¿Hay brotes verdes o el viejo árbol sigue pudriéndose? En las últimas semanas los medios de comunicación han puesto de moda la expresión «brotes verdes» utilizada también por algunos gobiernos. Se trata de un recurso propagandístico destinado a crear un ambiente optimista basándose en la aparición de algunas cifras económicas menos graves que en el […]
¿Hay brotes verdes o el viejo árbol sigue pudriéndose?
En las últimas semanas los medios de comunicación han puesto de moda la expresión «brotes verdes» utilizada también por algunos gobiernos. Se trata de un recurso propagandístico destinado a crear un ambiente optimista basándose en la aparición de algunas cifras económicas menos graves que en el primer cuatrimestre del año. Es cierto que se han producido en algunos aspectos indicadores menos pesimistas, pero también existen otras cifras que empeoran las previsiones anteriores sobre la crisis. Por lo tanto, igual que el stablishment utiliza esa metáfora de la naturaleza, también es posible recurrir a otra diferente extraída del mismo ámbito y decir que «el viejo árbol (el capitalismo) sigue pudriéndose».
Dos de las cifras más aireadas para reforzar la tesis de los «brotes verdes» están relacionadas con el comportamiento del paro en el mes de mayo. En el país con mayor intensidad de destrucción de empleo en los últimos meses, España, que ha aportado dos de cada tres empleos destruidos en la eurozona, en el mes de mayo se ha quebrado esa tendencia y se ha producido una creación de empleo, fruto sobretodo del plan puesto en marcha por el gobierno socialista. Este ha sido el dato más claro, porque el otro, el del paro en EE.UU. es más discutible. Efectivamente, de un lado se alega que se han destruido solo la mitad de empleos que en meses anteriores, pero ya son 17 meses seguidos de destrucción de empleo con una tasa superior en mayo (9,4%) a la que preveían los analistas. «Y si a los desempleados en mayo se le suman los que desistieron de buscar un trabajo (792.000) o los que fueron forzados a trabajar a tiempo parcial (9,1 millones), la tasa de paro sería del 16,4%.»1
Pero cabe preguntarse como encajan en la visión de los «brotes verdes» otras cifras como las publicadas por el FMI, la Comisión Europea, Bancos Centrales y agencias y analistas internacionales, donde se habla de empeoramiento de las previsiones hechas meses o semanas antes. En abril el FMI rectificaba su pronóstico de enero de un crecimiento negativo mundial del -0,5% para situarlo en el -1,3%, y advertía que la recesión que vive la economía internacional será más larga e intensa que las precedentes y la recuperación más débil que en otros casos. La recesión se agrava en Europa, de manera dramática en los países bálticos, y la Comisión prevé que entre este año y el siguiente se destruirán en Europa 8,5 millones de empleos, advirtiendo sobre la posibilidad de una crisis social. Según los datos presentados por el Presidente del Banco Central Europeo, el PIB de los países del euro caerá entre un 5,1 y un 4,1%, frente a la media del 2,7% prevista en marzo. Pero aún con estas cifras tan negativas en los países centrales, es el propio FMI el que señala que la situación más preocupante es la de los países emergentes dónde la dramática situación les pone ante problemas «de vida o muerte».
Y para redondear el panorama aparecen tendencias a un repunte del precio de las materias primas (petróleo, metales, alimentos) que podría complicar aún más la salida de esta crisis. Si hubiese que seleccionar entre todos los datos y noticias un hecho expresivo de la situación a principios de junio, seguramente la quiebra de General Motors sería el más elocuente.
Los analistas han estado discutiendo desde el inicio de la crisis sobre el modelo que seguiría la actual, podría ser en V, es decir, un desplome seguido de una recuperación rápida; podría ser quizás en U, es decir, con una recuperación más lenta; o tal vez en L, es decir, con el mantenimiento de la situación de depresión por un largo tiempo. Desde luego el primer modelo está claramente descartado. Todo parece indicar que el último de los modelos, la hipótesis más pesimista, es la que se consolida en esta crisis.
Se pueden encontrar análisis más pesimistas, que basándose en algunos indicadores o experiencias históricas recientes, como la de Japón2, o más antiguas como la depresión de 1873-18963, pronostican estallidos de nuevas burbujas, después de la inmobiliaria y la financiera de los meses anteriores, que afectarían a los sectores inmobiliario en China4, a la automoción, las tarjetas de crédito, o la que sería más grave, la de la deuda pública norteamericana5. No hay por que desdeñar estos análisis.
