El 9 de noviembre se cumplieron 25 años de la caída del muro de Berlín, símbolo del final de una época marcada por la experiencia del llamado «socialismo real». O cómo ocultar con un hito del pasado que tras seis años de crisis económica nadie puede asegurar que el futuro sea mejor. Independientemente de los […]
El 9 de noviembre se cumplieron 25 años de la caída del muro de Berlín, símbolo del final de una época marcada por la experiencia del llamado «socialismo real». O cómo ocultar con un hito del pasado que tras seis años de crisis económica nadie puede asegurar que el futuro sea mejor.
Independientemente de los debates y combates que pudo suscitar, el bloque socialista aseguraba a los ojos de millones de personas la existencia de distintas formas posibles de organización de la sociedad, es decir, contradecía materialmente el mito de la «naturalidad» del capitalismo, uno de sus pilares ideológicos más influyentes, especialmente en Occidente, su cuna histórica.
Como es sabido, el historiador marxista inglés Eric Hobsbawm propuso en su momento un «siglo XX corto» (de 1917 a 1989), coincidente con esta experiencia de millones de personas: nació con la Revolución Rusa y terminó con la caída del Muro de Berlín. Como cualquier periodización, conlleva presupuestos ideológicos, en este caso lealmente explicitados; no obstante, habiendo pasado un cuarto de siglo, la propuesta de Hobsbawm cada vez cobra más vigencia.
Los tiempos subjetivos, vividos en la conciencia por cada uno de nosotros, no necesariamente coinciden con los rígidos ritmos del calendario. Eso lo saben los grandes historiadores que, como los más lúcidos revolucionarios, conocen el poder que otorga ser capaces de reordenar los tiempos y los calendarios.
Y la cosa se pone peliaguda si asumimos que este rasgo universal de la conciencia humana también se vive siempre localmente. Si tuviéramos que periodizar la historia desde el punto de vista de su hacerse nacional, seguramente la última dictadura militar sería el parteaguas que anticipa el final del siglo XX y que anticipa ese espectacular acople menemista de la historia nacional con los vientos de la historia planetaria.
Si hay algo que caracterizó hasta el presente al peronismo es su gran capacidad para expresar los vientos de la historia en cada momento, incluso cuando unos y otros soplaran hacia puntos cardinales opuestos. Estado de bienestar en la segunda posguerra, movimiento de liberación nacional a comienzos de los años setenta, gobierno neoliberal en los noventa y, finalmente -sólo por ahora- gobierno posneoliberal de integración latinoamericana a comienzos del siglo XXI.
Angela Merkel, canciller alemana, dijo el domingo junto al ex premier soviético Mijail Gorbachov y el ex presidente polaco -y acérrimo anticomunista- Lech Walesa en el acto por los 25 años de la unificación alemana, que el mensaje que nos deja la caída del Muro es que «podemos cambiar las cosas para mejor» y que «los sueños pueden hacerse realidad». Y agregó: «Es un mensaje que se dirige a nosotros en Alemania, pero también a Europa y al resto del mundo. Y especialmente en estos días a los pueblos de Ucrania, Siria, Irak».
Difícil lograr un mayor nivel de cinismo en un discurso político. Para la líder alemana las tragedias que viven en estos días los pueblos de Ucrania, Siria o Irak no tienen nada que ver con la acción del capitalismo neoliberal. Tampoco las consecuencias para los ciudadanos europeos de a pie que ven como se desvanecen las conquistas atesoradas por décadas junto a los restos de los estados de bienestar, bajo los golpes de una crisis económica que se obstina en permanecer. Ni para los millones de inmigrantes que se ven amenzados por el crecimiento de opciones de extrema derecha en Europa, frente a la desilusión con un sistema político unido en su respaldo a las políticas neoliberales y cada vez más separado de los pueblos.
Los festejos por los 25 años de la caída del Muro de Berlín, repoducidos y amplificados por los grandes medios de comunicación internacionales, buscan revitalizar con un triunfo del pasado una política neoliberal que mantiene su hegemonía pero no consigue entusiasmar a nadie en el presente.
La cosa vista desde Nuestra América
Para los latinoamericanos y latinoamericanas, a diferencia de la experiencia de millones de habitantes de Europa y los Estados Unidos, volver a 1989 no es precisamente encontrar la partida de nacimiento del presente. A partir de la acción rebelde de nuestros pueblos en el cambio de siglo, nuestros tiempos lograron desprenderse parcialmente de la dinámica del capitalismo occidental y asumir un recorrido autónomo.
La época de la hegemonía neoliberal, que asumió la caída del Muro de Berlín como la expresión concreta de su triunfo, se vio truncada por una acumulación de fuerzas populares que lograron pasar de la resistencia a la ofensiva de manera desigual en cada uno de nuestros países, con resultados dispares, pero generando una nueva etapa continental con un nuevo perfil definido.
Pero como no podía ser de otra manera, porque en la época del capitalismo globalizado es aún más imposible que en el pasado desconectarse de las tendencias mundiales, esta nueva etapa posneoliberal creció y aún hoy sigue vigente enfrentando el reinado neoliberal a nivel global.
Esta continua lucha no puede ganarse sin un cambio a nivel mundial. Así como el socialismo no era posible en un sólo país, tampoco lo es una política posneoliberal en la medida en que en las potencias centrales del mundo y sus representantes políticos continúen encabezando los distintos gobiernos.
Hoy que en Nuestra América se percibe el peligro de una restauración conservadora, por ahora incapaz de imponerse tanto por la vía electoral como por las opciones destituyentes, puede interpretarse que de lo que se trata es de una pugna por ver si el poder económico mundial logra doblegar la experiencia autónoma latinoamericana y finalmente subordinarla.
Reencauzar a esta oveja negra que con espíritu rebelde se salió del corral y se resiste a volver. Mientras tanto, si no puede lograr que sean sus propios representantes los que lleguen al poder, trabaja para condicionar a los actuales gobernantes, apoyando a sus elementos más conservadores.
Ese es el contenido concreto del recuerdo de la caída del Muro de Berlín en nuestro continente. Que, dicho sea de paso, se permite decirle a cualquiera que es mejor seguir mirando a Cuba socialista que a la Alemania de Merkel.
Fuente original: http://notas.org.