Las nuevas formas de lucha política son cada vez más extrañas y diferentes que las de hace 30 años. La guerra híbrida es una realidad y las dinámicas sociales se transforman a una velocidad nunca antes vista, generando nuevos fenómenos ideológicos, visiones de mundo, así como maneras de resistir al capitalismo neoliberal que no pasan […]
Las nuevas formas de lucha política son cada vez más extrañas y diferentes que las de hace 30 años. La guerra híbrida es una realidad y las dinámicas sociales se transforman a una velocidad nunca antes vista, generando nuevos fenómenos ideológicos, visiones de mundo, así como maneras de resistir al capitalismo neoliberal que no pasan ya necesariamente por ser socialistas o comunistas como en épocas de la Guerra Fría, pero que sí tienen un alto nivel de conciencia sobre lo que debería de ser un mundo más justo en cuanto a distribución de riqueza, solidario, ambientalmente responsable y con una prioridad hacia el vivir y disfrutar la vida, antes que ser esclavos del trabajo.
Para hablar de América Latina concretamente, algunas de esas tendencias que incluso alimentaron a corrientes de izquierda que llegaron al poder en la década pasada, tienen raíces profundas en las tradiciones, cosmovisión y cultura de los pueblos indígenas de la región. La filosofía del Buen Vivir, por ejemplo, ha visibilizado nuevamente a estas comunidades que históricamente han estado debajo del zapato de los estado-nación que se constituyeron después de la independencia de estas tierras. Pero no solo eso, sino que, en lo referente a la política, se organizaron partidos con mucha fuerza y gran apoyo de las masas, tanto así, que en Bolivia un indígena gobernó ese país y lo sacó del estancamiento económico y lo declaró estado plurinacional, reconociendo que existe la diversidad cultural, que no solo se puede hablar una identidad nacional, sino de muchas que coexisten y forman esa nación.
El Buen Vivir plantea una vida en armonía y equilibrio consigo mismo, con los demás y con el ambiente, lo que realmente ha calado mucho, con especial énfasis en las nuevas generaciones que tienen un poco más de conciencia del daño demostrado que estamos haciendo al planeta tierra con nuestro sistema de vida y los riesgos ontológicos que esto conlleva. Y es que, es ahí donde surge la desconfianza por parte del modelo económico dominante y sus representantes, que ven esto como una alternativa «peligrosa» porque ataca los pilares de la sociedad de consumo; en vez de comprar y gastar, se plantea el compartir y regenerar. El planteamiento principal del Buen Vivir cuando hace diagnóstico de la situación mundial, es que nos enfrentamos a una crisis de vida y espiritual, donde lo único que mueve al ser humano hoy es el dinero, la codicia y el egoísmo desenfrenado.
Del surgimiento de estas éticas un poco menos individualistas, que muestran una visión de la vida radicalmente diferente con la que se nos (de)forma en las sociedades «civilizadas» actuales, es que el modelo tradicional busca defenderse. A esto hace frente echando mano a herramientas como discursos de corte conservador o instituciones que le han fundamentado históricamente, tal es el caso de la religión. No en vano ha sido el surgimiento con tanta fuerza de partidos políticos religiosos de corte cristiano y sectas radicales que se consolidan como movimientos y partidos, algo que nos lleva a pensar que son una especie de respuesta ideológica a la propuesta descrita con anterioridad.
Muchos de estos grupos entienden el avance de los movimientos indígenas como una «amenaza» contra sus creencias y costumbres, como «grupos satánicos» que quieren «destruir la sociedad» o como banderas detrás de las cuales se esconden comunistas que quieren hacer una terrible dictadura. El nivel de fanatismo de dichas agrupaciones derechistas es de tal magnitud, que basta recordar nada más lo que dijeron los golpistas en Bolivia cuando sacaron del poder a Evo Morales y entraron a Palacio Presidencial: «Dios ha permitido que la Biblia vuelva a entrar a Palacio. Que él nos Bendiga». Al tiempo que, en las calles de algunas ciudades de ese país, simpatizantes a favor del golpe gritaban a toda voz frases como «Jesús gobierna Bolivia» o «Satanás, ¡fuera de Bolivia!, haciendo referencia al movimiento indígena, mientras quemaban la Whipala y levantaban la Biblia como señal de triunfo sobre el «mal».
En Panamá, días atrás salió la noticia que se hizo viral sobre otra secta cristiana extremista que masacró a una familia de la comarca Ngäbe-Buglé, en un aparente «ritual de exorcismo». Según la información que circula en medios internacionales, esta secta se denomina «La nueva luz de Dios». Una sobreviviente afirmó que: «Me pegaron con la Biblia en los ojos, me dejaron ciega y perdí el conocimiento». Imaginemos nada más, que grupos de esta índole empiecen a tomar poder en el plano político. Y es que, en Perú, ya ha salido también un partido mesiánico que se ha convertido en la segunda fuerza más votada en las recientes elecciones parlamentarias, se llama Frente Popular Agrícola del Perú (Frepap), nacido en el año 1989, su líder primero se unió a una corriente adventista y luego creó su propia iglesia. Costa Rica no se queda atrás, dos partidos políticos evangélicos han pasado a ocupar el 25% de los escaños en el congreso, así como un espacio realmente importante en la realidad política nacional que los consolida cada vez con más fuerza.