Las consecuencias políticas de la crisis golpean a la izquierda
Los primeros meses de 2009 habían conocido el inicio de lo que parecía un ciclo de movilizaciones sociales espoleadas por el impacto social de la crisis; la existencia de algunas grandes movilizaciones y huelgas generales había suscitado la incógnita de sí realmente estaríamos asistiendo a un despegue de la contestación6. Incluso habían llevado a la caída de algún gobierno como los de Islandia, Letonia, Hungría o la República Checa. Pero la situación en los dos meses siguientes tendió a calmarse en Europa. No solamente no volvieron a repetirse ensayos de huelga general (con la excepción de la que tuvo lugar en Euskadi el 21 de mayo, con unas características muy peculiares al ser convocada solo por los sindicatos nacionalistas, y con un escaso seguimiento), sino que algunas de las crisis gubernamentales originadas en las movilizaciones se resolvieron en clave prácticamente continuista. Solo a mediados de mayo la CES convocó varias manifestaciones en diversas capitales europeas que sacaron a la calle a varios cientos de miles de manifestantes con el objetivo de que «alcen la voz para reclamar una sociedad donde los beneficios se repartan con justicia». El impacto fue mínimo.
En junio se han celebrado las elecciones europeas. Normalmente se trata de un tipo de elección que ha venido perdiendo atracción entre los ciudadanos de la Unión Europea, tendencia que se ha vuelto a expresar de nuevo este año. Entre la mayoría de los partidos del establishment, sean conservadores, liberales, socialdemócratas, etc., la norma es la utilización de este tipo de elecciones para reforzar sus posiciones nacionales, bien se esté en el gobierno o en la oposición, su lectura final se termina haciendo en términos de relación de fuerzas a nivel nacional. Europa, sus problemas y objetivos terminan siendo marginados en las campañas a favor de los temas más domésticos. La izquierda, en general, no ha expresado un interés mayor en estos comicios, no era lo habitual volcarse en este tipo de elecciones.
Pero este año ha sido especial. Celebradas en medio de una crisis profunda del capitalismo, precedidas por unos meses en que parecía que despegaba la contestación social, estas elecciones cobraron para la izquierda, especialmente la más claramente antisistémica, un atractivo diferente. Se contemplaban como un test donde comprobar cual había sido el efecto de la crisis y las movilizaciones en las conciencias de los trabajadores europeos, también como una oportunidad para dejar de ser organizaciones marginales y alcanzar alguna influencia en la previsible larga trayectoria de la crisis. Posiblemente su cálculo fue el de que podría aprovechar el malestar expresado en huelgas generales y grandes manifestaciones – no solamente de carácter laboral, sino de un contenido más amplio como las que tuvieron lugar en Grecia, contra el G-20 en Londres, contra la reunión de la OTAN en Estrasburgo, a favor de la causa Palestina en toda Europa – para conseguir una velocidad crítica que la hiciese despegar; que podría traducir en votos, y por tanto en posiciones de poder, el malestar de la crisis.
La expectativa más importante a nivel europeo la levantaba la creación del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia, a partir del núcleo de la vieja LCR y apoyándose en el tirón mediático que había alcanzado su líder Olivier Besancenot.
Nada nuevo por otra parte, es en coyunturas de este tipo cuando partidos nuevos, o viejos partidos marginados, intentan crearse un espacio en el difícil escenario de la representación institucional, normalmente monopolizado por el sistema de partidos vigentes en una coyuntura histórica dada. La dificultad puede ser mayor para un partido de izquierda antisistema, pero existe para todo nuevo aspirante.
En la historia reciente europea se han conocido casos exitosos de utilización de movilizaciones populares para que partidos o movimientos con algún contenido antisistémico hayan conseguido un espacio más o menos importante en el sistema de representación institucional. Recordemos solamente el ejemplo de los partidos verdes a raíz de las movilizaciones pacifistas y antinucleares en la Europa de los 70. O, también, el caso de Izquierda Unida en España, creada al calor de las manifestaciones contra la permanencia de España en la OTAN, y que sacó por algunos años del ostracismo a la izquierda del PSOE y, especialmente, al PCE tras la debacle que sufrió este partido en 1982.
Sin embargo no parece que esta vez la crisis capitalista y las incipientes muestras de contestación social hayan podido servir para el objetivo buscado por la izquierda antisistémica en Europa de postularse como un actor político de importancia que pueda jugar un papel más destacado en la evolución futura de la crisis.
Cualquier ángulo que se elija para una lectura de las elecciones europeas arroja un resultado nada positivo para la izquierda. Globalmente el Partido Popular Europeo mantiene su liderazgo y aumenta su distancia con el Partido de los Socialistas Europeos. Les siguen los liberales que retroceden un poco y, luego, los verdes que experimentan un importante avance, sobretodo por sus resultados en Francia, y también en Dinamarca.
