Versión con videos e imágenes: aquí. I.- El fútbol no tiene nada que ver con la política. Sólo un fanático, una mente obsesionada o enferma mezcla fútbol con política, agua con aceite. Es por eso que después de la victoria de la selección venezolana de fútbol sub-20 contra Nigeria, Meridiano Televisión realizó un pase a […]
Versión con videos e imágenes: aquí.
I.- El fútbol no tiene nada que ver con la política. Sólo un fanático, una mente obsesionada o enferma mezcla fútbol con política, agua con aceite. Es por eso que después de la victoria de la selección venezolana de fútbol sub-20 contra Nigeria, Meridiano Televisión realizó un pase a la Plaza Alfredo Sadel, en Baruta, donde el Alcalde Gerardo Blyde festejaba junto a seguidores de la selección. También por eso, el mismo canal, después de la victoria contra Tahití, transmitió la celebración desde Las Mercedes. El fútbol no tiene nada que ver con la política.
II.- «¿El miedo? ¿La inseguridad? ¿La cólera? ¿El terror a perder la fachada? ¿El despecho ante el joven que se empeña en no guardar las apariencias delante de las visitas?». Así se interrogaba Elena Poniatowska sobre las causas que habrían desencadenado la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, apenas diez días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, celebrados en México.
En un libro clásico de la historiografía latinoamericana, La noche de Tlatelolco, Poniatowska recogió no sólo testimonios de las víctimas y protagonistas del artero ataque, sino que además relató al mundo cómo este acontecimiento fue reseñado por algunos diarios mexicanos. Así, por ejemplo, transcribió parcialmente una nota publicada por el diario El Heraldo, el 3 de octubre de 1968, intitulado, como siempre, de manera brutalmente eufemística: Sangriento encuentro en Tlatelolco. El diario anticipaba que el fatal desenlace de aquel «encuentro» podía convertirse en una fuente inagotable de mala prensa para el país: «… los corresponsales extranjeros y los periodistas que vinieron aquí para cubrir los Juegos Olímpicos comenzaron a enviar notas a todo el mundo para informar sobre los sucesos. Sus informaciones – algunas de ellas abultadas – contuvieron comentarios que ponen en grave riesgo el prestigio de México».
«Todavía fresca la herida, todavía bajo la impresión del mazazo en la cabeza, los mexicanos se interrogan atónitos», escribía Poniatowska. «La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto a su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros».
III.- Todavía fresca la herida de Tlatelolco, México no sólo fue sede de las Olimpíadas. Dos años más tarde, lo fue también del Mundial de Fútbol. El mismo torneo en el que se disputara el que algunos llaman el Partido del Siglo, y que enfrentara en semifinales a los seleccionados de Alemania Occidental e Italia. Cinco de los siete goles del partido fueron marcados durante la prórroga. Al final, Italia venció cuatro goles por tres. El mismo Mundial que vio coronarse a un Brasil entrenado por Mário Zagallo, quien sustituyó a Joao Saldanha, el verdadero artífice de la clasificación mundialista de Brasil. Saldahna, de reconocida militancia comunista -en tiempos en que Brasil era gobernada por una dictadura militar- había excluido a Pelé de la selección, alegando que el jugador estaba aquejado por molestias físicas. Destituido Saldahna, Zagallo reinsertó a Pelé en la plantilla de jugadores.
En aquel mundial, América Latina estuvo representada por cinco países: México, Brasil, Perú, Uruguay y El Salvador. El país centroamericano concluyó la primera fase sin conocer la victoria, sin haber marcado un solo gol y habiendo encajado nueve: el 3 de junio cayó ante Bélgica tres goles por cero; el 7 de junio, cuatro por cero contra el país anfitrión; tres fechas más tarde, la extinta Unión Soviética le asestó un par de tantos más.
El Salvador había llegado al Mundial tras vencer en la ronda final de la Concacaf al seleccionado de Haití. El primer juego, disputado en Puerto Príncipe el 21 de septiembre del 69, significó victoria para el equipo visitante, dos goles por uno. En el segundo, jugado el 28 de septiembre, los papeles se invirtieron: jugando en San Salvador, el equipo haitiano pasó la aplanadora, para vencer tres goles por cero. El juego decisivo fue celebrado en la neutral Kingston, Jamaica, el 8 de octubre del mismo año: a El Salvador le bastó un gol para quedarse con el cupo.
Casi tres meses antes, el 14 de julio de 1969, tropas salvadoreñas habían invadido Honduras. Según una versión ampliamente difundida, las dos naciones centroamericanas dirimían por las armas un conflicto que había iniciado en una cancha de fútbol. Ryszard Kapuscinski, el célebre periodista polaco, inmortalizó este capítulo bélico entre las dos naciones al calificarle como La guerra del fútbol.
