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Perdiendo Turquía

Fuentes: Público

Traducción de David Meléndez Tormen

Durante un largo periodo de tiempo, Turquía ha disfrutado de gran estabilidad geopolítica. No obstante, desde 2003 su alianza con Estados Unidos, que hasta entonces prácticamente no había sido cuestionada, sufrió una profunda reevaluación debido a la Guerra de Irak y a que el consenso turco acerca de la candidatura del país a la UE, que ya duraba décadas, comenzó a tambalear debido a los titubeos de la Unión Europea. Considerando el papel central de Turquía no sólo en mantener la paz en el volátil Cáucaso, sino en promoverla en el Oriente Próximo (después de todo, las conversaciones que hoy llevan a cabo Siria e Israel ocurren gracias a la mediación turca), descuidar a esta nación no es sólo poco inteligente, sino además peligroso.

Tanto el Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP) predominante como sus rivales seculares continúan comprometidos en público con la búsqueda del ingreso de Turquía a la UE, pero en la práctica han comenzado a surgir dudas. La insistencia del presidente francés Nicolas Sarkozy de que se lleve a cabo un referendo sobre el asunto sugiere que años de penosos ajustes a las normas de la UE nunca tendrán como resultado el ansiado estatus de miembro de la Unión.

Evidentemente, Estados Unidos y la UE están convencidos de que Turquía no tiene ninguna otra opción. Los turcos, piensan, aceptarán con ánimo fatalista cualquier desaire, pero esta cómoda suposición pasa por alto un cambio tectónico en la posición geopolítica de Turquía.

Inmediatamente tras el colapso de la Unión Soviética, Turquía dirigió su vista a los estados de Asia Central que acababan de volverse independientes, con un ánimo de romanticismo panturco. Estas tierras ancestrales fascinaban la imaginación turca, pero hoy son las oportunidades de negocios, los recursos energéticos y otros asuntos prácticos, más que la unidad étnica, lo que está creando una suerte de Commonwealth turca.

Lo más llamativo es la renovación de las relaciones de Turquía con Rusia, sin dañar sus vínculos con los estados pos-soviéticos que recientemente lograron su independencia. El antiguo antagonismo de Turquía hacia Rusia revivió brevemente cuando la Unión Soviética se desmembró. A principios de los noventa, algunos generales turcos vieron la humillación de las tropas rusas en Chechenia como parte de una venganza largamente esperada.

Sin embargo, si bien Rusia (e Irán) una vez fueron grandes rivales geopolíticos de Turquía, hoy son mercados de exportaciones y proveedores de energía. La energía es la clave de la nueva posición geopolítica de Turquía. Su industria y su población están creciendo dinámicamente, por lo que sus demandas de energía están produciendo una sinergia geopolítica con Rusia e Irán, ninguno de los cuales se puede permitir cortar el flujo de petróleo y gas natural sin causar una enorme crisis interna.

Mientras tanto, a medida que la actitud turca hacia sus vecinos cambia, su elite gobernante ha visto a la UE aceptar países de la antigua órbita comunista, con economías mucho más inestables e historiales democráticos más cortos. Como lo señalara un general turco: «Si hubiéramos sido parte del Pacto de Varsovia en lugar de la OTAN, ya estaríamos en la UE».
La reelección el verano pasado del AKP del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan, seguida por la elección de Abdullah Gul como el primer presidente cuya esposa usa velo, pareció confirmar los temores de los europeos antiislámicos. Aún así, si bien muchos activistas y votantes del AKP son devotos musulmanes, Erdogan y Gul siguen comprometidos con la integración europea. No obstante, el tiempo se está acabando para que logren este objetivo y puedan así satisfacer a sus partidarios y acallar a sus críticos.

El problema es que las victorias del AKP, junto con el cortejo de Estados Unidos a Erdogan y Gul, han creado una crisis de dirección en la élite de Turquía, que antes fuera predominantemente secular y pro-occidental. Incluso si el AKP puede confiar en la adhesión de millones de votantes y oleadas de nuevos miembros ansiosos de unirse al bando ganador, los secularistas se encuentran profundamente arraigados en las instituciones, universidades, medios de comunicación y empresas de Turquía.

Sin embargo, tanto los partidarios ordinarios del AKP como los secularistas desilusionados ahora sienten suspicacia acerca de las acciones y los motivos de Estados Unidos en la región. El tácito respaldo de figuras militares clave a la negativa del Parlamento turco en marzo de 2003 de apoyar la invasión a Irak encabezada por EEUU sugiere que el nacionalismo turco podría unir a los parlamentarios del AKP con los que, de lo contrario, serían sus enemigos implacables en el campo secular. Si la UE desairara abiertamente a Turquía acerca de su ingreso como miembro, o si Estados Unidos pareciera demasiado laxo sobre el problema kurdo en el norte de Irak, bien podría ocurrir que buena parte de ambos campos termine uniéndose.

Por ejemplo, los vínculos de Turquía con Israel se han visto afectados por las inversiones israelíes en el Kurdistán. Si bien Shimon Peres hizo un gesto de reconciliación al escoger Ankara como lugar para el primer discurso de un presidente israelí al parlamento de un país predominantemente musulmán, las inquietudes de Israel acerca de Irán son mucho más serias que las de Turquía. Los dos enemigos más irreconciliables de Israel, Irán y Siria, son de hecho dos de los países que más abiertamente apoyan la línea dura de Turquía con respecto a los kurdos.

La conquista de Irak por parte de Estados Unidos desestabilizó la orientación pro-occidental de Turquía más de lo que los estadounidenses están dispuestos a admitir. La mayoría de los turcos no quiere que su país quede excluido de Occidente, pero si la UE los desdeña mientras acelera el ingreso de candidatos más débiles, Turquía puede llegar a sentirse lo suficientemente fuerte y resentida como para emprender un nuevo rumbo geopolítico.

Mark Almond es profesor titulas de Historia en el Oriel College de la Universidad de Oxford