El retroceso socialista ha sido fuerte en el Reino Unido y Francia, pero también han retrocedido en Austria, Dinamarca, Holanda, Hungría, España o Portugal.
En la derecha, los gobernantes mejor parados han sido, de un lado, los dos líderes que han llevado la voz cantante por Europa en las reuniones del G-20, es decir, Sarkozy, que aumento en 12 puntos, y Angela Merkel, y de otro, un caso que necesitaría una explicación especial, Berlusconi.
Otro aspecto destacado en las elecciones ha sido el avance de los partidos de extrema derecha gracias a sus resultados en Holanda, Hungría, Eslovaquia, Finlandia, Austria o Gran Bretaña. A este heterogéneo grupo de formaciones se le llega a adjudicar hasta una quinta parte del Parlamento Europeo (más de 120 eurodiputados)7.
A la izquierda de la socialdemocracia se han producido, en algunos casos, ligeros avances, como es el caso de Alemania, donde Die Linke pasa del anterior 6,1% al 7,4%; también en Francia donde el Frente de Izquierdas alrededor del PCF a pasado del 5,25% anterior al 6% actual, y el Nuevo Partido Anticapitalista que ha obtenido el 4,9% pero ningún eurodiputado. Igualmente en Portugal donde la coalición CDU alrededor del PCP ha pasado del 9,09% al 10,66% manteniendo sus dos escaños. Pero, en otros casos, lo que se ha producido son ligeros retrocesos, como en Grecia donde el Partido Comunista (KKE) ha pasado del 9,5% y 3 eurodiputados anteriores al 8,35% y 2 actualmente, aunque la coalición de izquierda radical mantiene su escaño con un 0,5% de avance; Y de manera similar en España donde Izquierda Unida (cuyo núcleo es el PCE) ha retrocedido del 4,1% al 3,7% manteniendo sus dos eurodiputados, y las candidaturas a su izquierda han obtenido en conjunto cerca del 1,5% gracias al apoyo de los votos de la izquierda abertzale del País Vasco a una de ellas, sin el cual su apoyo es realmente insignificante. Desde una perspectiva global se podría hablar de una situación de estancamiento.
Puede ser interesante fijar la mirada en el resultado electoral de dos de los países europeos donde se produjo una fuerte conflictividad social en los últimos meses, durante la crisis.
Grecia ocupó el primer y más destacado lugar por las movilizaciones de finales de 2008. En los resultados se puede observar una fuerte bajada de la derecha tradicional (ND) y un declive más suave de la socialdemocracia (PASOK) y los comunistas (KKE); mientras que los beneficiarios van a ser, por orden de importancia, los ecologistas (+3,49%), la Coalición Popular Ortodoxa (+3,05%), considerada de extrema derecha, populista y nacionalista, y la coalición de izquierda radical (+0,5%).
En Francia, como otro país de referencia en cuanto a conflictividad, hemos visto que de un lado se produce un ascenso de Sarkozy, mientras que la debacle del PS es aprovechada, sobretodo, por los verdes y, en menor medida, por la izquierda del FG y el NPA.
De una primera lectura apresurada de estos resultados se podrían extraer varias hipótesis: 1) La victoria general de la derecha, tanto si ésta ocupa posiciones de gobierno como si se encuentra en la oposición, expresa que una mayoría de los votantes se inclinan claramente por una solución de la crisis dentro de los parámetros del actual sistema político-social, es decir, confían en que las ingentes cantidades de dinero empleadas en apuntalar el edificio capitalista y las promesas de su «refundación» lleven lo más rápidamente posible a retomar la senda del crecimiento económico y a olvidar lo que consideran una desagradable enfermedad estacional por la que de vez en cuando atraviesa el capitalismo. En este sentido la fe de este electorado en el sistema vigente, y su comunión con los valores que destila, es tal que es inmune a las prácticas claramente corruptas que exhiben algunos de estos partidos como en Italia o España. Honradamente, es necesario reconocer que hasta ahora la crisis y sus consecuencias en Europa no han hecho mella en la credibilidad del capitalismo. 2) Los pésimos resultados de la socialdemocracia puede entenderse como el desanimo de su electorado ante la actitud gris y anodina de estos partidos, que no han ofrecido ninguna alternativa propia durante la crisis, apareciendo a remolque de las iniciativas de la derecha; incluso la bandera del keynesianismo, propia de la socialdemocracia, ha sido más aireada en estos tiempos de retroceso neoliberal por la derecha. 3) El buen resultado cosechado por los partidos verdes europeos denota la penetración de la preocupación en Europa por los problemas ecológicos, sin que ello se traduzca ni automáticamente, ni en todos los casos, por una conciencia más de izquierda. Se trata de una tema para una discusión más profunda, ¿expresa la creencia en la posibilidad de alcanzar un crecimiento respetuoso con el medio ambiente dentro de los parámetros capitalistas?. 4) El ascenso de los partidos de extrema derecha responde a un fenómeno típico en estas situaciones, en las que estos partidos utilizan un discurso populista, nacionalista y xenófobo para instrumentalizar y canalizar el miedo y la angustia provocada por la crisis contra las minorías en el propio país o contra otros países para ganar votos. 5) Por último, en los resultados de los partidos a la izquierda de la socialdemocracia se pueden distinguir dos situaciones. De un lado, la de los supervivientes partidos comunistas que, en solitario o a través de las alianzas que han forjado mantienen con altibajos su posición minoritaria. De otro, los intentos de la izquierda más radical por salir de su ostracismo aprovechando las movilizaciones sociales, su banderín de enganche, el NPA francés, a pesar de su nada despreciable 4,9% no ha conseguido ni un solo diputado, el resultado de este intento solo puede calificarse de fracaso sin paliativos.
