En la Asamblea General de las Naciones Unidas, 128 países votaron a favor de una resolución que condena la decisión unilateral de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. El voto en contra de esta resolución fue descaradamente exigido por Israel y Estados Unidos; pero la abstención, asumida por 35 gobiernos, es […]
En la Asamblea General de las Naciones Unidas, 128 países votaron a favor de una resolución que condena la decisión unilateral de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. El voto en contra de esta resolución fue descaradamente exigido por Israel y Estados Unidos; pero la abstención, asumida por 35 gobiernos, es también una infamante muestra de abyección.
La amenaza de Estados Unidos de recortar la «ayuda» como castigo al voto en contra (¿acaso es preciso el término ayuda para designar la entrega de limosnas a un país saqueado y dominado?) y los argumentos expresados por los gobiernos de México y Colombia a través de sus respectivos embajadores, hacen más evidente el servilismo de los gobiernos que se abstuvieron de votar el pasado jueves en la Asamblea General de la ONU.
La embajadora Nikki Haley reiteró en la reunión de la Asamblea General la amenaza que el día anterior había externado Trump.
«Toman cientos de millones de dólares e incluso miles de millones de dólares, y luego votan en contra de nosotros», declaró Trump ante los periodistas en la Casa Blanca el miércoles, y luego dijo: «Bueno, estaremos viendo esos votos. Dejen que voten contra nosotros. Ahorraremos mucho. No nos importa», dijo Trump.
Haley puso fin a su discurso el pasado jueves con frases similares: «Estados Unidos recordará este día en el que fue seleccionado para ser atacado en la Asamblea General por el acto mismo de ejercer su derecho como nación soberana. Lo recordaremos cuando se nos solicite una vez más hacer la mayor contribución del mundo a las Naciones Unidas. Y lo recordaremos cuando tantos países se acercan, como lo hacen a menudo, para que paguemos aún más y para usar nuestra influencia en su beneficio.
El voto latinoamericano
La mal llamada ayuda financiera yanqui para Centroamérica, fue reducida en un 12.5 por ciento para el año fiscal 2017 en relación con el 2016.
Guatemala y Honduras, sin embargo, están entre los países que votaron en contra de la resolución presentada el jueves.
Son dos gobiernos cuyos principales ejecutivos deben al apoyo de Estados Unidos la impunidad de sus sucias ejecutorias. El nombre de Jimmy Morales está presente en más de un caso de corrupción, siendo el más conocido el de las «contribuciones anónimas» a la campaña de su partido. Juan Orlando Hernández ha sido reelecto en Honduras, recibiendo un espaldarazo de Estados Unidos, cuyo gobierno no reconoce anomalías en uno de los más turbios procesos electorales de los últimos tiempos.
Lo que importa en ambos casos no es la cuantía de los fondos de colaboración, sino la ayuda para mantenerse protegidos bajo el manto de la impunidad.
No es menos servil Juan Manuel Santos, ni tiene más limpias las manos, pero la intención de Estados Unidos de convertir a Colombia en una especie de Israel en América Latina, fue determinante en la decisión de abstenerse en el proceso de votación del pasado jueves.
El representante de Colombia y el de México señalaron que es necesario buscar consenso y no seguir dividiendo a la comunidad internacional.
El argumento es pobre y, lejos de constituir una explicación atendible para la abstención de otros gobiernos latinoamericanos (Paraguay, Panamá, Perú, Argentina, Haití, El Salvador y República Dominicana), torna más visible el servilismo.
Los principales voceros de la abstención son los aliados políticos de Enrique Peña Nieto y los de Juan Manuel Santos. El primero, manchado de un lodo difícil de sacudir, y el segundo, Juan Manuel Santos, un político que, por mandato de Estados Unidos, ha mantenido fueres vínculos con el gobierno de Israel.
Santos, como ministro de Economía primero y como ministro de Defensa luego, durante el gobierno de Álvaro Uribe, coordinó la colaboración entre Israel y Colombia en muchas áreas y contribuyó a facilitar la acción del servicio de inteligencia israelí en América Latina.
Colaboran esos servicios en la aplicación de la política imperialista hacia América Latina. En las prácticas de guerra sucia en Colombia, tuvieron participación decisiva.
