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Ayúdanos, María

Fuentes: Insurgente

Caramba, si tuviste suerte, María. Despójate ya de esa tristeza entreverada de rabia, impotencia y miedo que no se te borra a pesar de que, hace año y medio -¿recuerdas?-, lograste escapar de tus captores, en Estados Unidos, a donde te llevaron engañada, con un falso contrato de trabajo. Sé que el comentarista redunda evocando […]

Caramba, si tuviste suerte, María. Despójate ya de esa tristeza entreverada de rabia, impotencia y miedo que no se te borra a pesar de que, hace año y medio -¿recuerdas?-, lograste escapar de tus captores, en Estados Unidos, a donde te llevaron engañada, con un falso contrato de trabajo.

Sé que el comentarista redunda evocando lo que cada día de tu vida pasa ante tus ojos, cual un vívido e impenitente carrusel nitzscheano, regido por el «eterno retorno» del filósofo de germánicas brumas. Pero te reitero tu propio drama para que crezca en ti la necesidad de luchar, con tu ejemplo, en aras de que otras mujeres no pequen de incautas ante unas mafias como aquella que, en las cercanías de Bogotá, urdió la trampa de una labor segura y relativamente calmada como doméstica, una salida a la angustia del des-empleo.

Crécete rememorando cómo, llegada a una ciudad del Norte, te decomisaron el pasaporte y otros documentos y te impusieron jornadas que se extendían desde el alba hasta la medianoche, con el único descanso de media tarde los domingos, y redujeron tu alimentación diaria a unas pocas verduras. Las mascotas son mejor tratadas, ¿verdad, María? No olvides nunca cuánto rebajaste, de 58 a 41 kilogramos, mientras te forzaban a permanecer de rodillas horas y horas, en extenuantes tareas de limpieza, archivigilada, archiamenazada, y excluida de todo contacto con tu familia, como «regalo» propicio en tus 40 años, traqueteados pero suertudos. Suertudos, insisto, porque a la postre rompiste tus cadenas, gracias a un descuido de tus carceleros, en tanto miles y miles de mujeres y hombres, niñas y niños resultan víctimas de un tráfico que deriva en condiciones de esclavitud en distintos oficios.

«¿Acaso no medra la crisis? Pues abaratemos al máximo la fuerza de trabajo», deben de justificarse quienes, en Colombia, por ejemplo, aherrojan anualmente a unos 70 mil seres, para ubicar a ese país en el tercer lugar en América Latina, seguido de la República Dominicana y Brasil. En conjunto, la región representa el nuevo destino destacado del mencionado trasiego mercantil, un puesto que Japón ocupó en la década de los ochenta y España en la de los noventa, tal nos actualiza la agencia IPS.

Aunque no te sirva de consuelo, entérate de que en el mundo laboran cien millones de niñas, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), mientras avanzan, inclaudicables, las redes de prostitución en una formación socioeconómica que, eso sí, no ceja en criticar al vecino socialista, Cuba, por mil y una presuntas violaciones de los derechos humanos, a pesar de hechos incuestionables como los adelantos en la prevención y la atención de la violencia contra las mujeres, así como la potenciación de la igualdad de género, recientemente reconocidos nada menos que por Susan McDade, coordinadora residente del sistema de las Naciones Unidas en la Isla.

Y no cito aquí a nuestra nación por mero chovinismo, no. De sobra comulgo con la opinión de que, no obstante la promulgación y el perfeccionamiento de leyes que han permitido, propiciado, a las cubanas un alto nivel de participación y autoestima, así como el respeto social, aún existen (¿proliferan?) conceptos y prácticas discriminatorios, causantes de desigualdades y de situaciones de abierta violencia, como bárbara inercia de un machismo acallado pero no vencido y que quizás haya tomado aire con la crisis que azota al país, igual que a cualquier otro de este mundo ancho, ajeno y patriarcal hasta los tuétanos.

Pero Cuba, subrayo, marcha delante en la vindicación de un género que, en el ámbito de Latinoamérica, está bastante desatendido por quien debiera erigirse en el mejor guardián, aquel que, para calificarlo con palabras de Marcela Valente (IPS), mira para otro lado mientras la responsabilidad por el hogar, el cuidado de los hijos y de los ancianos recae en las mujeres. «Distracción» que da la razón a las «exaltadas» feministas, las cuales no ceden en apostrofar: «El Estado es varón, como el derecho y como todas las estructuras de poder basadas en la organización patriarcal de nuestras sociedades».

Y claro que si el Estado no anduviera por ahí tan entretenido repararía de manera ostensible en entuertos como la tasa de 130 muertes maternas por cada cien mil nacidos vivos que sufre América Latina, como han denunciado personalidades tales Egidio Crotti, del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Mas este es tema para otro palique, y ahora estoy tratando de consolarte (iluso de mí tal vez), aclarándote que tuviste suerte, por haber escapado del infierno, a donde te arrastraron describiéndote el paraíso, y de donde ojalá hayas salido con más fuerza para sumarte a la Cruzada. Porque ayudándonos, te estás ayudando, María.