IV.- En junio de 1969 se inició la disputa de la llave 2, segunda ronda, de la Concacaf. La llave 1 había enfrentado a Haití contra Estados Unidos. Mientras que Haití dio cuenta fácilmente del equipo norteamericano, en sólo dos encuentros, Honduras y El Salvador pelearon el máximo de tres partidos. El primero fue ganado por Honduras, un gol por cero. Fue celebrado en Tegucigalpa, el 8 de junio. Kapuscinski lo relata así:
«El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado [7 de junio] y pasó una noche sin dormir en su hotel… porque era blanco de la guerra psicológica emprendida por los hinchas hondureños. Una multitud cercó el hotel. La muchedumbre lanzó piedras en las ventanas y hacía ruido golpeando latas y barriles vacíos con palillos. Lanzaron petardos unos después de otros. Alinearon vehículos y tocaron sus bocinas parqueados delante del hotel. Los hinchas silbaron, gritaron y cantaron canciones hostiles. Esto duró toda la noche. La idea era que un equipo soñoliento, nervioso y agotado estaría limitado para perder…».
Pero las cosas estaban a punto de empeorar:
«Amelia Bolaños, de dieciocho años de edad, estaba sentada delante del televisor en El Salvador cuando el delantero hondureño Roberto Cardona anotó el gol en el minuto final. Ella se levantó y corrió al escritorio donde estaba la pistola de su padre y se disparó en el corazón. ‘La joven no pudo soportar ver a su patria perder’, escribió un periódico [El Nacional] de El Salvador el día siguiente. Toda la capital participó en el entierro televisado de Amelia Bolaños. Una guardia de honor del ejército marchó con una bandera al frente del entierro. El Presidente de la República y sus ministros caminaron detrás del ataúd cubierto con una bandera. Detrás del gobierno venía la oncena del equipo salvadoreño que había sido abucheado, burlado y escupido en el aeropuerto de Tegucigalpa, y que había vuelto a El Salvador en un vuelo especial de esa mañana».
El segundo partido, jugado en San Salvador el 15 de junio, fue ganado por los de casa, con un categórico tres por cero. La víspera del partido, los fanáticos salvadoreños devolvieron el gesto:
«Esta vez el equipo hondureño pasó una noche sin dormir. La muchedumbre rompió todas las ventanas del hotel y lanzó adentro huevos podridos, ratas muertas y trapos que apestaban».
Luego del juego, dos hinchas hondureños fueron asesinados. Decenas resultaron heridos. Poco tiempo después de que la selección hondureña saliera del país, la frontera fue cerrada.
El tercer y decisivo encuentro se jugó el 26 de junio. Como ingrediente adicional, tuvo lugar en Ciudad de México, una de las ciudades sedes del Mundial. Honduras vino de atrás dos veces, para empatar a uno y dos goles. Pero en tiempo suplementario, Mauricio «El Pipo» Rodríguez anotó el agónico gol que le daría el pase a El Salvador.
V.- ¿Realmente se trató de una guerra alentada por circunstancias estrictamente deportivas? Ni siquiera el mismo Kapuscinski le creyó así:
«Éstas son las razones verdaderas de la guerra: El Salvador es el país más pequeño de América Central, tiene la densidad demográfica más grande en el hemisferio occidental (más de 160 personas por kilómetro cuadrado). Las cosas están apretadas, y tanto más porque la mayor parte de la tierra está en manos de catorce grandes clanes de terratenientes. El pueblo incluso dice que El Salvador es propiedad de catorce familias. Mil latifundistas poseen exactamente diez veces más tierra que cien mil campesinos. Dos tercios de la población rural no posee ninguna tierra. Por muchos años una parte de los pobres sin tierra ha estado emigrando a Honduras, donde hay zonas extensas de tierra sin cultivar. Honduras (112.492 kilómetros cuadrados) es casi seis veces más extenso que El Salvador, pero tiene casi la mitad de la población (2.500.000). Ésta fue una emigración ilegal pero fue mantenida silenciada, tolerada por el gobierno hondureño por años.
Los campesinos de El Salvador se asentaron en Honduras, establecieron aldeas, y crecieron acostumbrados a una vida mejor que la que habían dejado detrás. Llegaron a ser cerca de 300.000.
En los 1960, el malestar comenzó entre el campesinado de Honduras, que exigía tierra, y el gobierno de Honduras pasó un decreto de Reforma Agraria. Pero puesto que era un gobierno oligárquico, dependiente de los Estados Unidos, el decreto no tocó la tierra de la oligarquía o de las plantaciones grandes de banano que pertenecían a la United Fruit Company. El gobierno decidió redistribuir la tierra ocupada por los ocupantes ilegales de salvadoreños, significando que los 300.000 salvadoreños tendrían que volver a su propio país, en donde no tenían nada, y donde, en cualquier caso, serían rechazados por el gobierno de El Salvador, temiendo una revolución campesina».
