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Lo que va de ayer a hoy

A 60 años del desembarco aliado en Normandía

Fuentes: Rebelión

Este domingo 6 de junio se cumplieron sesenta años del desembarco aliado en Normandía que fue el principio del fin del fascismo hitleriano en Europa. El aniversario ha sido aprovechado por Bush en su política de control de daños para revestirse de una imagen de estadista demócrata. La realidad es que Bush es el continuador […]

Este domingo 6 de junio se cumplieron sesenta años del desembarco aliado en Normandía que fue el principio del fin del fascismo hitleriano en Europa. El aniversario ha sido aprovechado por Bush en su política de control de daños para revestirse de una imagen de estadista demócrata. La realidad es que Bush es el continuador de aquellas prácticas totalitarias y el remanente de lo que fueron Hitler y Mussolini en su tiempo.

Regímenes que coartaron la vida republicana y suprimieron el libre flujo de las relaciones institucionales en Alemania e Italia, justificaron sus ambiciones territoriales con falsas teorías históricas y raciales, estados policíacos, con prensa controlada, campos de concentración para los disidentes, torturas y estrecha vigilancia sobre la vida privada, suprimieron los verdaderos derechos humanos y tuvieron el estímulo económico del gran capital financiero e industrial. Todo ello ha sido reeditado por Bush que ha logrado un gran rechazo universal hacia su persona y su régimen, y un generalizado aborrecimiento contra el papel de gendarme opresor que actualmente desempeña los Estados Unidos en el mundo.

Muy diferente era aquél país hace sesenta años. Cuando los soldados norteamericanos desembarcaron en suelo francés significaban la liberación de los pueblos abrumados por la ocupación nazista. Un presidente genuinamente demócrata, Franklin Delano Roosevelt, había encarnado la resolución emancipadora de un mundo subyugado por el expansionismo germánico, nipón e itálico. Fue Roosevelt quien comprendió que el aislacionismo que predicaba el Partido Republicano implicaba cederle la preeminencia política a la agresividad teutona. Fue él quien con medidas keynesianas logró sacar a su país del estancamiento y la depresión económica. Fue él quien borró las aprensiones contra la Unión Soviética y favoreció la alianza militar que logró la derrota del eje nazifascista.

Surgió entonces la esperanza de que la comunidad internacional de naciones podía vivir en paz, con regímenes democráticos laborando por el desarrollo social. Una ola de entusiasmo hacia los Estados Unidos, y lo que ese país representaba, invadió el mundo. Hoy ese impulso se ha revertido y el embate de los tiempos tiende hacia un rechazo generalizado, una abominación general hacia lo que fue un gran país y se ha convertido en sostén de tiranos, verdugo de patriotas, bárbaro ejecutor de represiones, ambicioso invasor, despótico ultrajante de soberanías ajenas.

A partir de ese desembarco, el 6 de junio, se inició la fase final de la derrota alemana que había comenzado en la batalla de Stalingrado. Al finalizar ese conflicto comenzó la liquidación de los imperios coloniales; un nuevo mundo, constituido por pueblos anteriormente avasallados alcanzó personalidad política y soberanía. La existencia de la Unión Soviética y el campo socialista -pese a los numerosos errores del modelo soviético de socialismo y sus desvíos de la legalidad y el respeto internacional–, sirvió para constituir un contrapeso al poderío estadounidense, en la medida en que se desarrollaba la Guerra Fría y lo estratos más reaccionarios alcanzaban el poder en Washington.

Francia y Gran Bretaña pasaron a ser potencias de segundo orden. Alemania, destruida por la guerra y desmembrada, fue proscrita en el concierto internacional. Italia luchaba por borrar su pasado fascista. Japón se convirtió en territorio ocupado, regido por el voluntarismo del nuevo Mikado, el general McArthur. El Plan Marshall, la Doctrina Truman y la teoría de la contención de George Kennan, fueron las bases del nuevo enfrentamiento mundial.

Estados Unidos se convirtió en el protector de las dictaduras latinoamericanas desde Trujillo, Batista y Somoza hasta Pinochet y Onganía. Intervino en Corea para imponer el absolutismo de Syngman Rhee. Depuso en Irán a Mossadegh para disponer del petróleo del Medio Oriente y entronizar al sanguinario Reza Palevi. Pero no pudo evitar el triunfo de Mao Tse-tung en China. Sufrió su más escandalosa derrota ante los aguerridos vietnamitas, descalabro militar que marcó a toda una generación.

Ese es el nuevo orden internacional que se abrió el seis de junio, con aquél cruento desembarco, hace sesenta años.

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