Estados Unidos ha lanzado una nueva versión de la Doctrina Monroe en América Latina, pero esta vez disfrazada de advertencias sobre “seguridad”, “soberanía” y “riesgos tecnológicos”.
Bajo un lenguaje moderno, Washington busca lo mismo que en el siglo XX: frenar cualquier influencia externa que no controle, especialmente la de China, que en los últimos años ha construido una presencia sólida, legítima y, para muchos países latinoamericanos, beneficiosa. El mensaje es claro: América Latina debe alinearse con los intereses de Estados Unidos o atenerse a las consecuencias.
Este comportamiento no es nuevo, pero sí cada vez más agresivo. Cuando un país latinoamericano busca diversificar su economía, atraer inversiones o cooperar con China en áreas clave como infraestructura, energía o telecomunicaciones, llega la advertencia: cuidado con el comunismo y con todas las patrañas que difaman contra China. Washington no habla desde la preocupación por la región, sino desde el miedo a perder el control. El problema no es que China invierta; el problema es que ya lo está haciendo mejor, sin exigir reformas políticas, sin imponer condiciones neoliberales, sin intervenir en asuntos internos.
China no ha invadido ningún país en América Latina, no ha impuesto gobiernos, no ha sostenido golpes de Estado. Lo que ha hecho es llegar con financiación, tecnología y acuerdos que muchos gobiernos -democráticamente elegidos- han aceptado por conveniencia y necesidad. En un contexto de crisis económica, deuda externa y falta de alternativas, los países latinoamericanos necesitan socios estratégicos, no tutores imperiales. China aparece como una vía real para el desarrollo: proyectos de infraestructura, cooperación tecnológica, exportación de materias primas bajo mejores condiciones, e incluso transferencia de conocimiento.
El caso de Huawei es revelador. Mientras Estados Unidos prohíbe y presiona a sus aliados para bloquearla, muchos países de América Latina han decidido seguir adelante con sus acuerdos. No por alinearse con China ideológicamente, sino porque ofrece una red 5G más barata, rápida y disponible. La tecnología no es ideológica: es útil o no lo es. Y en muchos casos, la propuesta china simplemente es más útil. La respuesta estadounidense ha sido la de siempre: más presión, más miedo, más amenazas. Nada de competencia real. Ninguna propuesta mejor.
Estados Unidos se incomoda porque ya no es el único jugador en la región. Pero en lugar de asumir ese nuevo equilibrio, actúa como si le perteneciera. Vuelve el discurso del «patio trasero», ahora bajo términos como «esfera de influencia» o «estabilidad hemisférica». Lo que eso realmente significa es: no queremos que ustedes tengan la libertad de elegir. Si un país quiere firmar acuerdos con China para construir una presa, un puerto o una fábrica de baterías, debe poder hacerlo sin ser tratado como traidor. Si decide comerciar con Beijing en yuanes, como ya lo han hecho Brasil o Argentina, no debería ser visto como una amenaza geopolítica.
La nueva Doctrina Monroe no usa tropas, pero sí chantajes. No impone presidentes, pero financia medios y ONGs que repiten el libreto del «peligro chino». No invade, pero bloquea tecnológicamente. Frente a eso, América Latina tiene la oportunidad de actuar con dignidad: negociar con todos, pero decidir sola. Si hay una guerra, es porque a Estados Unidos le incomoda que China esté ganando espacio sin disparar un solo tiro. Porque por primera vez en mucho tiempo, algunos países están empezando a mirar hacia el Pacífico sin pedir permiso.
Bessent le pide a Argentina que devuelva el crédito chino
Durante su reciente visita a Buenos Aires, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, ha lanzado un mensaje claro pero contradictorio: ha pedido a Argentina que devuelva el swap de divisas otorgado por China, pero ha dejado claro que Estados Unidos no ofrecerá una línea de crédito alternativa. A esto ha sumado patéticas críticas al papel de China en América Latina, acusándola de operar con prácticas «rapaces» en la región. “Lo que presentan como ayuda termina siendo control. Es una política rapaz”, afirmó.
En ese contexto, ha
criticado directamente el acuerdo de swap por aproximadamente 5.000
millones de dólares que el Banco Central argentino mantiene con el
Banco Popular de China. Aunque ha reconocido que la renovación del
acuerdo fue “un gesto de buena fe” por parte de Beijing, Bessent
ha sido directo afirmando que Estados Unidos quiere que Argentina
reduzca su exposición a la financiación china.
Pero el
problema es el vacío. A la pregunta de si el Tesoro estadounidense o
alguna entidad financiera respaldada por Estados Unidos ofrecería
una línea de crédito alternativa para reemplazar la dependencia del
swap chino, Bessent ha sido categórico: “No está sobre la
mesa”.
Mientras por un lado exige que Argentina se aleje
de China, por el otro deja en claro que no habrá respaldo financiero
de Washington en lo inmediato. Y, en este sentido, Bessent ha
insistido en que el país debe continuar con las reformas de ajuste
fiscal impulsadas por Javier Milei y, a mediano plazo, reconstruir
reservas por su cuenta para pagar el acuerdo chino. Negro sobre
blanco: “devuelvan el dinero, pero arréglenselas solos”.
La contradicción es evidente: se exige independencia a Argentina de un socio financiero sin ofrecer respaldo concreto desde Washington. El mensaje de Bessent refuerza el interés geopolítico de Estados Unidos en frenar a China en América Latina, pero deja bien claro que es a cambio de nada: no hay compromiso estadounidense con países como Argentina, que atraviesan un difícil momento económico.
