A falta de que lo ratifique su parlamento, la Unión Europea se dispone a aprobar una jornada laboral de hasta 65 horas a la semana. Algo así como diez horas diarias y un pico de cinco para el domingo dado que, tal vez, ya Dios no precisa tanta devota oración dominical, y la sana comida […]
A falta de que lo ratifique su parlamento, la Unión Europea se dispone a aprobar una jornada laboral de hasta 65 horas a la semana. Algo así como diez horas diarias y un pico de cinco para el domingo dado que, tal vez, ya Dios no precisa tanta devota oración dominical, y la sana comida y los gimnasios evitan a los privilegiados que disponen de trabajo la inútil pérdida de tiempo que supone el ocio del descanso. Ese es el progreso al que nos llevan quienes gobiernan los destinos del mundo.
«Hay que producir más», es el general criterio de un mercado al que ni le importa qué ni se cuestiona cómo. El porqué está a la vista: los bancos obtienen ganancias millonarias, la industria militar está de pláceme, los automóviles celebran más asfalto, los pueblos festejan más campos de golf, la Bolsa sobrevive a sus infartos…
Para que semejantes logros puedan seguir multiplicando sus beneficios, el modelo social impuesto precisa «más madera», aquella que demandara Groucho Marx a bordo de un tren sin destino, que al mismo tiempo que avanzaba se iba consumiendo hasta quedar limitado a la locomotora que, ahora que lo pienso, al igual que las vacas locas o el loco clima, también es la responsable de su enajenada velocidad.
Los que no están locos son esos ministros de trabajo que han tirado por la borda años de lucha y sensatez por hacer posible que los seres humanos trabajáramos para vivir, no lo contrario. Los que no son dementes son esos Estados que exigen «más madera» para su viaje, ese en el que vamos todos, y al que el planeta ya ha entregado su madera, su agua, su aire, sus recursos…
Son sí, canallas, ilustres delincuentes que tienen en nosotros, sus votantes, los cómplices avales requeridos para hacer un botín de esta vergüenza.
Y ni va a ser la última ni va a ser por las buenas.