Pero no ha sido solamente Europa el único escenario para analizar el comportamiento de la izquierda en esta época de crisis global. Otro país con importante presencia comunista, gobernando incluso algunas de su principales Estados, es la India, donde en mayo de este año también tuvieron lugar elecciones a cuyos resultados es necesario referirse8.
En la India diferentes partidos marxistas gozan de una importante influencia política y social con dos estrategias totalmente distintas, una vía político-institucional y otra de lucha armada. Desde hace años los partidarios de la primera estrategia gobiernan en cinco Estados de ese país-continente apoyándose en frentes de izquierda. Sus bases de apoyo se encuentran en la mayoritaria población campesina y en los sectores populares, y han puesto en marcha importantes logros sociales para la mayoría de la población. Sus buenos resultados a nivel nacional en 2004 les permitió condicionar la política interior y exterior del gobierno central indio, articulado en torno al partido Congreso Nacional, para dotarla de un cierto color socialdemócrata.
El cambio de tendencia en los resultados de los partidos comunistas que apuestan por la vía político-institucional y su perdida de credibilidad es achacada a su divorcio con sus bases campesinas y sectores populares tras la inclinación del gobierno central por una política neoliberal y la decisión de estos partidos de instalar Zonas Económicas Especiales en los Estados donde gobiernan, lo que terminó derivando en un episodio de represión sangrienta del movimiento popular de oposición a dichas zonas en marzo de 2007. Esta política de industrialización ha provocado profundas contradicciones en el seno de dichos partidos, esta circunstancia junto a su política de alianzas de cara a las elecciones de mayo de 2009 ha derivado en la derrota electoral sufrida en dichas elecciones, en la que han retrocedido de 61 a 23 escaños; con el peligro de que pierdan los gobiernos que mantienen en los Estados actuales. Una parte de su base de apoyo parece inclinarse por el sector maoísta que practica la lucha armada (naxalistas).
El contraste entre estos dos ejemplos de los resultados de la izquierda en la primavera de 2009 es evidente. La Unión Europea y la India representan dos universos socioeconómicos muy distantes. La posición de la izquierda transformadora también es diferente, en el primer caso es marginal, no gestiona ámbitos de poder de relevancia; en cambio, en la India, gobierna varios Estados desde hace tiempo y ha conseguido condicionar en los últimos años la orientación del gobierno central. El objetivo de la izquierda europea era expandir su ámbito de presencia y de poder aprovechando el previsible descrédito que la crisis provocaría al capitalismo, cálculo erróneo por lo que hemos visto más arriba. El dilema de la izquierda india en el poder era enfrentar las contradicciones que la provocaban su gestión de Estados pobres y atrasados frente a los «imperativos del desarrollo»; en este sentido su análisis comparativo debería hacerse con las experiencias de los gobiernos de izquierda actualmente en América Latina, o con experiencias históricas más antiguas, como la de su vecino chino.
Pero lo cierto es que, a pesar de estos contrastes, el resultado de ambos comicios plantea dilemas difíciles de responder: ¿por qué la crisis más profunda del capitalismo desde los años 30 no ha mellado minímamente su credibilidad hasta ahora?, ¿Por qué la izquierda sigue sin tener modelos claros de transición al socialismo?
Como tantas veces se ha repetido ya en la historia, el simple hecho de esgrimir un discurso más radical, de levantar las consignas más sonoras y de utilizar los epítetos más duros contra el capitalismo no lleva por sí solo ni a conseguir más audiencia e influencia, ni a resolver los problemas que arrastra la izquierda.