El mes pasado se cumplió el primer aniversario de la declaración de victoria en Irak por parte del presidente George W. Bush, cuando anunció que «la misión había sido cumplida». La invasión fue una aplicación de la doctrina de Bush, la nueva «gran estrategia imperial» –como la bautizó la revista Foreign Affairs— que proclama que […]
El mes pasado se cumplió el primer aniversario de la declaración de victoria en Irak por parte del presidente George W. Bush, cuando anunció que «la misión había sido cumplida». La invasión fue una aplicación de la doctrina de Bush, la nueva «gran estrategia imperial» –como la bautizó la revista Foreign Affairs— que proclama que EEUU dominará el mundo por un futuro indefinido y destruirá cualquier desafío a esa dominación. Dejando a un lado lo que está ocurriendo en Irak, tal vez sea útil concentrarse en cómo los principios que han conducido a la invasión y ocupación y han hecho del mundo un sitio más peligroso, y no sólo por el terrorismo.
El Departamento de Estado norteamericano acaba de admitir que es totalmente falso el anuncio que hizo en abril, cuando indicó que el terrorismo había disminuido a nivel mundial –uno de los puntos centrales de la actual campaña presidencial de Bush–. El informe ahora revisado admite que «la cifra de incidentes y de víctimas ha aumentado drásticamente». Para los estrategas del Gobierno, el objetivo más importante no fue combatir el terrorismo sino establecer bases militares norteamericanas en un Estado satélite situado en el centro de las mayores reservas energéticas mundiales, y así aventajar a sus rivales. Zbigniew Brzezinski ha escrito que «el papel de EEUU en la seguridad de la región», para decirlo con más claridad, su dominio militar, «le brinda un poder político indirecto pero crucial ante economías europeas y asiáticas que también dependen de las exportaciones de petróleo de la región».
Tal como sabe Brzezinski, el principal problema del dominio global de EEUU es que Europa y Asia (especialmente la dinámica región del noreste de Asia) tienen sus propios rumbos. De ahí que el control del golfo Pérsico y del Asia Central resulte todavía más importante.
El apoyo de EEUU y de Gran Bretaña a Turkmenistán, Uzbekistán y otras dictaduras del Asia Central, y la disputa sobre qué curso seguirán los oleoductos y bajo qué supervisión, forman parte de un nuevo gran juego entre las potencias.
Entre tanto, los comentaristas occidentales siguen pensando que el objetivo de la invasión fue «la visión presidencial» de establecer una democracia en Irak. En contraste, según encuestas realizadas por firmas occidentales en Bagdad, una vasta mayoría cree allí que el motivo de Washington para la invasión fue controlar los recursos iraquís y reorganizar el Oriente Próximo según los intereses norteamericanos. No es raro que quienes se llevan la peor parte tengan una visión más clara del mundo en que viven.
Existen muchos otros datos que muestran que Washington considera el terrorismo un asunto menor comparado con el de asegurar que Oriente Próximo se encuentre bajo las manos adecuadas. Apenas el mes pasado, el Gobierno de Bush impuso sanciones económicas a Siria, aplicando una ley que es prácticamente una declaración de guerra a menos que el Gobierno de Damasco acate las órdenes norteamericanas. Siria sigue figurando en la lista oficial de los estados que patrocinan el terrorismo, pese a que proporcionó importantes datos a Washington sobre Al Qaeda y otros grupos radicales. De ahí que EEUU prefiera privarse de esa fuente de información para alcanzar un objetivo mayor: un régimen que acepte las demandas norteamericano-israelís.
Para mencionar apenas otro ejemplo de cuáles son las prioridades: el Departamento del Tesoro de EEUU mantiene una Oficina de Control de Bienes Extranjeros, destinada a investigar transferencias sospechosas de dinero, un elemento crucial en la «guerra contra el terrorismo». Este organismo tiene 120 empleados. Hace algunas semanas, informó al Congreso de que, a finales del año pasado, cuatro de esos empleados, sólo cuatro, estaban consagrados a seguir la pista a las finanzas de Bin Laden y Sadam Husein, mientras que casi dos docenas tuvieron como tarea aplicar medidas de embargo contra Cuba. ¿Por qué el Departamento del Tesoro dedica mayores energías a estrangular a Cuba que a la guerra contra el terrorismo?
Para alcanzar la supremacía, la violencia puede triunfar, pero a un coste tremendo. Y puede provocar aún mayor violencia como respuesta. Y no sólo la del terrorismo. En febrero, Rusia llevó a cabo sus mayores maniobras militares en dos décadas, exhibiendo nuevas y más avanzadas armas de destrucción masiva. Líderes políticos y militares de Rusia han señalado con claridad que esa resurrección de la carrera armamentista es una respuesta directa a las acciones y programas del Gobierno de Bush, especialmente el desarrollo de armas nucleares de baja intensidad, las llamadas revientabúnkers. Como saben analistas de ambas partes, esas armas pueden atacar los búnkers, ocultos en montañas, que controlan el arsenal nuclear ruso.
Lo que puede ocurrir es una expansión de ese rearme nuclear. Los rusos y los chinos reaccionan ante los norteamericanos construyendo armas estratégicas. La India podría responder a China. Pakistán, hacer lo mismo ante la India… Entre tanto, Irak avanza hacia lo que denominan recuperación de su soberanía. Un reciente artículo de Anton La Guardia, del Daily Telegraph, recordaba en el último párrafo que «un alto funcionario británico lo indicó de manera delicada: el Gobierno iraquí será plenamente soberano, pero en la práctica, no ejercerá todas sus funciones soberanas». Lord Curzon no lo hubiese explicado mejor.
El firme rechazo de los iraquís a aceptar las tradicionales ficciones constitucionales ha obligado a Washington a ceder, paso a paso, con cierta ayuda de «una segunda superpotencia», como definió Patrick E. Tyler, de The New York Times, a la opinión pública mundial tras las grandes manifestaciones de febrero del 2003, la primera ocasión en la historia en que hubo manifestaciones en masa contra una guerra antes de que empezase oficialmente. Y eso lo cambia todo.
Por ejemplo, en los años 60, la revuelta de Faluya hubiese sido resuelta con bombardeos de aviones B-52 y asesinatos en masa. En la actualidad, una sociedad más civilizada no tolera tales medidas y ofrece al menos un espacio para que las víctimas actúen y logren una auténtica independencia. Es incluso posible que este impulso pueda obligar al Gobierno de Bush a abandonar sus ambiciones imperiales en Irak.
* Noam Chomsky es Profesor de Lingüística del MIT y autor de «Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de EEUU».
© by Noam Chomsky. Distributed by The New York Times Syndicate.