el desinterés por la UE o es también, y sobre todo, un síntoma generalizado de la crisis de la representación política?

Añadiré unos datos sobre los cuales creo que hace falta reflexionar mucho. Según el Eurobarómetro del pasado mes de marzo, en los 28 Estados de la UE el 57% de los entrevistados considera que es bueno que su país pertenezca a la Unión. En 2016 era el 53%. Hay diferencias entre los Estados, pero debajo del 50% se encuentran sólo algunos países del Este, Chipre, Grecia e Italia. Según otro Eurobarómetro posterior al Brexit, el de noviembre de 2016, el 70% de los europeos apoya la existencia del euro, el 67% se siente ciudadano de la UE y la confianza en la UE, aunque es relativamente baja (36%), es superior a la confianza en los gobiernos nacionales. La pregunta que cabe plantearse es, pues, ¿estamos convencidos de que el proyecto europeo está herido de muerte y de que el europeísmo ha muerto para los ciudadanos de la UE? ¿O lo que quieren los ciudadanos europeos es una Europa unida más justa socialmente?

5. ¿Cuál es la correlación de fuerzas existente?

Esta es quizás la cuestión más acuciante para las izquierdas europeas. Es evidente que si miramos el panorama del Viejo Continente, tanto al nivel de las instituciones comunitarias como al nivel de los diferentes Estados, la correlación de fuerzas es claramente negativa para las izquierdas transformadoras. Sin duda, en el último lustro ha habido buenas noticias con el nacimiento de formaciones políticas y proyectos alternativos que se han afirmado también electoralmente. Sin embargo, la derecha neoliberal sigue siendo francamente hegemónica hoy en día y la socialdemocracia, aunque vive una crisis sin precedentes, no está muerta ni como discurso ni como representación institucional, más allá de algunos casos concretos. La pasokización no es la regla, es la excepción.

Teniendo en cuenta este contexto, ¿qué caminos conviene escoger? Tenemos experiencias distintas delante de nuestros ojos que, si las analizamos, nos pueden dar algunas pistas. Hay el caso portugués donde las izquierdas transformadoras han decidido apoyar a un gobierno socialista. Hay el caso griego que bien conocemos. Hay el caso italiano donde la izquierda, en un contexto teóricamente favorable, brilla por su ausencia. Hay el caso británico o el caso francés. Hay, desde luego, el caso español. Como se preguntaba hace más de un siglo Lenin, ¿qué hacer? ¿Buscar alianzas, acuerdos programáticos puntuales o pactos de disidencia cuando el contexto es más favorable y puede, al menos, producir un cambio de gobierno? O, por lo contrario, ¿centrarse en un trabajo intramuros de fortalecimiento teórico y programático con el objetivo a largo plazo de construir una nueva hegemonía? Y, por cierto, ¿estas dos vías son excluyentes?

6. ¿Desde dónde se puede empezar?

La correlación de fuerzas nos ofrece un panorama claramente desfavorable. La derrota de Syriza del verano de 2015 -y no su aniquilación, que era el objetivo de la troika- nos ha mostrado la práctica imposibilidad de modificar los equilibrios existentes y las políticas aplicadas a nivel europeo a través de la conquista del gobierno de un solo Estado-nación (y, para más inri, pequeño). ¿Está esta vía claramente cerrada o en el futuro puede ser otra vez determinante? Creo que hoy día no podemos todavía tener una respuesta.

¿Hace falta pues encontrar otro espacio de construcción de una alternativa? Creo que el caso español del último trienio nos permite avanzar una hipótesis de trabajo. El éxito de las candidaturas municipalistas en diferentes ciudades del Estado ha abierto una serie de posibilidades que adquieren aún más relevancia si se miran junto a otras experiencias que existen o que se están construyendo en otros países europeos y en otros continentes. El reciente encuentro municipalista internacional Fearless Cities, organizado por Barcelona en Comú, en el cual han participado unas 180 plataformas municipalistas provenientes de más de 50 países de los 5 continentes, lo ha demostrado claramente. En una época de creciente descrédito de la política y de las instituciones, los ayuntamientos están ganando legitimidad.

¿Puede, pues, el local ser el lugar desde donde crear una alternativa? No se trata evidentemente de encerrarse en lo local, sino de trabajar desde lo local y de hacerlo en red para cambiar y fortalecer unas instituciones en que la ciudadanía se sienta representada y participe. Gramsci habló de guerra de posición o guerra de trinchera, en la que, según el intelectual sardo, jugaban un papel clave las plazas fuertes, los baluartes. ¿Podemos entender los municipios como las plazas fuertes de la lucha política del siglo XXI? Creo que no es tan descabellada esta hipótesis si tenemos en cuenta lo que está pasando en España o en otros países. Fíjense en el nuevo municipalismo que está naciendo en Italia con el caso emblemático de Nápoles o, para poner sólo otro ejemplo, en el caso de las Sanctuary Cities en Estados Unidos. Empezar en lo cercano, es decir en lo local, es quizás la estrategia más eficaz y menos cortoplacista. Permite acercarse otra vez a la política, participar activamente, democratizar las instituciones, construir alternativas, ofrecer unas respuestas y percibir unos resultados concretos. No estaba equivocado Benjamin Barber cuando decía que los alcaldes deberían gobernar el mundo, ya que, por mucho que sean dirigentes estrictamente locales, los problemas que afrontan en todo el mundo son muy similares. Es decir, donde hay intereses compartidos se puede hacer políticas compartidas. Y las ciudades son actores que se reconocen entre sí.

Así, pues, ¿es el ámbito local el único desde el cual se puede librar la batalla? Evidentemente, no. Es necesaria la colaboración de todos los actores políticos y sociales del cambio en todos los niveles existentes: el regional, el nacional, el europeo y el internacional. Hace falta estrechar lazos, crear alianzas, trabajar en red en una óptica multinivel. ¿Cómo es posible hacer esto? Esta es la gran pregunta a la cual deberíamos buscar una respuesta. Seguramente, entre muchas otras cosas, son necesarias mucha voluntad política y mucha generosidad y hace falta dejar de lado los egos que siguen existiendo también en las izquierdas y que han sido responsables de no pocas derrotas.

Steven Forti. Profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona. Investigador del Instituto de Historia Contemporânea de la Universidade Nova de Lisboa.

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