Lo primero que llama la atención son las puertas; tres puertas blindadas que se parecen mucho a las numerosas cajas fuerte escondidas en la Confederación Helvética. Pero aquí no hay ningún tesoro; no hay más que un centenar de solicitantes de asilo, alojados en un refugio atómico subterráneo. Como consecuencia de una política restrictiva, establecida […]
Lo primero que llama la atención son las puertas; tres puertas blindadas que se parecen mucho a las numerosas cajas fuerte escondidas en la Confederación Helvética. Pero aquí no hay ningún tesoro; no hay más que un centenar de solicitantes de asilo, alojados en un refugio atómico subterráneo.
Como consecuencia de una política restrictiva, establecida bajo la influencia de la derecha populista notoriamente xenófoba, Suiza se encuentra totalmente desbordada ante la inesperada explosión del número de solicitantes de asilo desde hace un año.
Preparada para hacer frente a unas 11.000 llegadas anuales, el año pasado vio cómo desembarcaban casi 17.000 aspirantes al asilo, más del doble de los que se habían contabilizado en el 2007.
Soluciones insuficientes
El resultado es que para albergar a esta mayoría de hombres jóvenes venidos de países como Eritrea, Somalia, Irak, Kosovo o Sri Lanka, la Confederación no tiene otra elección que el sistema D: hoteles, compresión en los centros de acogida existentes, desalojo de los casos resueltos.
Pero eso no ha resultado suficiente. Por ello, numerosos cantones como Vaud, Ginebra, Berna o Neuchâtel han decidido abrir los famosos «refugios de protección civil«, los búnkeres antiatómicos heredados de la guerra fría, destinados a afrontar un eventual ataque nuclear. Cualquier pequeña ciudad de la confederación helvética tiene uno, languideciendo por el desuso.
El de Nyón (Vaud) está escondido al fondo del aparcamiento de un supermercado. Nada indica que pueda estar allí, salvo la presencia, desde el pasado febrero, de los rostros de algunos extranjeros despavoridos en sus alrededores.
El interior es espacioso, aunque rudimentario, con dormitorios, comedor y dos salas de televisión donde los solicitantes de asilo, todos concentrados allí por las autoridades del cantón, tratan de matar el tiempo. Pese a los esfuerzos del cantón de Vaud por acondicionar el lugar, hay mucha humedad y el menor ruido genera un gran eco. La atmósfera es de encierro y de claustrofobia.
Sin noción del tiempo
«No es humano vivir bajo tierra. Se pierde la noción del tiempo», reconoce la asistenta social, que sabe también lo que es pasar varios días sin ver la luz del sol. «Algunos refugiados no lo entienden y se sienten castigados», añade.
Cuando se les pregunta, los solicitantes de asilo, que son libres de salir a airearse, dudan si quejarse, temerosos de que se decida enviarles de vuelta a su país. «Vivimos en soledad, con inquietud, es muy duro. Algunos caen en depresiones», explica Ahamed, un somalí llegado a finales de diciembre, señalando a un hombre que refunfuña solo en una esquina.
La ministra de Justicia y Policía, Eveline Wildmer-Schlumpf, admite que el recurso al búnker no es ideal. Pero culpa de esta situación a su predecesor populista, que decidió reducir drásticamente los lugares disponibles para la acogida, paralelamente a la introducción de una legislación más restrictiva en enero del 2008.
Mientras que la Oficina federal de Migraciones prevé que que el ritmo de llegadas no se reducirá debido al flujo ininterrumpido en Europa de nuevos inmigrantes, la ministra prometió recientemente disponer «las capacidades de acogida suficientes».
Al igual que numerosos países europeos, Suiza no ha dejado en los últimos años de apretar las tuercas y de multiplicar las repatriaciones. Berna trabaja en una legislación aún más dura, en perjuicio de las asociaciones de inmigrantes, que denuncian una «precarización« de las condiciones de vida de los solicitantes, así como la negación de los motivos de persecución, atentando incluso contra los derechos humanos.
«Es el mismo fundamento de la demanda de asilo la que se está poniendo en cuestión», afirma la abogada de uno de los inmigrantes, Elise Schubs.