Un orden autoritario
El autoritarismo persiste en las relaciones internacionales a nivel global.
El veto de Estados Unidos impidió la aprobación de una resolución vinculante contra la decisión de Donald Trump de trasladar a Jerusalén la embajada de Estados Unidos en Israel.
Estados Unidos es uno de los cinco miembros con poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos (China, Rusia, Francia y el Reino Unido son los otros cuatro), y lo ejerció para imponer una decisión cuyo peso político es de gran importancia en Oriente Medio.
La influencia a la cual se refiere Nikki Haley es utilizada ahora para desconocer la expresión de 128 países en contra de una decisión que el poder estadounidense como conjunto atribuye a Donald Trump, pero en la cual se nota la influencia de figuras como el vicepresidente Mike Pence, sionista sin dudas y estratega al servicio de los grupos conservadores; Jason Greenblan, abogado al servicio personal de Trump, confeso partidario de los asentamientos israelíes en territorios ocupados y quien ha sido enviado especial para Oriente Medio, además de Jared Kushner, hebreo y sionista, yerno de Trump, quien hizo convertir a Ivanka Trump a la religión hebrea y ha sido acusado de administrar en forma sucia el negocio inmobiliario del cual es propietario.
«Norteamérica trasladará su embajada a Jerusalén. Eso es lo que los estadounidenses quieren que hagamos, y es lo correcto. Ningún voto en las Naciones Unidas hará ninguna diferencia al respecto», dijo Nikki Haley, aunque atribuyó la decisión a Trump. «Más bien, la decisión del Presidente refleja la voluntad del pueblo estadounidense y nuestro derecho como nación a elegir la ubicación de nuestra embajada. No hay necesidad de describirla más», puntualizó.
¿Reposan en ese ejercicio de influencia los principios democráticos en cuyo nombre son atropellados hoy los derechos fundamentales del pueblo palestino? ¿Es el desconocimiento de la voluntad de muchos gobiernos y pueblos una muestra de democracia? ¿Desde cuándo es libertaria la arrogancia imperialista?
Presentando a Donald Trump como responsable casi exclusivo de la toma de medidas odiosas y violatorias de acuerdos conocidos, el poder estadounidense salvaguarda la imagen de figuras que podrían asumir protagonismo en otros momentos, y hace parecer circunstanciales acciones que responden a un proyecto sistémico.
Estrategas del sistema entendieron pertinente un gobierno de ultraderecha en Estados Unidos que pudiera coordinar, muchas veces sin guardar las formas, las acciones de ese sector a nivel mundial. Por eso llegó Trump a la Presidencia y ha permanecido en ella.
Ante la multiplicación de los asentamientos israelíes en Cisjordania, por ejemplo, el gobierno de Trump ha reaccionado como lo hizo el de Lyndon Johnson durante la Guerra de los Seis Días, conservando el traje de mediador y al mismo tiempo estimulando el despojo por parte de Israel.
Con la reconocida influencia de un grupo sionista dentro del poder estadounidense, ¿se puede atribuir solo a Trump el apoyo a la derecha israelí?
Nombres sonoros hay en las listas de apoyo a la reforma fiscal que acentúa el carácter neoliberal en la economía estadounidense y empuja en la misma vía a otras economías del mundo.
¿Y qué decir del avance de la visión ultraderechista en temas como la migración y la crisis humanitaria de los refugiados sirios, iraquíes y yemeníes?
La solidaridad con el pueblo palestino es hoy más importante que nunca, porque el reclamo de que sea reconocido el derecho de ese pueblo a rescatar su territorio, invadido hace siete décadas, es también un grito por la necesaria superación de un orden internacional que legaliza toda acción ejercida a beneficio del gran capital.
A los gobiernos latinoamericanos que votaron en contra de la resolución de condena al reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, los pueblos les habrán de pedir cuentas.
Porque América Latina es también escenario de tropelías imperialistas. No pueden llamarse de otro modo la conspiración permanente en Venezuela, el fortalecimiento del bloqueo contra Cuba, y el montaje y legalización del fraude electoral en Honduras…
Nikki Haley, Jared Kushner, Mike Pence y el propio Trump, son enemigos de Palestina y también de América Latina. Los pueblos deben conocer a sus enemigos… Y, desde luego, tumbarles el disfraz…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.