La diplomacia palestina logró apoyos significativos en América Latina. El rol de Brasil, la presión de EE.UU. y la encrucijada de Israel en un escenario internacional más adverso.
La visita a Brasil de Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), durante el último mes, en su lucha por globalizar el reconocimiento a Palestina de sus tierras ocupadas por Israel desde la guerra de 1967, confirmó la importancia cobrada por América Latina en esta cuestión. Los reconocimientos conseguidos hasta aquí son vistos por Abbas como un aliento a la estancada negociación con Israel, una vez que el premier Benjamin Netanyahu acuerde suspender -temporal y acotadamente- la edificación hebrea allí.
Participar de la asunción de la presidenta Dilma Rousseff le permitió al titular de la ANP agradecer a mandatarios y otros representantes sudamericanos en Brasilia (el canciller argentino, entre ellos), y sumar a Costa Rica, Cuba, Nicaragua y Venezuela en el reconocimiento de Palestina. Cronológicamente, los primeros fueron Brasil, la Argentina, Bolivia y Ecuador, y en segundo término, Uruguay. Abbas también instó a otros a emularlos.
Además, la visita sirvió para colocar la piedra basal de la futura embajada de Palestina en Brasilia, luego de haber aprobado su legislatura la donación de un predio para tal fin. Si bien Itamaraty permitió en 1975 que la diplomacia palestina tuviera un enviado en Brasil, a la sazón bajo gobierno militar, y si bien precedió a la Argentina en el reconocimiento, la misión palestina en Buenos Aires tiene sede propia desde hace tiempo. Fue concedida cuando era funcional al alineamiento con Washington por parte del gobierno de Carlos Menem, y acompañada con la calle Palestina, que cruza a la avenida Estado de Israel, en un símbolo porteño de la convivencia palestino-israelí. La delegación internacional logró estatus de embajada durante la gestión de la Alianza.
En 1947, la mayoría de la representación latinoamericana de la Asamblea General de Naciones Unidas había apoyado la división de Palestina, que, bajo mandato británico existía desde hacía un cuarto de siglo. La ONU creía que con el surgimiento de Israel y de un Estado palestino se superaría la violenta contradicción entre las aspiraciones nacionales judías y las de los árabes lugareños. Sólo Cuba la rechazó; la Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Honduras y México se abstuvieron. Dado el respaldo que Israel fue recogiendo en la región a partir de ese momento -mayor que el de otros zonas del mundo en desarrollo-, no resulta extraño, entonces, que su cancillería se haya visto abrumada por los éxitos palestinos recientes. En un intento por minimizar esos logros, voceros oficiales y algunos comentaristas han tendido a descalificar los reconocimientos, equiparados automáticamente con una deslegitimación de Israel.
Según una nota en el medio hebreo de mayor circulación, los países latinoamericanos que reconocieron recientemente a Palestina lo hicieron porque «luchan contra la hegemonía estadounidense, sin interés alguno en Israel». Ahora bien, tal caracterización excluye a aquellos gobiernos más o menos sensibles a los requerimientos de Washington, entre ellos los del Cono Sur, con repetidas expresiones favorables a Israel.
En 1947, el plan de partición contó, entre otros apoyos, con el voto positivo del otrora representante uruguayo en la ONU, Enrique Rodríguez Fabregat, posterior integrante del grupo fundacional del Frente Amplio. Antes de su muerte, en 1976, el diplomático había revisado su postura. Pese a que en 1956 la asociación israelí con la guerra de dos potencias coloniales (Gran Bretaña y Francia) contra Egipto comenzó a desencantarlo, Rodríguez Fabregat, sin abdicar a su apoyo a la creación de Israel, concluyó que la partición no había tenido en cuenta suficientemente a los palestinos.
A pesar de los costos que tuvo que asumir el nacionalismo palestino para concretar sus postergadas aspiraciones, y a pesar de las tierras perdidas y los nuevos refugiados que surgieron tras las guerras árabe-israelíes, dista de ser casual, pues, que el mundo árabe haya sido refractario a la solución biestatal, recién aprobada por la Organización de Liberación Palestina en 1988, y por la Liga Árabe en 2002.