Eduardo Galeano va más allá. En su libro El fútbol a sol y sombra, no sólo pone en entredicho el título otorgado por Kapuscinski al conflicto bélico: «la violencia que desemboca en el fútbol no viene del fútbol, del mismo modo que las lágrimas no vienen del pañuelo». Además, explica que los dos países centroamericanos «desde hacía más de un siglo venían acumulando rencores mutuos. Cada uno había servido de explicación mágica para los problemas del otro. ¿Los hondureños no tenían trabajo? Porque los salvadoreños venían a quitárselo. ¿Los salvadoreños pasaban hambre? Porque los hondureños los maltrataban».
En otro de sus libros, el tercer tomo de Memoria del fuego, intitulado El siglo del viento, Galeano lo resume así:
«La llamada » guerra del fútbol » tiene por enemigos a dos pedazos de América Central, jirones de la que fue, hace un siglo y medio, patria única.
Honduras, pequeño país agrario, está dominado por los latifundistas. El Salvador, pequeño país agrario, está dominado por los latifundistas. El pueblo campesino de Honduras no tiene tierra ni trabajo. El pueblo campesino de El Salvador no tiene tierra ni trabajo. En Honduras hay una dictadura militar nacida de un golpe de Estado. En El Salvador hay una dictadura militar nacida de un golpe de Estado. El general que gobierna Honduras ha sido formado en la Escuela de las Américas, en Panamá. El general que gobierna El Salvador ha sido formado en la Escuela de las Américas, en Panamá. De los Estados Unidos provienen las armas y los asesores del dictador de Honduras. De los Estados Unidos provienen las armas y los asesores del dictador de El Salvador. El dictador de Honduras acusa al dictador de El Salvador de ser un comunista a sueldo de Fidel Castro. El dictador de El Salvador acusa al dictador de Honduras de ser un comunista a sueldo de Fidel Castro. La guerra dura una semana. Mientras dura la guerra, el pueblo de Honduras cree que su enemigo es el pueblo de El Salvador y el pueblo de El Salvador cree que su enemigo es el pueblo de Honduras. Ambos pueblos dejan cuatro mil muertos en los campos de batalla».
El director técnico de Honduras se llamaba Oswaldo López Arellano. El de El Salvador, Fidel Sánchez Hernández. Los dueños de ambos equipos: burgueses y terratenientes.
VI.- Las eliminatorias de la Concacaf para el Mundial 2010 están llegando a su fin: tan sólo restan dos partidos. Estados Unidos marcha en primer lugar, con dieciséis puntos. Le sigue México, con quince. Honduras acumula trece puntos y El Salvador ocho. Entre ambos se ubica Costa Rica, con doce puntos. Los tres primeros equipos se clasifican de manera directa. El cuarto va al repechaje contra el quinto suramericano.
Su posición favorable en la tabla, a falta de tan poco, hace soñar a la selección hondureña con su pase al Mundial. No lo logra desde 1982. Le resta un partido en casa, previsto para el 10 de octubre, contra Estados Unidos. Cuatro días después es el cierre, nada más y nada menos que contra El Salvador, que sin embargo está al borde de la eliminación. Honduras estará de visitante.
El problema radica en que Honduras está lejos de ser un país apacible. De hecho, es todo lo contrario: sobre todo desde el 21 de septiembre, fecha en que el derrocado Manuel Zelaya ingresó clandestinamente a su país para refugiarse en la embajada brasileña. Desde entonces, la represión de la dictadura ha alcanzado niveles sin precedentes, lo que es mucho decir de un país cuyo pueblo mayoritario no ha dejado de resistir al golpe de Estado, a pesar de toques de queda, suspensión de garantías, asesinatos, persecución, detenciones arbitrarias y torturas. Honduras vive hoy un estado de sitio. El domingo 27 de septiembre, el gobierno de facto aprobó un decreto que restringe por cuarenta y cinco días varios derechos: de libertad personal, libre emisión del pensamiento, libertad de asociación y de unión, libre circulación y de los detenidos. La medida fue aplicada de inmediato: el lunes 28 fueron clausurados dos medios, Canal 36 y Radio Globo. El resto de las libertades están restringidas, de hecho, desde el mismo momento en que se instaló la dictadura.
En este contexto, no extraña en lo absoluto que cualquier persona sensata se interrogue sobre la pertinencia de celebrar en territorio hondureño el próximo duelo contra Estados Unidos. No es para menos: estamos hablando de una dictadura que ha utilizado estadios deportivos como centros de detención para los partidarios de Zelaya: uno es el Chochi Sosa y el otro es el Lempira Reyna Zepeda, ambos en Tegucigalpa.
