En una calle próxima al Museo del Agua, en Lisboa, en lo más alto de un bloque de viviendas de modesta construcción de un barrio obrero se puede leer «Viviendas baratas: el sueño de abril». En la ventana de un primer piso un chico de corta edad le gritaba a una señora, tal vez su […]
En una calle próxima al Museo del Agua, en Lisboa, en lo más alto de un bloque de viviendas de modesta construcción de un barrio obrero se puede leer «Viviendas baratas: el sueño de abril». En la ventana de un primer piso un chico de corta edad le gritaba a una señora, tal vez su madre tal vez su abuela, que quería un móvil, que le comprara un móvil. En unos bancos cercanos un grupo de personas con edad de ser población activa, charlaban a media mañana de ese lunes de mitad de agosto. Percibí tristeza en sus rostros sombríos. Unas calles más allá, en la Lisboa de Alfama, de edificios decadentes, habían amanecido unos cuantos mendigos durmiendo al aire libre y benigno de esta época. Uno de ellos lo hacía, hasta que llegaron los primeros turistas, en un banco público próximo al olivo bajo el cual se encuentran las cenizas de José Saramago, enterradas con tierra de Lanzarote, frente a la Casa Dos Bicos, donde recientemente se ha abierto la sede de la Fundación del comprometido intelectual que defendió siempre la necesidad de humanizarnos, de fomentar «el conocimiento de que miles y miles de personas no se pueden acercar al desarrollo».
Por las calles aledañas, los taxis y los coches de gran cilindrada circulan a alta velocidad. Contrastan con los coches de las clases populares que casi todos llevan una separación metálica entre los asientos delanteros y traseros, como si estuvieran preparados para llevar animales aislados detrás; pero no, el motivo es otro, simplemente fiscal: se pagan impuestos en función de los asientos hábiles. Circular en coche ya casi es imposible, pues el precio de la gasolina está cercana a los dos euros por litro.
De la decadencia de los edificios que el terremoto de 1755 dejó en pie o que fueron reconstruidos en las décadas siguientes, sólo se salvan las sedes de los bancos y las multinacionales así como algunas zonas de comercios y algunos de los edificios públicos.
En los diferentes distritos lisboetas proliferan dos tipos de pronunciamientos populares: la llamada a la ocupación de casas vacías y la frontal oposición a que se eliminen los gobiernos de los barrios (las juntas de freguesía), a ello se unen la petición de que se encarcele a los culpables de los robos y el endeudamiento del país y los restos de carteles que aún permanecen llamando a la anterior huelga general.
Con cualquier persona, más o menos consciente, que te pares a hablar y le preguntes por la situación, señalará a la troika (FMI, BCE y Comisión Europea) y al gobierno portugués como los responsables de este desaguisado y de estos atropellos y violencia institucional contra la ciudadanía.
Si echamos la vista atrás, las personas demócratas del planeta celebramos con alegría aquel 25 de abril de 1974, en que la dictadura de Salazar era sustituida por la Revolución de los Claveles, con la música de fondo de «Grándola Vila Morena, terra da fraternidade, o povo e quem mais ordena dentro de ti, o Cidade «, de José Afonso. El sueño portugués, que duraría un año y medio, comenzaba con el golpe de Estado de los capitanes -los mismos que hoy protestan contra los recortes impuestos por la troika y sus cómplices-, con el asedio a las instalaciones de la PIDE -la policía política portugesa-, en una calle empinada de Alfama junto a la catedral, con la apertura del camino hacia las libertades, que entre el 25 de abril del 74 y el 20 de noviembre del 75 llegarían a Portugal, Grecia y España, tras la desaparición de las dictaduras.
Hoy los tres países del sur de la rica Europa están regresando a pasos agigantados a aquellos orígenes: paro y miseria crecientes, eliminación de derechos y libertades, pérdida de calidad democrática. El golpe de Estado lo está dando la troika y sus cómplices, los gobiernos de los respectivos países. Y el sufrimiento generalizado lo está padeciendo el conjunto de las clases populares y clases medias, que engrosan las listas del paro y de la vuelta a la emigración, en unos casos a la Europa rica (Alemania, Reino Unido) , en otros a las antiguas colonias (Angola, Brasil).
El sueño de abril ha saltado por los aires hecho añicos; pero la sociedad está decidida a defender sus derechos y a no permitir que la histora se repita y haya involuciones. Así que nos queda la rebelión: en Grecia está en marcha; en Portugal, también lo intentan; en España y en Canarias, estamos obligados a seguir impulsándola desde las calles y las movilizaciones. Tenemos derecho a seguir reivindicando nuestros sueños.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.