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La protesta contra la Feria de Turín

Fuentes: Carmilla on line

Traducido por Gorka Larrabeiti y Juan Vivanco

Esta intervención implica sólo al firmante. Otros redactores de Carmilla, con quienes se ha discutido, tal vez tienen puntos de vista y opiniones divergentes. El 10 de mayo habrá en Turín una manifestación nacional contra la Feria del Libro de Turín. Creo que es la primera vez que se convoca una manifestación contra una feria literaria. Y sin embargo, antes de preguntarse si tiene sentido hacerlo, cabría preguntarse cuánto tiene de literario esta Feria, y cuánto de política.

La decisión de la Feria del Libro de celebrar el nacimiento del Estado de Israel, base de la protesta, es de orígenes oscuros y contenidos ambiguos. No es normal que quien haya propuesto (¿impuesto?) la efemérides a la Feria del Libro de Turín y a la de París haya sido el propio gobierno israelí. Las celebraciones de este tipo las suele proponer el ministerio de Cultura de un país, la asociación de editores u órganos semejantes. No es normal que los autores invitados, para participar en la Feria de París tuvieran que suscribir una declaración por la que se comprometían a no criticar a su gobierno (ver aquí).

No es normal fingir que se ignora el hecho de que 1948 representa tanto el nacimiento de Israel como la expulsión por la fuerza de cientos de miles de palestinos de la tierra en la que vivían desde hacía siglos, tragedia sobre la cual existe una amplia documentación, como por ejemplo el libro del historiador Benny Morris The Birth of the Palestinian Refugee Problem (Cambridge University Press, 2004) basado en una cantidad masiva de documentos (véase asimismo E.L. Rogan, A. Shlahim ed., The War for Palestine. Rewriting the History of 1948, Cambridge University Press, 2001). Celebrar un acontecimiento significa celebrar también el otro, coincidente en el tiempo.

No es normal que la celebración del nacimiento de un Estado -cosa bastante incongruente en una manifestación literaria- suceda precisamente en el momento en que ese Estado, sin haber dado tiempo a que se borre el recuerdo de los bombardeos sobre Líbano, inflija a Gaza la más feroz de sus operaciones de estrangulamiento, cortando la electricidad, el abastecimiento de alimentos y medicinas, e impidiendo incluso el tránsito de las ambulancias (130 palestinos de todas las edades, enfermos graves, han muerto ya por ello).

Se dirá que en Gaza predomina Hamas. Es verdad. Pero fue Israel quien alentó el crecimiento de Hamas, cuando le resultaba útil para minar a las otras fuerzas palestinas. Véase J. Dray, D. Sieffert, La guerre israélienne de l’information. Désinformation et fausses symétries dans le conflit israélo-palestinien, La Découverte, Paris, 2002, pp. 53 ss. Parecida acción llevó a cabo el conjunto de Occidente. Lo documentó Alain Gresh, entre otros muchos, en una serie de artículos en Le Monde Diplomatique (por ejemplo, éste). Gresh, valga el inciso, es de origen judío.

No es normal, por chapucero que pueda parecer, hacerle un feo a Egipto, retirando a última hora la invitación que se le había formulado, siquiera informalmente.

La historia de los gobiernos de Israel luego de 1948 tampoco es que sea gloriosa, pese a la épica que se ha construido encima de ella. De niño, también a mí me engañaron, y creí que la «guerra de los seis días» la había combatido David Israel contra un Goliat representado por los países árabes agresores. Pero también esta realidad, cierta entonces, se ha vuelto dudosa, después del libro de Benny Morris Vittime. Storia del conflitto arabo-sionista 1881-2001, Ed. Rizzoli, 2001. Lo que aconteció después es bien sabido y no me pongo a resumirlo. Una serie ininterrumpida de expansiones territoriales justificadas con la invocación de un perenne «derecho a la autodefensa».

Con todo, siento el deber de subrayar, debido a que poco se sabe de ello, la acción internacional que ha llevado a cabo Israel en cuadrantes del mundo extraños a los conflictos en que estaba implicado.

Israel apoyó siempre a los Duvalier en Haití, padre e hijo. Envió armas y asesores a Guatemala, a Honduras y a los contras que atacaban la Nicaragua sandinista. Aún hoy tiene fuerzas consistentes desplegadas en la sangrienta antiguerrilla del presidente colombiano Uribe. Por no hablar del respaldo constante a la Sudáfrica anterior a Mandela, así como a otros regímenes reaccionarios africanos.

Por lo demás, el régimen interno israelí, a pesar de sus aparentes formas democráticas, es muy semejante al apartheid de la vieja Sudáfrica. Por poner un ejemplo: ningún árabe palestino englobado desde 1948 es admitido en el ejército lleve los años que lleve siendo ciudadano israelí. El resto lo dejo al testimonio de un israelí valiente, Yoram Binur, que se fingió palestino y en un libro, Il mio nemico, ed. Leonardo, 1981, narró su experiencia estremecedora. Binur no es en absoluto un filopalestino, todo lo contrario. Se limitó a contar la verdad. Una verdad que no ha hecho sino empeorar. El escándalo de los asentamientos de colonos judíos en Gaza y Cisjordania está a la vista de todo el mundo. Cuanto más oficial era el compromiso israelí para desmantelarlos, más asentamientos se construían, en nombre del consabido «derecho de Israel a sobrevivir», coartada para perpetrar toda clase de crímenes en «defensa propia».

