Traducido para Rebelión por Manuel Talens (www.manueltalens.com)
A Nicolas Sarkozy, ministro francés del Interior, le van mal las cosas. La peonza mediática del gobierno, que estos últimos meses se ha distinguido por sus meteduras de pata, acaba de abrir una peligrosa caja de Pandora con sus provocaciones sobre los suburbios tras la muerte de dos adolescentes en Clichy-sous-Bois, en las afueras de París. Desde el pasado jueves, las refriegas urbanas se han multiplicado en cuatro departamentos de la región Ile-de-France, atizadas por un ministro del Interior que juega ante las cámaras a la guerra contra las clases peligrosas. Una vez que la polémica alcanzó las filas de la derecha ante el cariz que tomaban los acontecimientos por la desastrosa gestión del conflicto, el primer ministro Dominique de Villepin, rival encarnizado de Sarkozy cara a las futuras elecciones presidenciales, decidió tomar el mando de la situación tras haber permitido que a su enemigo político se le fuera de las manos. De Villepin, que hasta entonces no había abierto el pico, canceló incluso su viaje oficial a Canadá.
El caso es que, entre recuperaciones políticas y golpes de proyector sobre esta «inseguridad ciudadana» que el presidente Jacques Chirac había convertido en eje de su campaña electoral en 2002, la conflagración de los barrios denominados «sensibles» surge como una tabla de salvación para una derecha que fracasa en todos los frentes, sobre todo en el del empleo. Tabla de salvación, desde luego, para Nicolas Sarkozy, determinado a convertir la «inseguridad ciudadana» en su marca distintiva, pero también para Dominique de Villepin, que no ve con malos ojos los temas sociales sensibles, hasta ahora confinados a un segundo plano.
El pasado martes por la tarde, el primer ministro recibió junto al ministro del Interior a las familias de los adolescentes fallecidos en circunstancias todavía no elucidadas. «Vamos a aclarar las circunstancias de este accidente», prometió, apelando en vano a la calma. Dominique de Villepin se reunió asimismo con su ministro delegado para la Promoción de la igualdad de oportunidades, Azouz Begag, convertido en blanco de las iras de los amigos de Sarkozy por haber criticado las declaraciones y la actitud de éste. Los sarkozystas, que normalmente son los primeros en invocar la libertad de expresión, exigieron con aire indignado la «solidaridad gubernamental» y algunos llegaron incluso a pedir la dimisión del ministro delegado. Ayer por la mañana, la sede del gobierno en Matignon fue testigo de una reunión urgente de diez ministros para discutir sobre la «violencia en los suburbios», sin que al final del encuentro se filtrase ninguna información ni declaración. El presidente de la República salió a su vez de su mutismo en el Consejo de ministros para apelar a la calma. «En la República no puede haber zonas donde no se aplique el derecho y son las fuerzas del orden […] quienes deben aplicar la ley y garantizar el respeto y la seguridad de todos», declaró. Jacques Chirac expresó su deseo de que los resultados de la encuesta sobre las circunstancias de la muerte de los dos adolescentes «se conozcan lo más pronto posible» y consideró «indispensable elucidar las circunstancias en las que la mezquita de Clichy fue alcanzada por una bomba lacrimógena». «Actuaremos siempre según los principios de nuestra República: todos deben respetar la ley, todos deben tener su oportunidad», afirmó el jefe del Estado tras pedirle al gobierno que «en el plazo de un mes» presente proposiciones de ley a favor de «la igualdad de oportunidades».
Por la tarde, el primer ministro quiso responder personalmente a las preguntas de los diputados, edulcorando su discurso sobre la seguridad pública con vagas declaraciones de intenciones sobre la lucha contra la discriminación o con su negativa a estigmatizar y a acusar a grupos sociales sin distinción. Su leitmotiv fue que «la seguridad es la primera de las libertades». En respuesta a una pregunta de Bruno Leroux, diputado socialista de Épinay-sur-Seine, que denunció «la ausencia de política global en los barrios» y la multiplicación de «promesas ministeriales que nunca se cumplen», el primer ministro insistió en «la unidad del gobierno en torno al mismo principio: la voluntad de responder a las exigencias de seguridad y de igualdad de oportunidades». «Las soluciones milagrosas no existen», dijo a modo de confesión de fracaso. «La experiencia de estos últimos veinte años debe incitarnos a todos a la modestia y a la humildad». Si bien reconoció que la solución pasaba «sobre todo por el pleno empleo», Dominique de Villepin se contentó con aludir a su «plan urgente para el empleo» y con prometer «medidas urgentes para que los jóvenes en Seine-Saint-Denis tengan un trabajo».
La secretaria general del Partido Comunista Francés, Marie-George Buffet, alertó sobre «la extrema gravedad» de la situación y no tuvo pelos en la lengua al referirse a Nicolas Sarkozy, cuyas «declaraciones guerreras con objetivos presidenciales y cuyo lenguaje insultante» dan muestras de una «estrategia de tensión inaceptable». «¡La gente está más que harta de que trate a sus hijos de chusma!» exclamó con indignación la diputada de Seine-Saint-Denis mientras anunciaba la petición, por parte del grupo comunista, de una comisión de encuesta sobre los acontecimientos de Clichy-sous-Bois. Sus palabras irritaron ostensiblemente al ministro del Interior, pero sin duda mucho menos que la rotunda negativa del primer ministro a permitirle responder a la dirigente comunista. «El gobierno actuará con espíritu de justicia», se defendió Dominique de Villepin, «contra las discriminaciones, para reforzar los servicios públicos en esos barrios, para defender el empleo, que es la prioridad absoluta de nuestro gobierno»… lo cual no deja se ser un discurso vacío, pues desde su regreso al poder la derecha se ha esforzado en desmantelar uno a uno todo signo de solidaridad, quebrantando peligrosamente los lazos sociales.