Traducido por Gorka Larrabeiti
El escándalo de los «residuos humanos» de Padua nace de una irrupción organizada por Rifondazione Comunista y Workers in action en un pabellón industrial donde obreras inmigrantes trabajan diferenciando a mano, a temperatura infernal residuos de todo tipo. Sucede en el rico nordeste de Italia, no en África ni en Nápoles. Ante lo sucedido, ninguna intervención institucional.
Hassana, de 25 años, marroquí, desvía la mirada mientras explica: «Podíamos comer sólo en el váter. Un cuarto de hora de descanso. Con la peste de los excrementos debajo de las narices. Luego había que volver a trabajar otra vez, siempre con la cabeza encima de los residuos».
Hablan las «esclavas» de la compañía Star Recycling, «liberadas» del pabellón industrial de Corso Francia el viernes gracias a las cámaras, los fotógrafos y los sindicalistas del sindicato CGIL. Al principio no entendieron a qué venía todo aquel follón. Luego aplaudieron todas juntas. Por fin, alguien se había dado cuenta de que existían.
Padua, corazón del nordeste del «milagro» económico, se descubre muy parecida a un rincón cualquiera de la ciudad miseria de Korogocho en Kenia. La zona industrial que las instituciones presentan como el no va más, escondía a mujeres magrebíes de rodillas en medio de la basura que debían separar. Hassana es una de las veinticinco mujeres con pantalones fosforescentes y pañuelo en la cabeza que se ganan la vida con la basura. La iniciativa de Rifondazione Comunista y Workers in Action ha revelado la condición ordinaria de trabajo de las obreras de la cooperativa Centro Lavoro.
Junto a Hassana, en los cuatro mil metros cuadrados del pabellón, estaba Nadine, de 40 años, y su hija pequeña. También Nadine es marroquí, y lleva cuatro años «empleada» en las montañas de basura. Obligada, como su compañera, a trabajar 8 horas al día en un «horno» por 800 euros al mes. Única protección: un par de guantes de jardinería y una mascarilla anticontaminación por semana. «En la Star Recycling los camiones descargaban de todo: nos obligaban a separar los materiales de reciclaje de entre restos de gallinas, gatos y perros muertos, hasta de casquería del matadero. Todavía me acuerdo de la cantidad de residuos sanitarios que nos hacían separar: montones de jeringas y gasas usadas, aún manchadas de sangre -revela Nadine-. Teníamos miedo de contagiarnos, pero la cooperativa Centro Lavoro no atendía a razones: nos decían «o trabajáis así u os quedáis en casa». No teníamos alternativa, pues ese dinero nos hacía falta. En Marruecos todas tenemos hijos y familiares a los que mantener. Pero ninguna de nosotras, durante el trabajo, podía creer que fuera posible ganarse el jornal en semejantes condiciones».
Por si fuera poco, a las tareas peligrosas se les unían operaciones de camuflaje de accidentes laborales. «Cuando me rompí la pierna derecha, un responsable de la cooperativa quiso acompañarme personalmente hasta urgencias. Creí que era lo que se hacía normalmente para socorrer a los trabajadores, una forma de tutela. Luego me di cuenta de que había dicho a los médicos que había resbalado y me había caído por las escaleras», cuenta Chirin, de 36 años, oriunda de Casablanca.
Episodios más que significativos que resultan útiles para completar un cuadro elocuente en sí mismo. Star Recycling representa bien la otra cara del trabajo en una región con una tasa de desempleo fisiológica. Y también la fotografía del Véneto productivo, que trata a las trabajadoras inmigrantes igual que los residuos. Sin embargo, nadie ha querido solidarizarse con la irrupción de la concejal [de Rifondazione Comunista] Daniela Ruffini: en el ayuntamiento todos están concentrados en la «circular de Brunetta» (1), que el concejal Marco Carrai ha rebotado a todos los empleados. Del Consorcio Zip, hasta ahora, ninguna postura oficial. Tampoco de los administradores de la Provincia.
En cualquier caso, el viernes en Corso Francia todos pudieron palpar el ambiente. Un «fortín» controlado y a salvo de miradas indiscretas. Un hombre al volante de un todoterreno listo para atacar y hasta «secuestrar» a la cronista de una televisión local. Un «jefe» que hizo de todo para dejar testimonio de su malestar con el sindicato, las banderas rojas, la curiosidad de los cronistas. Lo que han contado las trabajadoras sirve para insistir en la necesidad de una intervención inmediata de la prefectura [gobierno civil] a la hora de tutelar los derechos humanos más elementales en los lugares de trabajo.
Derechos vulnerados sistemáticamente -según sigue revelando Hassana- que sufrió hace poco una lesión en el pie. «Descubrí que mi accidente no lo habían denunciado al INAIL [Seguridad Social]. Cuando llamé yo misma a la Seguridad Social me dijeron: ‘aquí no figura'». Al principio creí que era un error, pero en realidad mi empleador ni siquiera se tomó la molestia de comunicar mi caso a la autoridad competente». Añádase a todo ello las nóminas de pago «infladas» de modo desmesurado: otra anomalía que debería provocar una reflexión sobre cómo se conciben las relaciones de quienes laboran para la Star Recycling entre montañas de basura. El testimonio de una de las implicadas directamente en la cuestión habla por sí mismo: «Según el contrato, todas las obreras ganaban 1.300 euros al mes, pero a la hora de la verdad el Centro Lavoro pagaba unos 800 -precisa Chirin-. Nos explicaban que la diferencia se debía a nuestra condición de socias, distinta de la de los empleados normales. Esa era la explicación. Pero a nosotras nos daban un sueldo que no se correspondía con la paga oficial».
