Recomiendo:
0

A propósito de las elecciones alemanas

¿De verdad ha muerto el socialismo en Europa?

Fuentes: Sin Permiso

A pesar de la crisis financiera y de los temores de una depresión, el 29 de septiembre los votantes alemanes eligieron a un gobierno todavía más a la derecha del que ya tenían. La demócrata cristiana Angela Merkel continuará como canciller. Pero en lugar de gobernar con un partido tradicionalmente pro-trabajo como la Socialdemocracia alemana […]

A pesar de la crisis financiera y de los temores de una depresión, el 29 de septiembre los votantes alemanes eligieron a un gobierno todavía más a la derecha del que ya tenían. La demócrata cristiana Angela Merkel continuará como canciller. Pero en lugar de gobernar con un partido tradicionalmente pro-trabajo como la Socialdemocracia alemana (SPD) lo hará con un partido pro-empresa como el demócrata liberal (FDP). Con el 15 por ciento de los votos, los liberales han obtenido el mejor resultado electoral de su historia. La SPD perdió casi un tercio de su electorado y se precipitó a un histórico 23 por ciento.

Algunos analistas consideran que estos paradójicos resultados son la prueba de que los votantes adoran al capitalismo tanto como sus valedores. ¿»Está muerto el socialismo?», se interrogaba sin tapujos la portada del International Herald Tribune en una entradilla que reenviaba a un artículo del New York Times sobre las elecciones alemanas. Hasta el escritor francés, Bernard-Henri Lévy, compareció, con evidente Schadenfreude [alegría en el daño ajeno], para constatar la derrota del socialismo.

Lo cierto, sin embargo, es que el socialismo no fue ni podía ser la cuestión central de las recientes elecciones alemanas. Hace tiempo, en realidad, que el socialismo ha sido desalojado de la política electoral de Alemania. En las últimas dos décadas, incluso su prima hermana, la socialdemocracia, ha sido sacrificada al «mercado», entendido como el conjunto de dictados de los mercados financieros.

Con independencia de lo que puedan decir durante la campaña electoral, los partidos de centro derecha y centro izquierda acaban adoptando prácticamente la misma política económica. Es lo que en Europa se conoce como «liberalismo» o «neoliberalismo». Su principio rector es inequívoco: la tarea del gobierno consiste en halagar y persuadir al capital para que invierta en la economía nacional. Esto no sólo supone poner en marcha «reformas» dirigidas a aumentar los beneficios en detrimento del trabajo y de los gastos sociales. También comporta privatizar los servicios públicos que funcionen bien para ceder a los inversores ganancias que de otro modo hubieran beneficiado a los trabajadores y al público en general. Da igual si se trata de Alemania, de Francia, o de cualquier otro sitio: vote lo que vote la gente, esto es lo que consigue. La pregunta pertinente, por tanto, sería más bien «¿está muerta la democracia?

El desprecio por los votantes franceses

François Mitterand fue electo presidente de Francia en 1981 con base en un programa que incluía elementos socialistas como la nacionalización de industrias básicas. Muy pronto, sin embargo, hacia 1983, los socialistas franceses abandonaron la idea de que pudiera haber «socialismo en un solo país». En cambio, abrazaron la ilusión de la «Europa social», una ilusión que se fue desvaneciendo a medida que la Unión Europea se fue desplazando rectamente a la derecha. Los partidos socialistas europeos han apoyado enérgicamente todos los tratados de la UE. Comenzando por el Tratado de Maastricht de 1992, que ha encorsetado a los países miembros en la política económica neoliberal. En mayo de 2005, un 55 por ciento de los votantes franceses rechazó el proyecto de Constitución europea en un referéndum popular. Unos días después, los votantes holandeses hicieron otro tanto por un margen todavía mayor (un 62 por ciento). Legalmente, este resultado entrañaba la muerte del tratado. Los socialistas franceses se sumaron a otros líderes europeos y cambiaron su envoltura por la del «Tratado de Lisboa». Esta vez, se evitó que los ciudadanos pudieran estropear las cosas en un referéndum. El Tratado de Lisboa fue ratificado por parlamentos totalmente complacientes. Sólo Irlanda, por mandato constitucional, prosiguió con las consultas, y el 12 de junio de 2008 rechazó el «Tratado de Lisboa» por un 53 por ciento de los votos. Esta semana, los votantes irlandeses volverán a concurrir a las urnas para corregir su «error» del año pasado. Lo más probable es que los obliguen a votar hasta que den con el resultado correcto.

Bernard-Henri Lévy, ridículamente descrito por el New York Times como un «socialista emblemático» (algo tan estúpido como llamar a David Horowitz un irredento izquierdista de los 60) lleva treinta años en la primera línea de una ofensiva ideológica en toda regla destinada a acabar con el socialismo. Para ello, ha propuesto redefinir a la izquierda como un ideal interesado exclusivamente en los «derechos humanos», pero alejado de la política económica. La política económica debe dejarse en manos de «los mercados». Para Lévy, la crítica del capitalismo, y más aún, de la guerra y del imperialismo, no serían más que ejercicios de «anti-americanismo» o incluso de «anti-semitismo». Cualquier intento de cambiar el orden de las cosas estaría condenado a acabar en el Gulag o en Auschwitz. La cada vez más expansiva religión del Holocausto y del Gulag, en realidad, enseña la resignación y la culpa con mucha mayor eficacia que un cristianismo cuyo lugar ha pasado a ocupar.

