Después de once años de ocupación bajo mandato de las Naciones Unidas, la comunidad internacional puede estar segura de su fracaso en Haití. Es un fracaso, sobre todo, de los gobiernos progresistas de la región La rebelión popular haitiana consiguió impedir el «golpe electoral» que tenía preparado el Gobierno de Michel Martelly, con apoyo de […]
Después de once años de ocupación bajo mandato de las Naciones Unidas, la comunidad internacional puede estar segura de su fracaso en Haití. Es un fracaso, sobre todo, de los gobiernos progresistas de la región
La rebelión popular haitiana consiguió impedir el «golpe electoral» que tenía preparado el Gobierno de Michel Martelly, con apoyo de la Casa Blanca, para perpetuar en el poder a los herederos del régimen de François Duvalier. La segunda vuelta debía realizarse el 22 de enero -inicialmente prevista para el 27 de diciembre- para elegir al sucesor de Martelly que finaliza su mandato hoy, domingo 7 de febrero.
Buena parte de la población haitiana rechaza la realización de la segunda vuelta entre el oficialista Jovenel Moise, que llegó al frente en la primera vuelta en octubre, y el opositor Jude Celestin, segundo a solo ocho puntos, por temor a que se repita un fraude masivo como en anteriores ocasiones. Celestin se retiró para evitar que se consagre el continuismo. Lo cierto es que desde la caída del régimen de la familia Duvalier (1957-1986) se sucedieron golpes de Estado y el país no ha conseguido estabilizarse.
La oposición de izquierda denuncia la ocupación colonial que sufre la isla desde la intervención militar de Estados Unidos, Canadá, Francia y Chile que derrocó al presidente electo Jean-Bertrand Aristide, el 29 de febrero de 2004. Meses después las Naciones Unidas, que no condenaron la intervención militar, instalaron la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) con más de 7.000 efectivos militares que en su mayoría pertenecen a países latinoamericanos como Brasil, Uruguay y Argentina (que aportan la mitad del contingente), pero también Bolivia, Chile, Ecuador, El Salvador, Colombia, Paraguay, Perú y Guatemala.
La población haitiana rechaza masivamente una presencia militar que no pidió y que genera situaciones de violencia permanentes. Las tropas de ocupación han sido acusadas en reiteradas ocasiones de violaciones a niñas y niños haitianos, de reprimir acciones de protesta, de proteger la brutal corrupción imperante y los intereses de los Estados Unidos. Uno de los hechos más graves fue la epidemia de cólera que provocaron los soldados nepalíes de la MINUSTAH con un saldo de 900.000 haitianos infectados y 9.000 muertos.
En 1697 España cedió a Francia la parte occidental de la isla La Española a la que había llegado Colón tres siglos antes, constituyendo la colonia Saint Domingue. Los franceses establecieron un férreo sistema colonial donde 500.000 esclavos africanos trabajaban en plantaciones de caña de azúcar. La isla fue también un centro de tráfico de esclavos para otras colonias americanas. La colonia era responsable de un tercio de los ingresos de Francia.
Durante todo el período colonial hubo revueltas de esclavos que escapaban de las plantaciones hacia las montañas donde establecían comunidades libres «cimarronas» y resistían a los esclavistas. Poco después de la revolución francesa comenzó un movimiento de liberación de los esclavos en la isla, encabezado por Toussaint-Louverture (considerado el más importante dirigente de la revolución haitiana), que consiguió importantes victorias militares. La larga lucha emancipadora iniciada en 1791 culminó en 1804 cuando Jean-Jacques Dessalines declara la independencia y bautiza a la excolonia como Haití. Fue la primera revolución de América Latina que consiguió erradicar la esclavitud.
Pero las potencias de la época no estaban dispuestas a aceptar una revolución de esclavos. Al nuevo país le impusieron bloqueos económicos y el aislamiento político para que el ejemplo no se difundiera en la región. Estados Unidos recién reconoció la independencia de Haití en 1862. Francia lo hizo a cambio de una cuantiosa «indemnización» para sus colonos.
Sin embargo, los criollos que luchaban por independizarse de la corona española tuvieron el apoyo de los revolucionarios haitianos. En 1816 Simón Bolívar pudo organizar, con respaldo del Gobierno haitiano, la expedición con la que llegó a isla Margarita para reiniciar su campaña libertadora.
La larga historia colonial fue actualizada con la ocupación de Estados Unidos, desde 1915 hasta 1934, para evitar que el dirigente revolucionario Rosalvo Bobo tomara el poder. La presencia de los marines en Haití facilitó el saqueo de las arcas haitianas (el Banco de la Nación se convirtió en sucursal del Citybank) y la represión contra los campesinos, mientras que las empresas estadounidenses se aprovecharon de los bajos salarios de los cultivadores de caña.
Con apoyo de la Casa Blanca, Duvalier llegó a la presidencia en 1957 hasta que lo sucedió su hijo Jean Claude (Baby Doc) en 1971. Fue un régimen dictatorial sostenido por grupos paramilitares («tonton macoutes») y una burguesía nacida al abrigo del régimen. La represión asesinó a unos 150.000 haitianos. Pero en 1986 una insurrección lo obligó a exiliarse iniciando un período de inestabilidad con fuertes luchas populares. El sacerdote salesiano Aristide ganó las elecciones de 1991 al frente del movimiento Lavalas, pero fue derrocado seis meses después por un golpe encabezado por el general Raoul Cedrás.
Aristide regresó al Gobierno en 1994 «protegido» por tropas multinacionales encabezadas por Estados Unidos (que había financiado el golpe en su contra) y entregó el poder a su amigo René Preval que ganó las elecciones de 1995. En 2000, Aristide gana una nueva presidencia con más del 90% de los votos. Pero su Gobierno se acercó a Cuba y a la Venezuela de Hugo Chávez, ganándose el rechazo de Washington. Grupos armados integrados por militares duvalieristas se levantaron desde 2003 y en febrero de 2004 se produjo la invasión militar que lo expulsó del país y abrió las puertas a la MINUSTAH.
El terremoto del 20 de enero de 2010, en el que murieron más de 300.000 personas, dejó al descubierto la brutal corrupción de la ayuda internacional y el papel militarista de Estados Unidos, que movilizó cientos de barcos de guerra y miles de soldados para afirmar su control de la isla.
Después de once años de ocupación bajo mandato de las Naciones Unidas, la comunidad internacional puede estar segura de su fracaso en Haití. Es un fracaso, sobre todo, de los gobiernos progresistas de la región, muy en particular del brasileño que se empeñó en afirmar su presencia militar en la isla para proyectarse como «jugador global» y conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero es un fracaso también de Uruguay, de Bolivia, Ecuador y Argentina, que deberían haber retirado sus tropas hace mucho tiempo.
La población salió a las calles por dos razones principales. Rechaza el régimen duvalierista/imperialista. Martelly es heredero del régimen de los Duvalier y solo se sostiene por el apoyo de Washington. Hasta una parte de la burguesía haitiana rechaza la permanencia de su partido y reclama un mínimo de soberanía nacional.
La segunda es la crisis económica que está provocando hambrunas en cuatro de los diez departamentos, agravada por la expulsión de migrantes haitianos desde la vecina República Dominicana, donde acuden en busca de trabajo.
Pero las grandes rebeliones no nacen solas. En los últimos años asistimos a un crecimiento exponencial de las organizaciones populares de base que reclaman el fin de la ocupación. Ellas han frenado el «golpe electoral» y este fin de semana medirán fuerzas en las calles para recuperar el protagonismo del pueblo haitiano y la definitiva derrota de los corruptos y los invasores.