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Arancha González Laya es protagonista de otro episodio bochornoso de la diplomacia española que escenifica la nula intención de España de hacer algo por el pueblo yemení.
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Condenado a cuatro décadas de conflicto, sanciones y violencia, Iraq paga el precio de su lugar estratégico en las relaciones entre Estados Unidos e Irán. Numerosas generaciones que solo han conocido la guerra y la crisis económica ahora han de hacer frente a las políticas de austeridad.
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Solo la presión social puede acabar con una guerra injusta. España no solo debe dejar de vender armas a los países que violan los derechos humanos y enviar ayuda humanitaria, sino que también debe utilizar a la diplomacia para que, entre otras cosas, se finalice el bloqueo humanitario contra la población yemení.