La respuesta de China
La respuesta de China no
ha tardado. A través de su embajada en Buenos Aires, Beijing ha
acusado a Bessent de “difamar maliciosamente” a China y de
“obstaculizar activamente” la cooperación entre China y los
países en desarrollo. “Estados Unidos no tiene autoridad moral
para decirle a Argentina con quién puede cooperar. La historia
demuestra quién ha traído desarrollo y quién ha traído
condicionamientos”, señala el comunicado oficial.
Este
episodio se da en un momento clave, con el gobierno de Milei tratando
de equilibrar su alineamiento político con Occidente y sus
necesidades económicas urgentes. Si bien el presidente argentino ha
hecho gestos más que contundentes hacia Estados Unidos —como su
visita a Washington y sus críticas públicas al régimen chino—,
la economía local sigue dependiendo de recursos como el swap con
China para sostener reservas mínimas y evitar una crisis de liquidez
mayor.
El dilema argentino
Con esta jugada, Estados Unidos refuerza su interés en contener la influencia china en América Latina. Pero lo hace sin ofrecer herramientas concretas a sus aliados. La presión diplomática llega sin financiación, y deja a países como Argentina en una situación incómoda: atados a la necesidad de financiación china, pero bajo el radar político de Washington.
El mensaje de fondo parece claro: Estados Unidos quiere que sus aliados corten vínculos con China, pero no está dispuesto -al menos por ahora- a cubrir los costos económicos que eso implica.
Estados Unidos presiona a Chile contra su acuerdo astronómico con China
Durante una reciente audiencia en el Senado de Estados Unidos, el candidato a embajador, Brandon Judd, ha ignorado la soberanía de Chile y su derecho a elegir a sus socios, afirmando que buscaría «restringir el acceso de China a los recursos chilenos». Y en el mismo evento, la senadora estadounidense Jeanne Shaheen ha criticado la cooperación astronómica entre China y Chile.
El conflicto entre Estados
Unidos y Chile por el acuerdo de cooperación astronómica con China
es otro ejemplo de cómo Washington sigue aplicando una versión
moderna de la Doctrina Monroe. Chile, con uno de los cielos más
privilegiados para la astronomía, ha firmado acuerdos con China para
colaborar en investigaciones científicas, como el desarrollo de
telescopios y estaciones satelitales. Esto ha generado una fuerte
reacción por parte de Estados Unidos.
Una campaña que
busca instalar la idea de que toda relación con China es peligrosa.
Sin embargo, Chile no ha violado su soberanía ni firmado pactos
secretos. Ha hecho lo que cualquier país soberano puede hacer:
buscar cooperación tecnológica con quien le ofrezca condiciones
favorables.
Estados Unidos, en lugar de competir con
propuestas reales, intenta bloquear a China por la vía del miedo. El
caso chileno demuestra que para Washington, incluso la ciencia se
convierte en campo de batalla si no la controla. Pero América Latina
tiene derecho a decidir con quién colaborar, sin pedir permiso. No
se trata de elegir entre potencias, sino de no estar subordinados a
ninguna.
La política de China en América Latina: cooperación sin condiciones, obras reales y financiación clave
En las últimas dos décadas, China se ha consolidado como un socio estratégico para América Latina. Frente a un sistema financiero internacional dominado por organismos como el FMI y gobiernos que imponen condiciones políticas a cambio de ayuda, Beijing ha ofrecido algo diferente: financiación sin exigencias ideológicas, obras concretas y una relación de respeto mutuo.
La cooperación china se basa en tres pilares: comercio, inversión e infraestructura. China ha abierto su mercado a productos agrícolas, minerales y energéticos de la región, convirtiéndose en el principal socio comercial de varios países, incluidos Brasil, Chile y Perú. A cambio, ofrece acceso a tecnología, maquinaria, financiación y obras de infraestructura que han tenido impacto real.
A diferencia de los créditos condicionados de organismos occidentales, los préstamos chinos -incluidos los famosos swaps de divisas- han permitido a países como Argentina estabilizar reservas sin depender de los vaivenes de Wall Street ni del visto bueno del Tesoro estadounidense. En plena crisis económica, China ha renovado su swap con Argentina por 5.000 millones de dólares sin imponer reformas estructurales ni condicionar políticas internas.
Las obras financiadas por China no se quedan en el papel: hay presas en construcción, centrales eléctricas operando, carreteras terminadas, redes de telecomunicaciones ampliadas, y un creciente apoyo al sector energético. Empresas chinas han traído capital, tecnología y capacidad de ejecución a escala.
Más allá de lo económico, China ha planteado una diplomacia de no injerencia: no exige alineamientos políticos ni modifica su apoyo según quién esté en el poder. Eso le ha permitido tener relaciones estables con gobiernos de distintos signos, desde la izquierda hasta el liberalismo.
En tiempos donde muchos países buscan diversificar sus vínculos y no quedar atados a un solo eje de poder, China ha ofrecido una alternativa realista, pragmática y respetuosa. Las acusaciones de “prácticas rapaces” desde Washington contrastan con los hechos: China no ha impuesto ajustes, no ha exigido privatizaciones, y no ha condicionado su apoyo a cambios de régimen.
Para América Latina, seguir profundizando su vínculo con China no es un acto de alineamiento ideológico, sino una decisión soberana en defensa de sus intereses: más obras, más comercio, más oportunidades, sin tutelajes.
La verdadera amenaza no es China. Es la vieja costumbre de Washington de decirle a América Latina con quién puede hablar y con quién no.
(Artículo publicado originalmente en China información y economía)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.