Socias, listas para compartir también las posibles pérdidas de la cooperativa. Jamás las ganancias, pese a la facturación millonaria de la Star Recycling. Es más: a las trabajadoras magrebíes «al descubierto» dentro del pabellón las obligaban a pagar impuestos por importes superiores a los ingresos. En la fábrica de reciclaje de Corso Francia no había dinero ni siquiera para arreglar las dos duchas, una para veinticinco mujeres, la otra para veinticinco hombres. «Volvíamos a casa tan sucias como los montones de basura en los que acabábamos de estar trabajando -explican las inmigrantes-. A menudo nuestros familiares se cabreaban. No querían que montáramos en los coches en esas condiciones porque enguarrábamos la tapicería. La humillación que nos faltaba para rematar una jornada de duro trabajo en condiciones vergonzosas».
Bastaba con que hubieran arreglado la vieja cinta transportadora que se quemó el pasado 10 de mayo en un incendio en el que ardió medio pabellón. Una medida sencilla, nada imposible incluso desde un punto de vista económico. Una cosa es separar el material reutilizable estando de pie y otra bien distinta es tener que arrodillarse y rebuscar por el suelo entre residuos revueltos. Sea como sea, tampoco antes del incendio (tras el cual no se produjeron los controles que se habían solicitado) convencía la situación. «Antes del incendio no había una gran diferencia en el trato. Nos ofendían y nos gritaban metiéndonos prisa, igualito que ahora. Bueno, por lo menos la cinta funcionaba. Y nos ahorrábamos estar agachadas durante ocho horas sobre los montones de residuos especiales», explica otra trabajadora. Quién se lo iba a imaginar teniendo en cuenta que el protocolo establecido el 16 de mayo entre el sindicato CGIL y la Star Recycling se consideraba muy innovador. Un modelo para todas las empresas del sector. El acuerdo preveía la reactivación de las normas de seguridad más básicas así como el recurso a los amortiguadores sociales en caso de exceso de mano de obra: «Las partes acuerdan que se active el fondo de garantía salarial durante un periodo de 90 días», así lo establecieron los recicladores y los sindicatos.
Pero Samuel Giovanni Piazza, administrador delegado de la Star Recycling, apenas firmado el acuerdo, dio enseguida marcha atrás. Llamó uno por uno a los trabajadores antes de que se permitiera la reapertura de la nave de Corso Francia. «Bonita tomadura de pelo para los trabajadores de la fábrica -explica Paolo Benvegnù, coordinador provincial de Rifondazione Comunista-. La vuelta voluntaria al trabajo permitió a la empresa burlar el acuerdo que a duras penas habían conseguido los compañeros del sindicato FILT».
Mañana sindicato y gobierno civil se tendrán que poner en marcha para reconducir al marco de la legalidad el caso de la Korogocho paduana. Entre los objetivos de la CGIL figura que la Star Recycling contrate directa y plenamente a las «esclavas» magrebíes sin pasar por la larga cola de cooperativas que descargan el beneficio en el último eslabón de la cadena. A todo ello habrá que añadirle un paso fundamental en la nueva calificación de las empleadas: ya no serán meras facchine [mozo de almacén] sino que las tendrán que considerar «operadoras higiénico-ambientales». Un salto de salario sustancioso, casi el doble en nómina, igual que el de sus compañeras del centro de reciclaje de Vedelago, en la provincia de Treviso. Por lo demás, lo que cuentan estas mujeres magrebíes transmite nítidamente decepción. «Porque lo que creíamos que era el primer mundo -comenta con amargura Chirin- es en realidad el tercer mundo. Creíamos que Italia era la patria del derecho y la legalidad, pero lo de aquí es peor que lo de nuestra tierra. Esto no sucede allí. Al menos, no a la luz del sol».
Ahora las veinte «mozas» de la Star Recycling esperan la actuación de los inspectores de trabajo, que en los últimos cuatro años jamás han aparecido por la «fábrica» de la basura. Queda la inquietud por posibles represalias. Han encontrado el valor para hablar pero saben que les castigarán. «A quien se queja le despiden enseguida. Es lo normal desde hace años», advierten las trabajadoras, que recuerdan el caso de una compañera que se quedó medio ciega por las virutas minúsculas que gravitan en el pabellón. «Le pidieron sin muchas contemplaciones que se quedara fuera de la verja. Le dijeron: ‘ Si no puedes trabajar, no queremos volver a verte el pelo'».
1. N. d. T.: En mayo, Berlusconi nombra a Renato Brunetta ministro de la Función Pública. Brunetta anuncia que luchará contra los empleados públicos vagos. El 25 de junio el gobierno emite un decreto ley en el que se exige mayor control en las ausencias por enfermedad de los empleados públicos.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/13-Luglio-2008/art75.html
Gorka Larrabeiti es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores, al traductor y la fuente.