Pero ¿es realmente un fenómeno nuevo esto de usar la religión para hacer política en nuestro continente? Veamos, durante la época de la Guerra Fría se llevó a cabo un combate feroz por parte de EE. UU. y sus aliados locales contra todo aquello que representara lo que a su parecer eran «valores socialistas», mismos que a su juicio tenían que destruir al costo que fuera. Ante esto, el 30 de agosto de 1969, Nelson Rockefeller, político y vicepresidente de los EE. UU., presentó al entonces presidente Richard Nixon un famoso informe, después de una gira por Latinoamérica con algunas observaciones concretas, entre otras cosas, sobre la iglesia católica, entre ellas: «las comunicaciones modernas y el acercamiento de la educación han provocado una agitación entre la gente que ha tenido fuerte impacto en la iglesia, haciendo de ella una fuerza dedicada al cambio social, cambio revolucionario, si fuese necesario…en verdad, la iglesia puede estar en una posición algo semejante a la de los jóvenes, con profundo idealismo, pero como resultado de ello, en algunos casos, vulnerable a la penetración subversiva, pronta a llevar a cabo una revolución, si fuese necesario, para poner fin a la injusticia».
Luego de hacer esas aclaraciones y dejar en evidencia que no podían confiar en la iglesia debido a su «idealismo excesivo» por la justicia social y por ende, peligrosa posible cercanía con el comunismo, entre las sugerencias se encontraban el reemplazar a los católicos latinoamericanos por «otro tipo de cristianos», recomendando entonces la promoción en América Latina de las llamadas sectas fundamentalistas que brotaban de la fértil semilla pentecostal estadounidense, cuya ética era una basada en la prosperidad, el individuo, el trabajo y la propiedad. ¿Se ejecutaron o no aquellas propuestas?, lo que sí quedó muy claro desde aquella época, fue que la religión tiene un valor de carácter estratégico para los defensores de un modelo económico concreto, que no escatiman en utilizarla como herramienta política para manipular las masas cuando lo consideran necesario.
Hoy, frente a las crecientes tensiones geopolíticas que vive el mundo y el fin de la hegemonía occidental, el capitalismo neoliberal busca a toda costa protegerse de cambios imprevistos que puedan darse, fundamentalmente en las regiones del planeta que tienen un alto valor económico. Las oligarquías latinoamericanas, muchas todavía aliadas a los EE.UU., han empezado a tomar como caballo de batalla a estos movimientos religiosos con el fin de montarse en el discurso de la defensa de los valores de la sociedad, y de esta forma dirigir el contraataque a todo aquel punto de vista que plantee un orden económico diferente. Tiene sentido, cuando se afecta sus negocios, el fin justifica los medios. De ahí sus niveles de intolerancia ante todo lo distinto. Por esta razón es que planteo que la ofensiva religiosa en América Latina se está ensañando no solo contra el progresismo liberal y la izquierda, sino también contra todo lo indígena o comunitario con raíces propias. Se han dado cuenta que la lucha no es solamente contra el socialismo, sino contra todas estas alternativas que tanto están calando en la gente joven y que vienen de países como México, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil.
En el fondo podemos afirmar que nos encontramos una vez más frente al capitalismo en su fase neoliberal que, viéndose «amenazado» responde de maneras insospechadas ante los nuevos fenómenos ideológicos y políticos que nacen y le ofrecen algún nivel de resistencia, su paranoia es tal, que hace de cualquier punto de vista diferente, aunque no tenga nada que ver con socialismo o comunismo, uno de «izquierda» y por lo tanto se estigmatiza bajo criterios como «radical» o «intolerante», invirtiendo estratégicamente la realidad a su antojo. Algo así como en la edad media se catalogaba a los «herejes», solo por tener un criterio propio sobre la realidad y la vida, que podía cuestionar el poder y la autoridad dominante del momento.
No en vano la palabra hereje significa, tener una segunda opinión. De cara a toda esta dinámica de polarización social a la que se nos conduce, la lógica debería de ser de unir fuerzas frente a derroteros comunes que nos permitan trabajar en conjunto y establecer puentes, con todo y nuestras diferencias, para no caer en el juego del divide y vencerás. De lo contrario, los extremismos serán cada vez más fuertes, marcados y crearán nuevas discrepancias a lo interno de nuestros países, que se tornen difícilmente reconciliables. Algo que sabemos no favorece a los pueblos, pero sí a las élites que a través de estas estrategias siguen controlando el poder político y económico en América Latina.
Mauricio Ramírez Núñez. Profesor de Relaciones Internacionales
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