Queridos marcianos: Aquí están pasando cosas horribles. Nos hemos resignado a lo peor, y así somos incapaces de entender el agravamiento progresivo e inexorable de nuestra condición. Todos los días nuestros gobernantes miden su arrogancia en la piel de los ciudadanos. No lo hacen en silencio, a escondidas, sino de modo espectacular, con ostentación manifiesta. […]
Queridos marcianos:
Aquí están pasando cosas horribles. Nos hemos resignado a lo peor, y así somos incapaces de entender el agravamiento progresivo e inexorable de nuestra condición. Todos los días nuestros gobernantes miden su arrogancia en la piel de los ciudadanos. No lo hacen en silencio, a escondidas, sino de modo espectacular, con ostentación manifiesta.
No están transmitiendo la revolución, sino la represión de nuestra capacidad de desacuerdo.
Esta semana, el último ejemplo. Un terremoto provoca 300 víctimas y decenas de miles de evacuados. La cosa hubiera sido normal si, como antes, la información hubiera tratado de entender las causas de una tragedia tal en una zona sísmica. Entender por qué se hizo oídos sordos a las alarmas de los días anteriores al desastre, comprobar la rapidez de las operaciones de socorro y rastrear las posibles responsabilidades humanas.
En cambio, no ha sido así: nuestro gobierno no quieren que le molesten, no acepta preguntas, interpreta toda crítica como delito de lesa majestad. Manda las cámaras de televisión para expiar el dolor de la pobre gente, para explotar a su favor la eficiencia de las operaciones de auxilio y el debido luto nacional.
Podrán creernos o no, queridos marcianos de Europa, pero las cosas están así. Los pocos programas de investigación, como Annozero o Report, que tratan de iluminar las zonas en penumbra de la propaganda oficial son continuamente criminalizadas. Y las personas que trabajan por una información distinta son alejadas a través de cartas de despido que envía Mamá RAI. Ayer fue Enzo Biagi, hoy Vauro, mañana ya veremos.