De hecho, con motivo del duelo celebrado el pasado 12 de agosto, la Federación Costarricense de Fútbol solicitó a la FIFA garantías suficientes para el juego que disputaría contra Honduras en San Pedro Sula. Así lo narraba un periodista del hondureño El Heraldo:
«La convulsión social, la crisis política y el derrame de sangre en el clásico capitalino despertó los nervios mediáticos en tierras josefinas y la prensa exige cambio de sede… no quieren venir a ese enorme cementerio de concreto, donde la H no ha dejado escapar ni un punto. Es por eso… que… hablamos con el secretario de la Federación Costarricense de Fútbol, Joseph Ramírez, quien deja en claro que ‘jamás pedimos cambio de sede’, así que… atención colegas, no les queda más que venir a San Pedro Sula, donde lo que menos hay es guerra civil».
Sin duda, linda manera de referirse a un país que está al borde de una guerra civil. ¿Hará falta recordar que El Heraldo apoya firmemente la dictadura de Micheletti?
Finalmente, se celebró el partido en San Pedro Sula, y el resultado favoreció ampliamente al equipo de casa: cuatro golpes por cero. Fue transmitido por el canal Telecentro, y narrado por un tal Salvador Nasralla, a quien podría catalogarse como el Micheletti de los narradores deportivos. Refiriéndose al arbitraje mexicano, esto fue parte de lo que llegó a decir: «Si anulaste el penal no salís de Honduras… El ladrón mexicano… anuló el gol catracho. Vamos a ver si sale de Honduras… Si no ganamos les cuento el hotel en que está». Cierto que en Venezuela estamos acostumbrados a estas expresiones de fascismo y odio, pero aún no llegamos a verlo durante la transmisión de un evento deportivo. Valga la precisión: no de boca del locutor.
Tal parece que el juego entre Estados Unidos y Honduras, pautado para el 10 de octubre, se celebrará como está previsto: en territorio hondureño. Así lo reseñan las secciones deportivas de la prensa del país centroamericano. No obstante, la certeza de que así será está inspirada en motivos extra-deportivos: el mismo día en que la dictadura procede con el cierre de dos medios de comunicación, el representante interino estadounidense ante la OEA declara que el retorno de Manuel Zelaya a su país fue «irresponsable e idiota». Si esto no se llama apoyo manifiesto a la dictadura de Micheletti, ¿cómo es posible llamarlo?
No quedan dudas: si antes no lograra triunfar el pueblo hondureño en su lucha por el retorno de la democracia, Honduras recibirá con los brazos abiertos a Estados Unidos. Es la guerra del fútbol que nunca existirá. Puede incluso que hasta logre vencerle, asegurando así su pase al Mundial 2010. Después de todo, ninguno de los gobiernos resultará derrotado. La dictadura continuará extendiendo su agonía y el Pentágono seguirá procurando que sobreviva.
Nada de desplantes: los hinchas de la dictadura no lanzarán piedras a los estadounidenses. Ni latas, ni barriles vacíos ni petardos. Ni huevos podridos ni ratas muertas. Ninguno tocará sus bocinas. Nadie cantará canciones hostiles. Esto, en cambio, y mucho más, es lo que hoy se hace contra la embajada brasileña. El ruido ensordecedor, las balas, los gases tóxicos van dirigidos contra el pueblo hondureño. El verdadero enemigo. Hoy la guerra se libra contra el pueblo hondureño. Contra Brasil y su futebol jogado com música. Contra Venezuela. Contra toda América.
¿Qué motiva al gobierno de facto? ¿El miedo, la inseguridad, la cólera?, se interrogaría Poniatowska. Tal vez el miedo, la inseguridad, la cólera. Lo que sí está claro es que, como en 1969, el objetivo es mantener al pueblo hondureño soñoliento, nervioso y agotado. Sin embargo, el escritor Julio Escoto ha enviado un mensaje de advertencia:
«El fútbol es un gran distractor, pero parece que la conciencia ganada por la población es ahora tan amplia y madura que, como ya ocurrió, se da el gusto de marchar en protesta todo el día y luego asiste al estadio por la noche. Parece que ha aprendido a pelear y disfrutar; incluso circulan chistes sobre Micheletti, lo que indica que si la gente maneja el humor en una situación tan crítica, es que ya perdió el miedo o tiene confianza en que logrará lo que quiere. Sólo los fuertes sonríen frente al peligro».
Sólo los fuertes sonríen frente al peligro.
Ya sabrá el pueblo hondureño qué hacer con sus sepulcros cuando la sangre haya vuelto a su quietud.
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