Es cierto que las facciones palestinas, a lo largo de su historia, se han teñido y se siguen tiñendo de sangre, pero no está de más preguntar: ¿quién empezó? La Segunda Intifada empezó con chiquillos que tiraban piedras. Sólo después de que murieran casi un centenar de palestinos, incluidos muchos niños, cayó el primer israelí.

Asimismo, el «terrorismo palestino» a gran escala surgió hacia 1968, veinte años después que el terrorismo israelí contra los palestinos y la expulsión de la población nativa de Palestina.

Actualmente, además de estrangular Gaza y Cisjordania, el gobierno de Israel ha empezado a cebarse con los palestinos que tienen su ciudadanía. Una vez creado el enemigo y empujado hacia el integrismo islámico, resurgen los planes de borrarlo para siempre, como etnia. Incluso algunos ministros israelíes lo dicen sin rodeos. Tal es el Estado al que pretende honrar la Feria del Libro de Turín, celebrando su nacimiento: es una especie de apología del colonialismo moderno.

Pasemos ahora al tema de los escritores. ¿La protesta contra la Feria del Libro de Turín equivale a condenar a la hoguera a los autores y sus obras? La selección de escritores impuesta por el gobierno de Olmert, sus embajadas y sus oficinas de propaganda, con el compromiso firmado (por lo menos en París) de no criticar a sus autoridades nacionales, es de por sí sospechosa.

Se objetará que los escritores israelíes conocidos en Europa son notoriamente «disidentes». Nada más lejos de la realidad. Los nombres más ilustres que llevan esa fama, Grossman, Oz y Yehoshua, se pronunciaron a favor de bombardear Líbano (Grossman con arrepentimiento tardío) y, en el caso de Yehoshua, a favor del «muro de la vergüenza». Es más, este último ha declarado a un periódico italiano que no le gustaría tener a un árabe por vecino. Su independencia del poder es una fábula que sólo circula por Europa. No en vano otros importantes escritores israelíes, como Benny Ziffer, no sólo han denunciado la actitud de Grossman y compañía, sino que han sido los primeros en plantear el boicot a las Ferias de París y Turín (ver esto). El escritor Jamil Hilal, cuya presencia en Turín había anunciado Ernesto Ferrero [director de la Feria], replicó secamente: «No participaría ni remotamente en una actividad que legitima la ocupación colonial de Israel y el estrangulamiento de los palestinos de la Franja de Gaza, ni en una celebración que significa el robo de la tierra y la limpieza étnica del pueblo palestino».

La cultura judía no tiene nada que ver con esto. El judaísmo no es una raza sino una religión, con la serie de tradiciones que la acompañan. Si queremos llamarlo así, «un pueblo», pero a la luz de esas tradiciones, no de connotaciones étnicas. Los judíos del mundo tienen posiciones muy diversas. Son muchos los israelíes que no profesan ninguna religión y son clasificados como tales por las creencias de sus padres. Tel Aviv es una de las ciudades más laicas del mundo.

No se trata de judaísmo sino de geopolítica. Por supuesto, si alguien critica la política del gobierno israelí se le tacha inmediatamente de antisemita. El judío estadounidense Norman G. Finkelstein ha desmontado eficazmente esta acusación en un estudio muy concienzudo: Beyond Chutzpah. On the Misuse of Anti-Semitism and the Abuse of History, University of California Press, 2005. Más allá de las personalidades que participan, la protesta contra la Feria del Libro de Turín no es contra autores y obras, ni menos aún contra «los judíos», sino contra una operación propagandística acordada entre gobiernos.

Añadiré algunos datos. Hace poco el historiador y escritor israelí Ilan Pappé (véase, entre otras obras suyas, en traducción de Beatriz Mariño, Historia de la Palestina Moderna: un territorio, dos pueblos, Akal, 2007) se ha visto obligado, por las amenazas que recibía en Israel, a dejar su cátedra de la Universidad de Haifa y trasladarse a Inglaterra.

Propugnaba la convivencia pacífica entre israelíes y palestinos. Se puede considerar afortunado: al menos ha salvado la vida. Porque los gobiernos israelíes han asesinado a muchos escritores, poetas e intelectuales palestinos como Gassan Kanafani, Wael Zwaiter (traductor al italiano de Las mil y una noches; Alberto Moravia, que era amigo suyo, dedicó uno de sus mejores artículos a su muerte) o Naim Khader, que sólo era un hombre de paz, por poner tres ejemplos de varias docenas, cuyo delito fue brindar su inteligencia a la causa palestina. Pregunta: ¿es justo glorificar en una Feria del Libro un Estado (no una «cultura», sino una sucesión de gobiernos continuistas) que destierra a sus propios escritores y elimina con sicarios a escritores de otra etnia para borrarla del mapa? A mí me parece repugnante.

PD: [A excepción de los palestinos] todos los autores que he citado son israelíes o judíos, unos de nacimiento y otros de religión.

Fuente: http://www.carmillaonline.com/archives/2008/05/002629.html#002629