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Arde París

Fuentes: Sin Permiso

Quienes no saben expresarse, encuentran desahogo en la violencia, pero es más sorda y más terrible la rebeldía que se acumula en quienes creyeron en la fábula del «ascensor social» mediante el estudio y hoy se hallan en el paro. O en la precariedad, si son afortunados (compartiendo aquí la suerte de otros jóvenes europeos, aunque falte un movimiento político capaz de canalizar esa rabia, en Francia como en otras partes)

NO SON «inmigrantes» quienes se rebelan en la periferia del gran París, sino jóvenes y jovencísimos franceses, de tercera generación, luego de que una chispa ha hecho estallar la rabia acumulada desde hacía tiempo. Estos jóvenes que incendian los autos de sus vecinos y que toman al asalto los símbolos del Estado -comisarías de policía, estaciones de bomberos, escuelas, gimnasios-y los símbolos del consumo -concesionarias de automóviles, oficinas bancarias, centros comerciales- no son la mayoría. Los que constituyen la mayoría, que or el momento tienen miedo y aguardan en casa, comparten sus motivaciones, ya que no el método. La muerte de dos de ellos, que un rumor rápidamente considerado plausible ha considerado víctimas de una persecución policial por supuesto -e inexistente- hurto, así como las irresponsables palabras del ministro del interior, que los describió al punto como «gentuza», no han hecho sino confirmar lo que ya sabían: que son juzgados a priori y sin pruebas como culpables. Es decir, que son ciudadanos de serie B, menos iguales que los demás en la patria que anuncia la egalité como una de sus divisas centrales.

No por casualidad, la consigna más recurrente en los barrios difíciles es la de «respeto». Exigen respeto a la policía, que en cambio interviene sin razón aparente y efectúa controles indiscriminados, mientras les deja a ellos inermes permitiendo que actúen impunemente bandas de vendedores de droga y verdaderos delincuentes. Exigen respeto a los empresarios, que no recatan sus recelos cuando los candidatos tienen nombres que suenan extranjeros. La discriminación existe en Francia, como lo demuestran las comprobaciones realizadas por Sos Racisme, incluso para acceder a las discotecas.

Pero es en el ámbito de la desocupación laboral donde más ha crecido esa discriminación. Esos jóvenes descendientes de obreros emigrados para trabajar en las fábricas de los años del boom, algunos de los cuales nunca han visto a sus progenitores levantarse de la cama para ir a trabajar, ya no saben a quién creer. El discurso oficial es de la «igualdad de oportunidades», que la escuela igual para todos debería garantizar. Pero sus escuelas son peores que las del centro de la ciudad; sus maestros, ni bien pueden, se largan en busca de aulas más calmas.

Un estudio ha revelado que la media de los chiquillos de la banlieue dominan un promedio de 400 palabras, mientras que sus coetáneos más afortunados disponen de un léxico de 2.500 palabras. Quienes no saben expresarse, encuentran desahogo en la violencia, pero es más sorda y más terrible la rebeldía que se acumula en quienes creyeron en la fábula del «ascensor social» mediante el estudio y hoy se hallan en el paro. O en la precariedad, si son afortunados (compartiendo aquí la suerte de otros jóvenes europeos, aunque falte un movimiento político capaz de canalizar esa rabia, en Francia como en otras partes). Ven como los caïd [jefes de bandas de delincuentes] se desplazan en grandes autos, único «modelo» real, mientras los pocos que se arriesgan se van de los barrios difíciles, como ha hecho ya la mayoría de los franceses de origen que han podido hacerlo.

Poco a poco se ido construyendo el ghetto, social y étnico, y hoy nadie puede asombrarse de que las reacciones sean de ghetizados: falta sólo que se extienda el repliegue identitario, que viene ya anunciado por la presencia de imanes radicales, aunque el fenómeno sea todavía incipiente. (Pero la confusión, conscientemente fomentada por la extrema derecha, entre inmigrantes y jóvenes franceses de origen inmigrante está ya creando un terreno abonado.) Y los políticos gobernantes, entretanto, libran entre sí una guerra banderiza, porque los tiempos de la política son cortos -tenemos las presidenciales de 2007-, mientras que los tiempos de la reconstrucción social son largos.

Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

Anna Maria Merlo es la corresponsal en París del cotidiano comunista italiano Il Manifesto

Il Manifesto, 4 noviembre 2005