LA GRAN diferencia que existe entre la rebelión ya mítica de hace treinta y ocho años y la de ahora es que entonces los estudiantes querían la utopía, y así lo expresaban con el lema » Pidamos lo imposible» ; eran hijos de ricos y con felices perspectivas de vida: la prueba, ahí la tienen, […]
LA GRAN diferencia que existe entre la rebelión ya mítica de hace treinta y ocho años y la de ahora es que entonces los estudiantes querían la utopía, y así lo expresaban con el lema » Pidamos lo imposible» ; eran hijos de ricos y con felices perspectivas de vida: la prueba, ahí la tienen, con Serge July dirigiendo Liberation , un periódico que evolucionó como él, de la extrema izquierda al más pérfido neoliberalismo, y que no vacila en truncar las noticias para falsear las ideas progresistas. Y pensemos en Cohn Bendit, el más emblemático de todos los del 68, que llegó a la jubilación aguado en los verdes.
La revuelta del 68 empezó porque en la universidad de Nanterre no dejaban entrar a los estudiantes en habitaciones habitadas por gente del sexo contrario. «Si está usted caliente, tírese a la piscina», le había respondido el ministro de Educación, François Missofe, al mentado Cohn Bendit cuando éste formuló tamaña exigencia. (Metido en comidillas, diré que el ministro ignoraba que quien al parecer encandilaba al estudiante era su propia hija).
Ahora ya los jóvenes gozan de esas concesiones que les otorgaron los gobiernos capitalistas: libertad sexual, aborto, paridad (que nada le cuestan, sépalo la Comisión Episcopal). Mientras tanto, el neoliberalismo sigue avanzando en el terreno que únicamente le interesa: la concentración del capital, la privatización de empresas estatales y la rentabilidad para los accionistas. Miles y miles de trabajadores se han quedado sin empleo. Por consiguiente, son vasos comunicantes y la miseria siguió creciendo entre los habitantes de las ciudades periféricas, y así estalló su revuelta hace unos tres meses.
Hay que ver el estallido de ahora como una etapa de la lucha contra el neoliberalismo. Esta rebelión empezó cuando Francia votó contra la Constitución europea, prosiguió con la insurrección de los barrios desangelados a cuyos levantiscos prometieron el oro y el moro, y aumenta con la oposición a los contratos basura (que es lo que al final les dan).
El Consejo Constitucional acaba de ratificar la ley decretada por Villepin sin contar con nadie. En realidad, y por inaudito que parezca, la situación política francesa se reduce al duelo del primer ministro con su encargado de Interior para apoderarse de los votos de la ultraderecha; de Le Pen, para ser más claro, pues el líder del Frente Nacional está ya fuera de juego: de cara a las elecciones presidenciales del año próximo, los restos de Le Pen serán imprescindibles a uno o al otro, y cada cual se ve obligado a ofrecer muestras de su conservadurismo y rigidez. Sarkozy fue duro con los jóvenes de la periferia de París llamándolos chusma o gentuza ; Villepin replicó con esta ley que lo sitúa aún más a la derecha. Se comprueba que Chirac apoya a Villepin. Un cálculo muy arriesgado, pues puede poner a Francia a sangre y fuego (bueno, como en mayo del 68, pero al revés: aquél lo empezaron los estudiantes, y ahora los dirigentes políticos) y acabar con la carrera política de los tres.