Resta saber los resultados de tal aceptación; entre ellos, delimitar ambos Estados. La ONU había otorgado a Israel el 55 por ciento de Palestina, fracción que Israel amplió de facto en las guerras de 1948-49 y 1967. De haber sido más longevo, mayor habría sido el probable desencanto de un Rodríguez Fabregat progresista, dado el creciente viraje a derecha de Israel desde 1977, año en que el derechista Likud reemplazó al laborismo como favorito del electorado para formar gobierno. La más reciente expulsión de ciudadanos palestinos de Israel y la caza de brujas contra activistas de derechos humanos.
Por otra parte, tal desencanto acaso permita explicar la aceptación del presidente uruguayo José Mujica, en setiembre último, de un premio de la Organización Sionista y el municipio de Jerusalén, cuyo titular es de los principales promotores oficiales israelíes de la cuestionada actividad edilicia hebrea en territorios en disputa. Y, dos meses más tarde, su vicecanciller anunciara el reconocimiento uruguayo a Palestina.
NUEVOS APOYOS
Antes de volver a Ramallah, Abbas tenía la esperanza de que, en el corto plazo, Chile y Paraguay podían integrarse al más de un centenar de países que han reconocido a Palestina. A casi una semana de su encuentro con el presidente Sebastián Piñera, Chile formalizó tal reconocimiento, dejando para otra ocasión expedirse sobre las fronteras israelo-palestinas. Identificar los límites del Estado palestino como los de la preguerra en 1967 -en efecto, parte de las líneas de armisticio de 1949-, significa reconocer que la primera expansión israelí es irreversible. Desde entonces, el cono de luz se ha corrido a Asunción, y no fue casual que haya sido un medio paraguayo uno de los primeros en difundir la posición chilena.
Junto con las expresiones adversas de esos reconocimientos por parte del Departamento de Estado en Washington, la cancillería israelí ha buscado infructuosamente contrarrestar las gestiones palestinas. Nada ilustra mejor tal ineficacia como el par de conversaciones telefónicas mantenidas por Netanyahu con Piñera antes del reconocimiento chileno. Fuentes chilenas también han vaticinado que Perú y El Salvador reconocerán a Palestina en breve.
La cancillería israelí teme que ese reconocimiento se vea fomentado en Lima el mes próximo durante la III Cumbre de América del Sur-Países Árabes (ASPA), diálogo iniciado por Brasil en 2005, como parte de su interés por ocupar un sitio fijo en el Consejo de Seguridad ampliado de las Naciones Unidas.
La situación dejaría a Colombia, cuya canciller ya difundió su resistencia a hacer tal cosa sin un acuerdo de paz palestino-israelí, como el único miembro de ASPA en persistir en su negativa durante 2011, en tanto la diplomacia palestina gestiona apoyos en El Salvador, Guatemala, Honduras y México.
A su turno, Abbas presagió que nadie puede anticipar el resultado de una larga parálisis en las negociaciones de paz. Para un socio laborista de Netanyahu, el ministro de Industria y Comercio, Benjamin Ben Eliezer, tal parálisis puede determinar que Washington, con prescindencia de Israel, reconozca a Palestina, mediante negociaciones que delimiten ambos Estados, y arregle así el reparto de Jerusalén y el tema de los refugiados. Ya un documento de la Unión Europea recomendó en diciembre último tratar a Jerusalén oriental como la capital palestina. Si bien Ben Eliezer no habló de fechas, una ocasión para Washington podría ser setiembre próximo, al cumplirse un año del inicio de negociaciones para acordar la paz, suspendidas de inmediato por el afán edilicio hebreo. Con o sin reelección de Barack Obama, el reconocimiento estadounidense acaso sea más fácil de imaginar que después de futuros comicios presidenciales -en su antesala los apoyos de Israel logran maximizar su influencia-, y luego de retirar a sus tropas de Irak y Afganistán.
Ignacio Klich. Historiador, compilador de Árabes y judíos en América Latina, Siglo XXI Editora Iberoamericana, Buenos Aires, 2006.