La izquierda de la SPD

La SPD alemana ha abandonado su compromiso histórico con la justicia social. Más aún que los socialistas franceses. A resultas de ello, ha perdido en diez años un tercio de sus votantes. Su derrota no puede ser vista, de ningún modo, como un repudio del socialismo. Por el contrario, podría verse como el comienzo de un renacimiento del socialismo. La SDP perdió votos en beneficio de la abstención, de los demócrata cristianos y de los Verdes. Pero sobre todo, en beneficio de Die Linke, el Partido de la Izquierda basado en una coalición entre el Partido del Socialismo Democrático encabezado por Gregor Gysi, algunos sindicalistas de Alemania occidental y, sobre todo, los socialdemócratas disidentes que abandonaron la SDP bajo el liderazgo de Oskar Lafontaine.

Con 12 por ciento de los votos, el Partido de la Izquierda se ha convertido en el cuarto partido de Alemania, ligeramente por delante de los Verdes. El resultado es prometedor, sobre todo si se tiene en cuenta que este moderado partido de izquierdas ha sido condenado al ostracismo por los medios de comunicación y la clase política como si de una reencarnación bolchevique se tratara. Para los medios de comunicación, un partido que exige un salario mínimo y la retirada de tropas de Afganistán es un partido de «izquierda dura» con el que conviene no asociarse. La SPD y los Verdes insistieron en que nunca considerarían coaligarse con semejante compañero de viaje.

Oskar Lafontaine ha negado que pretenda arrancar votos a la SPD. «Lo que queríamos era una mayoría de izquierdas, no una SPD más débil». En la actual coyuntura, el voto por el Partido de la Izquierda sería un voto de protesta antes que un voto «útil», ya que la idea de una coalición de izquierda fue descartada por sus potenciales integrantes. A partir de ahora, empero, la SPD se verá presionada a girar a su izquierda para lograr una coalición con Die Linke. Al tiempo, ésta se verá tentada a dar pasos a la derecha para acomodarse a la estrategia de la SPD.

El debe y el haber

Bien visto, el resultado histórico obtenido por el Partido Liberal no significa en modo alguno que la sociedad alemana esté enamorada sin más del capitalismo. Antes bien, es un síntoma de la polarización que suele tener lugar en los momentos difíciles. Mientras los que están en mayor situación de vulnerabilidad social buscan protección, los más aventajados buscan líderes que preserven sus privilegios. Alemania, después de todo, es un país rico, y está lleno de gente rica que quiere que siga siéndolo. La campaña del Partido Liberal a favor de una reforma fiscal fue una clara señal dirigida a los ricos para dejarles claro que el desempleo y la pobreza no serán financiados con sus impuestos.

Todo esto puede ser problemático para Angela Merkel y su papel de «madre de la patria». La señora Merkel dijo que prefería gobernar con el Partido Liberal antes que con la SPD. Pero el buen resultado de los liberales, a expensas de su propio partido, los coloca en posición de imponer políticas con las que los democristianos tendrían dificultad en tragar. Después de todo, los democristianos no han sido nunca partidarios del «libre mercado» puro. Su seña de identidad, más bien, ha sido la «economía social de mercado».

La prosperidad alemana se ha basado en el valor agregado de sus exportaciones. El colapso del crédito en los países consumidores -comenzando por los Estados Unidos- comporta un duro golpe para la industria alemana. El gobierno decidió apuntalar temporalmente el consumo local de automóviles. Lo suficiente como para pasar las elecciones. Pero esta situación no puede durar mucho, y es probable que en los próximos meses tengan lugar despidos masivos. Cuando esto ocurra, Alemania deberá afrontar, al mismo tiempo, un cuadro de exportaciones decrecientes y de un mercado interno también menguante. Las políticas de «reducción de costes» impulsada por el Partido Liberal sólo podría empeorar las cosas para la mayoría de la población.

El hecho de que más electores que nunca hayan optado por partidos pequeños es un síntoma del actual período de transición. La gran incógnita es saber qué pasará con los jóvenes. El SPD sólo obtuvo un 18 por ciento en la franja de votantes que va de los 18 a los 24 años, y reclutó sus mejores porcentajes entre los jubilados. Una parte considerable del voto joven, más de 800 mil, fue para el Partido Pirata, una creación de adictos a internet que se oponen a la censura y a la vigilancia gubernamental. No está claro qué relación se establecerá en el futuro entre estas demandas fuertemente libertarias y las cuestiones económicas y sociales.

Mientras tanto, las encuestas indican que la idea de socialismo no ha muerto. En una consulta reciente se inquirió a los encuestados en torno a la siguiente cuestión: «El socialismo es una idea fundamentalmente buena aunque mal aplicada». Hace unos años, la mayoría discrepó con la fórmula. Esta vez, un 53 por ciento estuvo de acuerdo. La verdadera cuestión, por tanto es: ¿cómo conseguir que esta buena idea sea correctamente aplicada? Oskar Lafontaine ha dicho que habría que comenzar por el «control social local» de la energía y de otras industrias similares (1). Esto puede encajar mejor con el federalismo alemán que la nacionalización, más arraigada en una tradición francesa caracterizada por la existencia de un estado central fuerte. Sea como fuere, lo cierto es que el futuro de la democracia en Europa depende cada vez más de que la idea popular de socialismo se convierta en realidad política.

NOTA: (1) Michael Jäger, «Das Gespenst war gestern: Die Idee des Sozialismus wird wieder populär», Freitag, 27 Julio 2007.

Diana Johnston es una escritora y periodista estadounidense especializada en temas de política exterior europea y occidental. Fue una participante activa del movimiento contra la guerra de Vietnam. Entre sus últimos trabajos se encuentra Fool’s Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions, (Monthly Review Press, 2003) un alegato contra la guerra emprendida en los Balcanes en 1999. Es colaboradora habitual de la revista Counterpunch.

Traducción para www.sinpermiso.info : Xavier Layret

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2821