Si hay un restaurante emblemático en Francia éste es sin duda la Tour d’Argent (Torre de Plata), fundado en el siglo XVI a la orilla del río Sena, en el barrio V de París. Original por haber situado sus salones en el sexto piso del edificio y de este modo ofrecer a sus 100 lugares […]
Si hay un restaurante emblemático en Francia éste es sin duda la Tour d’Argent (Torre de Plata), fundado en el siglo XVI a la orilla del río Sena, en el barrio V de París. Original por haber situado sus salones en el sexto piso del edificio y de este modo ofrecer a sus 100 lugares una vista incomparable de los contrafuertes posteriores de la catedral de Notre Dame y la isla de la Cité, fue fundado en 1582 por el gran chef Rourteau bajo el nombre L’Hostellerie de La Tour d’Argent, en una torre de estilo Renacimiento recubierta de lajas de piedra de filosilicato cuyo efecto brillante metálico le dio el nombre.
El rey Enrique IV de Francia fue un cliente habitual que gustaba de los platillos hechos con piezas de caza y Luis XIV, el Rey Sol, acudía desde Versalles con su corte. Richelieu comía ahí oca con ciruelas, aunque no se le debe a éste, sino al duque del mismo apellido, el platillo llamado bœuf Richelieu, producto de una treintena de recetas hechas cada una con un buey entero.
Madame de Sevigné tomaba chocolate en esos salones mientras escribía sus famosas cartas a su hija y, aunque durante la Revolución Francesa este famoso establecimiento -inalcanzable para la mayoría de los parisinos- fue saqueado por huestes revolucionarias y estuvo cerrado largo tiempo, al ser reabierto también fue frecuentado por clientes como George Sand, Alfredo de Musset, Alejandro Dumas y Honorato de Balzac…
En 1890 fue comprado y reabierto por el maître de hôtel, Frédéric Delair, quien inventó el platillo que se volvería tan célebre en el mundo como el propio restaurante: el canard a l´orange (pato a la naranja) numerado rigurosamente desde que, se dice, el primero fue servido al zar Alejandro III de Rusia cuando estuvo en París para inaugurar el puente sobre el Sena que lleva su nombre. Por cierto que en 2003 fue servido el pato con el número un millón.
Después de la Primera Guerra Mundial, durante la cual estuvo cerrada la Tour d’Argent, el nuevo propietario, André Terrail, le regresó su brillo con chefs notables y recibió clientes como Marcel Proust, Salvador Dalí y la nobleza y burguesía europeas y estadunidense. En 1933 obtuvo las preciadas tres estrellas Michelin y poco después añadió al antiguo edificio un sexto piso con ventanales. Su hijo Claude tuvo la precaución de construir un muro en la cava para encerrar 500 mil botellas de vino y licores, justo antes de que el estado mayor nazi se apropiara del restaurant en 1940. Luego se alistó en la división del ejército de resistencia comandado por Leclerc y al final de la Segunda Guerra tomó la dirección del famoso restaurante creando ambientes teatrales para recibir personajes como Hirohito, emperador de Japón, los reyes de Inglaterra, jefes de Estado, políticos, estrellas, artistas e intelectuales con recursos.
Sin embargo, en 1996 perdió una de sus 3 estrellas Michelin y en 2006, al perder la segunda estrella, sufrió un accidente vascularcerebral que hizo a su hijo André tomar el relevo. Éste ha tratado desde entonces de recuperar el nivel de otrora con nuevos chefs, para una carta cuyos precios van de 45 a 80 euros por entrada, 120 euros el patito (caneton) a la naranja y 65 euros el postre, estos últimos platillos para dos personas. Lo que da un consumo mínimo para la comida, sin bebidas, de 150 euros (2 mil 300 pesos) por persona.
En tiempos del padre del actual propietario, se dice, muchos clientes le reprochaban «su caracter ahorrativo en pequeñas cosas y una cierta negligencia incompatible con el nivel del establecimiento y sus precios». ¿Será que el hijo heredó también estos pequeños defectos? Pregunta que viene a cuento porque hace dos días, varias decenas de personas, en su mayoría africanos, ocuparon el histórico y mundialmente famoso restaurante para exigir la regularización de siete de sus empleados: 6 lavaplatos y un ayudante de cocina provenientes de Malí, que trabajaban sin papales y que al declararse en huelga, apoyados por un contingente oscuro nunca antes visto en esos lujosos lugares, propició que el responsable les ofreciera uno de los exclusivos salones privados para continuar su movimiento.
Pero al día siguiente el dueño, quien dijo no saber que eran inmigrantes clandestinos porque «entregaron papeles falsos» -aunque no es raro que restauranteros parisinos de todos los niveles contraten «al negro», trabajadores indocumentados cuyo trabajo les resulta más barato- expulsó a los huelguistas del salón «prestado» con ayuda de su equipo de trabajadores en regla, a uno de los cuales le plantó una mordida un maliano expulsado.
El desalojo culminó con una queja de asociaciones de inmigrantes contra la Tour d’Argent por actos de violencia y con la aceptación de los expedientes de los africanos por parte de la Prefectura de París para su revisión y una eventual visa de trabajo, con el compromiso del afortunado Terrail de «recontratarlos» si obtienen la legalización de su presencia en Francia.