El presidente de facto de Honduras, Micheletti, entró este lunes a Casa Presidencial, no por la puerta principal, sino por la azotea, ayudado por un helicóptero militar. Como los ladrones, entra por el tejado. El botín es la democracia. La han robado de Honduras este fin de semana. La derecha empresarial y ganadera, junto […]
El presidente de facto de Honduras, Micheletti, entró este lunes a Casa Presidencial, no por la puerta principal, sino por la azotea, ayudado por un helicóptero militar. Como los ladrones, entra por el tejado. El botín es la democracia. La han robado de Honduras este fin de semana. La derecha empresarial y ganadera, junto a los militares, aprovechó la convocatoria a un referendo por parte del presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya para justificar lo que hace ratos querían hacer: retomar el poder absoluto.
La justificación para secuestrar a un mandatario, vejarlo y exilarlo, la justificación para agredir a los funcionarios del gobierno electo en las urnas y para remilitarizar Honduras es desproporcionada. El hecho de convocar a un referendo no es un atentado contra la democracia, como lo manejan los golpistas hondureños. Este referendo era una simple consulta de opinión, que no tenía carácter vinculante. No era ninguna amenaza al estado de derecho. Tampoco implicaba saltarse la Constitución: más bien era dejar abierta la posibilidad de que la ciudadanía hondureña considerara si era pertinente votar a fin de año si quería que se convocara a una asamblea constituyente o no. Si la derecha hubiera actuado de forma democrática, pudo haber cuestionado la convocatoria de Zelaya por las vías legales.
Pero aquí no hay nada de legalidad. Hablar de referendo, para la derecha hondureña, era hablar de ese fantasma que ronda en las pesadillas de las oligarquías latinoamericanas: Chávez, como antes lo fue Castro. Una lógica perversamente elemental: Referendo = Chávez, como también fue perversamente elemental la acusación de Micheletti, cuando todavía era el jefe del congreso hondureño. Micheletti decía que el referendo de Zelaya serviría para que la patria potestad quedase en manos del Estado. Parafraseando a aquel personaje fascista, podríamos poner en labios de Micheletti y de los golpistas hondureños la siguiente frase: «Cuando oigo la palabra referendo, me dan ganas de sacar la pistola». Como se ve, las justificaciones son débiles, pero es sabido que los golpistas latinoamericanos han contado más con los argumentos de las armas que con el arma de los argumentos.
El crimen de Zelaya fue pasar de una posición de derecha a dar bandazos a la izquierda, y pasar de estos bandazos, a una posición más de izquierda. Los delitos de Zelaya contra la constitución y las leyes de Honduras fueron, entre muchos otros, unirse al ALBA, enfrentarse a la derecha empresarial en el tema de la corrupción, aprobar medidas sociales, impulsar programas de alfabetización y de cooperación médica con Cuba. Claro, estas cosas se pagan caras.
Lo interesante del caso es que este golpe se da en un escenario internacional distinto a las asonadas militares de décadas anteriores, detrás de las cuales estaba la voz de mando de un Kissinger u otro titiritero similar. El gobierno de Obama ha negado su reconocimiento a los golpistas. También el escenario en Centroamérica es distinto, pues en el pasado cualquier militar usurpador del poder se sentía en buena compañía. ¿Qué dirá Micheletti si se asoma a la cumbre del SICA, ante la mirada reprobatoria de Funes, Colom, Ortega y Arias, amén del propio Zelaya?
Veremos si es posible que la comunidad centroamericana y latinoamericana de naciones tenga la misma capacidad de incidir en una situación de ruptura del orden constitucional, como la tuvo la UNASUR frente a la oligarquía separatista en Bolivia. Esto será importante para evitar la consolidación de los golpistas en el poder y para impedir que éstos sigan reprimiendo a quienes se les oponen, como acaba de ocurrir con el caricaturista Allan McDonald, secuestrado por los militares de su casa de habitación cuando estábamos terminando de escribir estas líneas. Los militares saquearon la residencia del artista, que continúa lo mejor de la tradición rebelde de la caricatura latinoamericana. Su trabajo se ha publicado en medios de Honduras y en el periódico digital Rebelión (www.rebelion.org) y puede verse en su página de Internet (http://www.allanmcdonald.com)
Estos atropellos deben cesar de inmediato. Micheletti y sus cómplices en el golpe han querido ocultar lo obvio: han entrado al poder por la azotea y están destruyéndolo todo. Es la misma oligarquía rapaz que hace cuarenta años -como también lo hicieron los militares y oligarcas salvadoreños- exacerbaron los peores sentimientos con el veneno del nacionalismo y enemistaron a dos pueblos que se parecen más de lo que estarían dispuestos a reconocer. Pero ahora ni la sociedad salvadoreña ni la hondureña está dispuesta a morir y a matar por defender los intereses de esas oligarquías. De ahí la necesidad de recurrir a la fuerza, contraviniendo la lógica, el imperio de las leyes y a la propia comunidad internacional. Es la medida desesperada de un muerto agonizante que quiere llevarse a todos con él.